mujer y ave

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sábado, 2 de marzo de 2024

Asfixia...

 Capítulo 39, Destino implacable

— ¡En fin! — se lamentó la joven Rangel después de ver como la estanciera abandonaba aquella oficina. — Nada se puede hacer ya para evitar un desastre.

« ¿Por qué todo tenía que salir al revés en su vida? » se recriminaba la joven mientras pasaba su mano por detrás de su nuca.

Estaba más que claro que fuera dónde fuese, debía afrontar los obstáculos del camino y más si se trataba de lo que fue su vida pasada y no debía seguir cargando con esa cruz a cuesta de haber tomado malas decisiones cuando no hay garantías en nada de lo que escogemos libremente.

Si bien se puede sopesar las cosas en su aspecto positivo como en su carga negativa es bien sabido que igual tendrás cosas con las que lidiar porque hay situaciones que no se pueden simplemente prever y he aquí el dicho o refrán «cada día tiene sus problemas» y es algo que con cuál tienes que enfrentar y saber resolver.

No serían seres pensantes si no pudieses analizar y resolver estas pequeñas eventualidades y es aquí  cuando cobra fuerza lo dicho por nuestros padres haz todo lo posible que esté a tu alcance y en tus límites. Lo otro déjalo a una fuerza superior, creador.

Bianca iba a tomar ese camino puesto que no podía contener la avalancha que se cernía sobre ellos como tampoco podía incidir de ninguna manera en las decisiones que tomase tanto Ariza como la plana mayor de la petrolera.

Ya había hecho lo que estuvo en sus manos para que la estanciera detuviese el paso a sus terrenos pero duró lo que ella estuvo fuera esos tres días y con la decisión de dicha jefatura ahora todo había vuelto a foja cero.

Ahora tenía otras cosas de las cuáles preocuparse y tenían relación con ese sumario que les dieron a ellos tres. No importaba más quién era culpable o no. Solo había que saber que sucedería de ahora en más.

—Don Alejandro — Habló Bianca que mantenía sus ojos puestos en ese papel que le entregase su jefe.

—Dime Bianca. — Contestó éste que permanecía aún en su lugar y no acató lo que había ordenado Román.

—Según aquí estoy leyendo se nos solicita por no decir, obliga a estar en el campamento hasta que dure la auditoria— dijo la joven. — Pero mi pregunta es ¿qué vamos hacer en ese tiempo? Si nos impiden trabajar no veo la lógica de permanecer enclaustrados como si fuésemos delincuentes comunes.

¡Ahí estaba el carácter de la muchacha! Que no se conformaba con ser una mera espectadora pasiva. En verdad que no era de tolerar las injusticas como tampoco las que no tenían sentido.

—Ustedes deben cesar sus funciones solo por un poco de tiempo nada más — interrumpió Román. — No comprendo del porqué sus temores o negativa en acatar las órdenes de sus superiores.

—Desde que llegué a este campamento he cumplido con lo que se ha solicitado por parte de la empresa, de mis superiores e incluso cuando decidieron aislarme por el bien de los demás— objetó Bianca viendo duramente al auditor. — y no veo que mi pregunta sea un desacato como usted lo insinúa.

—Señorita Rangel no estoy insinuando sino afirmando lo que se entrevé en su pregunta a Don Alejandro, que por cierto solicité que nos dejase solos. — rebatió Román.

— ¡Ah! Eso — se disculpó el mandamás levantándose de su asiento. —Los dejaré solos  entonces para que pueda hablar más tranquilos.

—Gracias — repuso Román.

Espero unos segundos hasta que el mandamás hubiese cerrado la puerta para ver directamente a las dos empleadas.

—Yo no sé hasta qué punto hacen las cosas acá, pero tengo una orden que cumplir nos guste o no — señaló el auditor. — ¡Veamos entonces! Tengo entendido que ambas están afectadas por las acciones de la estanciera dueña de los pozos ¿es así?

—Por supuesto que lo es — fue el turno de la inspectora en responder y de soslayo vio a Bianca.

Hubo silencio de parte de la joven Rangel…

— ¿Y usted? — preguntó Román viendo a la mencionada muchacha.

—Puede ser — respondió evasivamente Bianca.

Esto tomó por sorpresa tanto al auditor como a la inspectora que le vio directo a los ojos.

—No creo que sea conveniente que defiendas a esa mujer después de todo lo que te ha hecho pasar. — espetó Marcela que no entendía de la actitud de la joven.

Solo un resoplido fue la respuesta espontánea de la joven.

— ¡Bianca! — protestó Marcela viéndola confusamente. — ¿qué sucede contigo? Te desconozco con esa actitud. Tú que siempre decías y defendías que no debíamos besarles los pies a los estancieros en especial a Pedrales y ahora resulta que te escondes de tus propias palabras.

—No lo hago —replicó cabreada. —estoy muy consciente de las cosas que dije e hice pero estoy hasta la tuza con todo este asunto de amenazas y peleas.

—Con mayor razón para decirlas —instigó Marcela y se acercó a la muchacha hasta ocupar un lugar a su lado. — De los años que llevo en esta empresa nunca he visto a nadie pelear por lo que cree y siente y enseñarnos a todos lo que aquí trabajamos que un trabajo dignifica no humilla o menoscaba.

— ¡Marcela para! — demandó Bianca casi gritando y exudó gotas frías por su rostro.

— ¿Qué tienes? — fue la inmediata pregunta de la inspectora, que dejo pasar lo demás y le tomó de su rostro.

—Yo…solo estoy cansada — respondió visiblemente agotada. — Creo que estoy llegando a mi límite y no puedo seguir lidiando con más cosas desagradables.

— ¿Tu salud? — inquirió la inspectora viendo el semblante de la joven.

—En casa de Ariza me auscultó un médico — reveló Bianca haciendo una morisqueta involuntaria.

— ¿por? — insistió Marcela.

—He tenido dos desmayos por acumulación de estrés — contestó ella. —Por eso no buscó más conflictos.

— ¿Por qué no me habías dicho nada al respecto? — cuestionó la rubia inspectora. — he dejado varios mensajes para saber de ti y no tuve nunca una respuesta.

—El beeper está roto — Admitió Bianca bajando la mirada avergonzada. — y mi móvil quedo sin batería en lo que estuve en la estancia los pozos.

— ¡Ya veo! — exclamó la inspectora levantando el mentón de la muchacha. — No tienes por qué esconder la mirada ya que estoy segura que fue por culpa de esa mujer.

— ¡Marce! — murmuró Rangel  y apartándose del agarre de la inspectora. — Lamentó haberte preocupado al igual que no haberme comunicado con Don Alejandro pero me fue imposible y es que mi jeep quedo destrozado por mi imprudencia al conducir y como dije estuve inconsciente por un tiempo.

En eso…

— ¿Usted se volcó? — fue el turno del auditor en preguntar.

—No — respondió Bianca. — Lo estrellé.

—Eso habla muy mal de usted señorita Rangel — recalcó Román viendo sus apuntes. — Según tengo entendido aquí no se puede andar a exceso de velocidad por parte de funcionarios de Enap.

—No fui como un empleado de Enap— repuso ésta.

— ¿Entonces en calidad de qué fue? — preguntó el auditor.

—Fui como una persona común — masculló la joven Rangel.

— ¿En horarios de trabajo o fuera de este? — sonsacó Román anotando cosas.

—Fuera de mi horario de trabajo, señor — contestó cabreada Bianca.

— ¿Usando uniforme de la empresa? — Cargó el hombre. — o de civil.

—Usando mi propia ropa — replicó ella. — Por si lo necesita escribir; jeans, camisa, chaqueta y botines… ¡Ah lo olvidaba!... una gorra también ¿satisfecho?

Por su parte la inspectora, rascó un poco su cabeza con impaciencia ya que estaba a solo un pelín decir unas cuantas cosas a ese auditor. No obstante, se contenía ya que tampoco le quedaba mucho margen para ello ya que su compañera estaba con la artillería cargada hacia el hombre.

—Entonces. Puede decir el motivo por el cuál fue hablar con la estanciera — prosiguió Román con su trabajo.

—Eso no es asunto suyo — contestó seca Bianca.

—Por supuesto que lo es — Contravino Román viéndola seriamente. —Usted es una funcionaria de Enap y tengo entendido que su residencia depende de la empresa por lo que salirse del recinto debe ser previamente informado. Está habilitada solo estar en terrenos de la estatal y aquí lo dice bien claro el contrato que usted misma firmó con nuestra empresa.

— ¡Un momento Román! — intervino la inspectora. — Usted se está excediendo por muy auditor que sea. Bianca puede transitar por otros lugares y no está esclavizada a estar presa de las instalaciones de la empresa.

—Pues como dije está impreso, señorita Paredes — rebatió el auditor mostrando la cláusula. — Y no estoy excediéndome si no cumpliendo con mi trabajo.

— ¿Trabajo? — cuestionó Marcela.

—Marce — llamó Bianca moviendo su cabeza.

La inspectora quedo viendo a su compañera y aspiró aire pesadamente hasta con resignación ceder.

Una vez que consiguió su objetivo sus ojos grises se clavaron en ese moreno papanatas que estaba con ellas.

—Señor… ¿Román no es así? — indagó Bianca.

—Daniel Román para usted — contestó el hombre.

—Muy bien señor Román — habló Bianca. — ya que usted quiere saber la verdad de las cosas se las voy a decir por su nombre entonces. Fui hablar directamente con la dueña de los pozos porque pesaba sobre «su empresa» una orden que no dejaría entrar a personal alguno de la petrolera y eso significaba cero extracción de petróleo y gas. En pocas palabras señor, fui a salvarles el culo a todos ustedes frente a Ariza ¿contento ahora?

La respuesta tomó por sorpresa al investigador que trajo a su mente de inmediato lo que ya había mencionado la estanciera antes de irse; mejor dicho amenazó.

Mientras el hombre digería las palabras de la joven Rangel, la inspectora contra atacó enseguida.

—Ahora puede hacerse  a la idea Román, de lo que tenemos que lidiar a diario con los estancieros de esta región. — arremetió sin asco Marcela. — Y no es de ahora solamente esto lleva muchos años, pero ustedes en la mesa central han hecho oídos sordos a nuestros informes o quejas.

El hombre no dijo nada solo pestañeó un poco más de lo normal, reflexionando lo dicho.

— ¡Hay algún documento que avalé lo que usted está diciendo señorita Paredes? — consultó el auditor.

Aquello le tomó por sorpresa a la inspectora que asumía que todo estaba ya en Santiago y le produjo un poco de escepticismo que el hombre hablase de las reglas cuando el mismo dejaba ver que no era infalible al parecer.

—Creí que usted contaba con todos los antecedes Román — No se contuvo de decirlo ésta.

El auditor solo se tocó la barbilla como analizando a la funcionaria y evaluando el comportamiento de todos en general hasta el momento.

—Para ser tan tajante en los deberes que tenemos los funcionarios de Enap sus acciones son incongruentes ¿no le parece? — enrostró Marcela sin cortarse un ápice.

El hombre no respondió a los comentarios por el momento solo se limitó en observarla.

Al no ver respuesta por parte del auditor, la inspectora quedo viendo a Bianca, quién asintió levemente para que decidiera darle en el gusto al funcionario.

—Alejandro debe tener otra copia en sus archivos ya que como personal no podemos quedarnos con ningún documento de esa índole— Mencionó la inspectora. — Pero si necesita otro respaldo puede pedirlo con él o en el retén de carabineros.

— ¿Esos documentos son con respecto a usted o la señorita Rangel? — Preguntó Román.

—Lo que tienen relación a carabineros son de mi parte — respondió Marcela. — Hice una denuncia en contra de la estanciera por secuestrar a Bianca y ocasionarle daños a su vehículo. Además de una que interpuso Alejandro cuando esta mujer me disparó.

— ¡Ya veo! — Dijo Román revisando sus apuntes— Puede indicarme entonces ¿Con que autoridad o facultad se presentó en casa de la estanciera?

Marcela, respiró más pesado de lo normal ya que estaba harta de tener que volver  a decir las cosas. Pero se las bancó muy bien.

—Como dije recién. Ariza Pedrales intentó volcar al vehículo de mi compañera en el camino y no bastó con eso que simplemente la secuestró hasta su domicilio. — enunció Marcela.

Tras oír lo expuesto por la inspectora, fue inevitable que Bianca cerrará sus ojos de golpe y gimiera en su fuero interno ya que todo esto era en realidad bien bochornoso y le dejaba con un profundo sentido de pesar ya que nada podía refutar para defender a Ariza. Ella se sentía horrible por no poder justificar estos hechos. Aunque fueran malos en todo el sentido de la palabra.

 

—«Aunque me duela más a mí ahora, no puedo justificar tus acciones Ariza» sopesó mentalmente la joven Rangel.

Por su parte el auditor continuó revisando su información y tarjaba algunos y anotaba otros. Realmente el hombre era intratable y mostraba poca deferencia por sus colegas y la empatía estaba lejos de estar presente en su vocablo como acciones.

—Insisto en qué me diga bajo qué facultad fue al domicilio de la estanciera. — acotó Román levantando sus ojos para observar nuevamente a la funcionaria. — porqué en lo que a mí concierne solo Don Alejandro es la persona idónea para dicha acción y no usted.

«Hijo de la…» despotricaba en su mente la inspectora.

—Por si usted lo desconoce Román y no leyó el informe que presentó mi jefe a sus superiores — masculló Marcela dirigiendo sus pasos hasta una estantería y sacó un archivador del cuál extrajo una hoja y se la entregó al odioso hombrecito. — Aquí está la copia que tuve que dejar en carabineros dado que Alejandro viajó con rumbo a Punta Arenas y en su ausencia y como jefa de inspectores paso a estar al mando de las instalaciones y como usted tanto ha recalcado, me faculta para tomar decisiones en la empresa y no buscó mandarme las partes o tomarme atribuciones que no correspondan. Solo velo por la empresa y su personal.

Román por su parte le siguió observando unos segundos más para luego, anotar unas cuantas cosas más.

—Eso viene a responder algunas cosas que no me cuadraban — señaló el auditor. — Ahora necesito saber ¿Cuándo usted recibió dicho disparo?  Antes de la denuncia o después de haberla estampado o son cosas diferentes.

—Mucho después de hacer esa denuncia — contestó la inspectora.

— ¿Cuándo la señorita Rangel estaba dentro de la propiedad de la estanciera? — continuó Román. — u otro día.

—Al día siguiente— respondió Marcela. — En el atardecer.

—Y usted señorita Rangel ¿qué hizo al respecto? — interrogó Román.

— ¿Qué hice al respecto? — contra preguntó Bianca que le parecía insólita el tipo de pregunta.

—Así es — dijo Román.

— ¿Qué tipo de pregunta es esa? — cuestionó Bianca. — Le parece a usted que estuve de paseo en esa casa.

—Por eso le estoy preguntando — respondió el auditor. — No asumo nada, solo verificó hechos y los cotejos con lo que tengo.

—Nunca he estado antes en un sumario pero lo aseguro que no volveré a dar razones para toparme con personas como usted. — rebatió Bianca.

—Por favor limítese a lo que le pregunté — demandó Román.

—Para su información no pude hacer mucho en esa ocasión — respondió la joven Rangel. — Primero fui contra voluntad y luego, acaté lo que me pidió Marcela.

— ¿Y por qué estaba en ese lugar entonces? — cuestionó el hombre.

— ¡Uf! — bufó Bianca mentalmente contra los números de su mano para calmarse y luego responder. — Se mencionó señor que fui llevada contra mi voluntad al domicilio de la estanciera. No porque quisiera ir.

— ¿Se deja secuestrar tan fácilmente por una mujer? — refutó Román. — Pensé que era más dura por la impresión que me ha dado todo este tiempo. No parece una mujer débil o qué necesite ayuda.

— ¿Qué diantres está insinuando? — bramó Bianca que perdió toda lógica y calma y se levantó de su asiento como un resorte.

— ¡Bianca! — intervino Marcela poniéndose de por medio ante la joven. — No.

— ¿Acaso su intención es agredirme señorita Rangel? — amonestó el auditor que se puso de pie. — Porque si ese fuese el caso. No me cuesta solicitar que la expulsen de inmediato de la empresa.

—Ella no va hacer eso — replicó Marcela viendo con malos ojos al funcionario. — Pero usted está abusando de sus atribuciones y voy a ser yo quién informé a la cabeza en Punta Arenas del trato que se nos está dando.

— ¿Con qué derecho? — Hostigó Román. — Una inspectora no tiene peso.

—Román no continué por ese camino — reprochó la inspectora que sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta. — Esto me faculta a denunciarlo por discriminación.

—Comprendo — dijo éste leyendo la credencial de la funcionaria. — Entonces vamos a concluir por hoy y mañana les pediré a ambas que me acompañen a hacer unas visitas en terreno.

—Bien — fue todo lo que repuso Marcela y tomando del brazo a su compañera. — Salgamos Bianca de aquí.

— ¡Qué tengan un buen día señoras! — repuso Román sin dejar de verle a ambas. — Y no olviden mi sugerencia de no abandonar las inmediaciones de Enap.

— ¡Al carajo! — siseó Bianca que lo fulminó con la mirada.

— ¡Vamos! — Demandó Marcela empujando a su compañera.

Una vez que ambas mujeres se fueron de la oficina. Recién el hombre respiró pesado sobando su rostro.

«Realmente aquí la vida es otra cosa» reflexionó el auditor por unos mementos.

Mientras en el área de estacionamiento…

Una figura avanza hacia dónde se halla una camioneta estacionada y su ocupante está al borde del capón meditando en todo lo que ocurrió y fue cuando se escuchó…

 

—Ariza, debemos hablar. — fue la sugerencia de parte de un hombre.

— ¿Qué te sucedió? — fue la pregunta de la propia estanciera al contemplar el aspecto del hombre.

—Es una larga historia — respondió él y viendo a todas partes, solicitó. — Que por desgracia no puedo  contar aquí y necesito que me saques de este lugar cuánto antes.

—Bien — ordenó Ariza. — ¡Sube de inmediato!

Sin tiempo que perder ambos subieron a la camioneta y puso en marcha el coche para salir más que rauda de las instalaciones de la petrolera.

No hubo necesidad de preguntar nada puesto que le bastaba con lo que vio para sacar una rápida conclusión de los hechos y fiel a su palabra empeñada, iba hacerse cargo de él y protegerlo de la propia estatal.

Tendría que postergar momentáneamente sus planes y regresaría más tarde en busca de su romí y ver la postura definitiva de la Enapina. Si no cumplían con sus requerimientos los haría pedazos hasta la misma medula partiendo por la inspectorcita.

—«Regresaré por ti, Romí» masculló entre dientes Ariza que no tuvo más opción que partir.

A su vez…

—«Ariza» susurró la joven Rangel mientras salía de las dependencias de las oficinas de Cop y veía hacia el horizonte.

Sus ojos grises se centraron en el rumbo que llevaba una camioneta verde con destino hacia el paso 14 y quedo confundida con ello.

—Es hora de que tú y yo hablemos — fue el susurró casi pegado a su nuca. —Bianca.

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