Capítulo 30, destino implacable.
Aquella palabra o el tono demandante hicieron estragos en
la mente y en el corazón de la morena y sus labios se abrieron cual capullo de
flor al más leve atisbo de esa voz y la trasladaron en un abrir de ojos al
pasado justo cuando…
─ Dilo ─ Exigió una joven de largos cabellos castaños
claros que estaba ataviada en una especie de camisón de seda.
─ ¿Qué? ─ fue la pregunta de la morena que estaba boqui abierta y algo aturdida.
─ ¡Arlyn! ─ Protestó la joven que se levantó de sus
aposentos cómodos y entrecerró sus ojos, no muy complacida.
─ Dime
Anaí ─ insistió la llamada Arlyn aún sin poder
recomponerse del todo.
Aquellos ojos grises de la joven Anaí mostraban una leve
confusión al ver el comportamiento extraño de la morena.
─ ¿Qué
sucede? ─ preguntó Anaí con preocupación y tomando su
rostro entre sus manos, añadió─ estás
comportando de una manera extraña. Tú no sueles quedarte callada con nada y
menos tratándose de una noche tan especial como está.
─ Yo…no…sé
─ admitió Arlyn bajando un tanto su cabeza
avergonzada de su reacción.
─ Romí ─ murmuró entre dientes Anaí que se enterneció
mucho ver de ese modo a su amor. ─ estará todo bien.
─ ¡Repítelo!
─ suplicó Arlyn con sus ojos brillando con una
chispa tan vibrante que opacaba al resplandor de las mismas estrellas.
─ Romí ─ acató Anaí con un énfasis que denotaba que lo
esgrimía como un escudo y espada a la vez. ─ Arlyn, mi romí.
─ Lo soy
y tú lo eres de mí ─ afirmó
Arlyn sacudiéndose la bruma de vulnerabilidad que la acongojó por unos
instantes. ─ Al fin nos hemos desposados.
─ Claro
que lo hemos hecho ─ aseguró
Anaí mostrando sus dientes en una sonrisa que eclipsaba al sol y mostrando su
mano vendada en cuya superficie estaba el testimonio de que se unieron según lo
dictaba sus tradiciones.
Esos ojos verdes se clavaron en la mano extendida de su
esposa y también ella, en acto reflejo levanto su mano derecha y quedo viendo
ese vendaje que dejaban ver hilachos de sangre que comenzaban a secarse sobre
la tela.
─ Jamás
pensé que debería ofrecer mi sangre como una joya de unión. ─ dijo Anaí un tanto admirada de todo.
─ No sólo
es nuestra sangre que cierra nuestra promesa de unión según la ley de mi pueblo
─ refirió Arlyn tocando con su otra mano a la
altura de su pecho. ─ si no
que la marca de tu voto, es la argolla que dejará en claro nuestra situación
marital ante mi gente y cualquier otro que ose pedirte en nupcias. Tú ahora,
eres mía y yo soy tuya.
─ Lo soy
y con orgullo ─ confirmó
Anaí también llevando su mano dónde estaba el tatuaje del voto de su ahora
flamante esposa. ─ Aunque
duela un poco la llevaré con honor de saberme tu romí.
─ Amor
mío ─ susurró quedito Arlyn con su pecho altivo a
más no poder.
Y razones tenía para mostrarse altiva y desafiante porque
había ido contra todo cuanto conocía y debía respetar por alcanzar su más
grande y anhelado deseo de hacer a Anaí, su romí.
Si bien es sabido a lo largo de la historia de la sociedad
humana que siempre ha habido relaciones entre personas de un mismo sexo y lo
era más común encontrarlos en cortes y palacios de todo Europa y en otras
civilizaciones a los cuales solían llamarlos el favorito o favorita de un rey,
no era más que el/la amante del regente. Aunque tendría una influencia muy
relevante en muchos asuntos, no era permitido por nada ser el consorte legal de
un monarca y debía actuar detrás de una cortina sin más derecho a ser escuchado
en la seguridad de la privacidad.
Tampoco ha sido desconocido los arreglos que se hacían entre
distintas monarquías para despojar a sus herederos con mujer/hombre para
prolongar el legado y asegurar la descendencia.
También era el caso de la joven Arlyn, a quién su padre
había dado en matrimonio a un noble a la edad de sus seis años y tendría que
cumplir de un modo u otro esta palabra empeñada.
Por eso mismo, su mentón se elevó con arrogancia al saberse
que pudo torcerle esa mano al destino y tener junto a sí, a la persona que lo era todo para ella…Su
romí.
Ella lucho con todo lo que tenía y se asió de lo más fuerte
que podía contar con lo que no se puede revertir y pasar por encima aunque se
trate del mismo rey…La ley gitana.
Desde el momento en que se conocieron algo fuerte trastocó
el corazón de la joven gitana y no pudo apartar sus ojos de la doncella que fue
presentada por una de las hermanas de su madre y que visitaba con mucha
frecuencia el hogar de la joven ya que el padre ésta abastecía con hermosos
vestidos traídos de Italia y otros reinos para engalanar a las más poderosas y
bellas damas de la corte.
Desde ese día que buscó mil pretextos para acompañar a su
pariente al hogar del mercader y siempre se las ingeniaba para llamar la
atención de la hija del mercader, que era muy joven en esos años y reacia a
compartir cualquier tipo de comunicación con nobles porque no se permitía tales
actitudes. Arlyn no solo se valió de su belleza y encanto si no que convenció a
su padre que le permitiese estar en compañía de la niña y éste acepto gustoso
puesto que no había nada que le pudiera negar a su hija amada.
Día con día y gradualmente fue derribando las barreras de
la muchacha hasta ganarse por completo su confianza y también parte de su
tiempo y afectos que fueron despertando con el tiempo y se volvieron fuertes y
demandantes.
Y eso bien lo sabía Arlyn que en ocasiones quedaba
petrificada con lo dominante que podía volverse Anaí cuando quería algo y no se
detenía con nada. Ella se jactaba de ser quién tenía el control y poder de todo
en su vida y pisaba fuerte en su caminar. No obstante, era una seda en las
manos hábiles de la jovencita.
Aunque no lo admitiría delante de otra persona, ella sabía
que para su ego no era bueno decirlo en voz alta para que no fuese usado en su
contra y solo en la privacidad, admitiría la derrota completa.
─ Arlyn ─ llamó Anaí.
─ Sí ─ contestó ésta.
─ Nuevamente
estás perdida en tus pensamientos ─ señaló la joven que tenía sus manos apoyadas
en el pecho de su joven esposa.
─ Yo… lo
siento ─ se disculpó Arlyn ─ a veces no puedo evitar pensar que viendo a tras
estemos realmente juntas.
─ ¿Y por
qué dudas tanto? ─ preguntó
Anaí, ahora tocando la mejilla de su romí. ─ No es propio de ti.
─ Lo sé ─ confesó Arlyn sonriendo avergonzada pero con
un semblante feliz. ─ es
cosa de que me acostumbre nada más.
─ ¿Segura?
─ insistió Anaí.
─ Muy
segura ─ respondió Arlyn.
─ Entonces
─ dijo Anaí, volviendo a poner sus manos sobre aquellas
ropas de seda de su esposa y apartándolos despacio, agregó con sus ojos
clavados en los verdes. ─ reafirmemos
nuestra promesa…
Al instante, los ojos verdes se encendieron de lujuria como
una ráfaga de viento y su sonrisa era muy descarada.
─ Dilo…─ demandó Anaí─ …Recita nuestro voto.
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