Aras del pasado, capítulo 55.
Dos
mundos, dos lugares, dos historias que alguna vez intentaron cambiarle la
suerte al destino pero que terminaron por sucumbir a un gestor que movió los
hilos de tal manera, que no solo truncó el curso de sus vidas e intenciones
sino que además, se volvía a presentar
en la misma trama y ha comenzado a dejar el manto de la oscuridad y a
mostrarse a la luz del escenario.
Londres…
─
¿Quién lo diría que en esta ocasión las cosas se me sirven en bandeja de plata?
─ Se auto pregunto una colorina que veía el contenido frente a sus ojos. ─ Ya
no solo podré cobrarme revancha de ti, Rowine.
Si no que ahora, puedo disfrutar a placeré del sufrimiento de mis antepasados en sus
descendientes. ¿No es así, Alesia Bringston?
Sus
ojos veían con tal desprecio del contenido que había en aquel recipiente de
vidrio. Como palpando con sus ojos, la veracidad de los hechos plasmados en
aquel espectro o masa de lo que pudo haber sido un ser vivo.
Chispas
intensas se desprendían de sus ojos como rayos de júbilo tras comprobar que
podía servirse la venganza fría y lenta, en el mejor de los platos.
─ ¿Qué
me dirías si supieras que tengo conmigo lo que más anhelabas en el pasado? ─
Volvió a preguntarse aquella pelirroja.
Y en
eso…
Unos
golpes interrumpen sus sórdidos cuestionamientos…
─
¿Quién es? ─ indagó la mujer.
─ Soy
yo, Camille. ─ respondieron al otro lado. ─ Edward.
─ ¡Al
fin! ─ dijo la pelirroja que dejo el recipiente guardado en la caja fuerte. ─
Dame un momento.
─
Espero. ─ respondió Edward.
Tras
guardar el contenido, poner la clave de la caja fuerte y taparlo con un cuadro.
Camille, limpió sus manos con una especie de líquido y tras secarse las manos.
Arregló su indumentaria y dirigió sus pasos hacia la puerta de su despacho.
Al
abrir, se mostró con un rostro tan sereno y afable que era inimaginable que detrás
de esa careta se escondía una mujer sin escrúpulos, retorcida, despiadada, calculadora y por sobre
todas las cosas, una mujer incapaz de sentir el dolor ajeno y mucho menos
sentir compasión. Ella era la perfección del termino maldad, envidia y
venganza.
Camille
Renault, otrora Vivian Bringston; Traía consigo no solo las emociones del
pasado sino el propósito de concretar su más anhelado deseo de quedarse con la
mujer; que según ella; le pertenecía por derecho.
Una mujer
impecable como implacable, inteligente en desmedida pero sus ansias de control
era su talón de Aquiles. Sumado a ello, tenía casi de todo: belleza, poder, riqueza
y una frialdad y letalidad que en el pasado.
Si hablamos de lo primero que citamos…Belleza.
Camille, lejos estaba de ser la joven esmirriada, frágil y dado a sufrir
ataques de ira que conllevaban a auto flagelarse a sí misma. Ahora era déspota y
si no podía conseguir franquear a un rival simplemente lo sacaba del camino sin
asco. Ya no era una chica desgarbada, pálida y con un rostro enfermo con
profundas ojeras del pasado. Hoy es una joven mujer fuerte, alta, con muchos
atributos físicos y curvos que sabían sacarle partido. Mantenía su tonalidad grisácea
pero con unas estrías doradas que le daban un aspecto maquiavélico cuando
dejaba ver su verdadero yo.
Se
podría decir que la antigua Vivian Bringston regresaba potenciada en todo lo
que careció en el pasado y con un nivel de maldad aterradora. Y a su haber ya había una larga listada de
víctimas de su maldad.
─
¡Buenas! ─ saludó Camille al abrir la puerta. ─ Tenla bondad de pasar a mi
humilde morada.
─
¡Buenas tardes Camille! ─ saludo Edward y entró directo tal como se le
indicase. ─ ¿Humilde morada?
─ Lo
es ─ contestó Camille tras cerrar la puerta. ─ Por el momento, ya que no se
asemeja en nada a lo que aspiro.
─ Esto
está lejos de ser un apartamento de suburbios ya que es más elegante que todas
las suites presidenciales de los hoteles del mundo ¡Solo mírale! ─ rebatió
Edward indicando con su mano, todo. ─ Es más elegante y lujoso que Versalles
mismo.
─ Sin
duda lo es ─ Coincidió Camille, caminando por derredor con prestancia. ─ Pero,
¡Ya dije! No es lo que aspiro.
─ ¿Qué
puede aspirar una mujer como tú? ─ pregunto el joven sentándose en un gran
sillón victoriano. ─ lo tienes todo.
─ Aspiro;
mejor dicho; reclamo el derecho de residir en el único lugar que es digno de mi
persona. ─ Puntualizó Camille viendo al visitante con el semblante fruncido. ─
Es descortés de tu parte tomar asiento cuando no se te ha dado tal confianza de
parte de un anfitrión ¿no te parece Edward, querido?
El susodicho,
en el acto se puso de pie y entre vergüenza e incomodidad, expuso…
─ ¡Discúlpame
el atrevimiento! ─ se retractó éste. ─ Pensé que estábamos en confianza.
─ Eres
de mi confianza ─ expuso Camille, tomando asiento ella primeramente. ─ Pero la
buena educación y costumbres inglesas nunca deben ser olvidadas, querido. Ahora
puedes disponer de mi comodidad y confianza.
─
Gracias ─ dijo Edward que se tragó el orgullo y luego, volvió a su locuacidad
acostumbrada. ─ ¿Cuál sería ese lugar digno de tu persona? Digo ¿Qué sitió
cumple con tus tan elevadas expectativas?
─ Un
castillo ─ respondió Camille.
─ ¿Qué
castillo? ─ volvió a preguntar Edward. ─ Hay muchos en Inglaterra o ¿Estamos
hablando de otro país de Europa?
─
Hablamos de casa. ─ señaló Camille viéndolo con suspicacia. ─ Europa es un
pañuelo mal hecho de la gran Britania.
─
¡Fuertes declaraciones! ─ adujo Edward sonriente. ─ No te oigan nuestros
vecinos.
─ Ninguno
está a la altura de una nación, mejor dicho; imperio como es el británico. ─ defendió
Camille. ─ Es nuestra la supremacía en casi todas las áreas y la historia así
lo ha demostrado por siglos. Ni siquiera
los hebreos pueden atribuirse tanta riqueza cultural, letrada, filosófica,
económica, militar, artes, etc... etc.
─ Sin
duda que eres la defensora publica número uno de nuestro país. ─ dijo admirado
Edward. ─ casi una admiradora.
─ No
soy una admiradora sino estoy casada con Inglaterra y su consigna de historia y
majestuosidad. ─ explicó Camille, sorbiendo un trago que había sido servido por
la servidumbre. ─ Soy la más fiel creyente de los valores y legados de nuestros
antecesores de Britania, la indomable.
─
¡Cuánto orgullo sientes! ─ exclamó deleitado el joven, alzando su copa y
haciendo un brindis. ─ ¡Salud por Inglaterra!
─
¡Vayamos al grano será mejor! ─ señaló Camile desviando el tema para lo que
realmente lo había hecho venir. ─ ¿Qué novedades me traes?
─ Te
respondo de inmediato, una vez que sacies mi curiosidad de hace un rato. ─
repuso Edward.
─
¡Está bien querido! ─ aceptó Camille y viéndolo con altanería, continuó. ─ Tu
curiosidad será plenamente saciada. Es lugar único y digno de mi persona. Es
nada menos que el castillo de Calguiere.
─
¡¿Qué?! ─ exclamó impactado Edward. ─ Ese es propiedad de la Duquesa de
Calguiere.
─
¡Exactamente! ─ acotó Camille sin inmutarse. ─ Es de Anabelle Calguiere.
─ ¿Y
cómo podrías vivir tú ahí? ─ cuestionó Edward. ─ para serlo tendrías que
contraer nupcias con algunos de los hijos de Anette y el único varón de esa
familia es Charles y es algo joven para ti. ¡Discúlpame! Pero no veo que puedas
concretar tu sueño.
─ Charles
no está ni estará en mi planes ─ refutó tajantemente Camille con soberbia. ─ La
única persona que es de mi interés en esa familia es la principal.
─ Te
refieres a ¿Anabelle Calguiere? ─ inquirió Edward.
─ Así
es ─ respondió Camille. ─ La misma. Mi amada Anabelle.
─ ¿Tú
estás enamorada de la actual Duquesa de Calguiere? ─ preguntó el joven.
─
Desde hace mucho ─ indicó Camille y se levantó de golpe de su asiento y se
paseó entre el lugar. ─ Ella es el amor de mi vida y nada ni nadie podrá
interponerse en mi camino hasta no ser la esposa de Anabelle.
─
¡Cielos! Me dejas anonadado ─ dijo Edward y meditando un poco, recordó. ─
¡Sácame de una duda! No hace muy poco, ella celebró un compromiso con otra
persona. Si mal no recuerdo las palabras de mi padre, al parecer era una joven
extranjera.
─ Es
una mujer ─ respondió seca Camille. ─ Pero será tan pasajera como lo fue David.
─ ¡Ya
veo! ─ dijo Edward. ─ intervendrás para que esa joven no se quede con Anabelle
y es por ello, que me has pedido ese encargo en particular.
─
¡Chico inteligente! ─ aduló Camille. ─ Dime ¿Qué noticias me traes?
─ Son
buenas noticias para ti y tus planes por lo que me cuentas. ─ repuso Edward. ─
Muy pronto se dará una fiesta para recolectar fondos en pos de la campaña por
niños de medio oriente y su majestad la reina, convocará a la nobleza a
participar de tal evento.
─
¡Excelente! ─ alabó Camille que se lisonjeaba de que todo iba saliendo como lo
había anticipado y planeado cuidadosamente. ─ Anabelle estará obligada asistir
a dicha gala y será el momento crucial de boicotearles los planes y alejarla de
su prometida.
─ ¿Y
cómo le harás? ─ indagó Edward.
─ Me valdré
de David que lo haré venir en secreto y es muy bien sabido por mí que su
flamante prometida detesta todas esas cosas protocolares y elitistas. ─ explicó
Camille sobando sus manos. ─ No va a soportar la presión de eso te lo puedo
asegurar. ¡La conozco demasiado bien! Será el inicio para que esas diferencias
comiencen a socavar su relación. ¡Rowine
Mcraune, nunca ha sido devota de ese estilo!
─
¿Rowine Mcraune? ─ inquirió Edward. ─ ¿quién es ella? No tengo el gusto de
tenerla en mi larga lista de personas importantes.
─ Nadie
de quién debas preocuparte o considerar. ─ respondió con sarcasmo Camille. ─ Es
un punto en el horizonte. ¡Así de insignificante!
─ ¡Qué
lástima! ─ repuso el joven.
─
¿Lástima por qué? ─ fue el turno de Camille de preguntar.
─ Tal
vez porque pudiera ser interesante saber más de ella y llegar a conocerla. ─
aclaró Edward.
─ ¡Ay
los hombres! ─ se lamentó Camille hastiada. ─ Son tan simplones y conformistas
que con ver un pedazo de escoba con faldas les sirve y se conforman.
─
Tenemos nuestras necesidad vitales ─ defendió Edward.
─ No
hay ninguna diferencia con la barbarie vikinga y ustedes ─ objetó Camille y
siendo malvada, agregó. ─ ¡quizás tengas suerte!
─ ¿Por
qué lo dices? ─ preguntó Edward.
─ Tal
vez haga los arreglos y pueda presentártela. ─ contestó Camille. ─ Después de
lo que le viene, no creo que esté en buen estado para objetar ciertas
peticiones de mi parte.
─ ¡Uy das
miedo! ─ exclamó Edward que conocía de sobra las andanzas de la joven.
─
Todos deberían temerme, querido mío. ─ se lisonjeó Camille. ─ Todos en verdad.
─ A
este paso, lo harán ─ secundó Edward.
─ Por
supuesto que lo harán ─ respondió Camille viendo el horizonte tras su ventanal
que le ofrecía una vista magnifica de gran parte de Londres.
El
horizonte…
En los
cielos de Punta Arenas…
Tras
un leve segundo, unos ojos esmeraldas quedaron viendo hacia el horizonte y se
empequeñecieron como presintiendo un mal presagio.
« No
te dejaré salirte con la tuya» susurró mentalmente la joven dueña de esos ojos
esmeraldas.
El
solo quedarse viendo fija el horizonte, hizo que una joven de cabellera dorada,
saliera a su encuentro.
─
¿Estás bien Raniel? ─ preguntó la joven.
─ Lo
estoy Anabelle ─ respondió la joven Larson.
Tres
mujeres y dos historias tan estrechas y a la vez, inciertas…
Mientras
que…
─
¡Habla de una vez! ─ exigió otra rubia, sosteniendo el rostro de un joven hombre
todo amoratado su rostro y que apenas se mantenía despierto. ─ ¿Dónde se
encuentra mi hijo?
Unos
ojos azules brillaban con tal coraje al no haber respuesta de su parte y tan
solo la mano sobre su hombro, la contenía de no desatar toda la furia contenida
en ese instante.
─
¡Déjalo por un momento! ─ suplicó Kat. ─
De nada te sirve Bastián en ese estado. Necesita que esté más lúcido para
sacarle información.
─
Tendrá una hora nada más ─ señaló Alesia limpiándose los nudillos de su mano. ─
No seré indulgente con un bastardo que sometió a Misha a tal sufrimiento. ¡Más
le vale que se recupere! Porque voy a dar con el paradero de mi hijo al precio
que sea.
¡Ahí
está! Dos historias entrelazadas y una sola responsable…Camille Renault.
3 comentarios:
Waooooo cada vez se pone mejor ya quiero saber más... Gracias por tan buena historia
cierto waaooo este ha sido el libro que mas tiempo he leido 7 años waooo lo bueno es que siempre se encuentra algo nuevo e impactante
Grandioso capítulo, ya quiero ver ese enfrentamiento de esas mujeres y ver como termina todo y saber si Alesia encuentra a su hijo, estaré a la espera por otro grandioso capítulo. Saludos
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