Las horas transcurrieron veloces en el castillo y
es que entre mostrar todos, los preparativos para el compromiso de mañana y la
plática que sostuvieron con la familia de Raniel. Cada miembro quedo exhausto y
les pillo la noche y por orden de Anette, los cocineros tuvieron que cambiar la
cena por algo más liviano como una merienda consistente en refrescos y unas
tartas más que nada para los invitados. Dado que los ingleses son beber cerveza
y emparedados en reuniones familiares o sociales.
Fueron acomodados en una de las terrazas y estaban
ocupando sus lugares, cuando se les unió John que venía de su trabajo y fue
presto al lugar en que se encontraba la joven Taffra.
─ ¡Muy buenas noches, querida Sara! ─ saludo John,
besando la mano de la joven y entregando luego, una hermosa rosa blanca. ─ Para
ti porque solo la verdadera belleza de esta flor se compara con tu hermosura.
─ Gracias ─ musito Sara, roja hasta las orejas por
lo galante del joven Bringston. ─ No debiste molestarte John.
─ No es molestia, Sara ─ rebatió cariñoso John. ─
Es un deber y honor agasajarte como mereces.
Sara fue incapaz de replicar algo porque sentía
arder más sus mejillas y es que el peso de todas las miradas estaban clavadas
en ella.
─ ¡Qué caballeroso estás hermanito! ─ intervino
Alesia, salvando la situación y es que a la Condesa no se le escapaba nada.
─ Todo buen inglés que se precie de ello, debe
saber tratar a una dama ─ expuso John y obsequió una encantadora sonrisa a
Sara.
─ Así se habla hijo mío ─ convino Michael, su
padre. ─ Porque no tomas asiento junto a Sara y así, se conocen mejor ¿no te
parece?
─ Excelente idea, padre ─ concordó John.
«Trágame tierra por favor» se recriminaba
mentalmente Sara y se limitó en sonreír forzadamente y es que para su
desgracia, nuevamente estaba en problemas.
Y para nada estaba equivocada la joven Taffra y es
que por caprichos del destino al frente suyo, se hallaba sentada Francis
Calguiere y su gélida mirada la estaba poniendo muy nerviosa y sin decir, que
alzó su barbilla en forma desafiante cuando su primo se sentó junto a la
muchacha.
Sara, quería salir despavorida del lugar y es que
estaba en el centro del huracán; entre la mirada coqueta de John y la asesina
por parte de Francis. Tragaba saliva de los nervios y es que no podía tener más
mala suerte.
Y el acabose fue cuando le sirvieron la tartaleta y
fue el propio John, que tomó su platillo y saco un trozo y se lo ofreció a la
joven Taffra como si fuese una niña pequeña o fuesen algo íntimo.
─ ¡Por favor John! ─ Se excusó Sara, rechazando la
oferta ─ Puedo comer por mí misma.
─ ¡Discúlpame Sara! ─ mencionó avergonzado éste y
afectado por el rechazo. ─ Solo quise que no te ensuciases y por eso me tome la
molestia.
─ Aprecio tu gesto, pero soy algo independiente en
ese sentido ─ explicó Sara, tratando de no ser descortés o grosera con el joven
Brigston.
─ Comprendo ─ dijo John y le paso el platillo.
─ Gracias ─ aceptó Sara, que le pasarán aquel plato.
La joven volvió a tragar saliva y es que realmente
se sentía mal con todo lo que estaba sucediendo y no fue capaz de probar
aquella deliciosa tarta, sino que jugó un poco con el tenedor y solo observó la
comida sin probarla.
Por su parte, en el lado opuesto de la moneda.
Aquellos ojos azules estudiaban detenidamente a la pelirroja mientras platicaba
a gusto con Carlos (hermano de Raniel) era muy cuidadosa de que no se diese
cuenta que la estaba observando y parecer fría y ajena con lo que le estaba
sucediendo. En honor a la verdad, fue como un nudo en el estómago el que sintió
cuando vio como su primo besaba la mano de la joven y al regalarle esa rosa,
solo consiguió aumentar lo mortificada que se sintió al contemplar cómo otro
halagaba aquella hermosa pelirroja.
No sabía porqué de esas emociones, no quería pensar
mucho porque temía oír una verdad que la pondría en una de las situaciones más
complejas y difíciles de su vida. Y no quería admitir por nada del mundo que
una cosa así, le podría suceder a una mujer como ella. Que toda su vida había
hecho planes de una familia, de ser llevada al altar por su príncipe azul, de
formar una familia con muchos hijos y todo lo que una jovencita espera del
amor.
Aún tenía en la retina y en la memoria cuando la
vio entrar a hurtadillas al salón y cuando fueron presentadas. Todas esas cosas
que vivió de sopetón y le causaron una terrible conmoción. Jamás imaginó que el
invitado especial de su madre, era nada menos que una chica y fuese la mejor
amiga de su futura cuñada. Eso sí, aceptaba que su hermana Claudine, se lo
había advertido que podría tratarse de alguna mujer, pero su ego le impidió
creerlo, puesto que deseaba ver a uno de esos chicos latinos sexy y candentes
que tanto sus amigas hablaban cuando viajaban a Sudamérica de vacaciones por lo
que se dejo llevar por ese tipo de conclusión y fue un tremendo chascarro. En
su lugar apareció Taffra: una chica más baja que ella, delgada, nada atlética,
pálida, de unos bonitos ojos grises eso sí, mal educada, peleonera y demasiado
coqueta. Lo único que a su parecer valía resaltar y era su debilidad, era el
color cobrizo de su cabello; y es que Francis gustaba de los pelirrojos; era la
cabellera más hermosa que había visto, en verdad parecía como si el mismo fuego
renaciera una y otra vez en ella. Salvo ese detalle, la joven no presentaba
nada que le pudiese gustar a la menor de los Calguiere. Era confrontacional,
cobarde y poco divertida a su parecer. No había por donde le pudiese atraer una
chica como ella y sin mencionar lo más importante. Ella es y será una chica
hetero.
Desde su posición se limitaba en observarla y
disfrutaba de algún modo, lo incómoda que estaba la joven Taffra. No obstante,
cuando John, retuvo el platillo con la tarta para la joven y procedió a darle
en la boca, el escalofrío que sintió recorrerle toda la espina dorsal fue tan
intenso como el coraje que la invadió. ¡Dios! Que gana de sacarlo de la faz de
la tierra. ¿Por qué no podía dejar en paz a Sara?
Estuvo a punto de largarse del lugar y eso iba
hacer, cuando escuchó la réplica de Sara y cómo ella, no acepto su gesto y le
dio tanto gusto en cómo lo puso en su lugar que no cabía en sí, de la dicha que
la embargaba. No sabía cómo explicarlo bien, pero era sublime el exquisito
sabor en sus labios aquel gesto de parte de Taffra. ¿Amor propio o celos?
Cruzó sus piernas y se reclinó aún sobre su asiento
solo para observar con más detenimiento a la chica en cuestión y ver si podía
sorprenderla con algo más. Quizás hubiese algo de encanto para recrear la vista
y ver qué otras virtudes contaba la muchachita esa.
En eso se escuchó…
─ Sara ─ llamó esta vez, Charles.
─ Dime ─ señaló ésta.
─ ¿Ya tienes visto con cuál de las dos te
enfrentarás primero? ─ preguntó de frentón Charles. ─ Porque tú aceptaste la
invitación de papá para un duelo.
¡Ahí estaba! La mayor provocación que le pudiesen
hacer y para rematar de ponerla en aprietos. Aquellos ojos grises se
empequeñecieron tanto que no sabía si era de coraje o sopesando las palabras de
su anfitrión. Sentía como su corazón estaba a punto de estallar y eso que
apenas llevaba unas horas nada más en ese bendito país y ya se quería largar
cuanto antes.
─ Charles, eres muy insistente ─ acusó Sara
bastante cabreada.
Y que por enésima vez, sentía la mirada de Alesia y
Francis, clavada en ella y no podía ser más mortificante para su persona. Esta
gente eran unos acosadores.
─ Por supuesto ─ concordó éste muy sonriente y no
dándose por enterado que estaba metiendo los pies afondo, por no decir las
patas.
─ En tal caso ─ se apresuro en decir a Sara. ─ una
vez que terminé el compromiso, te responderé con quién podría tener un duelo.
─ ¡Perfecto! ─ repuso jubiloso Charles. ─ será
pasado mañana si no tienes objeciones, querida Sara.
La mencionada, suspiro para sus adentros y es que
quería matar a ese idiota de Charles por ser tan estúpido y entrometido. Pero
su educación, no se lo permitió.
─ ¡Ya veremos Charles! ─ atinó en decir a la joven
Taffra, que ya le lanzaba el plato por la cabeza al chico, cabeza dura.
Ninguno de los presentes fue capaz de intervenir y
solo se limitaron en sonreír ante la insistencia del muchacho. Bueno a decir
verdad, todos en esa familia eran unos maniáticos de los duelos y desafíos, por
lo que les complacía un enfrentamiento con su invitada. ¡Vaya casta de
competidores!
«Voy hacerte añicos Sarita» se lisonjeaba Francis
mentalmente y su sonrisa era de las más burlonas que se había visto.
Sara, sintió esa mala vibra y alzó sus ojos hacia
dónde se hallaba la menor de los Calguiere y palpo en directo la burla
reflejada en su rostro y aquello, le provocó un enojo tal.
«No te pavonees tanto, rubia tonta. No vaya hacer
que esperes sentadita que combata contigo» amenazó Sara. «Ni en tu sueño te
daré el gusto»
Por su parte, Francis, igualmente se percató lo
desafiante de la mirada de aquella pelirroja y haciendo una mueca con sus
labios, la provocó aún más.
─ ¡Inténtalo! ─ masculló entre dientes Francis.
Los ojos grises de Sara, se abrieron como plato al
leer aquellos labios y ver su provocación, al sonreírle socarronamente. Apretó
la quijada tan fuerte que parecía que se quedaría de ese modo y sin más se paró
de su asiento.
─ ¡Con su permiso, me retiro porque estoy muy
cansada! ─ señaló Sara, viendo a los padres de los Calguiere.
─ ¡Adelante mi niña! ─ instó Anette. ─ de hecho,
también nos retiraremos en unos momentos más.
─ ¿Te vas a descansar ya Sara? ─ preguntó apenado
John.
─ Así es ─ respondió ésta.
─ ¿Puedo acompañarte? ─ inquirió John algo
esperanzado.
─ No hace falta, John ─ dijo Sara, educadamente y
de repente, se le prendió el foco. ─ Pero…
─ ¿Pero qué? ─ indagó éste confundido y ansioso.
Sara, no respondió la pregunta y enfrente de todos,
deposito un sonoro beso en la mejilla del joven Bringston y por el rabillo de
sus ojos, observó la reacción de cierta personita.
─ Gracias de todos modos por el ofrecimiento ─
susurró seductoramente Sara, cerca del oído del joven. Luego, se apartó y
viendo al resto, añadió. ─ ¡Buenas noches a todos!
─ ¡Buenas noches! ─ fue la respuesta colectiva.
Fue Sara, quién alzo la barbilla desafiante al
retirarse y ver de reojo a Francis Calguiere…
«Vuelve a provocarme» se mofó con saña Sara y sin
más, se fue rauda del lugar, sintiendo como le escocía la espalda con una
intensa mirada.
Una vez que la joven Taffra, se retiró del todo,
fue el turno de…
─ Yo también me retiro, mañana nos espera un día
muy ajetreado ─ señaló Francis, que a duras penas se contenía. ─ ¡Buenas
noches!
─ ¡Buenas noches! ─ respondieron todos los
presentes.
Francis, guardo la compostura hasta perderse de la
vista de los demás y cuando lo consiguió, apretó tan fuerte sus puños.
─ ¿Cómo te atreves? ─ masculló furiosa Francis,
haciendo palidecer a los nudillos de sus manos. ─ Eres una coqueta descarada.
Y en otra parte, una muchacha estornudo de pronto…
─ Alguien se está acordando de mí. ─ murmuró Sara,
rascando su nariz y con una sonrisa traviesa, se dijo. ─ De seguro es ella.
¡Jajaja!
Momentos más tarde en ambos cuartos. Dos jóvenes
buscan dormir, pero no pueden conseguirlo y llevan rato viendo fijamente el
cielo raso de sus habitaciones.
─ ¡Um! ─ exclamó cansada Sara. ─ No puedo dejar de
pensarla. ¡Esto no está nada bien! Deberé pensar en cómo sacarla de la cabeza.
Pronto debo regresar y lo que menos quiero es dejar por estos lados mi corazón.
A su vez, en otra recámara…
─ ¿Por qué? ─ se preguntaba Francis, cuyos brazos
estaban cruzados detrás de su cabeza. ─ ¿Por qué?... Duele…Duele verte
coquetear con otros.
Hizo una mueca con sus labios, muestra de pesar más
que otra cosa…
─ No puedo sacarte de mi cabeza ─ balbuceó Francis.
─ Y cuando te veo, solo quiero poner mil barreras contra ti y ese magnetismo
que me atrae como a las moscas, ¿Quién eres Sara Taffra y qué quieres de mí?
Suspiro tan profusamente. Acomodó uno de sus
almohadones y se abrazó tan fuerte a él para intentar dormir y el resultado fue
el mismo. La invadió el insomnio…Llamado Sara Taffra.
─ Te estás metiendo tan dentro de mí ser, que me
asustas en verdad y solo llevas una malditas horas y no consigo arrancarte de
mis pensamientos. ─ se lamentó Francis, golpeando con su puño la almohada. ─ No
me gusta esto. No te dejaré hacerlo.
Francis, tragó saliva con rabia pues por más que
luchaba contra esa imagen que la seguía como fantasma, sólo terminaba
agotándose y regresando como una idiota a ese primer instante; en que se inicio
algo que la estaba asustando en verdad y la mantenía en una guardia constante.
─ Como me llamo Francis Anziel Calguiere, no dejaré
que me venzas con tus trucos. ─ Se animó la chica. ─ No voy a caer en tus redes
por mucho que seas la pelirroja más atractiva que he visto en todo Londres y
seas la última de este mundo. Yo conseguiré ponerme a salvo de ti y tu poder.
En la vida se puede decir que hay disparates y
disparates que suelen cometer los seres humanos, pero este sin duda, que es uno
de esos; dado qué hombre es capaz de vencer la guerra más difícil y complicada
que puede tener. ¿Un solo ejemplo en que alguien haya vencido al amor?,
Seguramente no hay precedentes en toda la historia de la humanidad para un
milagro de esa envergadura.
En el otro cuarto…
─ Cielos cómo deseo regresar a casa ─ murmuraba una
inquieta Sara, con sus pupilas clavadas en la ventana y contemplando el cielo y
sus estrellas. ─ Creo que fue mala idea venir y aún me queda una semana por
estar en este lugar.
La muchacha se levantó y se encaminó hasta el
ventanal para observar ese manto de estrellas y tratar de recordar cómo se ve
en casa los cielos nocturnos de la Patagonia.
Fue inevitable no pensar en su familia, amigos,
compañeros de universidad y evocar a la única mujer que formó parte de su vida
por un periodo de 2 años y concluyó abruptamente por el traslado de ésta a otra
región del país y para no lastimarse a causa de la distancia, rompiendo un
poco a sus jóvenes e ingenuos corazones;
por lo que la joven Taffra, se prometió a sí misma, no volverse a involucrar
con otra chica hasta cumplir sus metas de concluir sus estudios y forjarse un
futuro.
Pretendientes no le faltaron desde que ingresó a la
universidad y eso que contaba con 21 años, pero los mantenía a raya, solo le
importaban sus estudios y su meta de irse a Norteamérica a perfeccionarse por 1
o 2 años y ver la factibilidad de buscar empleo en dicho país para regresar a
Chile con la vanguardia que se destilaba en el momento y traer otros conceptos
a casa y de paso, junto con Raniel; formar un estudio de Arquitectura
vanguardista y restaurador de patrimonios que valiesen la pena recuperar.
Había algo porque luchar fieramente y enfocarse, no
había tiempo para el corazón dado que por mucho que se pudiera amar a otra
persona, había que sacrificar algo y es que no siempre amor y trabajo son
compatibles; y más si es cuando se quiere estar en otro lugar en el que está tu
mitad o amor. Mucho qué sopesar y una sola decisión que tomar.
─ ¡Concéntrate a lo que viniste Sara! ─ recordó la
muchacha y forzó a sus ojos a cerrarse y obligarse a dormir.
Por su parte…
─ Sara ─ murmuró Francis antes de caer vencida por
el sueño, después de dos horas de intentar conciliarlo en vano.
El minutero del reloj prosiguió su labor y haciendo
que el tiempo se fuese plasmando en sus manecillas.
Un nuevo día se perfilaba en todo Londres y la
neblina comenzaba a retirarse y unos tímidos rayos de sol, apenas entibiaban a
los cientos de transeúntes que iban a distintos lugares: trabajo, reuniones,
prácticas deportivas, etc.…
Un poco más alejada de la capital Londinenses. En
el condado de Calguiere y precisamente en el castillo de la familia Calguiere.
Todo era full movimiento y eso que comenzó a las 5 en punto con los sirvientes
y Anette, yendo de un lugar a otro con los preparativos de la ceremonia que se
celebraría a eso de las 2 de la tarde.
El reloj marcaba las 8 y todos los hijos de la
antigua Duquesa estaban terminando de desayunar. Salvo Anabelle, que en esos
momentos fue interrumpida por su prima y madrina de ceremonia para apartarla de
su futura prometida y es que así lo exigían los 2 votos de tan protocolar
tradición.
A regañadientes, la pareja fue separada: Anabelle
quedo en manos de Katherine y Raniel de la Condesa de Bringston que tuvo que
luchar más de la cuenta con los reclamos y protestos de la joven Larson, ya sea
por la separación de su novia o de los baños que fue sometida por las
sirvientas de palacio y es que en su vida la habían bañado y menos adulta, por
lo que estrilo por el campeonato y otro tanto lo hizo por ser vestida por las
mismas. Y solo fue puesta en cintura por Alesia, que le recordó las
obligaciones que debía asumir ante la familia. El ultimátum resultó un éxito ya
que consiguió la sumisión total y todo por el infinito amor que sentía por
Anabelle.
Mientras las chicas eran preparadas por sus
madrinas. El resto de la familia se ocupaba en adornar la capilla, los últimos
adornos en el salón principal. Los hombres acababan de revisar los carruajes
que se usarían para todos los invitados y para la pareja de prometidas.
Anette, estaba chequeando la comida con sus
cocineros y su hermana Mariana, ultimaba los arreglos en la capilla en compañía
de las chicas de ambas familias, los integrantes del clan Larson y Sara.
─ ¿Cómo amaneciste hoy Sara? ─ Se atrevió a
preguntar Claudine, mientras acomodaba un jarrón lleno de Magnolias.
─ Bien ─ respondió ésta y de pronto estornudo. ─ Lo
siento.
─ ¿Eres alérgica? ─ indagó Alexandra, pasándole un
pañuelo.
─ No, pero hay algunas flores que me provocan
estornudos las primeras veces ─ explicó Sara, sobando su nariz. ─ Gracias
Alexandra.
─ De nada ─ convino ésta ─ Solo dime Alex y todo
bien.
─ De acuerdo, Alex ─ consintió Sara y sonrió a modo
de agradecimiento puesto que los ingleses son parcos y muy pocos afectuosos en
públicos, por no decir fríos.
─ Puedo preguntarles algo ─ de pronto señaló Sara
viendo todo el lugar.
─ Dinos ¿qué deseas preguntar Sara? ─ instó
Claudine.
─ Veo que todas las flores y los arreglos en el
castillo son solo Magnolias ¿porqué? ─ indagó con curiosidad viva Sara.
─ Mi querida Sara, en esta familia seguimos
tradiciones ─ comenzó por explicar Claudine. ─ y una de ellas es: que todos los
integrantes de los Calguiere tienen asignada una flor con la cual utilizan en
cada evento, presentación o ceremonia que requiera solemnidad.
─ Ya veo ─ acotó la joven Taffra. ─ Entonces
deduzco que la Magnolia es la flor de Anabelle o ¿me equivoco?
─ Así es ─ afirmó Claudine sonriendo. ─ Y para tu
información Charles tiene un Lirio, Francis una Orquídea y yo tengo la Azalea.
Y del mismo modo se aplica para la familia Brigston cada uno de ellos tienen
asignado sus flores ceremoniales.
─ ¡Wow! ─ exclamó sorprendida Sara y le vino a la
mente la flor de cierta personita y no pudo evitar mirar en dirección hacia
dónde se encontraba e inconscientemente
plasmó en voz alta lo que tenía en su cabeza. ─ ¿qué significara la orquídea?
La joven Taffra, desvió de inmediato su mirada y se
concentró en lo que estaba haciendo y olvidándose de la pregunta pues pensó que
nadie le oyó y ahí, estaba rotundamente equivocada y es que no se percató que
lo dijo en voz alta y Alexandra como Claudine, escucharon perfectamente, pero
se abstuvieron en decir algo dado que fueron advertidas por alguien de no
hacerlo.
Sara, rascó un poco su cabeza sutilmente para
despejarse de sus pensamientos y estaba acomodando unas cuantas magnolias en
las bancas, cuando un brazo paso por delante suyo con un objeto entre sus
manos…
─ Orquídea significa sublime belleza, elegancia y
seducción ─ murmuro despacio una voz sensual a la altura de su oído y le
provocó no el susto de su vida sino unos escalofríos por mayor y entregando una
flor. ─ Esta es la orquídea inglesa y es para ti y recuerdes su significado.
─ ¡Francis! ─ exclamó con pavor Sara, temblando por
la cercanía de la joven Calguiere. ─ Me has asustado…Yo…yo…
─ Es para usted señorita Taffra ─ instó Francis con
la mirada perdida en aquellos ojos grises. ─ por favor acéptela por educación
que sea.
─ ¡Um! ─ balbuceó Sara, algo aturdida y molesta a
la vez por darse cuenta que ese trato frío y arrogante aún continuaba. ─
Gracias (recibiendo aquella flor)
─ Por lo menos demuestra que tiene algo de
educación ─ enrostró Francis y se apartó del lado de la joven para dirigirse a
otro sitio.
─ La educación es una cosa y la amabilidad es otra
también señorita Calguiere ─ acusó sarcásticamente Sara y dejo la flor en un
lado de la banca.
Francis al ver el gesto de parte de Sara, hizo una
mueca de disgusto para con la muchacha y añadió…
─ Recuerde señorita Taffra lo que usted dijo anoche
─ retó Francis y le lanzó una mirada de desprecio. ─ No somos amigas.
─ No lo olvidaré ─ convino Sara, disimulando su
tristeza y se encogió de hombros para
salir del paso y dejarle claro el mensaje a esa rubia pedante. ─ Tengo cosas
más importantes a la que prestarle atención.
Dicho esto, Sara, se marchó del lugar, dejando con
un mal sabor de boca a la joven Calguiere y pasmadas a otras dos.
─ ¿Tenías que ser tan desagradable con Sara? ─
recriminó Claudine, moviendo su cabeza en forma reprobatoria. ─ ¿Qué sucede
contigo Francis?
─ Nada ─ repuso escuetamente ésta y fue hasta el
lugar en que se encontraba antes de intercambiar ironías con Sara.
El ambiente se volvió algo denso por momentos.
─ ¿Qué le está pasando a Francis? ─ preguntó
confundida Alexandra. ─ es muy antipática con Sara y eso que ayer no le quitaba
los ojos de encima.
─ Es lo mismo que me pregunto yo ─ convino
Claudine. ─ Ella se está comportando en forma extraña y todo para llamar la
atención de Sara, pero del modo equivocado.
─ ¿Qué quieres decir? ─ indagó Alex más perpleja.
─ Que mi hermanita está librando una batalla contra
ella misma y le está resultando fatal. ─ explicó en cierta forma Claudine. ─ Porque
no deja que hable su corazón en vez de su razón.
─ ¿Tú crees que ella? ─ insinuó Alexandra, viendo a
su prima. ─ Que pueda haber una segunda historia.
─ ¡Um!...Quizás. ─ señaló Claudine que no deseo
hablar más del tema. ─ vamos a dejar esto en el altar y luego, nos reunimos con
mamá.
─ Ok ─ fue la respuesta de Alex.
Claudine quedo un tanto pensativa con el
comportamiento de su hermana y decidió no seguir sacando conclusiones delante
de su prima dado que debía estar muy segura de lo que iba a decirle a Francis y
ver si realmente la presencia de la joven Taffra la estaba afectando tanto como
para cambiarle el genio y conducta.
─ Deberé estar más al tanto de ti y qué provocas en
mi hermana ─ murmuró tan bajito para sí, que no levanto sospecha alguno de que
fuera oída por Alexandra.
A su vez en el camino hacia el castillo porque sea
dicho, la capilla estaba retirada del palacio como a 500 metros y era un largo
sendero empedrado con data de tiempos medievales y permanecía inalterable por
el paso del tiempo. En verdad que la familia Calguiere de todas las generaciones
procuraba mantener en buen estado todo el lugar, castillo, capilla, torreones,
establos, casas de campiña para trabajadores como para visitas. Un legado digno
de ser mantenido en el tiempo.
─ ¡Qué coraje no poder tener control del tiempo! ─
masculló una cabreada Sara que enfilaba hacia el castillo por dicha senda
empedrada. ─ No hayo las horas de tomar el avión de regreso a casa de dónde no
debí salir.
La muchacha, estaba algo frustrada e
inevitablemente de sus ojos se desprendió una lágrima loca que rodó en loca
carrera por su mejilla y quemaba como recordándole que las palabras hieren y
pueden dejar una huella en el alma como en el corazón.
─ Pensé estúpidamente que ya había pasado su
malestar conmigo ─ murmuró con pesar Sara, frotando un poco su pecho porque no
era idiota para saber lo que se estaba gestando dentro de su interior. ─
Necesito buscar el modo de mantener distancia y respiro para mis nervios.
Tanto pronto como dijo esto, un coche se detuvo
justo al lado de la joven Taffra…
─ Suba ─ demandó una voz de mujer. ─ queda mucho
camino al castillo.
Sara, miro de soslayo el vehículo y vio que una
mujer iba en su interior y al ver de quién se trataba, tragó en seco.
─ No gracias, prefiero caminar sino le importa ─ se
excusó Sara.
Los parpados de esos ojos azules, se
empequeñecieron y un mohín de disgusto asomó en sus labios. Quería desnudar el
alma de esa joven y saber qué estaba sintiendo para tornarse tan desagradable.
─ Sólo pretendía ser amable con usted señorita
Taffra y ahorrarle la extensa caminata ─ acusó sin contemplaciones Francis
Calguiere. ─ Pero será como usted quiera.
─ Agradezco su ─ se disculpaba Sara, pero fue
interrumpida.
─ Ahórrese sus disculpas ─ se adelantó Francis. ─
ya está visto que la educación no va con usted.
─ Francis ─ balbuceó Sara y esta vez la molestia la
cubrió de inmediato. ─ Es injusta conmigo.
─ ¿Injusta? ─ confrontó Francis, viendo fijamente
el rostro de la joven. ─ No se equivoque conmigo, no soy de juzgar a primeras a
las personas y lo único que puede reprocharme es que soy demasiado sincera con
usted señorita Taffra.
─ Pues no lo parece ─ rebatió enfadada Sara. ─ me
juzga sin conocerme y recalca excesivamente mi educación y no sabe nada de mí.
Ustedes los ingleses son tan pres juiciosos con los extranjeros y los miden
según sus absurdos estándares de moralidad.
─ ¿Tiene alguna queja con el modo ingles de vivir?
─ inquirió con pica Francis y lanzándole una mirada retadora.
─ Digamos que sí ¿cuál sería el problema con eso? ─
protestó de inmediato Sara, cuyo rostro estaba teñido de coraje. ─ ¿le daría la
razón aún más de que soy mal educada y mal agradecida por su hospitalidad?
─ Sea honesta señorita Taffra y diga lo que piensa.
─ instó Francis, cuyos ojos brillaban muchísimo en ese momento.
─ Ustedes los ingleses son hipócritas con ustedes
mismos ─ acusó seca Sara. ─ muestran ser tan pulcros y solo se mienten así
mismos a la primera oportunidad que pueden.
─ ¿Eso piensa de nosotros? ─ preguntó Francis con
la mandíbula contraída del coraje.
─ Sí ─ fue la afirmación Sara viéndola en forma
desafiante.
─ Dígame entonces señorita Taffra ¿qué hace en un
país que le desagrada su gente? ─ amonestó Francis. ─ ¿no está siendo
inconsecuente con usted misma?
─ Ya le dije vine invitada por sus padres ─ se
defendió Sara. ─ he tratado de ser lo más respetuosa que puedo ya que no estoy
en casa, pero no significa que comulgue con usted y sus ortodoxas reglas
inglesas.
─ Pues le rogaría que no se aprovechara de la
cortesía de mis padres y mantuviese su opinión muy dentro suyo porque no será
bien vista por una sociedad como la nuestra ─ espetó Francis con bastante
disgusto. ─ Ahora la dejo para que recapacite y no someta a su mejor a una vergüenza por su comportamiento.
Sin más cerró la puerta y le pidió al chofer que
prosiguiera su camino sin voltear a ver atrás y es que estaba indignada por lo
altanera que era esa joven y sus manos estaban tan empuñadas producto del
coraje que la embargó.
Por su lado…
─ ¡Uy qué rabia! ─ explotó Sara en una rabieta que
la llevó a patear una piedra suelta del sendero. ─ siempre tiene que decir la
última palabra, ¡Pero qué arrogante eres!
Aspiró muchas veces profundamente para calmarse y
es que estaba que mandaba todo al mismo carajo y se largaba a casa. La
permanencia en ese lugar la estaba sobrepasando tanto y es que la menor de los
Calguiere no le daba respiro alguno y se ensañó con ella, todo porque deseaba
mantenerla a distancia.
Fueron 25 minutos de camino hasta llegar al
castillo y en su frontis le estaba esperando Nataniel, quién la abrazo y secó
unas lágrimas que se desprendieron de los ojos de la joven Taffra y se
mantuvieron abrazados por un largo tiempo, donde reconfortó a la chica sin
percatarse que estaban siendo observados desde uno de los ventanales de la
tercera planta.
─ Entremos Sara ─ demandó Nataniel. ─ acompáñame a
mi cuarto y hablamos un rato ¿te parece?
─ Vale ─ convino ésta.
Juntos entraron al castillo y se fueron directo a
la alcoba donde se alojaba Nataniel y una vez ahí, Sara, le explicó lo que
estaba sucediendo y el pidió consejo al joven Larson y éste le habló
francamente de lo qué podía llegar a suceder. No obstante, la instó a ser
sincera con ella misma y decidir qué hacer llegado el momento.
No se dieron cuenta cómo las horas pasaron volando
y fueron llamados a un pequeño almuerzo antes de prepararse para la ceremonia
del compromiso.
Todos se reunieron en la cocina dado que los
salones estaban trabajando en la decoración y se acomodaron de tal forma que se
hicieron dos mesas con todos los miembros combinados. Sin embargo, fue el
propio Nataniel que se disculpó con los dueños de casa por la ausencia de Sara
y les informó que se encontraba delicada.
Anette, mando a una de sus sirvientas a llevarle
una bandeja con algo liviano a la joven y preguntar si necesitaba algo y no
dudara en pedirlo.
La noticia le sentó fatal a una persona pues
presumía que se trataba de una excusa barata para no presentarse y solo venía a
confirmarle lo descortés que era.
─ ¿Francis? ─ llamó Claudine.
─ ¡Eh! ─ exclamó ésta. ─ Perdona, ¿me decías algo?
─ No, sólo te llamé hermana ─ señaló Claudine. ─
¿estás bien?
─ Sí ¿porqué? ─ indagó Francis.
─ Te ves muy pensativa por momentos. ─ explicó
Claudine. ─ A decir verdad, te noto extraña.
─ Son solo suposiciones tuya nada más ─ aseguró
Francis, y bebiendo de su copa, añadió. ─ un poco cansada con todo el ajetreo
del compromiso. Es esa tensión nada más.
─ Hermana no es la primera vez que debemos asistir
a un compromiso y todo lo que conlleva ─ adujo Claudine. ─ Siempre te has
sabido manejar con el estrés de los eventos sociales y disfrutas de todo esto,
pero en esta ocasión se nota todo lo contrario.
─ Ha de ser porque este no es cualquier compromiso
social sino que el de nuestra hermana mayor. ─ puntualizó Francis y viendo
fijamente a su hermana, añadió. ─ Tú como todos los miembros de esta familia
sabemos lo que significa comprometerse en segundos votos y es la ante sala al
matrimonio. No hay retorno para ninguno de nosotros y por eso debemos ser muy
cuidadosos al elegir a nuestra pareja para ser presentada a nuestros padres.
Es un tema muy delicado y el más importante de
todos. Es nuestro futuro al lado del ser amado. Por eso, pienso que Anabelle
está dando un gran paso al comprometerse con Raniel; independiente a su pasado
con ella. El presente es lo que más importa por sobre la reencarnación y es que
mi cuñadita en este tiempo es la persona correcta e ideal para mi hermana y
estoy más que segura que serán muy felices.
No puedo dejar de pensar en ellas y el verlas tan
unidas y compenetradas en su amor; es lo que me provoca una gran dicha como
también, me hace reflexionar en la decisión que yo también deberé tomar más
adelante. ─ finalizó Francis. ─ Por eso, no presentaré a nadie que no sea digno de mi amor y dueño
de mi corazón.
Claudine, escuchó con respeto lo esgrimido por su
hermana y no pudo evitar encontrarle la razón. Las tradiciones en el seno de la
familia Calguiere no son de tomarse a la ligera y eso se aplicaba para todos y
ella misma; no deseaba involucrarse mucho que digamos con jóvenes que se le habían
declaro sin poder corresponder a sus sentimientos.
─ Comprendo tu punto de vista ─ acotó Claudine y viéndola
con ternura, agregó. ─ Pero tú; querida
hermanita, has dicho que no piensas vivir esa situación hasta mucho más
adelante ¿no es así?
─ Claro, claro ─ aseguró Francis, que casi escupe
su bebida ante la mirada inquisitiva de su hermana. ─ Por el momento mis
estudios tienen prioridad. Tú sabes, no hay nada en vitrina para escaparatear.
─ Jajaja ─ soltó en risas Claudine, con las
ocurrencias de su hermana. ─ ¡Te pasas Francis! Qué ocurrencias la tuya.
─ ¿Por qué? ─ preguntó ésta sin más.
─ El amor no se encuentra en cualquier parte
hermanita y menos en los escaparates ─ respondió divertida Claudine. ─ No está
a la vuelta de la esquina ni nada. Sólo se deja caer o sentir cuando menos lo esperas y es un
jugador que jamás podrás vencer.
─ ¡Vaya, vaya! ─ exclamó Francis, mofándose de su
hermana. ─ Eres una entendida en asuntos del corazón. Será que Cupido te flechó
con ese gemelo hermano de Raniel.
─ ¡Francis! ─ se quejó Claudine con las mejillas
encendidas.
─ Jajaja ─ bromeó la joven. ─ es la primera vez que
te sonrojas hermanita y eso me confirma que te gusta ese tal Nataniel ¿no es
así bribona?
─ ¡Tonta! ─ fue el descargó de Claudine. ─ no
bromees con eso.
─ Pero ¿por qué no? ─ refutó Francis. ─ El chico es
muy guapo. Es alto, moreno y de unos ojos preciosos al igual que nuestra
cuñadita. Lo que lo hace un chico bien sexi.
─ Francis, ¡Esa fijación tuya! ─ expuso Claudine y
cambiando de tema. ─ mejor iré a ver cómo sigue Sara y de paso arreglarme para
la ceremonia.
Basto con solo oír el nombre de la joven Taffra y
la sonrisa salió huyendo del rostro de Francis, guardo silencio y no se atrevió
en rebatir nada a su hermana.
─ ¿No vienes conmigo? ─ preguntó Claudine.
─ No, gracias ─ respondió indiferente Francis. ─
contigo es suficiente. Además, yo tengo que alistarme también.
─ De acuerdo hermana ─ dijo Claudine. ─ Nos vemos
más tarde.
Francis, siguió con la mirada a su hermana hasta
que desapareció de su campo visual y solo ahí, mostró su verdadero sentir. Sus
ojos perdieron un poco su brillo y tocaba su frente constantemente como
tratando de dilucidar el enigma que había en su cabeza como en su corazón.
─ Y lo peor está por venir ─ murmuró Francis
bastante preocupada. ─ Tendré que verla toda la noche hasta que todo acabe.
Aunque no me guste admitirlo, me provoca temor y ansiedad. Me perturba
demasiado y tenerla cerca hace que pierda los estribos.
La joven Calguiere, recordó la imagen de la
muchacha y el enfrentamiento que tuvieron las dos en la capilla. Comenzaba a
incomodarse tanto con su presencia, pero a la vez, le producía ansiedad el no
verla. El no hallarla frente suyo o saberla cerca. Eran emociones muy
contradictorias y la exasperaban por no poderlas controlar.
─ ¡En fin! ─ se dijo para sí. ─ No puedo evitarlo.
Será ella o yo.
Se puso de pie y se fue rumbo a su dormitorio para
bañarse y vestirse para la ocasión y ser testigo del compromiso de su hermana.
Todo en el castillo era un ir y venir de los
presentes. Empleados corriendo con algunos objetos, cocineros trabajando
arduamente en la comida y Anette, ultimando con su mayor domo los últimos
detalles para recibir a los invitados en unas horas más, mejor dicho en 2 horas
más.
Todo se apostó para recibir a los 200 invitados de
la familia entre algunos nobles amigos de la antigua Duquesa.
A esos de las 6 en punto, comenzaron a llegar y
fueron conducidos hacia la capilla. Mientras que uno a uno iban llegando al
recibidor a los miembros de la familia
Calguiere, Brigston y Larson. Que fueron instruidos por James, dado que su esposa estaba
acomodando a los invitados en la capilla.
─ Recuerden que deben acoger a los invitados ─
instó James ─ Claudine, lleva a los hermanos de Raniel, para que ocupen sus
lugares.
─ En seguida padre. ─ respondió ésta. ─ Acompáñenme
por favor.
─ John, puedes llevar a las chicas en tu vehículo ─
solicitó James.
─ Tío James, pensaba esperar a Sara y llevarla
conmigo a la capilla ─ objetó John. ─Ella aún no ha de ser lista.
─ Es verdad. Sara
está un poco retrasada ─ convino su tío. ─ Charles, ve junto con las
chicas y vayan con Marcus.
─ Como tú ordenes, padre ─ contestó el joven. ─
Vamos chicas.
Justo en el momento en que los jóvenes van saliendo
del recibidor, aparece Sara, algo alborozado de lo apurada que venía.
En ese preciso instante en que la joven llega, todo
se congeló para la menor de los Calguiere y es que sus ojos chocaron directo
con la figura de la joven Taffra y se hizo un click entre las dos, porque por
iguales quedaron conmocionada la una con la otra. Y es que ninguna estaba
preparada para ver lo bellísimas que se veían en sus atuendos.
Francis, lucía un hermoso vestido azul piedra hasta
los tobillos, ajustado a su cuerpo. Descubierto en sus hombros y una diadema
adornaba su pecho. Sus cabellos estaba recogidos junto a una pequeña trenza que
coronaba todo el ancho de su cabeza en la parte frontal y el resto de su
cabello se perdía en un hermoso prendedor dorado, Dándole un peinado muy
elegante. Junto con ellos, unos zarcillos de topacio en forma de racimos
colgaban de sus orejas. Su maquillaje era suave y acorde a como estaba vestida.
Una pulsera en tres cuerdas de oro blanco adornaba sus muñecas. Lucía hermosa,
era como estar viendo a esas princesas de cine. Hermosa, joven y elegante.
Por su parte, la joven Taffra, no se quedaba atrás.
Sara, estaba enfundada en un vestido negro, largo y ajustado en su talle por un
cinturón del mismo material que el vestido. Sin tirantes y con un escote bien
pronunciado y disimulado por un tul del mismo color, (trasparencia) que
permitían ver muy bien el nacimiento de sus senos, muy provocador en cierto
modo. Sus cabellos habían sido alisados y dejados sueltos. Su maquillaje un
poco más acentuado con un color de labial similar al de fuego de sus cabellos.
No llevaba nada de accesorios, salvo su reloj que acompañaba su brazo izquierdo
y los zarcillos estaban ocultos por sus cabellos.
Sin duda, que ambas lucían hermosas y no pasarían
nada desapercibidas de los presentes, dado que ambas jóvenes, se esmeraron por
verse bellas.
─ ¡Um! ─ fue el gemido que brotó espontáneamente en
los labios de Francis, sin apartar sus ojos de aquella pelirroja.
Y es que si Francis, pensaba que sería una noche
compleja, no podía estar más equivocada y alejada de todo pronóstico y de la
realidad. E iba a llevarse unas cuantas sorpresas a lo largo de la velada que
pondrían a prueba su carácter, su determinación y su corazón.
Nadie en este mundo puede decir de esta agua no he
de beber, porque el cántaro se verterá todo sobre tus labios y tendrás que
pedir perdón por tu soberbia y humillarte ante el único jugador que nunca
podrás vencer…El amor.
2 comentarios:
Hola espero el siguiente capitulo de esta historia.
Un saludo desde Panamá.
excelentee sin palabras, no sabes cuanto me emocionan tus capítulos, haces de mi día lo mejor, saludos desde México, hasta Chile, espero que pronto actualices los otros capítulos de tus maravillosas historias, y también ojalá pronto veamos las imagenes de sara y Francis, y de la duquesa con Raniel seria genial ya que le dan un plus fantástico y ayudan mucho para imaginar la trama.
Publicar un comentario