Capítulo 37 Destino implacable
— ¿En qué puedo ayudarlo? —
Preguntó el mandamás.
Ese fue el cuestionamiento
directo hizo que el auditor no se estremeciera al igual que una mujer si no que
tuvo la impresión que estaba adentrándose en una tierra escabrosa con apariencias
de un terreno llano y liso. Un espejismo visual sin duda era lo que tenía por
delante.
—Vera — inició la conversación
Daniel Román e iba dar un pequeño preámbulo como toda persona pero…
—Directo al grano — interrumpió
Alejandro sin miramientos hacia el funcionario. — No se vaya por las ramas
conmigo y dígame ¿Qué es lo que necesita y por qué?
—Vengo mandado por Benuamont —
respondió Román siguiendo las instrucciones que s ele dieran. — Como usted sabe
es el que ve los asuntos internos de la empresa de índole legal y asuntos
ganaderos en las zonas de Magallanes y Aysen.
—Entonces estamos hablando de que
fue aceptada la demanda de la dueña de los pozos — inquirió Miranda.
—En parte es así — repuso Román.
— ¿En parte? — cuestionó Miranda
algo confundido. — ¿Qué me estoy perdiendo?
—La señora Pedrales y su hermano
Marcial tal cómo usted lo mencionó interpusieron una querella en contra de personal
de esta planta a través de la fiscalía en el ministerio de relaciones
exteriores—informó el auditor.
—La cosa es compleja si está
interviniendo el ministerio— señaló Alejandro. — ¿Es la razón por la que usted
está aquí?
—Por favor Don Alejandro me gustaría
que me deje explicar sin que me interrumpa tanto— solicitó el auditor. —Puedo
entender la animosidad que tenga conmigo por la labor que debo realizar pero no
es necesario que esté a la defensiva y tal cómo se lo comentó a la señorita
Parades, no soy enemigo de ustedes. Vengo por razones de trabajo y no hacer una
cacería de brujas con el personal.
—Usted dirá entonces, amigo —
instó Alejandro reclinándose más en su silla mientras observaba al hombre n
cuestión.
—Mi superior me pidió
estrictamente que investigará lo ocurrido en este campamento y para ello, tomé
contacto con Don Carlos para averiguar administrativamente la situación
acontecida en este lugar. — informó Román y sacando unos documentos que traía
consigo y que se los entregó al mandamás de Posesión para continuar con su
relato. — Usted podrá darse cuenta que hay cosas que no están en concordancia
con lo que se nos informó en Santiago. Como diría un buen abogado hay varios
vacíos e incongruencias.
—Prosiga por favor — dijo
Alejandro mientras leía los documentos. — Puedo leer mientras usted habla.
—Como le decía nos topamos
algunos vacíos y es lo que deseamos constatar en terreno y con los afectados
dado que hay una figura de delito contra la propiedad privada, agresión e
intento de homicidio y ataque en legítima defensa— concluyó a grandes rasgos
Román. — Por lo cual puede apreciar que tendríamos todas las de perder y ceder a la demanda presentado
por los hermanos Pedrales. Pero
— ¿Pero qué? — cuestionó de
inmediato Miranda.
—No hay suficientes pruebas al
respecto para tomar la tipificación de lo que se nos acusa — Aclaró Román. —
Por las conversaciones tanto con don Carlos como con Paredes y las fotografías que
usted mismo enviase hacia la mesa central está claro que la cosa no es tan así
como hacen presumir la parte demandante.
—Por supuesto que no es así —
afirmó el mandamás— la evidencia salta a la vista pero lastimosamente es un
tema delicado para una empresa como Enap que debe mantener buenas relaciones
con los estancieros de la zona dónde se hallan nuestras plantas y más ahora que
nunca que fui informado que los hermanos Pedrales buscan convertirse en inversionistas.
—Estoy al tanto de eso también —aseguró
Daniel. — y es lo que más me resulta controversial en todo este asunto y no
entiendo ¿por qué presentar una demanda? Cuando se busca ser parte de un
consorcio.
—Usted se sorprenderá de muchas
otras cosas que suceden en este lugar— mencionó Alejandro y viendo el reloj en
la pared. — dentro de unos minutos llegaran aquellos según me informó Marcela,
están siendo investigado y le pido que los esperemos y pueda hacerse una idea
de lo que está involucrándose.
— ¿no le importuna mi presencia
entonces? — repuso Román.
—No, por el contrario será valioso
para mí — afirmó Miranda. — Más de lo
que pueda imaginarse.
—Bien — dijo Román— le parece que
mientras esperamos pueda darme sus impresiones al respecto de lo que está
sucediendo.
— ¡Cómo no! — respondió Miranda e
inició sus descargos.
Llevarían sus buenos minutos en
la charla dentro de las dependencias de Cop.
Mientras en la sala de control…
— ¡Buenos días! — saludó la
inspectora. — ¿Cómo fue el turno?
— ¡Buenos días Marce! — Saludo
Patricio con cara de tuto. —Tranquilo pero tengo la tinca (suposición) que y tú
sabes como soy yo cuando tengo una corazonada.
— ¿Y cuál sería esa tincada? —
preguntó la inspectora.
—No he oído ninguna Bandurria en
estos días y eso significa que nos va a caer una mala — reveló Pato.
— ¿Lo dices por el auditor? —
inquirió Marcela.
—No solo por él — contestó Pato.
— ¿Entonces? — presionó la
inspectora que intuía algo.
—Te lo digo así mejor— repuso su
colega viéndola con el rostro altivo. — Llegaste tú de improviso, Bianca que no
asoma, Héctor que se escondió y la guinda
de la torta, ese tal Román ¿no te parece perfecto para un desastre?
—Un poco — respondió la rubia que
le sonrió a medias y agregó. — pero no veo ¿Qué tiene que ver las bandurrias
aquí?
—Cuando desaparecen los
pajarracos estos, ¡Zas! Que se viene un aguacero de proporciones —explicó Pato.
—En todos los casos — confirmó la
inspectora.
—Y hablando de cosas inusuales
¿Qué haces acá? — indagó su compañero. — ¿no era que les van hacer una
auditoria hoy día?
—Sí — respondió Marcela. — Pero
vine a buscar unos informes que me pidió Alejandro antes de presentarme con el
hombrecito este.
— ¡Ah! — exclamó Pato sonriendo y
sabiendo de lo que estaba hablando fue en busca de ello. — ¡Aquí tienes!
— ¡Cuánta eficiencia y
clarividencia de tu parte! — Se burló la rubia sin empacho tomando dicho
informe.
—Nada de eso mija — aclaró
Patricio. — Tú jefe me llamó anoche bien tarde para pedírmelo.
—Nuestro jefe, dirás — corrigió
Marcela.
—Sí cuando me conviene — repuso
sin tapujos su compañero.
—Que no te oiga o se desquitará
de lo lindo— señaló divertida la inspectora. — Bueno. Me voy mejor.
—Sí hazlo, tienes un aura de
malas pulgas hoy — indicó Patricio. — así que vete pronto y no me salpiques con
ellas.
— ¡Hay qué pesado! — enrostró la
rubia y salió de la oficina antes que le lanzarán cualquier cosa por su cabeza.
Y justo cuando ella salía con
rumbo a su camioneta…
Otra de color azul, marca Ford estacionaba
a las afueras del complejo en el recinto para buses.
—Dame un momento para preguntarle
al guardia— sugirió una joven.
— ¡Hazlo! —repuso el otro
ocupante de la camioneta.
Caminó hacia la portería e hizo
las averiguaciones con el portero.
—No puedo ingresar a buscar mis
cosas hasta no hablar con Don Alejandro— explicó la joven. — Mi ausencia de
seguro me traerá problemas.
—Hablare con ese hombrecito —
contestó seca la morena.
—Debo esperar a que me indiquen
si puede recibirnos— mencionó la muchacha un poco preocupada. — Es la primera
vez que no se me permite ingresar a las dependencias de Enap.
—En todos los casos no te pierdes
la gran cosa— Aseguró la otra mujer.
— ¡Por Dios Ariza! — replicó la
joven ante los dichos de la estanciera. — Es mi trabajo y es importante para mí
con eso me gano la vida.
—Será importante para ti, mi Romí
pero sin duda no lo es para mí — expuso altiva la estanciera. — Y tampoco te
cortaran las manos si te llegasen a despedir. Eres una mujer trabajadora y luchadora.
Sólo ellos saldrían perdiendo si lo hicieran, Bianca.
—Por supuesto que no me cortaran
las manos Ariza— indicó la joven Rangel. — Pero si debo irme que sea por la
puerta ancha y no por cosas ajenas a mi trabajo.
— ¿De qué te preocupas? —
preguntó Ariza viéndola a los ojos.
—De que pueda afectar mi
historial laboral— contestó francamente Bianca.
—Romí — murmuró la morena tomando
su rostro en sus manos y viéndola con cariño. — Aunque llegase a suceder a mi
lado nada te faltara y tendrás más oportunidades de las que te puedes imaginar.
—No creo que puedas tener una
empresa petrolera entre tus negocios— dijo sin pensar Bianca que solo tenía su
mente puesta en el trabajo y no le tomó el peso a lo último mencionado por la
morena.
Solo un suspiro cansado es lo que
salió de los labios de la estanciera pues no había caso hacerle entender a su
amor algunas cosas.
— ¡Quizás! — contesto
ambiguamente Ariza.
Bianca iba a preguntar cuando
tocaron a la ventanilla de la camioneta.
—Don Alejandro las está esperando
— informó el guardia.
—Gracias — dijo Bianca.
Una vez que se marchó el hombre,
Ariza se dispuso en dirección de las dependencias administrativas que ya
conocía de sobra.
Tal como se esperaba tuvo que
estacionarse según las normas de la estatal y se dispusieron a ir con el
mandamás.
A su vez, otra camioneta emprendía
rumbo al mismo lugar.
Y…
En dicha oficina se discutía los
planes entre el auditor y Carlos junto con Alejandro vía telefónica. Y estaban
en ello cuando golpearon a su puerta.
— ¡Adelante! — solicitó
Alejandro.
Segundos después, ingresó la
joven Rangel y su acompañante.
—Bianca — murmuró Miranda viendo
a la otra persona junto a ella.
— ¡Buenos días don Alejandro! —
saludó la joven Rangel.
— ¡Buenos días! — correspondió el
saludo e hizo señas con su mano. —Estaba esperando por ti pero no esperaba que
vieneses en compañía.
—Creí haber sido bien clara en
nuestra última reunión de que me ocuparía personalmente de las cosas de Bianca —
contestó Ariza sin amilanarse ante lo dicho por el mandamás de Enap. — Y esta
es una muestra concreta de que cumplo con lo que prometo.
—Sin duda alguna — dijo Alejandro
guardándose sus impresiones al respecto. — Por favor ¡Tomen asiento!
—Gracias — respondió Bianca
viendo a la morena altiva y esperando que ésta lo hiciese pues percibía malas
vibras en el ambiente.
Ella estaba segura de que todo
esto era una locura pero había aceptado los hechos y prometió que dejaría que
se hiciese cargo de algunas cosas según el acuerdo entre ambas. No obstante, tenía
una mala corazonada al respecto.
Bastaba ver el semblante de la
estanciera para saber que la ira estaba a flor de piel y es que se percató de
las palabras de su jefe con respecto a la compañía y el mensaje era que no era
bienvenida en el lugar.
Deseaba ella misma tomar la mano
de la morena y sacarla del lugar porque si bien era consciente de su arrogancia
y lo déspota que solía ser, pero tampoco le agrado que fuese objeto de ese
menosprecio que vio en el rostro de su superior.
Tenía muy claro la animosidad que
existía en la empresa con respecto a la estanciera pero no les daba derecho a
comportarse groseramente con ella. Eso le disgustaba muchísimo y mermaba aún
más las esperanzas de permanecer en el lugar con dichas actitudes. Ya la tenían
bien cabreada.
Iba a tomar acciones cuando fue
la propia Ariza que dio el paso necesario y ocupo una de las sillas que fueron
sugeridas.
Eso bastó para que la joven Rangel
respirase con más tranquilidad. Ahora iba por lo que había venido…
—Don Alejandro, se me informó que
no puedo ingresar a las dependencias de Enap hasta no hablar con usted. —mencionó
Bianca.
—Efectivamente no puedes ingresar
a la empresa hasta resolver lo de tu
ausencia — confirmó el mandamás. — y como bien sabes hay reglas que seguir y
leyes laborales que se deben respetar. Nos guste o no.
—Lo tengo claro — respondió
Bianca.
—Bianca de no haber una indicación
médica de por medio que justifique tu ausencia por estos tres días tendrás que
poner escrito cuál fue la razón de por qué no te presentaste a trabajar —
señaló Alejandro y asumiendo que no habría tal certificado, entregó una hoja en
blanco a modo de. — Es lo que se me está solicitando desde Punta Arenas.
—Yo — balbuceó Bianca pero…
—Sabes muy bien porque ella se
ausentó Miranda — increpó Ariza que inclinó su cuerpo hacia adelante y
retirando la hoja de las manos de la joven. — y Ponerle un papel en blanco
habla de una bajeza de tu parte y de los tuyos cuando ella les salvo el culo a
todos ustedes de no perder su empleo.
—Señorita Pedrales — dijo el
mencionado cruzando ambas manos entre sí para agregar. — Este no es asunto que
esté relacionado con su persona. Es netamente un tema entre mi empleada y sus
obligaciones.
—Escúchame bien — habló Ariza. —
Si bien tienes razón en lo tocante a lo legal de tu empresa y sus derechos con
respecto a su personal. Voy a recordarte para que no te sigas haciendo el
desentendido de que ustedes tienen un acuerdo firmado conmigo en dónde uno de
mis requerimientos específicos tenía relación a Bianca y fue aceptado por tu
superior como los de Santiago o ¿lo vas a desconocer ahora?
—No —respondió el mandamás.
— ¿Entonces? — Rebatió Ariza impertérrita
— ¿por qué persistes en Bianca y su ausencia?
—Sólo sigo órdenes de mis
superiores, Ariza — contestó Alejandro que se inclinó hacia adelante y añadió
con un tono superior. — Y tienen
relación a que Bianca está siendo sometida a un sumario interno ordenado desde
Santiago junto a otros dos compañeros suyos.
— ¡¿Qué?! —exclamó sorprendida
Bianca que no dio crédito a lo informado por su jefe.
— ¡Así es Bianca! —explicó
Alejandro tomando un documento que presento a la joven. — Son órdenes de la
casa central.
—No puede ser — murmuró ésta
leyendo la notificación.
— ¿De qué diablos estás hablando
Miranda? — preguntó Ariza que no pudo comprobar lo escrito.
—Te pondré en conocimiento
entonces, Ariza — aclaró Alejandro disfrutando personalmente la situación. — a
contar de hoy Bianca, Héctor y Marcela deberán permanecer en las dependencias
de Posesión mientras están sujetos a investigación.
— ¡¿Qué mierda?! — bramó Ariza
que se puso de pie con la sangre hirviendo.
—Y todo le debemos a ti —
enrostró con alevosía Alejandro. — Es el resultado de tus acciones Ariza
Pedrales.
— ¿Qué? — fue la exclamación de
la estanciera que ya no cabía en sí del coraje.
—Estas son las consecuencias de
tu demanda — terminó de asestar el último golpe Alejandro.
Y en eso, un golpecito…
— ¡Pase! — ordenó el mandamás.
—Permiso — se disculpó entrando
una rubia que hacía su entrada a la oficina. — Aquí traigo lo que me pediste
Alejandro.
Uno…dos…y tres…
— ¡Lo que me estaba faltando con
esta infeliz! — despotricó una muy cabreada Ariza Pedrales.
Tras acabar sus palabras, la
reacción no tardó en llegar y unos ojos verdosos se clavaron en quién osaba
insultarla tan abiertamente.
— ¡Ariza! — masculló entre
dientes la rubia inspectora.
A su vez…
Un rostro se volvió pálidamente
mortal…
— ¡Marcela! — murmuró con un nudo
en la garganta Bianca.
Tal como lo había pronosticado
Patricio con respecto a su corazonada de las bandurrias, el silencio solo era
augurios de una tormenta o desgracia.
En esa oficina el aire se enrareció súbitamente
y tornándose pesado y solo una persona desde su lugar observaba todo pacíficamente.
Había sido pasado por alto por todos los presentes y relegado a un segundo
plano de adrede.
— ¡Interesante! — exclamó el
moreno.
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