mujer y ave

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domingo, 29 de mayo de 2016

Con una mirada en el futuro.


Ambas chicas continuaron entregadas a ese beso que muy poco les importó que las viesen o lo que dijesen al respecto. Y tuvo que ser Alesia, que después de verse mutuamente con Claudine asombradas en una primera instancia y divertidas en breve; la que se vio obligada a interrumpir aquella entrega de amor.

─ Siento interrumpir al par de tortolitas, pero creo que habrá una persona muy ansiosa de recibir las buenas noticias ─ expuso Alesia, viendo a su prima Claudine.


Eso fue más que suficiente para que la pareja, detuviese esa caricia y apoyando sus frentes sonrieron felices de saberse amadas y a la vez, tuvieron que admitir que la Condesa estaba en lo cierto y en el castillo cierta jovencita estaría esperando noticias sobre la entrevista.

─ Tienes toda la razón, Alesia ─ afirmó Francis, tomando la mano de su novia y envolviéndola con la suya y ver  a su prima. ─ De seguro mi cuñadita ya está despierta y le encantará saber cómo le fue a Sara. ¡Vayamos pronto a darle las buenas nuevas!
─ ¡No será de lo único que se alegrara! ─ insinuó Alesia, guiñando un ojo a su otra prima. ─ ¿no te parece Claudine?
─ Así es prima ─ concordó sonriente Claudine.
─ Pongámonos en marcha entonces ─ instó Alesia, subiendo al coche.

El ejemplo fue seguido por todas las demás chicas y era de esperarse que se fueron del mismo modo en como vinieron en la mañana. Claudine en el asiento de copiloto y Sara con Francis en la parte de atrás del automóvil.

La Condesa al volante no hacía más que mirar por el retrovisor y sonreír algo socarronamente puesto le divertía sobre manera ver a su prima menor de lo más acaramelada junto a la que ahora se suponía era su pareja; porque aún no lo confesaba ante el resto de la familia.

El trayecto fue relativamente tranquilo dentro de todo y solo suspiros de vez en cuando se oía en la parte trasera de aquel coche puesto que Francis, estaba un poco pasada de revoluciones ante las caricias de su novia y tenía que controlarse muchísimo para no tomarla por asalto.

─ ¡Vas acabar conmigo si sigues haciendo eso! ─ susurró muy despacito en su oído Francis a su novia.
─ Eso te pasa por dejarme con las ganas dos veces hoy ─ se desquitó Sara sin tapujo alguno.
─ Eso se llama venganza, tesoro ─ señaló Francis, tratando de guardar la compostura, cuando su pareja, seducía uno de sus pezones por sobre su suéter.
─ En la guerra del amor todo está permitido ─ se ufanó con descaro Sara.
─ Tendré muy en cuenta aquello, tesoro ─ murmuró con dificultad Francis, sin llamar la atención de las demás. ─ voy a castigarte tan pronto lleguemos a casa mi vida.
─ ¡Lo dudo! ─ Se burló Sara, pellizcando más el objeto de su adoración. ─ estaré muy ocupada para atenderla señorita Calguiere.
─ ¡Aha! ─ exclamó Francis, que sujetó sin más la mano de su pareja y la vio directo a los ojos en una forma muy especial. ─ No olvides que tengo prioridad ante todo, dulzura.
─ Lo sé muy bien ─ dijo picara Sara, mordiendo su cuello y añadió sensualmente. ─ Y eso estoy haciendo, dándote prioridad.
─ ¡Um! ─ exclamó solamente Francis incapaz de decir algo más y dejarse consentir por su flamante novia.

El escarnio duró todo el viaje y solo se detuvo a pocos metros de llegar al castillo, por lo que Francis, acomodó rauda sus ropas y buscó el modo de calmar su cuerpo bajando la temperatura porque estaba a mil. Mientras que Sara, estaba disfrutando de ver como su pareja hacia tremendos esfuerzos por controlarse y no dar motivos para que las otras supiesen que la tenían muy prendida con esas caricias y necesitaba una ducha fría urgente.

─ Esto no se queda así, preciosa ─ advirtió de una Francis y sin más la tomó de la cintura y la besó fieramente.

Justo el coche se detuvo y Alesia, tras apagar el motor. Rascó su cabeza al comprobar que la parejita estaba inmersa nuevamente en un beso y viendo a su prima como pidiendo una explicación a tanta pasión. Optó por hacer lo único que podía distraerlas…

─ Cof…cof ─ tosió Alesia para llamar su atención.

Fue más que suficiente para detener tanto romanticismo en el ambiente…

─ ¡Hemos llegado por si no lo han notado, tortolitas! ─ señaló burlonamente Alesia.
─ ¡Oh es verdad! ─ exclamó Francis, haciéndose la loca.
─ ¡Ay señor mío! ─ dijo Alesia, moviendo su cabeza ante semejante explicación.

Todas salieron del automóvil y la Condesa, dispuso de las llaves al chofer de la familia para que lo guardara en la cochera.

─ ¿Vamos a darle esa noticia? ─ preguntó Francis a su novia.
─ Vamos amor ─ aceptó Sara y tomadas de la mano se fueron en compañía de las otras dos que no hacían más que mirarlas divertidas entre sí.

Al entrar a casa, fueron recibidas de inmediato por Anette, que solicitó que su hija menor la acompañase al despacho un momento. Sin más, Francis, accedió y le dijo a su novia que se reuniría con ella en unos instantes más.

Madre e hija se dirigieron a uno de los despachos que estaba en la primera planta, ya que en casa había cuatro más una inmensa biblioteca familiar.

─ Tú dirás, madre ─ dijo Francis, tomando asiento frente a su madre.
─ Antes que nada ¿Cómo les fue en Kingston? ─ inquirió Anette.
─ Muy bien. Sara fue aceptada por el decano Williams para que inicie este lunes como oyente en las clases de Arquitectura y que pudiese rendir exámenes junto a los demás. ─ refirió Francis muy orgullosa del hecho.
─ Excelente noticia ─ mencionó Anette y prosiguió con otra cosa. ─ Eso nos lleva a tu padre y a mí, plantearnos qué sucederá con el futuro de Sara y tuyo.
─ ¿De qué hablas, madre? ─ preguntó sorprendida Francis.
─ Hija mía, hablaremos con total franqueza entre las dos ─ señaló Anette, viéndolo a los ojos y ver esa profundidad que conocía muy bien. ─ Jamás has traído a casa a ninguno de tus pretendientes para ser presentados como tal y mucho menos, han dormido en tu alcoba o ¿me equivoco jovencita?

¿Y dicen que las madres no saben nada? Lejos está de ser cierto, no dicen mucho que es distinto, pero no son ciegas.

Las mejillas de la menor de las Calguiere se tiñeron de escarlata vivo y es que le dio cierta vergüenza en cómo fue expuesto ese punto. En parte, sabía que había ido un poquito lejos sin pedir permiso previamente a que su pareja estuviese con ella en la misma recámara.

─ Me disculpo por ello, madre ─ adujo avergonzada Francis. ─ Es verdad, yo nunca he traído a ningún chico a casa y menos que tuviésemos intimidad. Yo no tengo justificación alguna para faltar el respeto a ustedes, solo puedo decir a mi favor, que tan solo me dejé llevar por mi corazón.

Anette, observó mucho a su hija y pudo ver la verdad en sus ojos. Todo lo que dijo fue corroborado a través de su mirada. Lo que en parte le alegro mucho, pero…

─  Has de saber que todo hogar se respeta hija mía, porque ningún padre desea que su casa se vuelva un motel donde desfilan como si nada Pedro, Juan y Diego. ─ Amonestó Anette sin perder la ternura que la caracterizaba. ─ Ahora quiero saber ¿Cuáles son tus intenciones con respecto a Sara?

A pesar de la vergüenza que aún sentía por la reprimenda. Francis, aspiró profusamente y se armó de valor para hablar con total honestidad.

─ Quiero hacer de Sara, mi esposa ─ respondió resueltamente Francis.
─ ¿Así sin más? ─ inquirió Anette, profundizando más en la respuesta.
─ Madre, tú misma nos enseñaste que el compromiso no es ni será jugarreta para ninguno de nosotros y teníamos un deber para con nuestras tradiciones. ─ expuso enérgicamente Francis, defendiendo su amor ante todo. ─ Pues bien, es lo que estoy cumpliendo en estos momentos frente a ti y decirte que, es con Sara con quién deseo sellar ese compromiso y deber ante la familia.
─ ¿Por qué ella y no otro chico? ─ cuestionó Anette. ─ siempre fuiste muy clara en decir que tu vida sentimental sería con un hombre.
─ Es verdad, madre ─ confirmó Francis y habló del mismo modo que hace poco, con honestidad. ─ Deseaba formar un hogar y familia junto a un hombre, un esposo. Pero, admito que esto no sucederá porque mi corazón le pertenece a Sara y es con ella, con quién deseo formar esa familia.
─ ¿Admites que estás enamorada de Sara? ─ insistió Anette en sus preguntas.
─ Sí, madre ─ afirmó Francis y añadió. ─ Estoy profundamente enamorada de Sara casi desde el primer momento en que nos conocimos, pero que por mi soberbia e inmadurez, intenté acallar y no dejarlo salir aquel sentimiento hasta que me vi cometiendo un error estúpido y esto me sirvió para aceptar definitivamente mis sentimientos hacia ella.
─ Comprendo ─ dijo Anette ─ fui testigo de esa lucha, hija mía y créeme que me tenías preocupada, pues noté lo afectada que estabas con la presencia de Sara.
─ No es fácil asumir que el amor viene con rostro de mujer, madre ─ admitió Francis, bajando un poco su cabeza.
─ El amor no tiene género ─ señaló Anette. ─ Se presenta ante ti y debes aprender a reconocerlo de un cariño pasajero, de una atracción y de una frecuente gratitud que tienen los seres humanos. Celebro en verdad que hayas podido reconocerlo a tiempo, porque muchos dejan pasar al verdadero amor por temor y pierden demasiado en la vida por causa de esa temeridad en no ser felices.
─ Concuerdo contigo madre, porque estuve a punto de perder ese amor a causa de mis miedos y de mi soberbia por aferrarme a algo que no era lo que yo necesitaba realmente. ─ confesó Francis por fin.
─ Es muy placentero oírte hija mía ─ mencionó su madre. ─ Sin embargo, no debemos olvidar que Sara es de otro país y para quedarse acá hay reglas que debemos cumplir. Por lo tanto, dime ¿Qué planes tienes en mente?
─ Primero que nada, presentarla oficialmente como mi novia ante la familia ─ explicó sin rodeos Francis. ─ Y pedirles a ti y a papá, que me ayuden con los estudios de Sara.
─ ¿Pagar su colegiatura? ─ indagó su madre.
─ Así es ─ respondió Francis y añadió. ─ Sé que ninguno de nosotros como hijos podemos acceder a la parte que nos corresponde hasta no cumplir los 25. No obstante, me gustaría pedirle hacer uso de mi fideicomiso que me dejase MamMargaret (Abuela) y con ello, poder costear los estudios de Sara hasta que se gradúe de su carrera.
─ ¡Ya veo! ─ dijo Anette. ─ Eso me indica que no deseas que ella regrese a su país.
─ Estás en lo correcto, madre. ─ aseguró Francis. ─ las relaciones a distancia no funcionan de ninguna forma y sería iluso de mi parte creerlo siquiera. Además, el lugar de Sara está junto a mí y le estoy dando el lugar que se merece en la familia.
─ De acuerdo, hija mía ─ convino Anette sin más cuestionamientos de su parte. ─ Nos haremos cargo de los estudios de Sara. Pero tú, deberás presentarla ante toda la familia como tu novia a la brevedad posible y viajaras conmigo a Chile para formalizar tu relación ante los padres de Sara. ¿Entendido jovencita?
─ Se hará como tu digas, madre ─ asintió Francis, más que feliz por la aceptación de su madre, que sin dudad, era quién gobernaba en casa. ─ ¿algo más? Porque deseo visitar a Raniel y reunirme con mi novia.
─ Si hay otra cosa que debemos discutir antes de que te retires ─ señaló en el acto Anette. ─ Y tiene relación a lo que sucede en tu recamara.
─ Yo…─ le estaba costando a Francis, hablar tan libremente de su vida intima con su pareja. ─ Yo…
─ ¡¿Sí?! ─ apremió su madre, alzando su ceja derecha inquisitivamente.
─ ¡Uf! ─ exclamó algo sofocada Francis y se animó. ─ quiero pedirte que me dejes estar junto a Sara en mi dormitorio como pareja que somos.

Fue aquí, que los mismos ojos azules de su madre, le quedaron viendo fijamente e hizo que la muchacha se ruborizara bastante, pues su madre era muy intuitiva.

─ ¿En base a qué? ─ inquirió de frentón Anette, provocando que su hija fuese lo más honesta posible.
─ En que deseo hacer una vida en pareja junto a Sara ─ Asumió llanamente Francis frente a su madre. ─ ¿Nos lo permitirás?
─ Si me opusiera a ello, tendría que estar viendo en como saldrían a caminar por los pasillos en la madrugada cambiándose de alcobas para que no las descubriese. ─ Consintió en definitiva Anette con un dejo divertido ante la situación y ver el bochorno de su hija. ─ ¿No es así?
─ ¡Ah!... ¡Este!... ¡Yap! ─ exclamó de todas las formas posibles Francis, para terminar por decir.─ Sí.
─ Tendrás que hacer modificaciones a tu alcoba para que puedan estar las pertenencias de Sara. ─ mencionó su madre. ─ Y te harás responsable de salir de compras con ella, ya que su equipaje es muy pequeño para permanecer más tiempo. Necesita ropa apropiada para las estaciones y de sus cosas esenciales que requiere diariamente. Es necesario que te ocupes cuanto antes de ello.
─ Por supuesto, Madre ─ repuso Francis, que no disimulaba su alegría.
─ ¿Qué esperas para ir con Raniel y traerme a tu novia? ─ indicó sin más Anette.
─ ¿Deseas hablar con Sara? ─ indagó sorprendida Francis.
─ Lógico, se convertirá en mi nuera muy pronto ─ mencionó directo Anette. ─ Es su deber hablar con sus suegros.
─ Como tú digas, madre ─ respondió Francis que se ya se levantaba de su asiento. ─ Voy a buscarla.
─ La estaré esperando ─ dijo Anette, y siguió concentrada en unos documentos que tenía frente a su escritorio y qué tenían relación a un cierto personaje que estaba investigando.

Después que su hija se fuese del todo. Anette, terminó de revisar todos los expedientes que le proporcionará David, su abogado. No cabía duda que vendrían cosas muy complejas para el condado como para la familia en sí. Guardó aquella carpeta en unos de sus cajones con llave y para distraerse quedo pensando en la conversación que había sostenido con su retoño.

─ Sin duda que la vida tiene muchas sorpresas y de ese país han venido a quedarse con dos de mis hijas ─ se dijo para sí, Anette, meditando en ambas situaciones. ─ Y es cuestión de tiempo para que también Claudine sucumba a los encantos de Nataniel.

La antigua Duquesa quedo pensando en cómo se habían desarrollado las cosas y lo estrechamente ligados que estaban con una persona que formó parte de su pasado como también lo hacía en el presente.

─ Con tu partida has hecho que no solo tu descendencia llegue a nuestras vidas sino que has traído  a una persona muy cercana a ti en el presente ─ murmuró Anette. ─ No es así, Rowine Mcraune.

Mientras la matriarca reflexionaba en ciertos sucesos acaecidos en el pasado y sacaba sus conclusiones. En otro sector del castillo, más propiamente en uno de los dormitorios…

Francis, llegaba a visitar a su cuñada y saber de su estado de salud. Saludándola como es debido y a todos los presentes, que notaron el cambio que se había producido en la joven Calguiere, que estaba más relajada y muy risueña. Y lo sorprendente fue verla situarse al lado de Sara y verla como mirada en forma arrobada a la joven Taffra.

En una de esas…

─ Tesoro ─ susurró despacito Francis muy cerca de su novia. ─ Mi madre quiere verte.

Sara, quedo viéndola sorprendida puesto que había sido primero su pareja y ahora, era el turno de ella. Tragó en seco y preguntó…

─ ¿Es algo que deba preocuparme? ─ indagó Sara, siendo muy cuidadosa en decirlo también bajo para no ser oída más que por su novia.
─ Debo recordarte que ahora eres mi novia y es lógico que tus suegros quieran conocer a su futura nuera ─ soltó con picardía Francis, y viéndola a los ojos con esa malicia típica en ella.
─ ¡Ya veo! ─ adujo Sara, retando con la mirada a su pareja. ─ Espero que no hayas puesto aún una fecha de compromiso o ¿Sí?
─ Ganas no me faltan, preciosa ─ provocó abiertamente Francis. ─ aunque siendo bien honesta; desde anoche comenzó a correr la cuenta regresiva para ti.
─ ¿Dime que es una broma? ─ preguntó inquieta Sara.
─ Tranquila tesoro ─ confortó Francis al ver el semblante pálido de su pareja. ─ Debe querer platicar contigo de algunas cosas, pero debo recalcarte que ahora estás inmersa en una familia con tradiciones y deberes que estamos obligados a cumplir.
─ Eso lo estoy asumiendo de a poco, mi querida Orquídea Sajona ─ repuso Sara. ─ Eres la hija de la Duquesa de Calguiere.
─ No, solo soy la hija sino la hermana de la actual Duquesa ─ puntualizó al callo Francis. ─ Con el mismo legado y deber que todos en la familia.
─ Un legado muy particular ─ convino Sara al recordar lo dicho por Raniel. ─ Para las que heredan ese título.
─ Sara, no es solo para quién hereda el título de Duquesa ─ corrigió Francis y a la vez, le confesó algo que la joven desconocía. ─ Sino que también cada uno de nosotros también tenemos un título que debemos asumir y cumplir como tal.
─ ¿De qué estás hablando Francis? ─ preguntó estupefacta Sara.
─ ¡Ven conmigo! ─ instó ésta.

Llevándose un poco más apartado a su novia, mientras el resto compartían anécdotas de la infancia de la joven Larson y de la propia Sara, a manos de los gemelos.

─ ¿Y bien? ─ insistió Sara.
─ Charles, Claudine y yo ─ comenzó explicando Francis. ─ recibimos de nuestra madre el título de Lord y Lady Calguiere. Lo que nos obliga a compromisos en representación de nuestra familia frente a su majestad la Reina y de otros eventos sociales que así lo requieran. Como también debemos hacer viajes de índole diplomático según lo requieran las circunstancias. Por lo que debemos estar disponibles según sea necesario. Por eso, es muy importante seguir las tradiciones de la familia y respetarlas como tal.
─ ¡Um! ─ atinó en exclamar Sara, tratándose de hacerse a la idea, jugando con sus manos sobre su rostro.
─ ¿Te molesta lo que acabo de decir? ─ preguntó sin rodeos Francis, que notó el cambio en su pelirroja.
─ A decir verdad, no me lo esperaba ─ confesó sinceramente Sara. ─ Y no me molesta, pero al igual que Rani, me pilla de sorpresa tu confesión y me cuesta un poco sopesarla del todo.
─ Es algo que no busque, Sara ─ señaló Francis, viendo fijo a esos ojos grises. ─ Nací inmersa en estas tradiciones y para mí, son de suma importancia. Por eso mismo, no quise involucrarme sentimentalmente y formalmente con alguien, dado que se debe ser muy cuidadoso de escoger bien a su pareja y exponerla a todo lo que el apellido Calguiere implica en la sociedad inglesa. Es un estilo de vida que muy pocos están dispuestos aceptar y la ambición mueve a muchos a buscar sacar provecho de ello. Y no es algo que quiero en mi vida.

Aunque esto siempre sea algo típico que suele verse en los estratos más altos de una sociedad. A la joven Taffra, le era más ajeno aquello y no tuvo que lidiar con esa clase de suerte de estar extremadamente sopesando las cosas y a las personas para no salir lastimadas. Tal como dijese la propia Francis, es algo que muchos no están dispuestos aceptar de buenas a primeras, estar constantemente en el escudriño de todos y la sola idea hacía que muchos dieran un paso al costado y dejasen libres a esa persona por mucho que la amasen.

─ No puedo decirte que comprendo lo que me estás diciendo, porque no crecí en un medio como el tuyo y sin embargo, acepto que es tu estilo de vida y no hay nada que pueda hacer o quiera cambiar ─ admitió con una aplastante franqueza Sara. ─ Así como tú me has hecho patente tú forma de pensar, quiero corresponder a ello siendo muy franca contigo. Hay una sola que me preocupa de tus tradiciones y tiene relación a la familia.
─ Por favor explícame, Sara ─ suplicó Francis. ─ ¿A qué te refieres con la familia?
─ Francis, yo puedo estar profundamente enamorada de ti y llegar amarte como nadie ─ expuso Sara. ─ Y aceptar un estilo de vida que es ajeno a mí porque se trata de ti y es parte de lo que conlleva iniciar una relación. No obstante, todo lo puedo permitir y consentir salvo que esas obligaciones que tú tienes vayan en desmedro de nuestra familia que pensamos formar. No te dejaré pasar que faltes a tus obligaciones como madre y esposa por dar el gusto a unos snobs y elitistas ingleses y si ello nos va a traer dificultades a futuro quiero que me lo digas desde ya.

¡Vaya dosis de honestidad! Casi brutal y aterrizada en lo que son otro tipo de obligaciones de mayor importancia como lo es una familia.

Francis, no pudo ni tuvo que molestarse en absoluto con lo expuesto por su novia porque tenía un peso consistente y un punto de vista muy válido. Ella sabía desde un comienzo que su pareja discrepaba con el estilo de vida Inglés y se lo hizo saber en aquel enfrentamiento camino al castillo. A pesar de ello y esa visión algo mal infundada por un lado, lo que más le agrado y apreciaba era el hecho de saber que su novia, su mujer y futura esposa, tenía como concepción del deber familiar y con la pasión con que hizo patente que no le dejaría pasar nada y eso, era lo más destacable. Era lo que la menor de los Calguiere quería desde niña; aunque un esposo en ese tiempo; pudiese valorar por sobre todas las cosas el núcleo familiar y estar dispuesto a defenderla a brazo partido.

La joven Calguiere, había encontrado lo que siempre deseo y buscaba afanosamente. Un alma a fin a su pensamiento y entrega, su alma gemela en el amor. Sin importarle nada más que no fuese su pareja, la tomó entre sus brazos y cerca de su oído le hizo saber su sentir.

─ Así como te prometí que lucharía con todo mí ser por ser la dueña de tu corazón, yo Francis Calguiere, te doy mi palabra hoy que no tendré motivo alguno para faltar a mis obligaciones como esposa y como madre de nuestros siete hijos ─ comprometió su voto Francis ante su novia. ─ organizaré siempre mi tiempo para darles a ustedes el lugar que se merecen. Mi familia estará ante y por encima de todo.
─ ¿Es una promesa? ─ inquirió Sara, que en su fuero interno ya se sentía dichosa de haber oído esas palabras, pero necesitaba la confirmación de ello.
─ Así es, tesoro ─ confirmó Francis. ─ Es mi palabra la que empeño ante ti.
─ Entonces, la acepto desde ya y velaré que se mantenga siempre fiel ─ aseguró Sara, descansando su frente en el torso de su pareja.
─ Hazlo siempre mi amor ─ consintió Francis y cerró sus ojos al mismo tiempo para disfrutar de ese momento junto a la mujer que ya estaba amando muchísimo.

Poco les duró esa paz que estaban disfrutando porque una joven se acercó a ellas y tocó el hombro de Francis…

─ Hermana ─ llamó sutilmente Claudine.
─ Dime ─ respondió Francis, separándose de su pareja.
─ Siento interrumpirlas, pero Anabelle quiere que se integren a la conversación y no se marginen de los demás ─ señaló Claudine, que las miró con mucho cariño al ver ese afiato que se estaba gestando entre ellas.
─ ¡Um qué descortesía de nuestra parte! ─ mencionó Francis que no era dada a ser mal educada.
─ No te disculpes hermanita ─ indicó Claudine, sobando su hombro a modo de confortarla. ─ Es natural que busquen esos momentos especiales entre las dos y aprovecho para decírselo a ambas. Hacen una bonita pareja.
─ Muchas gracias, Claudine ─ dijo Sara sonriendo ampliamente y recostando más su cabeza en el pecho de su novia.
─ ¡Verdad que somos perfectas! ─ se jactó Francis sin estupor alguno. ─ somos lo mejor de dos mundos.
─ ¡Francis! ─ reprendió Sara, dejando su pecho para verla fijamente a los ojos. ─ Puedes ser un poco más humilde de vez en cuando. No te haría mal cariño.
─ ¿Por qué tesoro? ─ inquirió sin un ápice de arrepentimiento por lo dicho. ─ No he dicho ninguna mentira somos la mejor pareja que hay y que reúne lo mejor de dos mundo. El europeo y el latino, es decir; inteligencia y pasión.
─ Jajaja ─ soltó en carcajadas Claudine al contemplar el rostro de su futura cuñada que no daba crédito a lo que escuchaba. ─ ¡Bienvenida a mi mundo Sara! Mi hermana no conoce la palabra humildad y es mejor que te hagas a la idea.
─ ¡Ya me doy cuenta! ─ murmuró con espanto Sara y mirando severamente a su novia, añadió lo siguiente. ─ Pero no te preocupes Claudine, eso tendrá que cambiar. De eso me encargo yo, te lo prometo como que me llamo Sara Taffra.

Tanto Claudine como la propia Francis, quedaron de una pieza ante el comentario de Sara y a pesar de que la primera quedo con la boca abierta y su hermana con la ceja derecha levantada; incapaz de defenderse o refutarle algo a su novia en cuestión.

Por su parte y sin esperar respuesta a sus dichos, la joven Taffra se fue directa hacia donde se encontraban los demás compartiendo una amena plática.

─ Definitivamente tienes un futuro prometedor junto a ella ─ señaló divertidísima Claudine. ─ ¡Al fin encuentras a quién te ponga en cintura hermanita!
─ Sin duda que ella es lo mejor ─ respondió Francis, viendo a su hermana y aceptando los hechos. ─ Como diría nuestra madre: he encontrado la horma de mi zapato y la verdad, queda a la medida y perfecta para mí.
─ ¡Ay hermanita te pasas! ─ exclamó sorprendida Claudine. ─ eres el monumento al ego hecho mujer.
─ Pues claro. ─ afirmó con desenfado Francis. ─ Soy la suprema Orquídea Sajona.
─ No sé si sentir compasión por Sara o levantarle un monumento por valiente ─ soltó con picardía Claudine, puesto que su futura cuñada ya era digna de admiración.
─ Ves que me das la razón ─ se jactó Francis pícara ─ nos dices que somos un monumento. La pareja perfecta y tú lo admites sin más.
─ ¡¿Qué horror?! ─ exclamó estupefacta Claudine cuyos ojos estaban muy dilatados por las barbaridades de su hermana. ─ Me rindo contigo. Será mejor que vamos con los demás. Antes de seguir oyendo tanta sandez junta.
─ Jajaja ─ rió jocosamente Francis y guiñando un ojo. ─ ¡Admite que estás feliz por mí y Sara! Y que ya quieres a tu cuñadita.
─ ¡Claro que estoy feliz por ti, tontona! ─ descargó enérgica Claudine. ─ Y es que desde que llegó Sara a tu vida. Fui testigo como te deslumbró por completo y quedabas como boba viéndola todo el tiempo y eso, que aparentabas mantener una distancia que de nada te servía porque lo único que deseabas es que ella se fijase en ti y en nadie más.
─ No te lo niego hermanita ─ confirmó llanamente Francis. ─ Desde el primer momento en que la vi entrar y luego, sonreírme, la quise solo para mí. Deseé con todo el corazón tener exclusividad en su vida y que fuese lo único que ella necesitara y viera.
─ Y lo conseguiste hermana ─ concordó Claudine. ─ Sara, desde un principio tuvo ojos solo para ti y desprecio a John frente a todos porque tú ya eras la dueña de su corazón.
─ Así tenía que ser! mi primo nunca tuvo una oportunidad con Sara ─ adujó seca Francis. ─ y puede ser presuntuoso lo que voy a decir; pero ella venía destinada para mí y John, no tiene cuento que tocar en esta historia. Sara es mía y no voy a entregársela a nadie y mucho menos a mi primo.
─ Debes hacer oficial tu noviazgo y asegurarte de que nuestro primo no tenga opción alguna ─ convino Claudine.
─ Acabo de hablar con mamá y ya le confesé que Sara y yo somos pareja ─ mencionó Francis muy seria. ─ Tengo su aprobación y además, me ha dejado hacer una vida en pareja con mi novia y eso quiere decir que Sara permanecerá en mi alcoba de ahora en adelante con el consentimiento de mis padres y con respecto a John, no dejaré que importune más a mi prometida. Voy a cortarle sus alas de raíz y enseñarle que la propiedad de un Calguiere se respeta.
─ Veo que has sido muy astuta hermanita y no has dejado nada al azar ─ alabó Claudine. ─ no esperaba menos de ti.
─ Soy una Calguiere hermana ─ puntualizó Francis. ─ Defendemos lo nuestro con todo y de quien sea. Y si eso me hace ser una mujer territorial; lo admito abiertamente; soy muy territorial tratándose de mi pareja.
─ No tengo nada que refutarte mi querida Francis. ─ acotó Claudine, abrazando a su hermana y dándole su apoyo de este modo. ─ Es nuestra forma de ser, nuestro sello familiar y no me resta más que felicitarte por tu noviazgo con Sara.
─ Gracias, mi Claudine ─ murmuró una radiante Francis. ─ Espero muy pronto ser yo, quién te felicite a ti por tu relación futura con Nataniel.
─ Es algo prematuro aún, pero dejaré que pase un poco más de tiempo ─ señaló honestamente Claudine. ─ no te niego que él me parece un chico extraordinario y me gusta mucho, pero, deseo conocerlo un poco más.
─ Siempre tan precavida hermanita ─ acotó Francis. ─ Y respeto tu forma de pensar y estoy segura que a ti y Alexandra, les llevará un poco más de tiempo conquistar a esos chicos Larson.
─ De mi parte no hay prisa alguna ─ aclaró Claudine. ─ Pero solo te puedo asegurar que el tiempo no será en vano y difícilmente deje escapar lo que también fue hecho para mí y de seguro, Alex, está en las mismas.
─ Jajaja ─ rió de buena gana Francis, causando que todos las quedaran viendo sin más. ─ ¡Ups! Esos gemelos no tienen idea con lo que se enfrentan.
─ ¡Tonta! no llames la atención de ese modo ─ amonestó Claudine, dándole un golpe en el hombro.
─ ¿Chicas que se traen ustedes dos? ─ inquirió Alesia, llamándolas con la mano.
─ Nada ─ se apresuró en decir Claudine. ─ Solo son bromas de mujeres, primas.
─ ¡Aha! ─ dijo Alesia sin creerles mucho que digamos. ─ dejen de aislarse y compartan con nosotros su visión de la vida y de ser mujeres.
─ No hay mucho que decir, Alesia ─ señaló Francis. ─ Solo que somos mujeres guapas, inteligentes y delicadas.
─ Buen punto, prima ─ adujo Alexandra apoyando  ─ somos mujeres acordes a buenos tiempos ¿No es así chicas?
─ ¡Ya! ─ exclamó admirada Anabelle ─ ¿Y la humildad dónde queda señoritas?
─ No seas agua fiesta, hermana ─ contradijo con desenfado Francis. ─ ¡Míranos a todas! Regias, bellas, inteligentes, jóvenes y con clase ¿qué más puedes pedir?
─ Con razón Sara y Raniel, no son afectas al estilo inglés ─ evidenció Alesia, haciéndoles recordar que muchos no comparten una misma visión. ─ Dejan que tengamos una mala imagen frente a los demás de ser presumidas y elitistas. Es hora de madurar un poco mis estimadas damas.

El silencio se sentó de golpe en la recámara de la Duquesa y de pronto fue roto por…

─ Jajaja ─ estallaron en un ataque de risa tanto Raniel como Sara y al ser observadas de golpe, taparon sus bocas con la mano, no antes de añadir a la par. ─ ¡Ups!
─ ¡Y ahora somos el hazme reír de las chicas! ─ reprendió Alesia, viendo a sus primas y hermana. ─ ¡Por Dios cuiden lo que dicen!

Ninguna pudo refutar nada frente a los hermanos de Raniel y porque además, venía llegando en ese momento Anette y James.

─ ¡Lo olvide! ─ se dijo para sí, Francis al ver a su madre y ver su mirada penetrante sobre su persona.

También la joven Taffra se percató de la intensa mirada de Anette y recordó lo que le dijese su novia hace unos momentos atrás.

─ ¡Cielos, no fui con Anette! ─ Se recriminó Sara  ─ ¡Y hablando de cuidar imagen! He dado una muy mala con esto.

Ambas jóvenes sintieron vergüenza de su olvido y traspiraron algo frío al no dejar de sentir aquella mirada.

─ Sara, nos darías un momento a solas antes de que nos sirvan el almuerzo ─ solicitó Anette, viendo a la joven. ─ Los demás, pueden ir ya al comedor que la mesa está dispuesta por la servidumbre.

No hizo falta que nadie dijese nada, porque cuando Anette Calguiere hablaba, era casi una orden pedida cortésmente y nadie objetaba nada en sí.

─ Sara, antes que lo olvide ─ mencionó James y sacando un presente de su portafolio. ─ John envía este obsequió de bombones para ti y te ruega que lo disculpes que no podrá visitarte por tener una junta con sus socios.

Aquello fue verdaderamente un balde de agua fría y molestó por lo demás; ya que Sara, fue bien clara con John de no aceptar sus sentimientos y solo le dio esperanzas de conocerse como amigos y nada más.

Su cuerpo se tensó tanto por los nervios y la rabia que la embargo, puesto que no necesitó mirar hacia donde se encontraba su novia para saber que esa mirada intensa era sinónimo de que esta situación le molestó.

No sabía qué hacer verdaderamente y por más que pensaba en qué decir para rechazar ese obsequio antes de que las cosas se complicaran más. Y fue ahí que, la campana la salvo y es que Alesia, comprendió que debía intervenir sí o sí, por el bien de Sara y para salvarle el pellejo a su insensato hermano.

─ Tío James, yo me quedaré con este regalo y me encargaré de que Sara lo disfrute cuando hayamos terminado de almorzar ─ intercedió Alesia, quitándole de las manos aquellos bombones. ─ ¿No es así mi querida Sara?
─ Yo… ¡Este!...sí ─ respondió una mortificada Sara, que salió de prisa y viendo a Anette. ─ ¡Cuando gustes Anette!
─ ¡Vamos! ─ dijo ésta que no era nada de tonta y comprendió a la perfección la situación.

Todos fueron abandonando la alcoba de Anabelle y cuando la última persona se disponía en marcharse, se oyó…

─ ¡Francis! ─ llamó Raniel.
─ Dime ─ dijo ésta.
─ A Sara no le gustan los bombones y mucho menos tu primo ─ aclaró Raniel a favor de su mejor amiga.
─ Ok ─ respondió Francis sin voltear a verla, tomando la manecilla de la puerta y añadir. ─ de lo último me encargaré yo.
Sin más la joven Calguiere se marchó de la recámara de su hermana mayor con un semblante bastante molesto. Y es que le desagradó en demasía la persistencia de su primo.

─ ¡Esto tiene que acabar ya! ─ masculló furiosa Francis. ─ A mi novia no la molestas más, John.

Con los puños apretados se fue directo al salón a la espera de su madre y novia para poder merendar juntos, aunque no estaba de humor para probar bocado y solo una cosa tenía en mente… ¡volar de la faz de la tierra a John!

Por su parte en uno de los despachos del castillo…

─ ¡Toma asiento por favor, Sara! ─ convido Anette y luego, se dispuso al costado de la joven a diferencia de lo que hiciera con su hija.
─ Gracias ─ dijo Sara.
─ Mi niña antes que nada, quiero aclararte que no te cite aquí para reprenderte ni mucho menos. Es otro mi objetivo ─ aclaró Anette viendo el rostro preocupado de la muchacha. ─ Necesito que hablemos con total confianza acerca de tus sentimientos hacia mi hija.
─ ¿Qué deseas saber Anette? ─ preguntó Sara abierta a un dialogo sincero y distendido.
─ Me gusta esa actitud ─ convino Anette y fue directo al grano. ─ ¿Qué sientes por mi hija, Francis?
─ Estoy enamorada de tu hija ─ respondió Sara. ─ Mejor dicho, fui enamorándome de ella desde el momento de conocerla y creí que no podía ser correspondida por ella, dado que me habían dicho que era heterosexual. Disculpa mi franqueza en decirlo de este modo.
─ Descuida, di lo que sientes verdaderamente ─ instó Anette. ─ Lo que importa es tu verdad, no como lo digas, sino que seas honesta.
─ Comprendo y de mi parte lo tendrás ─ aseveró Sara.
─ ¿Estás consciente que somos una familia con una tradición peculiar para los demás? ─ inquirió Anette.
─ Lo estoy ─ respondió Sara ─ Y le he dicho a Francis que si algo ajeno a mi vida, pero que lo acepto porque se trata de ella y que puedo vivir con eso. Salvo que falte a su compromiso con nuestra familia.

Aquello causo una grata sorpresa en Anette, que comprobó que la chica era muy lista y que le dio más importancia a un asunto verdaderamente valioso para la antigua Duquesa como es la familia.

─ ¿Estás de acuerdo con que ella participe de obligaciones sociales? ─ trató de indagar más Anette y la llevo de plano a dónde quería y esperaba su respuesta.
─ No tengo problema alguno en que Francis cumpla con sus obligaciones ─ afirmó Sara con mucha propiedad. ─ Lo que sí y lo vuelvo a repetir. Es que no le consentiré que falte a sus obligaciones con su familia, sus hijos y conmigo por causa de eventos sociales u otros compromisos. Para mí, la familia es ante todo y prioridad.

Anette, junto sus manos en un acto de aprobación ante lo expuesto por la joven. Le dio gusto escucharla y defender su postura con pasión y vehemencia.

─ Celebro que la familia sea prioridad en tu vida y me mayor gusto me da, el saber que guiaras a mi hija por un buen camino que es la unidad familiar ─ alabó Anette. ─ Eso me demuestra que eres perfecta para Francis.
─ Es que no puede ser de otra manera, Anette ─ acotó Sara. ─ Vengo de una familia muy unida, que se ama, se cuidan y respetan uno por los otros. Soy descendiente de italianos y la familia lo es todo para nosotros.
─ ¿italianos? ─ indago curiosa Anette.
─ Sí de padre y de mi madre ─ afirmó Sara ─ mis abuelos por ambas partes, eran italianos y venían de Turín y Génova.
─ Entonces eres una chica muy apasionada y protectora de la familia ─ expuso Anette.
─ Así es, soy la más fiel creyente del valor de la familia ─ aseguró con vehemencia Sara.
─ Puedo constatarlo por la pasión que hablas ─ mencionó Anette complacida de escuchar a la muchacha. ─ Me da gusta tenerte en la familia o mejor dicho que te integres a nuestra familia. Sé que mi hija estará en muy buenas manos.
─ Soy yo la agradece que confíes a tu hija a mis cuidados como a mi amor ─ expuso Sara y añadió. ─ daré mi máximo en dedicarle mi tiempo y vida en hacer feliz a Francis.
─ Me complace oírtelo decir ─ convino Anette. ─ Y por mi hija estoy enterada que ya son novias, y sin embargo, deben oficializarlo ante la familia como también ante tus padres.
─ Por supuesto ─ concordó Sara. ─ Mis padres deben estar al tanto de mi relación con Francis, puesto que ellos saben que no deseaba entablar relación alguna hasta no encontrar a la persona correcta para mí.
─ Lo que nos pone en un nuevo escenario, niña mía ─ puntualizó Anette. ─ al comprometerte con mi hija, debes saber que es imposible que mantengan una relación estando ambas a miles de kilómetros la una de la otra. Tu deber, mi querida Sara es estar al lado de mi hija y lo que nos lleva a pedirte que concluyas tus estudios aquí en Inglaterra.
─ Comprendo ─ dijo ésta y añadió enseguida. ─ Y es algo que debo hablarlo con mis padres ya que en mi país yo estoy becada por mis notas y acá mis padres deberán costear mis estudios.
─ Sara, es fundamental que tus padres estén al tanto de tu nueva situación y den su consentimiento para ello ─ explicó Anette. ─ Y antes que hables con ellos, debo informarte que tus estudios serán costeados por nosotros a petición de mi hija por lo que debes liberar a los tuyos de ese deber.
─ ¿Por qué? ─ preguntó asombrada Sara. ─ Yo no he pedido tal cosa y es como aprovecharse un poco de la situación por ser novia de Francis. En verdad, no busco ni pretendo eso. Quiero que mis estudios me cuesten a mí en esfuerzos y todo, por eso luché por tener las mejores calificaciones y optar a una beca presidencial. Cosa de no ocasionar mayores gastos a mis padres dado que somos varios hermanos y la educación es costosa en cualquier país.
─ Sin duda que lo es mi niña ─ concordó Anette y agregó. ─ Sabes que no eres la primera que me demuestra ser muy independiente en que querer tener sus cosas por sus medios y es que Raniel, hizo lo mismo al igual que tú.
─ ¿De verdad? ─ indagó Sara.
─ Así es, tú y ella son muy parecidas y comprendo porque son grandes amigas ─ aseveró Anette. ─ Ahora, debo aclararte que es mi hija, Francis, quién desea que tú estudies acá y será ella, quién pague tu colegiatura y fue su decisión y yo la respeto como tal.
─ ¿Francis pagará mis estudios? ─ preguntó totalmente estupefacta Sara, abriendo la boca del asombro. ─ Pero ¿Cómo es posible eso?
─ Muy simple, niña mía ─ explicó Anette que no dudo en hablar con la verdad. ─ Nosotros somos una familia de recursos porque somos empresarios ante los títulos que ostenta esta familia y cada miembro de esta linaje cuenta con su herencia que recibe  a partir de los 25 años, pero al margen de ello, cada hijo tiene un fideicomiso por parte de sus abuelos que pueden hacer uso según lo requieran y que nosotros como padres consintamos para ello.
─ Entiendo ─ dijo Sara, mortificada por los planes de su novia. ─ Con mayor razón es algo que no puedo aceptar, Anette. Yo lo siento mucho, pero no puedo dejar que Francis, utilice algo que le dejo sus abuelos para su disfrute como para gastarlos en mis estudios. No podría vivir con eso.
─ ¡A ver Sara! ─ reparó seria Anette. ─ comprendo tu sentir y a lo mismo que sucedió con Raniel. No puedes despreciar lo que mi hija está ofreciéndote desinteresadamente y motivado por amor nada más. Y si he tenido la deferencia de decírtelo es porque me gusta hablar con total franqueza. No he sido yo sino mi hija, quién lo propuso y ella no aceptará que otros cumplan con un deber y derecho que Francis, cree suyo.

La muchacha fue incapaz de rebatirle ese punto. Si ella estuviese en la misma situación haría exactamente lo mismo por lo que comprendía su proceder. Pero, le costaba asumirlo un poco.
Esos profundos ojos azules de Anette, contemplaron detenidamente  a la joven a la vez que esta jugaba nerviosamente con sus manos y era de esperarse su reacción y que son pocos los que no les gusta ser una carga para otros.

─ Por favor, acepta el regalo de mi hija. ─ instó amorosamente Anette. ─ para ella eres su mundo ahora y quiere darte lo mejor y no dudará en entregarlo todo por su ser amado. No rechaces su forma de demostrarte cuanto te ama.

Resultó efectivo la petición de la madre de Francis y es que el corazón de Sara, no podía contenerse de la alegría que la embargaba y saber que era una muestra de una de sus tantas promesas que cumplía con todo su corazón. Dejo muy buen semblante y ánimo en la joven. Una mujer que estaba dispuesta a todo tal como se lo dijo esa noche en el torreón. Y estaba cumpliendo con su cometido.

─ De acuerdo Anette ─ murmuró tímida Sara y feliz a la vez. ─ aceptó el regalo de tu hija y me comprometo en dar lo mejor en mis calificaciones para recompensar su amor con ello.
─ ¡Excelente! ─ adujo Anette ─ ahora, mi bella niña reunámonos con los demás a almorzar y más adelante seguiremos conversando tú y yo sobre otros deberes con la familia ¿te parece?
─ Por supuesto ─ respondió Sara y se levanto de su asiento junto con la dueña de casa. ─ cuenta con ello.
─ Aprecio ese gesto tuyo, futura nuera ─ correspondió amablemente Anette y tomo su mano y la apretó en forma de respaldo, un gesto poco convencional en un Inglés.

Sara, no sabía si fueron sus palabras o el gesto que hizo Anette, entregando su apoyo que provocó una dicha tan grande que no supo expresar con palabras y solo se limitó en sonreír en forma de agradecimiento.

─ Y yo agradezco que me consideres de esa forma ─ mencionó Sara con un cierto rubor en sus mejillas.
─ Es que lo serás dentro de muy poco ¡Y qué mejor! Habituándote a oírlo desde hoy ─ manifestó dulcemente Anette y tomándola del brazo. ─ Lo que sí, me gustaría pedirte que me pusieras al día con esos planes que tienen de tener hijos ¿te parece?
─ Por supuesto ─ Convino Sara y paso su otra mano sobre el brazo de Anette. ─ ¿Quieres ya tener nietos?
─ Of course ─ respondió muy siúticamente al modo Inglés, Anette.

Ambas, salieron del despacho tomadas del brazo y platicando muy a gusto sobre los planes de maternidad. Daba gusto verlas referirse a cómo sería ver a pequeños piecitos correr por el castillo y más sorprendente aún, era ver ese afiato que tenían suegra y nuera. Cómo si llevasen muchísimo tiempo compartiendo.

Entre risas entraron al comedor principal donde las esperaban todo el clan Calguiere junto a sus invitados la familia Larson. Y a todos les causó una grata sorpresa ver reír a la matriarca de esa familia, sin tapujo alguno y haciéndose unos pequeños hoyuelos en sus mejillas; que por cierto sus cuatro hijos también tenían esa característica.

─ ¡Querida te sienta muy bien verte sonreír de esa forma! ─ alabó su esposo James. ─ Hacía mucho tiempo que no te veía disfrutar de ese modo.
─ Lo sé cariño ─ repuso Anette y viendo a la joven Taffra que tomaba asiento junto a uno de los gemelos. ─ Con Sara hemos descubierto muchas cosas en común y he pasado un agradable momento en su compañía.
─ Entonces debemos agradecer a nuestra invitada por aquello ─ señaló James.
─ Querido, disculpa que te interrumpa ─ expuso Anette y luego, de que su esposo consintiera con un movimiento de cabeza y en eso, vio directo a la joven Taffra y añadió lo siguiente. ─ Sara, ten la bondad de tomar asiento junto a mi hija Francis. Ese es tu lugar de ahora en adelante.

La susodicha quedo más que sorprendida con la petición de Anette y solo atinó en ver a su novia que estaba al frente suyo y con la mirada la invitaba a ocupar su nuevo lugar. No podía evitar sentir un poco de nervios y es que sentía las miradas clavadas en su persona. Aún así, con nervios y todo, tomó su lugar junto a su pareja.

─ Gracias, Madre ─ repuso Francis, valorando el gesto para con ellas. ─ Es muy importante para nosotras.
─ Eso lo sé bien, hija mía ─ puntualizó Anette y viendo a los demás, agregó. ─ Aprovechando la ocasión que solo estamos la familia en sí, los Calguiere y haciendo participe a nuestros invitados. Y aunque no es oficial aún y frente a todos a ustedes quiero ponerles en conocimientos de que Francis y Sara se han convertido en novias. Por lo tanto, deseo que todos les den a Sara la bienvenida a nuestra familia y además, de apoyarla en la nueva etapa que comienzan juntas.

El que Anette haya decido dar a conocer un suceso de esta envergadura, es porque tenía razones de peso para hacerlo y de paso, se anticipó a un próximo escenario, por ello, hizo hincapié en lo de la familia Calguiere. Estaba presente solo su núcleo familiar y era lo relevante para ella, como madre.

La matriarca no solo se anticipo sino que zanjó de inmediato una posible disputa entre dos de sus hijos. Al revelar la relación entre las dos jóvenes, dejo claro a su hijo que no había opciones para él.

─ Madre ¿entonces ellas ya son novias? ─ preguntó algo confundido Charles.
─ Así es hijo mío ─ afirmó sin rodeos Anette. ─ Tú no tienes interés en Sara, solo es admiración por su belleza y eso lo pude comprobar hace dos noches.
─ Bueno, Sara, es un mujer muy bella ─ Confirmó Charles. ─ Cualquier hombre no apartaría sus ojos de ella, pero tienes razón madre. No podría verla  más allá y menos atreverme a competir con mi hermana Francis. Es absurdo, pero sí reconozco que las mujeres de esta familia nos quitan a las chicas más bellas y perdemos irremediablemente. ¡Pobre de mi primo cuando sepa!
─ No se trata de perder a manos de nosotras, Charles ─ expuso Anabelle, que comprendía el sentir de su hermano. ─ Simplemente el destino y el amor venía hecho para nosotras. Es algo que no buscamos ni pretendíamos ni Francis ni yo, solo se dio y nos enamoramos de ellas con todo nuestro corazón. Es una fuerza a lo que no puedes oponerte hermano.
─ Anabelle tiene razón, Charles ─ acotó Francis y viendo a su pareja. ─ Y hablando desde mi punto de vista, todos ustedes sabían de mis planes a futuro, por lo que te demuestra que no busque enamorarme de Sara con intención. He de confesarte que desde el primer minuto en que nos conocimos, mi mundo cambio por completo y me enamoré de ella como no tienes idea y confieso abiertamente que no renunciaría a Sara por nada ni nadie.
─ Hermanita, no busco ofender con mi comentario ─ Aclaró Charles y viendo a su hermana menor. ─ Lo que si no puedes negar, que ustedes se han llevado a dos chicas preciosas y solo nos queda verlas con los brazos cruzados porque no fuimos capaces de conquistarlas. Definitivamente ustedes dos ganaron y como tú dices, por amor uno pierde hasta la razón. Solo me queda felicitarte a ti y a Sara. Y como bien dijo mamá, seas bienvenida a la familia futura cuñada.
─ Muchas gracias, Charles ─ dijo Sara, que buscó la mirada de su novia. ─ solo puedo decir que mi corazón desde el primer minuto fue de Francis.
─ Charles, yo fui muy clara en el compromiso de nuestra hermana que había alguien más interesado en Sara ─ confesó Francis. ─ Y esa persona era yo.
─ Ahora lo recuerdo bien ─ confirmó Charles ─ ¿Quién lo iba a decir que mi hermanita ya le había echado el ojo a nuestra invitada?
─ No el ojo, hermano ─ refutó una traviesa Francis. ─ Sino que la soga al cuello y no tenían como quitármela.
─ ¡Francis! ─ amonestó un poco su madre. ─ cuida tus modales hija mía.
─ ¡Perdón madre! ─ se disculpó ésta y quedo atónita al ver la ceja arqueada de su novia al verla inquisidoramente.
─ Jajaja ─ fue la risa generalizada de todos los presentes al contemplar la escena.
─ No cambiaras hermanita ─ se burló Charles a expensas de Francis. ─ ¡Buena suerte con Sara! Tengo un amigo abogado por si lo necesitas.

Se notaban como aquellas pupilas azules quedaban viendo con un signo de pregunta a su hermano y volvían a ver a su novia que no cambiaba de postura. En realidad era intimidante la mirada de aquella pelirroja y los demás, no dejaron de sonreírse por el espectáculo que estaban viendo.

─ ¿Estás segura Sara de querer estar con mi hermana? ─ inquirió divertida Claudine. ─ Es todo un caso y te garantizo que tendrás dolores de cabeza por mayor. Solo te puedo recomendar mano dura con ella.
─ ¡Claudine! ─ chilló Francis con la boca abierta después de oírle decir aquello. ─ ¿No me ayudes tanto quieres?
─ No será necesario eso ─ señaló Sara, que suavizo sus facciones y miro con amor a su pareja─ Tengo el modo perfecto para conllevar su ego y travesuras.
─ ¿Cuál? ─ preguntaron Claudine y Charles.
─ Uno que es infalible ─ repuso Sara y acariciando la mejilla de su novia, añadió ─ El amor.
─ ¡Bien dicho niña mía! ─ alabó Anette mas que complacida de oírla, sino que al ver la adoración en los ojos de su hija, supo que ello sería así. ─ Es así como debe ser.
─ Entonces familia ─ habló James, alzando su copa. ─ propongo que hagamos un brindis por esta nueva pareja y que pronto sea oficial su noviazgo. ¡Salud por Francis y Sara en su relación que se inicia!
─ ¡Salud! ─ expresaron todos los presentes y brindaron a favor de la nueva pareja.

Después del brindis, los sirvientes procedieron en servir la comida a todos y estaban disfrutan de las delicias culinarias,  y una persona se acercó al oído de otra persona…

─ ¿Se puede saber qué tanto hablaban mi madre y tú? ─ preguntó una curiosa Francis. ─ Para que ella estuviese tan feliz.
─ Cosas de mujeres, amor ─ respondió evasivamente Sara.
─ ¿Y yo no soy mujer acaso? ─ inquirió asombrada Francis, que no le gustaba quedarse con la curiosidad.
─ Eres muy curiosa mi querida Francis ─ mencionó risueña Sara ─ pero te responderé por ser tú, mi bellísima novia.
─ ¿Y? ─ apremió mucho Francis.
─ Tu madre y yo hablábamos de nietos ─ explicó Sara. ─ De nuestros hijos.
─ ¿En serio? ─ indagó perpleja Francis y a la vez emocionada de saber que su madre ya daba muestras de querer tener nietos.
─ Así es mi vida ─ afirmó Sara. ─ Y está feliz con la idea de que le demos nietos.
─ ¡Perfecto! ─ exclamó pícara Francis que no ocultó su deseo de ser madre. ─ Nos pondremos en campaña cuanto antes.
─ ¡¿Qué?! ─ fue el turno de Sara de quedar consternada con lo dicho por su novia. ─ espera un momento Francis Calguiere. Primero nos casamos y luego, tendremos hijos. No traeré niños al mundo fuera del matrimonio. Soy muy conservadora en ese sentido.
─ Jajaja ─ rió con ganas Francis ante la confesión de su pareja. ─ Por supuesto mi vida ¿Y que no eras participe del modo Inglés?
─ No lo soy ─ evidenció Sara. ─ Pero al igual que ustedes soy muy tradicionalista.
─ ¡Tesoro! ─ murmuró dichosa Francis, acariciando la mejilla de su chica. ─ ¿Sabías que me tienes loquita?
─ Desde el primer día ─ se ufanó esta vez, Sara. ─ Soy irresistible.
─ Claro que lo eres ─ confirmó Francis, besando esos labios de su mujer. ─ Por eso no puedo alejarme de ti ni un instante.
─ ¡Um! ─ susurró apenas Sara entre los labios de su novia. ─ No lo hagas y quédate siempre a mi lado.
─ Eso dalo por hecho, tesoro ─ aseguró firme Francis y se separó de inmediato de su pareja dado la mirada que le diese su madre.

Ambas volvieron a ocuparse en alimentarse y compartir junto  a la familia e invitados en un ambiente alegre, con más anécdotas de parte de los Larson, sobre las chicas; con la salvedad que esta vez Anabelle se había retirado ya que había hecho acto de presencia y cortesía que duro solo unos 7 minutos para volver al lado de su prometida y llevarle sus alimentos y cuidarla como era debido.

Entre el almuerzo y la sobre mesa estuvieron compartiendo por espacio de casi dos horas y luego de ello, cada miembro se ocupó en diversas cosas. Los jóvenes Larson fueron llevados por Claudine y Alexandra a disfrutar de una cabalgata. Los adultos fueron a recorrer unas haciendas de cultivo y cría de animales. Mientras que Sara, se fue directo al dormitorio de Raniel; que ya estaba bien alimentada y bañada; y que la esperaba para estudiar en presencia de su prometida que cumplía su promesa de cuidarla y estar junto a ella.

Por su parte, Francis, se hallaba en la biblioteca de la familia recopilando información sobre Arquitectura y aún estaba incompleta su labor por lo que decidió llamar a una compañera de clases.

─ ¡Buenas tardes Ashley! ─ saludó Francis.
─ ¡Buenas tardes Francis! ─ correspondió el saludo la joven al otro lado de la línea. ─ ¿A qué debo tu llamada? Te hacía descansando y disfrutando de esos invitados y parientes de tu futura cuñada.
─ Lo hago en cierta forma Ashley ─ indicó Francis y fue directo al grano. ─ Te llamaba porque necesito pedirte un favor. Tu hermana egresó de Arquitectura hace dos años y puede tener apuntes sobre una materia que estoy necesitando.
─ ¿Estás interesada en la Arquitectura ahora? ─ inquirió asombrada su compañera. ─ Pensé que la ingeniería mecánica y los negocios, era lo tuyo.
─ Y siguen siéndolo ─ afirmó Francis. ─ Digamos que ahora tengo motivos para interesarme en la Arquitectura dado que hay alguien muy cercano a mí que necesita cierta información. ¿Qué me dices? ¿Cuento con tu ayuda?
─ Tú sabes muy bien que sí ─ mencionó Ashley. ─ Lo que sí debes después contarme quién esa persona tan cercana a ti, pillina porque te conozco Francis. No eres dada en ayudar a extraños en ese ámbito. Ahora dime ¿qué información necesitas?
─ En su momento te diré todo y solo puedo adelantar que es demasiado importante para mí ─ señaló Francis, con ese misterio propio en ella y añadió. ─ Mira es información tiene que ver con Arquitectura barroca y… (Fue explicando la joven a su compañera)

Después de ponerse de acuerdo por vía telefónica con su compañera; quedaron en enviar los antecedentes a su email y así, poder imprimirlos. Estuvieron unos minutos más platicando en cosas típicas de jóvenes de 20 años y luego, se despidieron sin más.

Francis, recibió los archivos de su amiga y compañera. Los reviso minuciosamente y luego, imprimió todo lo que creyó relevante para los estudios de su novia y cuñada. Cuando ya hubo acabado con todo. Ordenó y guardó todo y salió de la biblioteca con rumbo a la recámara de su hermana cuando se topó de frente con su prima Alesia, que venía llegando de su casa y con algo bajo el brazo que hizo que el ceño lo frunciera de inmediato.

─ ¡Al fin te encuentro! ─ mencionó Alesia. ─ necesito hablar contigo, prima.
─ ¡Tú dirás! ─ señaló Francis defensivamente.
─ ¡Ey! ─ exclamó en el acto Alesia. ─ vengo en son de paz, Francis.
─ Pues entonces, habla ─ instó ésta.
─ ¿Quiero saber qué harás con esto? ─ indicó Alesia, mostrando la caja de bombones. ─ Sara no deseaba aceptarla por respeto a ti, por lo tanto, vengo a preguntártelo directamente.
─ Deshazte de ellos ─ mencionó seca Francis. ─ Sara no necesita nada y si ella quiere o necesita algo, me tiene a mí para pedirlos.
─ ¿A ti? ─ inquirió Alesia, que trató de disimular pero a la vez hacer que su prima fuese honesta. ─ Hasta dónde yo sé, Sara, es responsabilidad de mis tíos por ser su invitada o ¿me perdí de algo hoy?
─ Alesia no te hagas la tonta ─ replicó un poco cabreada Francis. ─ no te queda el papel de ignorante y sabes muy bien que Sara es mi responsabilidad.
─ ¡Um! Para que hablemos de responsabilidad se tiene que asumir como tal, mi querida prima. ─ enfatizó Alesia siendo muy aguda en su planteamiento. ─ Y eso indicaría que ella es; como decirlo; ¿tu novia?
─ Por supuesto que lo es, no oficialmente aún ─ aclaró la joven Calguiere. ─ Pensé que te quedo claro en el estacionamiento.
─ Solo vi un beso nada más ─ provocó Alesia, deseaba saber hasta dónde llegaría su prima. ─ Eso no dice mucho y al no hacerlo oficialmente ante tus padres, deja una puerta abierta  a otros, como mi hermano.

Esa fue la gota que sobre paso el vaso de la paciencia de Francis y se contuvo de no tomar de los hombros a su prima y darle una buena sacudida. Pero en cambio, su rostro reflejo lo que su interior sintió… Mandarla a volar al igual que su hermano.

─ No te quieras pasar de lista Alesia Brigston ─ masculló muy molesta Francis. ─ Si lo que deseas es provocarme estas a punto de conseguirlo y solo por respeto a que eres mi pariente no te pongo en tu lugar. Suficiente tengo con las estupideces de tu hermanito como para tener que soportar tus idioteces.

Voy aclararte bien las cosas para que las metas en tu cabecita y no me fastidies más. Sara desde anoche se convirtió en mi novia y mis padres ya están al tanto de nuestra relación al igual que mis hermanos fueron informados por mi propia madre en el hora del almuerzo y me comprometí con ella en viajar a casa de los padres de Sara y pedir su consentimiento y hacer oficial nuestro noviazgo al igual que será nuestro compromiso.

Con esto quedan aclaradas tus dudas, primita ─ finalizó Francis viendo muy seria a la joven Brigston. ─ Y con respecto a John, lo quiero muy lejos de mi novia y todo lo que tenga relación con él.
─ ¡Al fin Dios! ─ exclamó de lo más campante Alesia, bajando el perfil del tenor de las palabras de su prima. ─ te atreves a llamar con propiedad a tu relación con Sara, niña gruñona. Pensé que ibas a mantenerlo en secreto como todo lo tuyo.
─ ¡¿Qué?! ─ inquirió atónita Francis. ─ ¿Estás diciendo que todo ese interrogatorio y cizaña de tu parte no era más que una treta para hacerme hablar?
─ Of course ─ respondió sin empacho Alesia. ─ Era la única forma de hacerte confesar tus sentimientos por Sara y además, que le dieras el lugar que ella se merece. Te dije bien claro, que no la dejaría a manos de nadie que no fuese digna de su amor. ¿Y qué mejor forma? Que te jugarás la vida por ella.
─ ¡Ay Alesia! ─ exclamó resignada Francis, que por fin comprendió todo la forma de actuar de su prima. ─ Estuve a punto de mandarte a China por la entrometida que estabas siendo. ¿Qué no pudiste preguntar de frentón? No fue claro para ti que yo me atrevería en besar a alguien frente a mi familia si no fuese verdaderamente importante para mí. Dije  que deseo pasar todo el tiempo junto a ella, toda una vida y es porque quiero hacerla mi esposa.
─ Francis ─ murmuró una Alesia, que más parecía una niña que una joven de 25. ─ no busque fastidiarte de ese modo sino que reconocieras abiertamente que Sara, era la mujer perfecta para ti, tu amor, tu todo. Estabas siendo necia por momentos y me desesperó verte caer en un error que muchos cometemos por estúpidos, dejar ir el verdadero amor a causa de temores. ¡Ven acá, mi niña necia y terca!

La Condesa, abrazó a su prima menor y la estrechó fuertemente entre sus brazos. Por un instante se sintió vulnerable y quiso hacerle ver que en la vida no se puede dejar pasar oportunidades como ésta, de conocer el amor de tu vida.

─ ¡Lo siento! ─ se disculpó Alesia, cuyos ojos se vieron algo vidriosos por el sentimiento guardado muy profundo dentro de su pecho.
─ Prima, yo más lo siento ─ mencionó Francis, que se abrazó a ella por sentirse culpable por ser desconsiderada con ella. ─ Solo buscabas protegerla y ayudarme a ver mi error. Te prometo que cuidaré de ella y me jugaré la vida por darle todo lo que se merece.
─ ¡Sólo amala! ─ susurró Alesia con un dejo de dolor en su pecho y algo quebrada su voz. ─ El amor verdadero puede romper mil barreras, dar vuelta mil situaciones y perdonar ciento de ofensas, porque cuando amas solo una cosa tienes en mente, darlo todo y su dicha es la tuya. Eso es amar.
─ Lo haré ─ prometió Francis. ─ Es una promesa, Alesia.
─ ¡Que así sea! ─ bendijo de ese modo la joven Brigston.
─ Ahora ─ señaló Francis. ─ puedes tirar esa cosa a la basura por favor. A mi novia, no le gustan.
─ Ok ─ consintió Alesia, separándose de su prima. ─ ¿Por qué los hombres piensan que todas las mujeres se derriten por chocolates y bombones?
─ Será porque no piensan ─ soltó mordaz Francis y siendo bien burlona. ─ Creo que cero neuronas  cuando se trata de romanticismo.
─ Jajaja ─ rió de buena gana Alesia con el comentario Alesia. ─ Un poquito de investigación personal les sentaría mejor ¿no crees?
─ ¡Así es! ─ concordó Francis. ─ ¡Mírame a mí! Sé que a mi novia no le gustan las cosas dulces, pero adora bailar y las flores, en especial las rosas blancas.
─ Haz hecho tus deberes prima ─ expuso Alesia. ─ ¡Bien hecho!
─ ¡Hablando de deberes! ─ recordó Francis. ─ te dejo prima. Voy con las chicas a entregarle material para sus estudios.
─ Y de paso estar con tu novia ─ enfatizó Alesia. ─ una excelente excusa.
─ Esa es la idea ─ respondió sin más Francis. ─ Permanecer el mayor tiempo  a su lado.
─ ¡Ve entonces a su lado! ─ instó Alesia.
─ Nos vemos más tarde ─ señaló Francis.
─ Nos vemos ─ repuso Alesia y se dio media vuelta con dirección a la cocina.

Tiempo después, Francis, entraba al dormitorio de Anabelle y les entregaba el material para que estudiasen. Y aprovechando la ocasión, con permiso de su hermana, se descalzó y se sentó detrás de su novia; siendo emulada por la Duquesa en la acción y juntas estudiaron con sus respectivas parejas al punto de que las horas pasaron volando y el sueño terminó no solo agotando a ambas hermanas sino que momentos más tarde sus parejas decidieron acompañarlas y aprovechar de disfrutar estar en brazos de su novias.

Sólo horas más tarde, sería la propia Condesa en compañía de su hermana Alexandra y junto a Claudine, testigos de una escena bella y romántica que no hubiesen imaginado. Dejando que disfrutasen de ese modo y abandonaron el dormitorio en silencio no sin antes tapar a las dos parejas con cobertores.

Al salir del cuarto y en camino al comedor, se toparon con John que iba directo a saludar a la joven Taffra, pero fue su propia hermana mayor, Alesia; quién lo detuviese y ordenase que las dejase descansar y se interpuso en sus intenciones. La Condesa, decidió proteger a las chicas hasta que fuese el turno de Francis de poner en su lugar a su primo al revelarle que Sara, era su novia.
Fue así que, John, tuvo que obedecer sin chistar los mandatos de su hermana que era temible cuando se enojaba y prefirió postergar el encuentro hasta mañana. En que vendría muy temprano a buscar a la joven Taffra para llevarla a una cita en pleno centro de Londres.

Unos planes muy peligrosos para el joven, puesto que desconocía lo que estaba sucediendo con su prima y la joven Taffra. Tendría que lidiar con una larga y dolorosa conversación que no podía seguir postergándose por el bien de los tres.

Se puede decir que fue una cena agradable en el castillo en que se compartió además junto a la Familia Brigston Calguiere y con un invitado personal y especial de Anette y su hermana Mariana, quién más que su socio y amigo, que era nada menos que un pariente más cercano para una joven que lo desconocía por el momento, siendo ella, el eslabón perdido de su familia, la de Joseph Mcraune.

La noche prosiguió su curso y cada uno de los presentes de retiró a descansar para el siguiente día en que visitarían la campiña del socio de Anette y aprovechar ese domingo en un almuerzo campestre.

Por su parte en la alcoba de la Duquesa. Ambas parejas dormían plácidamente dentro de lo que se podía, dado que eran cuatro en una cama, aunque esta fuese amplia, era multitud por donde se mirase.

La noche prosiguió su curso y las manecillas del reloj seguían su carrera loca. Y las estrellas mantenían dominio absoluto sobre el vasto firmamento y a lo mismo que muchos animales nocturnos a medida que se fue corriendo la sombra de la noche, así también nuestras relucientes estrellas comenzaron a retirarse una a una hasta desaparecer casi todas en su totalidad y dar paso a un alba, tenue y tímida que asomaba silenciosa sin atreverse a importunar a sus moradores.

Un poco antes que la claridad se mostrase por completo, sin hablar de luz solar aún. Unos parpados comienzan abrirse gradualmente y se desorienta un poco al no reconocer bien el lugar en qué se encontraba.

Acostumbró de a poco a sus ojos azules a la tenue claridad que se asomaba en el lugar y cuando ya se adaptó a ello, se percató que no era su dormitorio y fue ahí que, tomo conciencia que tenía su brazo algo entumecido y un peso extra sobre su pecho.

Bajo su mirada y pudo notar que su pareja dormía entre sus brazos acurrucada a ella como si fuese un bebé, abrazada por completo a su cintura.

Le pareció tan tierno ver esos cabellos cobrizos esparcidos sobre su pecho y más al tenerla tan apegada a ella, sin poder evitar sonreír por ello, pues le parecía aún un sueño saberla suya, su novia y disfrutando de su relación como tal.

Todo ello, no evito que unos cuantos suspiros salieran de su garganta motivados solo por el cariño profundo que sentía por esa pelirroja y de ser correspondida por ésta en la misma medida.

Después de unos momentos de completa admiración y tomar su dosis de adoración por su novia. Francis, recién miró a su costado y constató que frente suyo se encontraba su hermana Anabelle en la misma posición que ella con su prometida envuelta en sus brazos.

Recordó que ayer estuvieron acompañando a sus novias en su preparación para los exámenes que tendrían en la semana y que el cansancio las venció, quedándose dormidas y al parecer pasaron toda la noche en la alcoba de su hermana y en su cama.

─ ¡Vaya cuatro son multitud! ─ se dijo para sí, Francis, sonriendo al contemplar el semblante de su hermana. ─ Es hora de devolverles su privacidad.

En eso y como presintiendo ese clamor, los parpados de la Duquesa también comienzan abrirse lentamente. Al igual le costó acostumbrarse a ese tenue luz y tras varios pestañadas pudo enfocar su mirada y su sensibilidad le hizo notar que estaba siendo observada y ladeó un poco su cabeza y se topó de llenos con esos otros ojos azules.

─ ¡Buenos días! ─ saludó bajito Francis.
─ ¡Buenos días hermanita! ─ correspondió Anabelle. ─ ¿Cómo has dormido?
─ Bien dentro de lo que se podía ─ señaló Francis al ver a su pareja dormida en su pecho y volvió su mirada hacia su hermana. ─ No te niego que tengo algo adormecido mi brazo aunque es un placer verla dormir de ese modo.
─ Claro que es un placer estar con tu ser amado ─ convino Anabelle ─ ¿Cómo te sientes ahora que es tu novia? Porque sé muy bien que aún no deseabas compromiso en tu vida.
─ Soy una chica de apenas 20 años hermana, lógicamente que el matrimonio estaba contemplado para más adelante. Una vez que terminase mis estudios ─ aclaró sinceramente Francis, y en su mano tomó unos mechones pelirrojos de su novia, sintiendo esa suavidad. ─ Ahora mis planes cambiaron desde su llegada y lo único que te puedo decir. Es que soy feliz Anabelle y no tengo ningún resquemor en adelantar esos proyectos junto a Sara.
─ Entiendo y comparto tu punto de vista ─ confidenció la Duquesa. ─ Cuando llega el amor. Sabes que es el tiempo indicado para dar ese paso y comprometerte a una unión definitiva.
─ Así es Anabelle ─ concordó Francis ─ No tengo dudas que Sara es la persona que he estado esperando desde hace mucho y aunque sea una mujer. Ella ha hecho que mi corazón despertara al amor y que mis sentimientos me dieran esa certeza que es con Sara que lo quiero todo.
─ Es muy grato escucharte mi querida Francis ─ elogió Anabelle. ─ Se nota madurez en tus palabras. En la valentía de asumir que no era lo que esperabas o te proyectabas. Y sin embargo, puedo notar esa dicha en el brillo de tus ojos al contemplar como miras a Sara. ¡Te felicito hermana! Por atreverte amar con libertad y sin prejuicios. Dejando de lado esos temores y solo dejando que tu corazón te guie.
─ Dicen que el amor todo lo puede y todo cambia ─ señaló Francis. ─ Me cambiaron hermana de la noche a la mañana y te juro que es lo mejor que me pudo haber sucedido.

Justo cuando la Duquesa iba a decirle algo a su hermana. Su prometida se quejó dormida y trató de buscar más amplitud en la cama y poder estar más cómoda. Y tuvo que abrazarla para que no chocase con Sara que estaba a unos centímetros de ella. Esto causo que Francis, tomase conciencia que estaban todas algo incomodas en aquella cama y decidió hacer algo al respecto.

─ Es hora de que Sara y yo vayamos a nuestra alcoba ─ indicó Francis, moviendo un poco a su novia para levantarse. ─ Estarán más cómodas. Agradezco que nos permitieses pasar la noche junto a ustedes.
─ Qué dices hermana. Nos dormidos simplemente ¡Vaya a saber a qué hora ellas se durmieron! Y no quisieron molestarnos ─ repuso Anabelle, que imitó a su hermana y salió de la cama. ─ Te abriré la puerta.
─ Gracias, Anabelle ─ dijo Francis y después de calzarse, tomó en brazos a su pareja para irse a su dormitorio.
─ Al parecer Sara es muy liviana ─ mencionó Anabelle, viendo con la facilidad con que la tomaba en brazos. ─ se ve frágil.
─ Ella es muy delgada y me preocupa un poco ─ confesó Francis. ─ Pues necesitará fortalecerse para tener hijos. Voy a encargarme de su alimentación personalmente al igual ver que haga ejercicios que le permitan tonificar su cuerpo.
─ Comprendo. ¿Ocuparás el lugar de Albert? ─ indagó Anabelle. ─ Para que se alimente.
─ No solo eso; sino que entre los dos nos encargaremos de que Sara reciba una alimentación adecuada y al no estar yo, Albert, tomará mi lugar. ─ admitió Francis.
─ De seguro es lo mejor para mi futura cuñada ─ concordó Anabelle, sonriente y complacida de que su hermana se tomase muy enserio su rol y velara por su pareja.
─ No es futura. ─ refutó altiva Francis, al momento que atravesaba el umbral de la puerta. ─ Ella ya es tu cuñada. ¡Asúmelo ya, Anabelle!
─ ¡Toda la razón hermana! ─ concedió Anabelle al despedirla. ─ Sara ya es mi cuñada. Ahora aprovechen el descanso y duerman un poco más.
─ Eso haremos ─ respondió Francis y antes de irse, añadió. ─ Dile a nuestra madre que no desayunaremos con ella. Pero que si las acompañaremos almorzar.
─ Se lo diré. No te preocupes ─ consintió Anabelle, que se limitó en verlas marcharse para luego, cerrar la puerta de su dormitorio y ocuparse de su prometida.

La joven Calguiere no quiso encender las luces del pasillo para no despertar a los demás sino que se dejo llevar por esos claros de luz que se dejaban entrever por los ventanales que daban con los jardines y fue caminando muy despacio. Disfrutando de tener entre sus brazos a su novia y contemplar el rostro dormido de Sara. Una piel tan pálida como pecosa; porque tenía casi un manto esparcido de ésta sobre  su nariz, debajo de sus parpados y unos pocos más sobre sus pómulos. Ver como sus cabellos ensortijados caían de entre sus brazos que parecían un tapete sedoso de cobre como una llama recargada que daba el aspecto de devorarte en sus entrañas.

─ Es mi debilidad ─ murmuró Francis tan embobada de ver esa caballera. ─ Toda tú, eres mi debilidad y me tendrás siempre a tus pies. ¿Quién lo iba a decir que la suprema Orquídea Sajona caería rendida a manos de una hermosa pelirroja?

A Francis, no le bastaba solo decirlo sino que su corazón también correspondía al mismo sentir. Haciendo que cada latido fuese más acelerado e intenso, que quemase dentro de su pecho, motivado por la dicha, por su felicidad de amar y ser amado por aquella jovencita que lo embrujo desde el primer instante y anunció sin tapujos que ella sería su dueña.

─ Eras para mí, Sara Taffra ─ susurró Francis ya próximas en llegar a su recámara. ─ Desde el instante que tus pies pisaron suelo inglés.

Al momento de llegar frente a su puerta, a la menor de los Calguiere, le vino a la mente unas palabras dichas por su novia cuando confesaron sus sentimientos.  Y no pudo evitar que viese su rostro y quedase meditando en ello.

─ Espero que mi amor pueda curar aquellas heridas que dejo esa mujer que estuvo antes que yo, tesoro mío ─ murmuró pensativa Francis. ─ Verás que borraré de tu memoria como de ese mi corazón todo rastro de ella. No quedará recuerdo alguno.

Con sumo cuidado, apegó a su novia a su pecho y se las arregló para abrir esa puerta. Luego de entrar, la acomodó en su lecho y se devolvió para cerrarla. Al llegar a orillas de su cama, quedo viendo a esa pelirroja dormitar sin conciencia de su alrededor. Le gustó tanto poder tener esa posibilidad y facilidad de ser la que pudiese estar a su lado; de contemplarla, de disfrutar de sus caricias, recibir sus mimos, sus anhelos, sus besos y sus gemidos. Perderse en sus ojos y sentir que atravesaba su alma y se fundía con ella en cada entrega, en cada beso y perderse a sí misma por momentos después alcanzar el máximo placer y quedar totalmente en el limbo. Satisfecha, plena y radiante. Todo eso solo podía provocarlo aquella hermosa pelirroja que se ha convertido en su novia y en un tiempo más serían prometidas en sus familias para consumar el máximo anhelo…Desposarse según tradiciones y también ante la ley británica que le daba los mismo derechos y obligaciones que el común de los mortales.

Después de tan grata contemplación. Procedió a desvestirla y aunque la joven Taffra, no facilitó las cosas porque dormida era un triunfo quitarle sus ropas. No obstante y a pesar de las dificultades, consiguió dejarla completamente desnuda e iba a ponerle un pijama; pero…

─ Creo que no lo haré ─ dijo pícara Francis y aprovechando para perder sus manos por el cuerpo de su novia, quitó las mantas y la introdujo dentro de la cama. ─ Es más, no volveremos a usar ropa para dormir. Me gusta más este traje de Eva…Es más llamativo para mis ojos.

Fue el turno de Francis, de despojarse de su suéter y su jeans blanco, sus botas. Y al igual que su novia, quedo tal como Dios, le hecho al mundo. Tomó las ropas de ambas y las dejo en un depósito que era para la ropa sucia y luego, se fue directo hasta su cama y hacerle compañía a su pelirroja favorita.

─ Duerme un poco más, tesoro ─ murmuró Francis, acariciando las mejillas de su pareja y la envolvió entre sus brazos. ─ Más tarde no tendrás respiro de mí.

Una coqueta sonrisa se dibujo en los labios de aquella rubia y de a poco fue cerrando sus ojos para descansar un poco  más porque era muy temprano para estar despiertos y como era domingo, había que disfrutar del descanso. El reloj marca las 6 de la mañana.

Sería mucho más tarde que el movimiento comenzaría en el castillo y también, ciertos acontecimientos que pondrían en jaque a una joven.

Horas más tarde…

En  el recibidor del castillo…

─ ¡Muy buenos días joven John! ─ saludó el mayordomo.
─ ¡Buenos días Albert! ─ saludó éste. ─ ¿Y tía Anette?
─ My Lady, ha salido junto a la familia Larson a visitar al señor Mcraune ─ informó Albert.
─ ¿Todos? ─ inquirió John.
─ Los señores y sus invitados nada más ─ aclaró Albert. ─ el señorito Charles está en su entrenamiento, Lady Claudine en sus jardines, la Duquesa y su prometida están junto a la Condesa en la terraza y Lady Francis, está descansando.
─ Comprendo ─ dijo John y tras meditar unos segundos, indagó. ─ ¿Y has visto a Sara?
─ No, joven John ─ respondió el mayordomo. ─ No he visto a la joven Taffra en todo lo que va de la mañana.
─ ¡Ya veo! ─ exclamó pensativo John. ─ Si no la has visto solo quiere decir que Sara, aún duerme. En ese caso, iré a verla.
─ ¿Será aconsejable joven John? ─ inquirió dubitativo Albert. ─ Visitar a una señorita en su recámara.
─ ¡Descuida Albert! ─ indicó John. ─ Sólo quiero hablar con ella nada más. Despreocúpate que soy un caballero inglés ante todo.
─ Como usted diga, joven John. ─ asintió el mayordomo ─ Con su permiso, me retiro.
─ ¡Ve! ─ dijo John y él también se marchó con dirección a los dormitorios de la segunda planta.

A poco de ello, una mano levanta un auricular y marca un número a prisa…

Un móvil suena al mismo tiempo en una de los comodines y una joven algo asustada se levanta de golpe y coge su celular y contesta…

─ ¡Diga! ─ habló la muchacha.
─ Disculpe que interrumpa su descanso, pero…─ se escuchó en la otra línea e indicó el motivo de su llamado.
─ Gracias por avisarme ─ indicó la joven y colgó, no necesitaba decir nada, su mirada decía más que mil palabras.

Por su parte y alejado de todo…un joven llama a la puerta de uno de los dormitorios que había en esa ala este del castillo. Pero no tiene respuestas a la primera instancia.
─ Sara ¿estás ahí? ─ llamó el joven Brigston. ─ Soy John y quiero hablar contigo un momento.

Segundo intento y no hubo respuesta. Por lo que el joven quedo esperando un poco y volvió a insistir.

─ Sara… Sara ─ llamó John. ─ ¿Estás?

Tercer llamado y la respuesta fue la misma, provocando que el joven se inquietase un poco y volvió a la carga.

─ ¡Vamos Sara! ─ insistió John. ─ Sé que estás ahí, es solo un momento de tu tiempo.

Cuarto y fallido llamado. Esta vez, John, se cuestionó un poco la falta de contestación por lo que golpeo más fuerte la puerta con el puño cerrado y así, ser más categórico en su llamado.

─ ¡Sara! ─ llamó una última vez, pero el resultado seguía siendo el mismo, no había caso. No respondían a su llamado.

Llevó sus manos a su rostro y rascando su barbilla pensó un poco más las cosas y sacó por conclusión que la joven podría estar paseando por los jardines o alrededores por lo que se marchó con ese rumbo.

En ese mismo instante, una joven salía de su dormitorio rauda y bajaba las escaleras hacia la segundo planta y cuando llegó a su destino,  no encontró lo que buscaba. Y optó en ir en busca de información.

Bajo al primer piso e iba hacia la cocina cuando se topo con…

─ ¿Dónde se fue? ─ preguntó la joven.
─ Hacia los jardines ─ indicó el mayordomo. ─ De seguro que está muy cerca de la fuente.
─ Gracias, Albert. ─ expresó la muchacha. ─ Me encargaré de él.
─ Como usted diga, my Lady ─ repuso el hombre.

La muchacha supuso que buscaría encontrarse por el único lugar que paseaba cierta persona y decidió acortar camino e interceptar al joven Brigston pasando por uno de los salones que daban directo con la terraza y los jardines de Orquídeas…

A su vez y desconocido a lo que estaba sucediendo. Al castillo llegaban al mismo tiempo de su paseo Alesia junto Anabelle y su prometida; y también arribaba Claudine con Alexandra. Y eran recibidas por el mayordomo.

─ Albert, ¿sabes si mi hermana ya está levantada? ─ preguntó Anabelle puesto que ya iban a ser medio día.
─ ¿Francis aún duerme? ─ interrumpió Claudine, asombrada de que ello sucediera.
─ Lady Francis ya está en pie y fue en busca de su primo ─ respondió Albert. ─ Que vino preguntando por la joven Sara.
─ ¡¿Qué?! ─ exclamaron Anabelle a la par que su prima Alesia.
─ ¡Ay no! ─ exclamó consternada Alexandra ─ ¡John!
─ ¡Uf! ─dijo Claudine. ─ Significan problemas.
─ ¿Hace cuánto llegó? ─ preguntó Anabelle.
─ Hace unos diez minutos ─ respondió Albert.
─ ¿Y Sara dónde está? ─ se atrevió en preguntar Raniel.
─ La señorita aún no se levanta ─ señaló Albert.
─ ¿Hacia dónde fue mi hermana? ─ preguntó Anabelle.
─ Hacia los jardines ─ indicó Albert y agregó. ─ My Lady, me permite decirle algo.
─ Habla Albert ─ consintió la Duquesa.
─ La niña Francis se notaba muy molesta ─ señaló Albert. ─ no creo que sea bueno que encuentre al joven John.
─ ¡Descuida Albert! ─ dijo Anabelle ─ iremos por ella.
─ ¡Andando chicas! ─ ordenó Alesia. ─ Debemos llegar primero con John antes que lo haga mi prima.

En menos que lo dura un abrir y cerrar de ojos, las cinco chicas estaban yendo con rumbo  a los jardines. Con la salvedad que estos son muchos divididos en 8 partes. Son un verdadero laberinto y saber en qué lugar podría estar, era una cosa bastante más compleja de lo que se suponía.

Y en otro sitio…

El joven Brigston llegaba justo al lugar que Sara suele recorrer y daba con los jardines de orquídeas que son la flor de la menor de la familia Calguiere. Miró un buen rato por si veía esa cabellera cobriza tan conocida, pero no lograba verle por ningún lado.

─ ¿En dónde rayos puedes estar Sara? ─ se preguntó John.

Estaba girando sobre sus talones para marcharse, cuando…

─ ¿Por qué buscas tan afanosamente a Sara? ─ se escuchó decir a una voz de mujer a espaldas del joven Brigston.

Éste volteó a ver de quién se trataba. Sorprendiéndose de ver a…

─ Francis ─ mencionó John. ─ Te creía descansando, según me dijo Albert.
─ Pues ya ves que no es así ─ respondió tajante Francis. ─ Y no has respondido a mi pregunta.
─ ¿Qué pasa contigo, Francis? ─ inquirió John. ─ Noto cierta antipatía de tu parte desde hace un tiempo y además, ¿por qué debo rendirte cuentas a ti sobre lo que desee hacer con Sara?
─ ¿No puedo preguntar? ─ Contra preguntó Francis más áspera aún. ─ solo hice una simple pregunta, primo.
─ Es que me das qué pensar, prima ─ respondió John. ─ Es como si te molestase que esté cerca de Sara. Cambias cuando se trata de ella. Yo sé que es su invitada y deben cuidar de ella, pero ¿No estás exagerando un poco?

Aquellos ojos azules, se empequeñecieron un poco como sopesando a su primo mentalmente. Se notaba que estaban todos los elementos para que surgiese una explosión de grandes envergaduras entre ellos.

─ ¿Piensas qué exagero por preocuparme por Sara? ─ fue el turno de indagar de Francis, sin que ninguno de los dos se respondiera seriamente.
─ Pues claro ─ afirmó John. ─ se nota y mucho.
─ Tengo mis motivos para ello y te los voy decir ─ refirió Francis. ─ Pero antes, insisto en saber ¿Por qué buscas a Sara?
─ ¡Vamos no te hagas! Que sabes muy bien que me gusta Sara ─ admitió John con una sinceridad abismal. ─ Y que la otra noche me declaré a ella, pero fue muy pronto y terminó por rechazarme. Por lo que iré con calma hasta conquistarla por eso he venido a buscarla e invitarla a almorzar en uno de los mejores restaurantes de Londres y que de paso sea nuestra primera cita.

Esa confesión de John, sentó fatal a la menor de los Calguiere y su rostro se volvió sombrío y sus ojos se escurecieron muchísimo a causa de ello.

─ Temo que no se va a poder, John ─ soltó una seria Francis. ─ Tus planes con Sara no van a resultar no hoy ni nunca.
─ ¿Y por qué no? ─ preguntó John ya con un poco de disgusto frente a la actitud de su prima.
─ Porque yo así lo digo ─ confrontó sin rodeos Francis. ─ ¡Deja en paz a Sara!
─ ¿Así? ─ desafió John, que no le gustó esa advertencia déspota de su prima. ─ ¿Y quién eres tú para decirme que no?
─ Te advierto que no te va a gustar saberlo, John ─ siseó Francis. ─ solo aléjate de Sara y todo estará bien.
─ ¿por qué no hablas claro de una vez Francis? ─ inquirió John, acercándose a ella para enfrentarla. ─ Desde ese día que vengo notando que me quieres decir algo con tu mirada. ¡Así qué dilo! ¿Por qué no quieres tú que yo conquisté a Sara? ¡Habla Francis!
─ Porque soy ─ soltó con fuerza Francis. ─ Su… Novia!!!

¡Ahí fue! Una confesión sincera y letal para los planes de un joven que vio en la joven Taffra una candidata perfecta para convertirse en su novia y llegar a planes mayores. Sin embargo, fueron basados en el aire sin tomarse la molestia que podría haber reciprocidad de la parte afectada y así, asegurar la conquista.

Nunca un ser humano puede quedar tan conmocionado al punto de perder el color de sus mejillas y ser recorrido por un horrible escalofrío como si de la misma muerte se tratase y sentir que no solo te falta el aire, que tu corazón dejo de latir y que te quitan el piso a tus pies y caes en un vacío tan grande que no tiene fin.

La quijada del joven se tensó y sus músculos se recogían dentro de su ser y el color azulado de sus ojos parecía descolorarse en su pupila. Como si ese brillo se fuese de golpe y sus labios apenas podían siquiera conseguir balbucear palabra.

John, no sabía si eran bromas de la vida o le estaba jugando la peor de las jugarretas. Su mente no quería asimilar esas palabras. Se negaba a aceptar un hecho de esa magnitud. ¡Eso era imposible!

Como si el tiempo pasara en cámara lenta, el silencio fue sepulcral entre los dos jóvenes que se veían y se medían uno al otro. Ignorando la razón sino que el orgullo y el ego, les estaba dominando y no les permitía resolver una situación compleja por medio del dialogo.

Cronos, amo y señor del tiempo, jugó un rol relevante y se tomó todo lo que quiso y fueron interminables esos escasos minutos que parecían una eternidad. Hasta que luego de la hecatombe, se pudo conseguir una respuesta.

─ Vuelve a repetir eso que dijiste ─ demandó un desconcertado como incrédulo John.

Sin demora ni pereza, su petición se hizo sentir…

─ Soy su novia ─ afirmó con propiedad Francis. ─ Y para que lo asimiles bien, lo reitero;  Sara es mi novia, John.

¿Quién busca? ¡Alcanza! Ese el dicho y no hay vuelta que darle. Solo aceptar los hechos.

─ ¿Novias? ─ exclamó John, con unos labios temblorosos que no se sabían si era por la desilusión o por coraje.
─ Sí, novias ─ respondió tajantemente Francis. ─ Por eso, tus planes de conquista no pueden ni deben continuar, porque no te lo permitiré.
─ ¡Ya veo! ─ masculló dolido John y encaró con el dedo a su prima. ─ Ese día del baile, tú te burlaste de Charles y de mí con ese discurso del dicho Francés de guerra. Fuiste incapaz de decirnos que eras tú, la otra persona interesada en Sara. ¡Te faltaron cojones, prima, para decirlo de frente!
─ Te equivocas John ─ refutó Francis sin amilanarse por el enojo de su primo. ─ fui lo bastante clara con ustedes en hacerles ver su error. Primeramente en decirles que debían tomar en cuenta los sentimientos de Sara y saber si ustedes eran de su gusto o preferencia y luego, les dije que había alguien más. ¿Y qué fue lo que dijiste tú? ¡Era imposible! Además bien poco les importó a ti y a mi hermano el sentir de Sara. No escucharon por lo tanto, no tienes derecho a sentir ofendido o burlado. Fue culpa tuya nada más.
─ Sabías de mis sentimientos por Sara y aún así, conseguiste que fuera tu novia ─ acusó con disgustó John. ─ No pudiste respetar que otro la viera antes que ti. Eso es jugar sucio, Francis.
─ ¡Yo no jugué sucio! ─ replicó molestísima Francis. ─ Te lo hice saber, pero no escuchaste ¿Y por qué debería callar, mis sentimientos por Sara? ¿Para darte el gusto a ti?
─ ¡Porque soy tu primo! ─ rebatió John ─ ¡Y  a la familia se le respeta caramba!
─ ¿De qué respeto me hablas, John? ─ confrontó Francis. ─ Cuando no te importó lo que diga o sienta Sara. Ella fue muy clara contigo al rechazarte y tú haces caso omiso de sus deseos y estás haciendo un berrinche porque no aceptas que ella me eligió a mí. ¡A ti no te importa Sara! Es tu ego el que no acepta los hechos. Yo jugué limpio y fui considerada en advertirte, pero eso fue tu error. Ahora no vengas a reprochar nada y deja en paz a mi novia de una vez por todas. Hazlo por las buenas o de lo contrario atente a las consecuencias.
─ ¡Francis! ─ siseó John un poco fuera de sí.

E iba a tomar del mentón a su prima, cuando una mano lo sujetó fuertemente del brazo y ejerció más presión para impedir que tocara el rostro de su hermana.

─ ¡No te atrevas a tocar a mi hermana! ─ amenazó Anabelle con una mirada intimidante. ─ no hagas que me olvide que somos parientes, John.

El joven Brigston quedo de piedra al escuchar la advertencia de su prima y de reojo pudo ver como Claudine, Raniel y también sus hermanas se encontraban alrededor de la Duquesa y lo veían con cierto disgusto en sus miradas. Reprobando la actitud con que lo hallaron.

─ Anabelle ─ exclamó irritado el joven Brigston al no sentirse apoyado para por su familia. ─ ¿Tú también me amenazas?
─ No estoy amenazándote ─ rebatió ésta apretando más su brazo. ─ Solo te advierto en que dejes en paz a Francis.
─ ¡Pero! ─ protestó John.
─ ¡Suficiente John Brigston! ─ reprendió duramente Alesia y fue ella, que terminó por apartar a su hermano de sus primas. ─ ¡Compórtate como un hombre! Y asume que fuiste el único que cometió un error aquí. O ¿Deseas que papá se entere de tu comportamiento?
─ ¡Es injusto hermana! ─ se quejó John viendo directo a los ojos de Alesia. ─ Por primera vez, me interesa una chica que la siento la indicada. Perfecta para hacer planes de formar una familia y terminó descubriendo que mi prima, se quedo con ella y no pude verlo. ¡Solo hice el ridículo!
─ Lastimosamente, Sara, nunca fue para ti, hermano ─ confesó Alesia con pesar. ─ No siempre nuestros sentimientos son correspondidos y debemos dejar partir a quién adoramos con toda el alma porque el amor no se puede forzar, John. De hacerlo se vuelve egoísmo puro y encadenamos a nuestro ser querido a una vida de miseria y desdicha.
─ ¿Por qué? ─ inquirió reacio éste y resistiéndose a los hechos.

Alesia iba a responder a la pregunta de su hermano, cuando fue interrumpida por alguien más.

─ Porque no puedo amarte John ni ahora ni nunca ─ fue lo que se escuchó decir detrás de ellas y en un costado de los jardines.

Al mismo tiempo todos voltearon a ver y se sorprendieron al hallar a…

─ ¡Sara! ─ Balbuceó John al ver la figura de la chica Taffra.
─ Y es que mi corazón le perteneció a Francis desde el primer instante en que entré en el salón─ continuó diciendo Sara y se fue acercando hasta dónde se hallaba su novia. ─ no hubo otra persona desde ese día y por ese mismo motivo, rechacé tus sentimientos y solo prometí una amistad de mi parte nada mas, que ahora no podrá ser más al ver cómo has tratado a la mujer que amo. Soy yo quién te pide ahora que te alejes de mí por tu propio bien.

La joven Taffra al quedar a unos escasos centímetros de su novia; fue al instante abrazada por una emocionada y orgullosa Francis, que en su fuero interno sentía una dicha tan grande por la forma en que fue defendida por su pareja y ¡qué decir de su ego! A mil. Sin embargo, aquellos grises se posaron de inmediato y vieron con dolor y desilusión al joven Brigston y reforzó sus dichos abrazando por la cintura a su novia. Zanjando de este modo todo mal entendido que tuviese aquel muchacho.

Esto fue más doloroso de asumir para John, en que la mujer que gustaba le pidiese que se alejara y además, de reconocerle abiertamente que amaba a su prima. ¡Se había equivocado rotundamente! Por no fijarse y no preguntar o averiguar el sentir de la otra parte. Un amor no correspondido duele más de lo que se puede expresar en unas simples líneas sientes que todo lo lindo se vuelve gris y carente de vida; y termina contaminado por el despecho y se vuelve doloroso al punto de volverse rencor.

─ ¡Vamos  a casa John! ─ indicó Alesia, tomándole del brazo. ─ Es aconsejable que no vengas por un tiempo.
─ ¡Espera un momento! ─ dijo John y volteando a ver a su prima. ─ ¡Lo siento Francis! No te deseo lo mejor con ella porque sería hipocresía de mi parte, pero solo puedo decir una sola cosa.
─ ¿Cuál? ─ preguntó Francis sin guardar rencor a su primo, porque comprendió el dolor que debió sentir al escuchar las palabras de Sara.
─ ¡Cuídala! ─ suplicó un derrotado John.
─ Tienes mi palabra ─ prometió Francis.

Esta vez no hubo respuesta de parte del joven Brigston porque era mucho su dolor y su desilusión que no se sentía capaz de poder hablar y solo obedeció a su hermana que se lo llevó del brazo. También en compañía de Alexandra, que no lo dejo solo porque eran familia, unidos en lo bueno como en lo malo.

─ También es hora de que volvamos a casa nosotras ─ sugirió Anabelle conmovida con todo lo sucedido y es que estuvo a muy poco de enfrentarse seriamente a su primo.
─ Vamos ─ convino Claudine.
─ ¿Estás bien tesoro? ─ preguntó Francis antes de partir.
─ No ─ respondió Sara. ─ jamás hubiera querido que esto pasara.
─ Lo sé amor ─ apoyó Francis. ─ Pero no fue tu culpa solo fueron malas suposiciones de las cosas. Pero ya todo pasó y es mejor que nos olvidemos de este episodio.
─ Yo…lo siento en verdad ─ expresó una compungida Sara, que se sentía fatal.
─ No te disculpes, Sara. ─ señaló Anabelle con cariño. ─ Como bien dijo Francis, demos vuelta la página y disfruten de su amor nada más.
─ Cuñada, mi hermana tiene razón ─ puntualizó Claudine. ─ Lo que importa es que tú amas a Francis y ella a ti, por lo tanto vive ese momento intensamente y que lo demás te resbale.
─ Gracias Claudine por tu apoyo ─ expuso Sara, aún triste. ─  Y también por lo de cuñada.
─ Es que lo eres ─ dijo Raniel y sacándole la lengua. ─ ¡Asúmelo ya, Sara!
─ ¿Y nosotras qué somos? ─ inquirió Sara al ver a su mejor amiga. ─ ¿Qué venimos hacer ahora?
─ Simple ─ intervino Francis y lanzándole una mirada retadora a su novia. ─ Mi futura esposa.
─ Y tú, la mía ─ se unió Anabelle a la reprimenda a sus parejas.
─ ¡Ah! ─ fue todo lo que se desprendió de los labios de Sara y Raniel.
─ ¡Fin de la discusión! ─ zanjó Francis sin darle mayor chance a su pareja y robándole un beso sin más.
─ Jajaja ─ fue la risotada que se escucho detrás de ellas y es que Claudine, no se contuvo con la escena. ─ ¡Pobre de ustedes chicas! Es con la realidad que deberán vivir a diario, no tendrán respiro alguno de mis hermanas.

Claudine con las manos atrás traviesamente, paso delante de sus hermanas que detuvieron sus pasos y la quedaron viendo suspicazmente. En eso la segunda de las Calguiere, sintió una corriente fría recorrerle toda su columna y no alcanzó a girarse del todo; cuando se le abalanzan encima sus hermanas.

─ ¡No! ─ chilló Claudine y echó a correr a todo lo que sus piernas le dieron por medio de las orquídeas.
─ ¡Vas a ver Claudine Calguiere! ─ masculló Anabelle detrás suyo y viendo a su hermana menor, le hizo algunas señas.
─ Nada te salvará hermanita ─ siseó Francis que cortó camino por un costado y estaba que le daba alcance.
─ Ni loca les dejo que me agarren ─ se defendió Claudine y alcanzó a escapar de su hermana esquivando su agarre.

Fue un verdadero espectáculo el ver a las tres hermanas correr por aquellos jardines persiguiéndose y gritando como pequeñas entre risas y amenazas. Se nota por lejos que estaban acostumbradas al ejercicio constante porque saltaba como vayas de obstáculos al tratar de esquivarse o dar alcance a la pelirroja Calguiere.

Por su parte y algo alejadas estaban dos chicas que veían todo ese juego que tenían las hermanas Calguiere de lo más asombradas en un principio y luego, con un semblante divertido como deseando participar también de esas correrías.

─ ¡Y dicen que nosotras somos un desastre! ─  señaló burlonamente Raniel, sin perder detalle de las chicas.
─ Lo digo y lo confirmo: Las inglesas son doble estándar ─ soltó categóricamente Sara. ─ Deberían soltarse un poco más y ser como nosotras las chicas latinas. De piel y sentimiento.
─ Tú lo has dicho, flamita ─ cargó con alevosía Raniel, tratando de aguantar la risa y comenzando a dar pasos en huida. ─ Inglesas cabeza hueca.
─ ¡Mira monstruito! ─ siseó Sara apretando sus puños. ─ No vengas hacerte la tonta con eso de inglesas huecas y retira lo dicho.
─ ¿Qué cosa? ─ preguntó haciéndose la loca Raniel y apurando sus pasos porque sabía lo que se le venía encima y con saña, agregó. ─ ¡Ah eso!... ¡FLAMITA!
─ ¡Raniel Larson Fuentes! ─ Rugió Sara si contenerse más y se echó a correr tras su amiga del alma. ─ ¡Voy a matarte sino retiras lo dicho!
─ ¡Flamita! ─ provocó Raniel, que apenas vio a su amiga salió disparada en loca carrera.
─ Te juro que haré membrillo corcho cuando te ponga las manos encima ─ vociferó Sara con un tremendo salto por encima de unas magnolias en su camino y por poco cae encima de un jardinero. ─ ¡Uy disculpe señor!
─ ¡Eres una boba flamita! ─ grito a viva voz Raniel que alcanzó a ver la escena que volteaba a ver a su amiga y no ser tomada por sorpresa. ─ te hacen falta una lupa inmensa en vez de lentes.
─ ¡Idiota deja que te agarre! ─ bramó Sara e imprimió más velocidad a sus piernas.
─ ¡Flamita gruñona! ─ molestó Raniel ─ Te saldrán arrugas de tanto enojarte.
─ ¡Uy! ─ bufó Sara ─ ¡condenado monstruito te mato!
─ Jajaja ¡Qué miedo flamita tortuga! ─ molestó más Raniel. ─ Hasta ellas corren más rápido que tú.
─ ¡Qué no me llames Flamita! ─ gritó a todo pulmón Sara y perdiendo los estribos. ─ Voy acabar contigo monstruo del averno.
No supieron como ambas chicas en tan loca carrera que llevaban pasaron por encima de varios sacos de abonos que había rompiendo varios de ellos y estuvieron a punto de chocar de frentes con las demás que habían detenido su persecución ante los gritos de Sara.

─ ¡What’s! ─ fue la exclamación de Claudine. ─ ¿Qué fue todo eso?
─ ¡¿Flamita?! ─ se preguntaron al mismo tiempo Francis y Anabelle.

Las tres se quedaron mirando y ladearon sus cabezas a la izquierda para ver como aquellas jovencitas, proseguían su maratónica carrera  fueron testigos en primera plana en como Sara le dio alcance a Raniel y le saltó encima, tirándola de bruces al suelo.

─ ¡Auch! ─ fue el lamentó de Claudine. ─ Eso dolió.
─ ¡Uf! Definitivamente se la pasaran en el suelo esas dos ─ se quejó Anabelle, tremendamente sorprendida de ver cómo se repetía ese hecho en su vida al igual que su niñez.
─ ¡Qué carreron! ─ murmuró Francis, asombrada de ver lo que su novia podía hacer. ─ Ellas dos nos ganaron por lejos, hermanas.
─ Y eso que tu novia es muy delgada, hermanita ─ mencionó Claudine. ─ Lejos le gana Usain Bolt en una carrera.
─ Eso no lo pongo en duda ─ convino Anabelle viendo a sus hermanas ─ ¡Y tú que estabas preocupada de su salud! Te acaba de demostrar que está en buena forma.
─ ¡Así lo veo! ─ murmuró aún anonada Francis. ─ Creo que yo misma la inscribiré en atletismo para su electivo.
─ ¿Segura? ─ inquirió no muy convencida Anabelle. ─ Recuerda que ella es esgrimista y tú te mueres por que participe contigo como representantes de Kingston o ¿me equivoco?
─ Es verdad ─ concordó Francis, viendo a su novia tirada más allá sobre su amiga. ─ Aunque tiene mucho potencial en las carreras. Estoy segura que ella escogerá esgrima como electivo.
─ Hermana, ustedes serán las mejores en esgrima y sumado a que Raniel aún no escoge su electivo ─ indicó Anabelle. ─ Ahora que Sara, se quedará con nosotros, ten por seguro que mi prometida se unirá también al equipo de esgrima.
─ Pienso igual, Anabelle ─ afirmó Francis.
─ Chicas, no quiero interrumpirlas ─ llamó la atención Claudine, indicando con el dedo hacia dónde se hallaban sus cuñadas. ─ Pero miren quién acaba de llegar.
─ ¡Mamá! ─ exclamaron las otras dos Calguiere.
─ Les aconsejo que vayamos a verlas mejor ─ sugirió Claudine. ─ Creo que ellas van a necesitar de ustedes dos.
─ ¡Vamos entonces! ─ acordó Francis, sonriendo al ver la cara de su pareja.

Por su parte…

Las chicas después de caer al piso, en dónde Sara le susurraba; cientos de amenazas a Raniel entre risas y lágrimas.

─ ¡¿Eres una idiota lo sabías?! ─ rabió Sara con una voz muy agitada producto del desgaste en la carrera.
─ Yo no…flamita ─ balbuceaba a duras penas Raniel, defendiéndose cómo podía de los ataques de su amiga sin perder el gastarle más bromas aún. ─ Sólo digo la verdad.
─ Pues esta flamita va hacerte trizas ─ condenó Sara, tomando los cachetes de su amiga y estirándolo fuertemente.
─ No…No…─ protestaba Raniel con una voz muta gena por la distorsión del sonido. ─ ¡Duele!.. .¡Du…e…le!

En eso…

─ ¡¿Qué está sucediendo aquí niñas mías?! ─ fue la clara voz de Anette preguntando.
─ ¡Ups! ─ es la exclamación que brotó de la garganta de ambas chicas.
Ambas muchachas dejaron de hacer sus travesuras y fue Sara, que se dejo caer a un costado y las dos quedaron viendo a su anfitriona como futura suegra y lo único que atinaron en hacer fue pelar sus dientes al igual que suelen hacerlos los niños cuando son pillados infraganti en sus diabluras.

─ Jajaja ─ fue la risa que se escuchó a un costado de ellas y eran los gemelos que las veían divertidos al comprobar las viejas artimañas que las chicas solían usar en sus jugarretas.
─ ¡Ustedes no cambiaran jamás! ─ reprendió Emanuel moviendo su cabeza en forma reprobatoria. ─ ¡Qué conducta más vergonzosa de su parte!
─ ¡Lo siento! ─ Se disculparon al unísono ambas muchachas, rojas hasta las orejas ante la mirada de Emmanuel.

Justo venían llegando las chicas Calguiere y su madre, añadió.

─ No te preocupes, Emmanuel. No eres el único que debes lidiar con las travesuras de los hijos aunque ya sean mayores. ─ expuso Anette que vio todo lo ocurrido primero con sus hijas y luego, con sus futuras nueras. ─ La madures llega algo tardía a sus vidas.
─ ¡Ups! ─ fue lo único que dijeron las hermanas Calguiere viéndose unas a otras.
─ Querida, sugiero que continuemos con nuestra charla en el salón mientras les damos algo de tiempo a las chicas para que se bañen y se reúnan con nosotras almorzar. ─ mencionó James.
─ Me parece perfecto ─ correspondió a la sugerencia, Anette. ─ El baño las está esperando jovencitas.

Las cinco chicas asintieron ante la orden de Anette. No sin antes ayudar a levantarse a las demás del piso.

─ ¡Ay no! Sería la tercera vez que me baño con lo que va de hoy. ─ protestó Raniel.
─ Esta vez te hace mucha falta, princesa ─ señalo Anabelle, ayudándola a ponerse de pie y con la nariz respingada por el  hedor.
─ Tú estás en las mismas, tesoro ─ acotó Francis, que cogía de los brazos a su novia y la alzaba. ─ ¡hueles muy feo!
─ ¡Están peor que zorrillos chicas! ─ se quejó Claudine tapando sus narices. ─ Ese guano es horrible.

Eso fue suficiente para que Sara y Raniel, tomasen conciencia que sus ropas estaba impregnadas con ese abono por todas partes de su cuerpo. Ambas bajaron sus cabezas de la vergüenza que sintieron por el aroma que desprendían sus cuerpos. Y con un suspiro de resignación se fueron rumbo a tomarse un baño.

Mientras que los demás, les siguieron más alejados por la fragancia pestilente que tenían. E incluso sus novias mantuvieron distancia de ellas y causo que ambas, apuraran el paso aunque quedaron resentidas con esa actitud.

─ Rani ─ llamó Sara, mientras subían las escaleras ─ ¿me acompañas a mi dormitorio?
─ ¿Al tuyo? ─ inquirió Raniel perpleja.
─ Sí. Es la única forma en que no se avergüencen de nosotras por nuestro perfume ─ dijo picada Sara.
─ Te apoyo en eso ─ convino sin más Raniel y añadió ─ de paso le damos una lección a esas dos.
─ Es necesario que salgamos de su vista, Rani ─ apremió Sara, que vio por el rabillo de sus ojos a qué distancia estaba su novia. ─ ¡Date prisa!
─ ¡Volemos a la libertad! ─ bromeó Rani y en dos zancadas alcanzó a su amiga y subieron raudas las restantes escaleras.

Justo cuando creyeron que pasarían desapercibidas…
─ ¿Qué vas hacer tesoro? ─ se dijo para sí, Francis que no perdió de vista a su novia y la conversación que tuvieron con Raniel y de pronto, llamó. ─ Anabelle.
─ Dime ─ respondió ésta que se acercó a ella. ─ ¿qué sucede Francis?
─ Ellas están tramando algo, hermana ─ señaló la menor de los Calguiere. ─ Creo que se van a desquitar de nosotras.
─ Eso sí que no, hermanita ─ expuso Anabelle. ─ Vamos a darle alcance.
─ ¡Vamos! ─ correspondió Francis y subieron las escaleras casi corriendo detrás de sus novias que le llevaban bastante ventaja.
─ ¡Aquí vamos de nuevo! ─ repuso Claudine al ver como sus hermanas salían disparadas detrás de sus novias. ─ ¡Ay Señor!

Tanto Sara como Raniel, subieron de dos en dos los escalones de la última parte que las conducía a la segunda planta y se fueron hacia su derecha por un largo corredor que las llevaría hacia dónde se encontraba el antiguo dormitorio de la joven Taffra.

Ambas se detuvieron de espaldas al pasillo y casi llegando a la puerta de esa alcoba para tomar un poco de aire debido al esfuerzo de subir esas escaleras a buena velocidad. Dejaron escapar un quejido por la fatiga y aspiraron una gran bocanada de aire para recuperar el aliento.

─ Lo conseguimos ─ dijo Sara, aspirando y exhalando con fuerza.
─ Así parece ─ convino Raniel, semi doblada y en las mismas condiciones que su amiga.

Estaban tratando de recuperar el aliento para entrar, cuando oyeron muy cerca de ellas…

─ ¡Te lo dije hermana! ─ se escuchó decir a Francis, que había llegado sigilosamente al lado de las chicas. ─ Ellas estaban tramando algo.
─ ¡Así veo, Francis! ─ dijo Anabelle, viendo muy seria a su prometida y sin más preguntó. ─ ¿Qué pretendías hacer princesa?

Tanto Raniel como Sara, quedaron de una pieza y se giraron despacio para ver a sus respectivas parejas y comprobar que sus semblantes lo decían todo.

─ Anabelle ─ apenas balbuceó Raniel y su estomago se tensó al ver esos ojos azules muy serios.
─ Así me llamo ─ soltó ésta y se acercó a ella. ─ Lo vuelvo a preguntar ¿Qué ibas hacer?
─ Yo…─ se cortó entera Raniel y agregó. ─ Tomar un baño.
─ ¿Y porque aquí y no en nuestro dormitorio? ─ preguntó sin rodeos Anabelle.
─ Por olor ─ salió en su defensa Sara y tragó en seco al ver la mirada reprobatoria de su novia.
─ ¿Y ustedes dos juntas? ─ fue el turno de Francis en preguntar cuyos azules estaban muy fríos.
─ Sí…Porque somos amigas ─ tuvo la mala ocurrencia de responder a Sara. ─ Es normal entre amigas hacerlo.
─ ¡Mira tú! ─ siseó peligrosamente Francis y sus ojos le trasmitieron un mensaje fuerte y claro a su novia.
─ Lamento decirlo, cuñada. Pero no podrán hacerlo ─ dijo tajantemente Anabelle y tomando fuertemente del brazo a su prometida. ─ Cada cual con su rebaño.

Sin más la Duquesa aló de su pareja y se la llevo directo a la tercera planta en que se hallaban sus aposentos.

Ambas amigas solo se limitaron en verse a los ojos sin pronunciar palabra alguna y antes de perderse de vista la una de la otra.

Y en la otra arista.

Sara, quedo nerviosa ante la situación que se originó y jugó con sus manos un poco y tomó valor para terminar de hacer lo que debía. Porque los nervios estaban matándola al sentir esa mirada aniquiladora sobre ella.

─ A lo que vine ─ se envalentonó Sara y aspirando fuerte, dio los pasos precisos para entrar en su antiguo dormitorio.

No supo cómo fue apresada entre la puerta y el cuerpo de su novia, que se abalanzó sobre ella en el mismo instante en que Sara, sujetaba la manilla de esa entrada.

─ ¿Qué crees que haces? ─ interrogó Francis encima del oído de Sara e inmovilizando con su cuerpo al de su pareja.
─ Solo quiero asearme y quitarme este olor que tanto te molestó ─ respondió una nerviosa Sara.
─ No me molestó mi amor ─ aclaró de plano Francis, en un susurró hambriento de atención. ─ Y me disculpo contigo si fue lo que pensaste. Solo deja que te acompañe y sea yo quién te limpie en nuestra alcoba y no aquí.
─ ¡Pero! ─ quiso refutar Sara, muy vulnerable a la sensualidad de su pareja que le trasmitió con ese susurro.
─ Este no es tu lugar y lo sabes bien ─ murmuró muy despacio Francis y sus manos comenzaron a moverse inquietas por los costados de su novia. ─ No te resistas más.

No hubo necesidad de responder verbalmente porque el suspiro que brotó de la garganta de Sara, fue la señal correcta para Francis, que sin más se inclinó un poco y alzó en  brazos a su novia y poco le importó el olor aún persistente en su pareja.

─ Vamos a botar esa ropa, tesoro ─ mencionó Francis, mientras caminaban rumbo a la planta superior en que se hallaba su dormitorio.
─ ¡Está bien! ─ acató Sara, apoyando su cabeza en el torso de su novia como ya se le estaba haciendo costumbre ser cargada de ese modo y añadió. ─ Tendré que reponer esa ropa. No traje mucha que digamos.
─ Descuida tesoro. ─ mencionó Francis. ─ Ya tenía planeado que saliéramos de compras. Debemos aumentar ese armario con el vestuario apropiado para ti. Tendremos que estar todo un día en ello.
─ Francis, no es necesario ─ indicó Sara ─ puedo ver algunas cosas antes de que me envíen mis cosas desde casa. Yo estoy enterada por Anette que te harás cargo de mis estudios y lo aprecio en verdad. Pero es suficiente gasto en lo que incurrirás como para fomentar más con otras cosas no relevantes.
─ Ni siquiera lo pienses Sara Taffra ─ replicó Francis sin ánimo de discutir con su pareja. ─ Ahora somos una pareja y es mi deber velar por ti y sustentar tus necesidades. No permitiré que me prives de mis derechos. Sólo deja que lo haga. Es lo correcto, Tesoro.
─ ¡Um! ─ exclamó Sara, resignada. ─ Creo que no podré hacerte cambiar de opinión y deberé asumir que las cosas serán de este modo.
─ Así es, tesoro ─ afirmó Francis, que subía despacio los escalones faltantes para llegar a la tercera planta. ─ No puede ser de otra forma, amor.
─ Comprendo ─ dijo Sara y se apoyó más al torso de su novia. ─ Espero que llegue también mi turno de hacerlo contigo.
─ ¡Ya lo tendrás tesoro! ─ repuso pícara Francis, llegando a su alcoba. ─ Pero si quieres, podemos hacerlo de otra manera. Una más deliciosa y placentera.
─ ¡Francis Calguiere! ─ replicó Sara al comprobar hacia donde iban las insinuaciones de su novia. ─ ¡Eres el colmo!
─ Jajaja ─ se escuchó reír a la joven Calguiere, detrás de la puerta que se cerró a sus espaldas.─ ¡Admite que así es como te gusto!

No hubo respuesta a sus dichos porque Sara, resolvió acallarla y privarla de decir más locuras del único modo que tenía para someterla…Un beso y eso fue todo. Consiguió su objetivo de una y muy pronto ambas se vieron desnudas en el baño, mientras que el agua de la regadera caía sobre sus cuerpos que estaban abandonados a la pasión y al amor que se profesaban las dos.

Mucho tiempo después se reunirían con sus padres y familia e invitados para almorzar. En dónde se gestionaría entre la madre de Raniel, Pietro Taffra y Anette Calguiere; el futuro de ambas muchachas y se vislumbraba un viaje más adelante en que las cosas se acelerarían mucho dado a las tradiciones de la familia Calguiere.

Un futuro que se gestó con una simple invitación al compromiso de una amiga y que cambiaría el destino de las dos jóvenes para bien. Sellando un destino que también venía predestinado como suele venir todo el mundo.

El amor marca desde su nacimiento a los que serán pareja en el correr del tiempo. Que sean o no una buena y sana relación, eso dependerá de cada quién y los sentimientos que profese su corazón…Amor verdadero o versus un amor egoísta y desconsiderado.

Este es el lienzo de una flor hermosa, delicada y sublime, pero que debió aprender que su valor no está en su hermosura sino en su esencia y para ello, debió pasar por un proceso de transformación al igual que las mariposas.

Una flor que más adelante sería marcada no solo por el buen augurio de una prominente familia sino que sería elevada al mayor honor y deber que puede ser otorgado  a unos cuantos privilegiados.

─ ¡Date prisa! ─ demandó Claudine. ─ No querrás llegar tarde al nacimiento de nuestra sobrina, Charles.
─ Tanto alboroto por un bebé ─ se quejó su hermano. ─ Además es la tercera hija de Francis y Sara. ¡Ya deberían pensar en cerrar la fábrica con 6 hijos es más que suficiente!
─ Hermanito, dudo que Francis renuncie a su otro retoño ─ expuso Claudine, tomando el brazo de Charles y entrando a la clínica en que se hallaban todo el resto de la familia. Incluyendo a su esposo Nataniel.
─ Tienes razón, hermana ─ convino Charles. ─ Francis, jamás renunciará a sus planes y menos que esté relacionado con su esposa.
─ ¡Somos Calguiere al final de cuentas! ─ puntualizó Claudine enfrente de todos los presentes.

Y en eso se escuchó el llanto de un bebé que tenía unos pulmones para llorar.

─ ¡Acaba de nacer la nueva Orquídea Sajona! ─ señaló con firmeza Anette al escuchar a su nueva nieta.

Anette Calguiere no podía estar más en lo correcto. Había nacido la sucesora de su madre Francis como la nueva flor y además, como sucesora a la que sería la nueva Duquesa de Calguiere.

El legado de Ernest Calguiere tenía relación en que la Magnolia sería designada a la Duquesa y la Orquídea a su sucesora.


Orquídea Sajona…una flor que es el legado del amor y las creencias de que en la vida el amor y unión de familia está por sobre todas las cosas.

─ Te amo tanto, mi hermoso tesoro ─ fue el susurró que brotó de los labios de Francis por sobre los de su esposa Sara, que cobijaba en su pecho al nuevo integrante de la familia.
─ Y yo te amo más, mi bella Orquídea Sajona ─ murmuró Sara, recibiendo ese beso que siempre esperaba y anhelaba día con día.

Un amor cuyos frutos se multiplicaron y estaban a la vista de todos como en los brazos de sus madres que confirmaban que mientras haya amor, todo es posible en la vida y con amor se hace la diferencia.

Un amor entre Francis y Sara.

1 comentario:

Adnachiel dijo...

Hola, me encantan tus historias, me creerías si te digo que te leo desde que comenzaste (varios años, no?).
Muchas veces me pierdo y dejo pasar el tiempo, pero sigo volviendo a leer tus escritos los cuales me dejan siempre una mezcla de que hay algo más allá. En este caso es por "En aras del pasado", al leer este capítulo me a quedado dando vueltas y creo poder suponer, que quizás en el desenlace de esta historia Anabelle ya no sea la Duquesa de Calguieri, estaré desvariando?, solo me queda seguir esperando a ver como termina todo. Saludos y gracias por seguir publicando.

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