Capítulo 39, Destino implacable
— ¡En fin! — se lamentó la joven
Rangel después de ver como la estanciera abandonaba aquella oficina. — Nada se
puede hacer ya para evitar un desastre.
« ¿Por qué todo tenía que salir
al revés en su vida? » se recriminaba la joven mientras pasaba su mano por
detrás de su nuca.
Estaba más que claro que fuera dónde fuese, debía afrontar los obstáculos del camino y más si se trataba de lo que fue su vida pasada y no debía seguir cargando con esa cruz a cuesta de haber tomado malas decisiones cuando no hay garantías en nada de lo que escogemos libremente.
Si bien se puede sopesar las
cosas en su aspecto positivo como en su carga negativa es bien sabido que igual
tendrás cosas con las que lidiar porque hay situaciones que no se pueden
simplemente prever y he aquí el dicho o refrán «cada día tiene sus problemas» y
es algo que con cuál tienes que enfrentar y saber resolver.
No serían seres pensantes si no
pudieses analizar y resolver estas pequeñas eventualidades y es aquí cuando cobra fuerza lo dicho por nuestros
padres haz todo lo posible que esté a tu alcance y en tus límites. Lo otro
déjalo a una fuerza superior, creador.
Bianca iba a tomar ese camino
puesto que no podía contener la avalancha que se cernía sobre ellos como
tampoco podía incidir de ninguna manera en las decisiones que tomase tanto
Ariza como la plana mayor de la petrolera.
Ya había hecho lo que estuvo en
sus manos para que la estanciera detuviese el paso a sus terrenos pero duró lo
que ella estuvo fuera esos tres días y con la decisión de dicha jefatura ahora
todo había vuelto a foja cero.
Ahora tenía otras cosas de las
cuáles preocuparse y tenían relación con ese sumario que les dieron a ellos
tres. No importaba más quién era culpable o no. Solo había que saber que
sucedería de ahora en más.
—Don Alejandro — Habló Bianca que
mantenía sus ojos puestos en ese papel que le entregase su jefe.
—Dime Bianca. — Contestó éste que
permanecía aún en su lugar y no acató lo que había ordenado Román.
—Según aquí estoy leyendo se nos
solicita por no decir, obliga a estar en el campamento hasta que dure la
auditoria— dijo la joven. — Pero mi pregunta es ¿qué vamos hacer en ese tiempo?
Si nos impiden trabajar no veo la lógica de permanecer enclaustrados como si
fuésemos delincuentes comunes.
¡Ahí estaba el carácter de la
muchacha! Que no se conformaba con ser una mera espectadora pasiva. En verdad
que no era de tolerar las injusticas como tampoco las que no tenían sentido.
—Ustedes deben cesar sus
funciones solo por un poco de tiempo nada más — interrumpió Román. — No
comprendo del porqué sus temores o negativa en acatar las órdenes de sus
superiores.
—Desde que llegué a este
campamento he cumplido con lo que se ha solicitado por parte de la empresa, de
mis superiores e incluso cuando decidieron aislarme por el bien de los demás—
objetó Bianca viendo duramente al auditor. — y no veo que mi pregunta sea un
desacato como usted lo insinúa.
—Señorita Rangel no estoy
insinuando sino afirmando lo que se entrevé en su pregunta a Don Alejandro, que
por cierto solicité que nos dejase solos. — rebatió Román.
— ¡Ah! Eso — se disculpó el
mandamás levantándose de su asiento. —Los dejaré solos entonces para que pueda hablar más tranquilos.
—Gracias — repuso Román.
Espero unos segundos hasta que el
mandamás hubiese cerrado la puerta para ver directamente a las dos empleadas.
—Yo no sé hasta qué punto hacen
las cosas acá, pero tengo una orden que cumplir nos guste o no — señaló el
auditor. — ¡Veamos entonces! Tengo entendido que ambas están afectadas por las
acciones de la estanciera dueña de los pozos ¿es así?
—Por supuesto que lo es — fue el
turno de la inspectora en responder y de soslayo vio a Bianca.
Hubo silencio de parte de la
joven Rangel…
— ¿Y usted? — preguntó Román
viendo a la mencionada muchacha.
—Puede ser — respondió
evasivamente Bianca.
Esto tomó por sorpresa tanto al
auditor como a la inspectora que le vio directo a los ojos.
—No creo que sea conveniente que
defiendas a esa mujer después de todo lo que te ha hecho pasar. — espetó
Marcela que no entendía de la actitud de la joven.
Solo un resoplido fue la
respuesta espontánea de la joven.
— ¡Bianca! — protestó Marcela
viéndola confusamente. — ¿qué sucede contigo? Te desconozco con esa actitud. Tú
que siempre decías y defendías que no debíamos besarles los pies a los
estancieros en especial a Pedrales y ahora resulta que te escondes de tus
propias palabras.
—No lo hago —replicó cabreada. —estoy
muy consciente de las cosas que dije e hice pero estoy hasta la tuza con todo
este asunto de amenazas y peleas.
—Con mayor razón para decirlas —instigó
Marcela y se acercó a la muchacha hasta ocupar un lugar a su lado. — De los
años que llevo en esta empresa nunca he visto a nadie pelear por lo que cree y
siente y enseñarnos a todos lo que aquí trabajamos que un trabajo dignifica no
humilla o menoscaba.
— ¡Marcela para! — demandó Bianca
casi gritando y exudó gotas frías por su rostro.
— ¿Qué tienes? — fue la inmediata
pregunta de la inspectora, que dejo pasar lo demás y le tomó de su rostro.
—Yo…solo estoy cansada —
respondió visiblemente agotada. — Creo que estoy llegando a mi límite y no
puedo seguir lidiando con más cosas desagradables.
— ¿Tu salud? — inquirió la
inspectora viendo el semblante de la joven.
—En casa de Ariza me auscultó un
médico — reveló Bianca haciendo una morisqueta involuntaria.
— ¿por? — insistió Marcela.
—He tenido dos desmayos por
acumulación de estrés — contestó ella. —Por eso no buscó más conflictos.
— ¿Por qué no me habías dicho
nada al respecto? — cuestionó la rubia inspectora. — he dejado varios mensajes
para saber de ti y no tuve nunca una respuesta.
—El beeper está roto — Admitió
Bianca bajando la mirada avergonzada. — y mi móvil quedo sin batería en lo que
estuve en la estancia los pozos.
— ¡Ya veo! — exclamó la
inspectora levantando el mentón de la muchacha. — No tienes por qué esconder la
mirada ya que estoy segura que fue por culpa de esa mujer.
— ¡Marce! — murmuró Rangel y apartándose del agarre de la inspectora. —
Lamentó haberte preocupado al igual que no haberme comunicado con Don Alejandro
pero me fue imposible y es que mi jeep quedo destrozado por mi imprudencia al
conducir y como dije estuve inconsciente por un tiempo.
En eso…
— ¿Usted se volcó? — fue el turno
del auditor en preguntar.
—No — respondió Bianca. — Lo
estrellé.
—Eso habla muy mal de usted
señorita Rangel — recalcó Román viendo sus apuntes. — Según tengo entendido
aquí no se puede andar a exceso de velocidad por parte de funcionarios de Enap.
—No fui como un empleado de Enap—
repuso ésta.
— ¿Entonces en calidad de qué
fue? — preguntó el auditor.
—Fui como una persona común —
masculló la joven Rangel.
— ¿En horarios de trabajo o fuera
de este? — sonsacó Román anotando cosas.
—Fuera de mi horario de trabajo,
señor — contestó cabreada Bianca.
— ¿Usando uniforme de la empresa?
— Cargó el hombre. — o de civil.
—Usando mi propia ropa — replicó
ella. — Por si lo necesita escribir; jeans, camisa, chaqueta y botines… ¡Ah lo
olvidaba!... una gorra también ¿satisfecho?
Por su parte la inspectora, rascó
un poco su cabeza con impaciencia ya que estaba a solo un pelín decir unas
cuantas cosas a ese auditor. No obstante, se contenía ya que tampoco le quedaba
mucho margen para ello ya que su compañera estaba con la artillería cargada
hacia el hombre.
—Entonces. Puede decir el motivo
por el cuál fue hablar con la estanciera — prosiguió Román con su trabajo.
—Eso no es asunto suyo — contestó
seca Bianca.
—Por supuesto que lo es —
Contravino Román viéndola seriamente. —Usted es una funcionaria de Enap y tengo
entendido que su residencia depende de la empresa por lo que salirse del
recinto debe ser previamente informado. Está habilitada solo estar en terrenos
de la estatal y aquí lo dice bien claro el contrato que usted misma firmó con
nuestra empresa.
— ¡Un momento Román! — intervino
la inspectora. — Usted se está excediendo por muy auditor que sea. Bianca puede
transitar por otros lugares y no está esclavizada a estar presa de las
instalaciones de la empresa.
—Pues como dije está impreso,
señorita Paredes — rebatió el auditor mostrando la cláusula. — Y no estoy
excediéndome si no cumpliendo con mi trabajo.
— ¿Trabajo? — cuestionó Marcela.
—Marce — llamó Bianca moviendo su
cabeza.
La inspectora quedo viendo a su
compañera y aspiró aire pesadamente hasta con resignación ceder.
Una vez que consiguió su objetivo
sus ojos grises se clavaron en ese moreno papanatas que estaba con ellas.
—Señor… ¿Román no es así? —
indagó Bianca.
—Daniel Román para usted —
contestó el hombre.
—Muy bien señor Román — habló
Bianca. — ya que usted quiere saber la verdad de las cosas se las voy a decir
por su nombre entonces. Fui hablar directamente con la dueña de los pozos
porque pesaba sobre «su empresa» una orden que no dejaría entrar a personal
alguno de la petrolera y eso significaba cero extracción de petróleo y gas. En
pocas palabras señor, fui a salvarles el culo a todos ustedes frente a Ariza
¿contento ahora?
La respuesta tomó por sorpresa al
investigador que trajo a su mente de inmediato lo que ya había mencionado la
estanciera antes de irse; mejor dicho amenazó.
Mientras el hombre digería las
palabras de la joven Rangel, la inspectora contra atacó enseguida.
—Ahora puede hacerse a la idea Román, de lo que tenemos que lidiar
a diario con los estancieros de esta región. — arremetió sin asco Marcela. — Y
no es de ahora solamente esto lleva muchos años, pero ustedes en la mesa
central han hecho oídos sordos a nuestros informes o quejas.
El hombre no dijo nada solo
pestañeó un poco más de lo normal, reflexionando lo dicho.
— ¡Hay algún documento que avalé
lo que usted está diciendo señorita Paredes? — consultó el auditor.
Aquello le tomó por sorpresa a la
inspectora que asumía que todo estaba ya en Santiago y le produjo un poco de
escepticismo que el hombre hablase de las reglas cuando el mismo dejaba ver que
no era infalible al parecer.
—Creí que usted contaba con todos
los antecedes Román — No se contuvo de decirlo ésta.
El auditor solo se tocó la
barbilla como analizando a la funcionaria y evaluando el comportamiento de todos
en general hasta el momento.
—Para ser tan tajante en los
deberes que tenemos los funcionarios de Enap sus acciones son incongruentes ¿no
le parece? — enrostró Marcela sin cortarse un ápice.
El hombre no respondió a los
comentarios por el momento solo se limitó en observarla.
Al no ver respuesta por parte del
auditor, la inspectora quedo viendo a Bianca, quién asintió levemente para que
decidiera darle en el gusto al funcionario.
—Alejandro debe tener otra copia
en sus archivos ya que como personal no podemos quedarnos con ningún documento
de esa índole— Mencionó la inspectora. — Pero si necesita otro respaldo puede
pedirlo con él o en el retén de carabineros.
— ¿Esos documentos son con
respecto a usted o la señorita Rangel? — Preguntó Román.
—Lo que tienen relación a
carabineros son de mi parte — respondió Marcela. — Hice una denuncia en contra
de la estanciera por secuestrar a Bianca y ocasionarle daños a su vehículo.
Además de una que interpuso Alejandro cuando esta mujer me disparó.
— ¡Ya veo! — Dijo Román revisando
sus apuntes— Puede indicarme entonces ¿Con que autoridad o facultad se presentó
en casa de la estanciera?
Marcela, respiró más pesado de lo
normal ya que estaba harta de tener que volver
a decir las cosas. Pero se las bancó muy bien.
—Como dije recién. Ariza Pedrales
intentó volcar al vehículo de mi compañera en el camino y no bastó con eso que
simplemente la secuestró hasta su domicilio. — enunció Marcela.
Tras oír lo expuesto por la
inspectora, fue inevitable que Bianca cerrará sus ojos de golpe y gimiera en su
fuero interno ya que todo esto era en realidad bien bochornoso y le dejaba con
un profundo sentido de pesar ya que nada podía refutar para defender a Ariza.
Ella se sentía horrible por no poder justificar estos hechos. Aunque fueran
malos en todo el sentido de la palabra.
—«Aunque me duela más a mí ahora,
no puedo justificar tus acciones Ariza» sopesó mentalmente la joven Rangel.
Por su parte el auditor continuó
revisando su información y tarjaba algunos y anotaba otros. Realmente el hombre
era intratable y mostraba poca deferencia por sus colegas y la empatía estaba
lejos de estar presente en su vocablo como acciones.
—Insisto en qué me diga bajo qué
facultad fue al domicilio de la estanciera. — acotó Román levantando sus ojos
para observar nuevamente a la funcionaria. — porqué en lo que a mí concierne
solo Don Alejandro es la persona idónea para dicha acción y no usted.
«Hijo de la…» despotricaba en su
mente la inspectora.
—Por si usted lo desconoce Román
y no leyó el informe que presentó mi jefe a sus superiores — masculló Marcela
dirigiendo sus pasos hasta una estantería y sacó un archivador del cuál extrajo
una hoja y se la entregó al odioso hombrecito. — Aquí está la copia que tuve
que dejar en carabineros dado que Alejandro viajó con rumbo a Punta Arenas y en
su ausencia y como jefa de inspectores paso a estar al mando de las
instalaciones y como usted tanto ha recalcado, me faculta para tomar decisiones
en la empresa y no buscó mandarme las partes o tomarme atribuciones que no
correspondan. Solo velo por la empresa y su personal.
Román por su parte le siguió
observando unos segundos más para luego, anotar unas cuantas cosas más.
—Eso viene a responder algunas
cosas que no me cuadraban — señaló el auditor. — Ahora necesito saber ¿Cuándo
usted recibió dicho disparo? Antes de la
denuncia o después de haberla estampado o son cosas diferentes.
—Mucho después de hacer esa
denuncia — contestó la inspectora.
— ¿Cuándo la señorita Rangel
estaba dentro de la propiedad de la estanciera? — continuó Román. — u otro día.
—Al día siguiente— respondió
Marcela. — En el atardecer.
—Y usted señorita Rangel ¿qué
hizo al respecto? — interrogó Román.
— ¿Qué hice al respecto? — contra
preguntó Bianca que le parecía insólita el tipo de pregunta.
—Así es — dijo Román.
— ¿Qué tipo de pregunta es esa? —
cuestionó Bianca. — Le parece a usted que estuve de paseo en esa casa.
—Por eso le estoy preguntando —
respondió el auditor. — No asumo nada, solo verificó hechos y los cotejos con
lo que tengo.
—Nunca he estado antes en un
sumario pero lo aseguro que no volveré a dar razones para toparme con personas
como usted. — rebatió Bianca.
—Por favor limítese a lo que le
pregunté — demandó Román.
—Para su información no pude
hacer mucho en esa ocasión — respondió la joven Rangel. — Primero fui contra
voluntad y luego, acaté lo que me pidió Marcela.
— ¿Y por qué estaba en ese lugar
entonces? — cuestionó el hombre.
— ¡Uf! — bufó Bianca mentalmente
contra los números de su mano para calmarse y luego responder. — Se mencionó
señor que fui llevada contra mi voluntad al domicilio de la estanciera. No
porque quisiera ir.
— ¿Se deja secuestrar tan
fácilmente por una mujer? — refutó Román. — Pensé que era más dura por la
impresión que me ha dado todo este tiempo. No parece una mujer débil o qué
necesite ayuda.
— ¿Qué diantres está insinuando? —
bramó Bianca que perdió toda lógica y calma y se levantó de su asiento como un
resorte.
— ¡Bianca! — intervino Marcela
poniéndose de por medio ante la joven. — No.
— ¿Acaso su intención es
agredirme señorita Rangel? — amonestó el auditor que se puso de pie. — Porque
si ese fuese el caso. No me cuesta solicitar que la expulsen de inmediato de la
empresa.
—Ella no va hacer eso — replicó
Marcela viendo con malos ojos al funcionario. — Pero usted está abusando de sus
atribuciones y voy a ser yo quién informé a la cabeza en Punta Arenas del trato
que se nos está dando.
— ¿Con qué derecho? — Hostigó
Román. — Una inspectora no tiene peso.
—Román no continué por ese camino
— reprochó la inspectora que sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta. —
Esto me faculta a denunciarlo por discriminación.
—Comprendo — dijo éste leyendo la
credencial de la funcionaria. — Entonces vamos a concluir por hoy y mañana les
pediré a ambas que me acompañen a hacer unas visitas en terreno.
—Bien — fue todo lo que repuso
Marcela y tomando del brazo a su compañera. — Salgamos Bianca de aquí.
— ¡Qué tengan un buen día
señoras! — repuso Román sin dejar de verle a ambas. — Y no olviden mi
sugerencia de no abandonar las inmediaciones de Enap.
— ¡Al carajo! — siseó Bianca que
lo fulminó con la mirada.
— ¡Vamos! — Demandó Marcela
empujando a su compañera.
Una vez que ambas mujeres se
fueron de la oficina. Recién el hombre respiró pesado sobando su rostro.
«Realmente aquí la vida es otra
cosa» reflexionó el auditor por unos mementos.
Mientras en el área de
estacionamiento…
Una figura avanza hacia dónde se
halla una camioneta estacionada y su ocupante está al borde del capón meditando
en todo lo que ocurrió y fue cuando se escuchó…
—Ariza, debemos hablar. — fue la
sugerencia de parte de un hombre.
— ¿Qué te sucedió? — fue la
pregunta de la propia estanciera al contemplar el aspecto del hombre.
—Es una larga historia —
respondió él y viendo a todas partes, solicitó. — Que por desgracia no puedo contar aquí y necesito que me saques de este
lugar cuánto antes.
—Bien — ordenó Ariza. — ¡Sube de
inmediato!
Sin tiempo que perder ambos
subieron a la camioneta y puso en marcha el coche para salir más que rauda de
las instalaciones de la petrolera.
No hubo necesidad de preguntar
nada puesto que le bastaba con lo que vio para sacar una rápida conclusión de
los hechos y fiel a su palabra empeñada, iba hacerse cargo de él y protegerlo
de la propia estatal.
Tendría que postergar momentáneamente
sus planes y regresaría más tarde en busca de su romí y ver la postura
definitiva de la Enapina. Si no cumplían con sus requerimientos los haría
pedazos hasta la misma medula partiendo por la inspectorcita.
—«Regresaré por ti, Romí»
masculló entre dientes Ariza que no tuvo más opción que partir.
A su vez…
—«Ariza» susurró la joven Rangel
mientras salía de las dependencias de las oficinas de Cop y veía hacia el
horizonte.
Sus ojos grises se centraron en
el rumbo que llevaba una camioneta verde con destino hacia el paso 14 y quedo
confundida con ello.
—Es hora de que tú y yo hablemos —
fue el susurró casi pegado a su nuca. —Bianca.
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