Destino implacable.
Capítulo 16 a orilla del camino.
Junto
sus manos, las frotó un poco para llevarlas a la altura de su boca y echarse un
poco de aire caliente de sus labios.
─
¡Dios cuánto frío hace hoy! ─ Murmuró Alejandro Miranda, tras salir de su casa
e ir rumbo al casino para desayunar más temprano de lo habitual.
No
estaba tan lejos del casino ya que su casa estaba a unas cuantas cuadras, pero
pequeñas en comparación en las que hay en la ciudad sobre todo esas antiguas
cuadras. Empujo un poco la puerta y estaba el joven turno de Sodexo para
recibir el ticket de cada funcionario y por el cual, la empresa le cobraba a
Enap por prestación servida o cliente asistido (alimentación y hotelería, es
decir aseo en la habitación)
─
¡Estamos más madrugador que nunca Don Alejandro! ─ Hiso hincapié el joven
empleado.
─
¡Buenos días! ─ saludó el hombre, firmando el ticket. ─ Hay mucho que resolver
hoy.
─
Ya lo creo ─ concordó el empleado. ─ Que tenga un buen día.
─
Igualmente ─ correspondió Alejandro.
Paso
a recoger su bandeja y sus respectivos alimentos y se fue a sentar a una mesa
más alejada de los cinco pelagatos que ya estaban desayunando. No deseaba
entablar conversación con ninguno y mucho menos con Mario, que bastante
cabreado lo tenía y sí por él fuera, ya lo habría despedido hace mucho tiempo.
Se
preparó un café bien cargado y eso sí que fue extraño porque no necesita ya que
hay maquinas dispensadoras de café en sus oficinas. Pero hoy quería hacerlo.
Necesitaba sacarse de encima muchas cosas y estar con los sentidos muy atentos
porque hoy se vendría muy pesado tanto para él y dos de sus empleadas. Además
de, unas cuantas llamadas de atención y de encarar al soplón que había en el
campamento. Sin duda que sería un día muy ajetreado y más cuando en Punta
Arenas supiesen que Bianca Rangel, había renunciado a la estatal y no iba a dar
pie atrás como tampoco ya tenían ellos argumentos para seguir reteniéndola.
Iba
a ser uno de esos días en que deseas dos cosas. Marcarlo con letras rojas y
tacharlos en x para que jamás se te fuese olvidar y la segunda opción es,
enterrarlo de tu mente como del calendario.
En
cuanto probó su café, casi escupió su contenido porque se le olvido poner
azúcar y le supo como los mil carajos. Después de limpiar un poco la mesa.
Quedo meditando en sus cavilaciones porque en honor a la verdad, estaba ansioso
y poco pudo dormir después de ver lo que vio. Ver a dos mujeres que por fuerzas
de la vida tenían que separarse y aún confesando sus sentimientos. ¡Jamás
esperó un hecho así! No es que sea un devoto pero tampoco es un santurrón
porque en la vida cuando se es hombre, se ve casi de todo. Sabía que las reglas
internas en la empresa no se debían infringir, pero… ¿Quién diablos puede con
el sentir de un corazón? Si se atraen y hay química ¿Por qué no?
¿Cuántos
años llevaba junto a Marcela?...8 o más, pero a pesar de todo el tiempo no
llego a conocerla en profundidad porque de lo contrario se hubiese percatado en
algo de lo que estaba sintiendo con respecto a su compañera de trabajo. Nunca
hubo un indicio que dijese que su Subalterna y segunda a bordo en jerarquía,
tuviese predilección por las mujeres. Si mal no recordaba fue testigo de que
ella estuvo un tiempo saliendo con un joven y llegaron casi al matrimonio de no
ser porque fue la propia inspectora que decidió poner fin a esa relación sin
dar ninguna explicación a su grupo o entorno del trabajo. Tan solo su familia
conocía las verdaderas razones de la ruptura.
Y
ahora no hace más que unas pocas horas atrás confesó delante de todos que
estaba enamorada de Bianca, mejor dicho, le propuso matrimonio. ¿Qué podía
decirle?... Que se retractara y respetara las reglas… ¿A quién iba a engañar
con eso?... Nadie manda en el corazón. Y para llevar casi 8 meses desde la
llegada de Rangel a la petrolera, supo muy bien esconder sus emociones y
guardar el sentimiento. ¡Hasta él como hombre podría comprender esa lucha!
Porque paso un buen tiempo y aún así, no dejaba relucir sus sentimientos por la
joven ingeniera.
─
¡Qué desgracia! ─ balbuceó para sí, Alejandro.
─
Tan temprano y hablando solo ─ indicó un hombre a su lado.
El
mandamás, ladeó un poco su cabeza para toparse al dueño de ese comentario. Vio
por el rabillo de sus ojos al alto rubio jefe del área del Cop y solo hiso una
mueca de desagrado.
─
¿Y a ti quién te boto de la cama tan temprano? ─ acusó Alejandro, indicando con
la mano que se sentará junto a él.
─
La verdad que no dormí y me quede toda la noche haciendo turno con los demás ─
explicó Patricio. ─ Por primera vez desde que entré a trabajar en esta empresa
que no quise llegar a dormir. ¿Me creerías que me sentí solo? A pesar de que
hay tres más en casa, pero realmente me sentí muy solo, luego de ver lo que
sucedió ayer con las chicas.
─
Te creo ─ contestó Alejandro sin emoción y sorbiendo su café, agregó. ─ Al
igual que tú por primera vez entendí que no somos una familia como nos hemos
estado mintiendo todos estos años. Es que no sabes nada de nosotros mismos, de
nuestros sentimientos ¡De lo que es vivir toda una vida aquí haciendo todos los
días lo mismo! Sin saber qué pasa con tu compañero de al lado ¡porque eso hace
una familia de verdad! Se protege y se interesa por los suyos. ¿Qué sabemos de
nosotros mismo?, ¿qué se yo de ti? ¿O de los otros? No sé un maldito carajo y
también me sentí miserable ¡más solo que un pucho de cigarro!
─
Estamos cagados porque se supone que somos hombres y no unas mujercitas para
andar llorando por los rincones ─ señaló Pato. ─ Pero la verdad, es que esta
cuestión ya no será la misma una vez que se hayan ido las dos.
─
Entiende una cosa. Ellas no se irán ─ refutó Alejandro duramente. ─ Al menos no
Marcela, no dejaré que le hagan daño y menos la saquen de la empresa.
─
Entiendo ─ convino Pato y viéndolo fijamente, añadió. ─ ¿Y Bianca?
─
¡Uf! ─ fue el resoplido de Alejandro, moviendo su cabeza con ello. ─ No sé
responderte en este momento porque no pasa por mí sino por ella y lo que esa
condenada mujer tenga en mente. Pero una cosa te digo, me duele más que la
cresta tener que perder una funcionaria por culpa de una chiflada y de unos
políticos de mierda que no saben ni donde están parados. Aunque quisiera no
puedo retenerla más en este lugar y ella tiene razón ¿Cuántas cabezas rodaran
por ello? La entiendo mejor que nadie porque no está pensando en sí misma sino
en todos nosotros como persona y no por lo que pueda pasar con Enap. ¿Puedes
entender porque no sé responderte cómo tú deseas?
─
¡Ya entendí! ─ respondió mortificado Patricio.
─
No es nada fácil dejarla ir ─ adujo Alejandro y con un dejo de amargura,
agregó. ─ Y más aún, sabiendo lo que está sintiendo Marcela en este momento
¿Puedes hacerte una idea de lo difícil que va a ser todo esto para ella?
─
Ya no sigas ─ rebatió Pato sin morder sus labios con encono vivo. ─ Mira que
fue por eso que no fui a dormir porque no puedo hacerme el loco viendo como dos
de mis compañeras tienen que separarse por el bienestar mayor de la empresa.
─
Así son las cosas ─ indicó sin más Alejandro. ─ Toma en cuenta que nosotros lo
sentiremos un rato, pero ella, tendrá que vivir con eso toda su vida y sabe
Dios ¿cuánto tiempo le va a costar superarlo?
─
¡Quizás no lo haga nunca! ─ convino
Patricio. ─ Porque un amor no se olvida jamás.
─
Se lo robaron de las manos ¡huevón! ─ escupió con dolor Alejandro. ─ abrirse a
un amor como el de ellas que ya por sí es complicado por la sociedad y ahora,
se lo quitan como si nada porque a una hija de la gran puta se encaprichó con
una jovencita ¡porque eso es Bianca! Una muchacha muy joven para los años que
tiene esa bendita mujer. ¿Cuántos son doce? Si no es que es más. ¿No es así?
─
Según Héctor, esa mujer tiene 36 ─
aclaró Pato. ─ Porque ese idiota se sabe la vida de ella como enciclopedia.
─
Nos da 12 y de por sí ya es mucha diferencia. ─ soltó con encono Alejandro. ─
date cuenta que le sumas un poco más y hasta podría ser hasta su madre ¿No
crees que está fuera de lógica?
─
Sí, pero acuérdate que a veces la diferencia de años no la toman en cuenta ─
explicó Patricio, meditando en lo que decía. ─ Tú sabes que a nuestros viejos
los casaban con esa diferencia de edades
en muchos casos. Además, te recuerdo que también Marcela, está en las
mismas. Ella cumplió 32 y también hay sus buenos años que digamos.
─
Eran otros tiempos ¡Pato por Dios! Solo eran los hombres los mayores y no las
mujeres que casi eran unas niñas ─ Corrigió un cabreado Alejandro. ─ Y con la
diferencia entre Marcela y Bianca es menos notoria que la otra. ¿No te parece?
─
Como tú digas ─ secundó un cansado Pato que supo que no iban a llegar a ningún
lado dado la tozudez y poco imparcial punto de vista de su compañero. ─ Lo que
ahora si nos debe preocupar es ver qué va a pasar en cuanto ambas despierten y
cada una siga su camino. ¿Te haces a la idea de las explicaciones que vas a
tener que dar a todos los trabajadores?
─
Es algo que ya tengo claro ─ aclaró Alejandro. ─ Lo pensé todo el viaje en el
supuesto y contando con que Bianca se pudiese ir a su región. Ahora sobre
Marcela, diremos que debe ausentarse por cuestiones de salud tras el disparo y
sabes que aún debe ser examinada por un especialista.
─
Como se nota que tienes pensado todo ─ soltó mordaz Pato.
─
Por algo estoy a cargo de todo ─ se ufanó Alejandro. ─ Esa es mi pega velar por
el bienestar del personal y el tranquilo funcionamiento de las operaciones de
extracción de petróleo y gas.
─
¡Ya veo! ─ exclamó Patricio. ─ Y dime una cosa gran mandamás ¿Qué tienes para
las penas del corazón?
─
¡Ya te pusiste desagradable! ─ protestó Miranda. ─ Bien sabes que nada puedo
hacer en ese ámbito.
─
Pero deberías anticipar las cosas en ese punto ─ señaló Pato, que rascó su
barbilla y agregó sin más. ─ Porque no hay peor enfermedad y casi sin cura que
un mal de amor. Ligerito caen en depresión y a ti, no te conviene que eso
suceda con Marcela. Porque en la línea de jerarquía y organigrama es la segunda
en rango y que además, Carlos Gallardo, la tiene en lista para ascenso y vía
directa para hacerse cargo de sombrero. ¡Piensa en cómo lo vas hacer! Porque
ella no puede darse el lujo de perder esa oportunidad. Tiene más opciones que
todos en seguir haciendo carrera y tú lo sabes mejor que nadie.
─
Lo sé ─ contestó Alejandro. ─ Es por lo que están pidiendo cuidarla y mantenerla
fuera del alcance de la estanciera y no repercuta en su hoja de vida lo que
sucedió en casa de la Quintrala.
─
¡Entonces asegúrate que así sea! ─ exigió Patricio sin asco. ─ Porque esa mujer
puede perjudicarla mucho. Ya consiguió salirse con la suya de sacar a Bianca de
Enap y no podemos dejar que arruine ahora a Marcela.
─
Eso sí que no ─ respondió molestó Alejandro. ─ Dije que no voy a permitirlo y
es porque lo voy a cumplir aún que ello me cuesta la salida.
─
Si esto te sirve de consuelo amigo mío ─ expuso de pronto Pato, viéndolo con un
dejo de tristeza a la vez. ─ Cuenta conmigo para lo que sea necesario para
protegerla. Si me necesitas para atestiguar u otra cosa ahí estaré.
─
Te lo agradezco ─ expresó un más calmado Miranda, que le dio un último sorbo a
su café ya frío. ─ ¡Por la puta madre que sabe mal frío!
─
No es lo único que te sabrá mal hoy. ─ aconsejó Patricio. ─ Así que hazte uno
con canela llegando a tu oficina y te
mantendrá sosegado un resto.
─
¿Doctor Chapatín ahora? ─ preguntó con asombro Alejandro.
─
No, pero mi mujer me da cada vez que llego
a la casa y antes de darme la tremenda lista de quejas de las niñas ─
Confesó quedito Pato.
─
Jajaja ─ soltó en risas el mandamás y agregó. ─ Te endulza un poco antes de
lanzarte la tremenda bomba.
─
¡Así es la cosa! ─ justificó Patricio. ─ sabe cómo darme el notición, sin que
me salte la úlcera.
─
¡Qué desgracia! Somos tremendos pailones y controlados como títeres por
nuestras mujeres sin más. ─ Se quejó Miranda.
─
¡Qué le vamos hacer! ─ comulgó de igual forma Patricio y levantándose de la
mesa, dijo. ─ Es hora de comenzar este perro día.
─
Ni modo ─ secundó Alejandro y retirando su bandeja, añadió con desprecio. ─
¡Habrá que bailar con la vieja no más!
Ambos
hombres salieron del casino y cada uno tomo rumbos distintos. Uno se fue al cop
y el otro en busca de su camioneta para irse a obras.
Mientras
todo esto se desarrollaba a temprana hora. Ya había movimientos en la casa I de
mujeres. El agua se sentía caer en uno de los baños y una figura estaba inmersa
en la cocina tratando de hacer funcionar el dicho, pero a mal traer hervidor
eléctrico.
Unos
pequeños movimientos se gestan justo entre los dos sofás que estaban apegados y
en ellos descansaban dos mujeres.
Unos
verdes ojos, comienzan abrirse paulatinamente entre los tenues rayos de luz que
provienen de la cocina. Le costó ajustar su visión y tras parpadear un par de
veces más. Tuvo noción que estaba en la sala. Y fijo su vista en todo su
alrededor y fue ahí que se percató que estaba compartiendo lecho con ella.
Su
rostro estaba pálido y sus parpados se veían tan hinchados aún por el llanto
que derramó y le provocó que tragase con dificultad al contemplar sus
facciones. Tuvo un impulso de volver a llorar, pero se abstuvo porque decidió
que había sido suficiente de llorar por algo que siempre intuyó que no podría
funcionar por miles de razones. Qué pero para ella, eran las más dolorosas de
tener que sellar en su pecho sus sentimientos por aquella joven que despertó la
más hermosa pasión y sentimiento que ser humano alguno puede tener.
Continuó
unos momentos más observándola y cuando quiso sacar una de sus manos que
estaban adormecidas o entumecidas por un peso, se dio cuenta que no era peso
sino estaba entrelazada con la de Bianca.
Aquello
le provocó un desgarramiento más duro a su pobre corazón. De tener unidas sus
manos sin habérselo propuesto sino que entre sueños se buscaron y eso le dolió
como demonios, porque era más de lo que podía tolerar ya a esas alturas.
─
Aún así, nos buscamos ─ susurró con dolor Marcela sin dejar de mirarla y una
lágrima se desprendió sin permiso de sus ojos.
En
eso, una sombra se apoyó en el umbral de la división de la sala de estar y la
cocina. Y se quedo viéndola por un segundo y…
─
¡Buenos días! ─ saludó Valeria.
─
¡Buenos días Valeria! ─ devolvió el saludo Marcela con una notable voz apagada.
─
Sé que está demás decirlo, pero ¿Te sientes mejor? ─ se atrevió en preguntar a
la enfermera.
─
Después de haber estrellado mi corazón y hacerlo mil pedazos, se puede estar
mejor ─ dijo con total ironía Marcela. ─ Puede que sea así, porque la verdad,
no siento nada. Ni frío, ni calor.
─
Marce ─ murmuró con dolor Valeria y acercándose a ella, le acarició su mejilla.
─ Por favor, no digas eso. Sé que no puedo ayudarte en lo que sientes, pero
bien sabías que era muy difícil que funcionase lo de ustedes.
─
Sí ya sé ─ soltó con mayor tristeza la inspectora. ─ ¿Por qué no te hice caso y
me deje arrastrar por mi corazón?
─
Aunque suene ilógico y contradictorio en lo que te voy a decir ─ confortó un
poco Valeria. ─ No podías ir en contra de tu corazón porque es algo que no
podemos combatir sin resultar más lastimados aún. Te atreviste a decir lo que
sentías y procuraste ayudarla, pero ya no estaba en tus manos cambiar el destino
que ella trae consigo.
─
Es lo que más me duele ─ confesó amargamente Marcela entre congoja. ─ Porque en
el fondo creí estúpidamente que podría hacerlo. Que podía abrir mis alas y con mi amor poder liberarla de esa cadena y
hacer que llegase amarme con el tiempo.
─
¡Ay Marce! ─ interrumpió con un nudo en la garganta Valeria que tapó sus labios
para no decir nada más impropio porque ya no sabía que decir o hacer para
ayudarla.
─
Esa mujer ganó ─ admitió con pesar Marcela. ─ Y me duele como no tienes idea,
el tener que dejarla ir y no hacer nada para luchar por su amor. Que estoy
vencida antes de siquiera comenzar.
─
Marce… Marce… ¡Por favor! ─ instó la enfermera. ─ no te sigas atormentando más.
Debes hacerlo antes de que duela más y no puedas sanar de esta gran decepción
que hoy vives.
─
Es por eso que duele más ─ increpó Marcela. ─ Porque estoy haciéndolo.
¡Dejándola ir! Como una vil cobarde, incapaz de jugarme la vida por la mujer
que amo. ¡Es lo que ahora me está matando más! Respetando su decisión, aunque
con ello se me sequé mi corazón de tanto amarla y llorarla porque sé que nunca
podremos estar juntas.
─
¡Mi Dios, no! ─ exclamó Valeria con lágrimas en sus ojos, apretaba las manos
sobre sus propios labios porque le dolía demasiado verla sufrir de eso modo.
─
Es lo que me tocó vivir ─ asumió finalmente Marcela y se enderezó del sofá,
soltando su mano de la joven Rangel. ─ Es mejor que me vaya antes de que ella
despierte porque si no, no sé si podré hacerlo. Si tendré las fuerzas para
despedirme para siempre.
Dicho
esto, quitó las mantas de su lado y se fue al extremo superior para salir del
sofá sin despertar a su acompañante. Cogió las mantas y las puso delicadamente
sobre la muchacha. Limpió unas últimas lágrimas y se abrazó por un momento a su
mejor amiga de trabajo. Juntas lloraron en silencio para luego de unos
instantes, ambas se separasen.
─
¡La función debe continuar! ─ soltó con amargura Marcela. ─ Y tengo un bus que
tomar para darles el gusto a esos imbéciles.
─
Yo te acompañare en esta ocasión ─ señaló Valeria.
─
¿Por qué? ─ preguntó la inspectora. ─ Que yo sepa tú no cambias turno hasta el
jueves que vienes.
─
Lo sé ─ explicó Valeria. ─ Alejandro me pidió que te acompañara. Que él se
reunirá con nosotras más tarde en Punta Arenas porque debe dejar solucionado
cosas antes y en especial sobre Héctor y Bianca.
─
Entiendo. ─ dijo Marce sin emoción. ─ ese es otro que debe irse conmigo para
que lo examinen en la clínica, gracias a las acciones de esa perra.
─
¡Uy! ─ exclamó Valeria ante el epíteto de su compañera.
─
Lo único que siento es no poder acompañarla un poco más ─ se dijo más para sí
misma Marcela. ─ Aunque no gano nada pensando en eso. ¡Al final de cuentas nada
puedo hacer al respecto!
─
No sigas ─ aconsejó Valeria dentro de lo que se podía. ─ Es mejor que vayas a
prepararnos para irnos.
─
¡Vayamos! ─ secundó al final Marcela.
─
Por cierto, deje preparado café para llevar por si no quieres desayunar ─
indicó Valeria.
─
No, gracias ─ repuso la inspectora. ─ No deseo nada.
─
Ok ─ convino Valeria y se fue hacia su dormitorio.
La
Inspectora se quedo un segundo viendo a la joven que yacía sobre el sofá y con
un profundo y pesado suspiro, giró sobre sus talones sin antes decir…
─
¡Adiós amor! ─ murmuró con el mayor dolor de su corazón.
No
dio pie atrás y se metió en su dormitorio. Que por cierto era junto con el de
la ingeniera los únicos individuales ya que los otros dos eran compartidos. Al
igual que el baño.
No
quiso tomarse un tiempo para dejar salir sus emociones si no que sacó toda su
ropa y la metió en su mochila. Casi toda estaba limpia porque apenas alcanzó a
estar dos días desde que llegara en contra turno y con su detención poco se
cambió de ropa.
Arrugó
su nariz mientras refunfuñaba para sus adentros…
Cuando
ya tenía casi todo, excepto las prendas con las que se iría que no era
precisamente ropa de trabajo sino una tenida que usaba cuando se iba a casa.
Luego, fue al baño principal pero como lo estaba ocupando Fernanda, no tuvo más
remedio que utilizar el baño pequeño que era usualmente ocupado por Bianca.
Una
vez dentro, vio todas las cosas de aseo de la joven y aún más le bajo la
congoja, pero hiso tripas corazón y se metió en la regadera a ducharse
rápidamente antes que ella se despertase. No supo como lo hiso, pero no se
quebró con todo lo que significaba estar junto a las cosas de su amor, pero no
podía darse el lujo de convertirse en una María Magdalena. Debía ponerse en pie
pronto y salir adelante a pesar de todo. Como dijo hace un rato, la función
debía continuar.
Al
rato, estaba secando su cuerpo y se aprestaba en salir del cuarto de baño. Al
hacerlo, se topo con sus otras dos compañeras que le vieron con pesar. No digo
nada e ingreso a su habitación sin más.
─
Estoy contra el tiempo ─ balbuceó la inspectora mientras se vestía velozmente.
Sabía
de ante mano que en cualquier momento podía despertar y ello, significaría más
problemas de los que ya cargaba sobre sus espaldas. No tendría valor para
decirle adiós sin derrumbarse frente suyo por lo que decidió huir antes que la
viera hacerlo y eso no podría soportarlo.
Unos
jeas ajustados, una camisa a cuadros (bien femenina la blusa) Unos botines de
caña alta y resistente para la nieve. Una casaca azul piedra. Cogió sus
cabellos en una cola alta y se puso sobre si, una gorra de la NBA que le
regalase la propia Bianca en un comienzo. Y sin más salió de su cuarto.
Al
llegar al corredor. Fernanda y Valeria ya la estaban esperando.
─
Que tengas un buen viaje dentro de todo ─ deseó Fernanda. ─ Espero que todo
salga bien Punta arenas y pronto estés con nosotros nuevamente.
─
Gracias ─ respondió sin emoción Marcela y abrazó a su compañera porque le tenía
mucho aprecio. ─ ¡Ya veremos que dicen en la oficina!
─
Estoy segura que toda saldrá bien ─ expuso una esperanzada Fernanda. ─ Eres una
funcionaria muy valiosa para Enap.
─
¡Si cómo no! ─ Contra dijo la inspectora. ─ tanto que escogieron darle el gusto
a esa mujer. ¡Eso es lo que valgo para Enap! Una mierda.
─
¡No digas eso! ─ suplicó Fernanda.
─
No te engañes a ti misma, Feña ─ instó mordazmente Marcela. ─ Todos somos
desechables para la empresa. Así de simple. Nadie es indispensable para ninguna
empresa.
─
Bueno… Bueno ─ interrumpió Valeria. ─ No deseo ser más aguafiestas, pero nos
espera el bus o nos iremos a pata a Punta arenas y yo con tacos ni a misa voy.
Si
hubiese sido otra la ocasión, de buena gana se hubiesen escuchado un par de
carcajadas ante la sandez que salió la enfermera que era bien sabido que ella
era una pinturita de esas que no se rompía una uña con esfuerzo alguno.
─
¡Vámonos ya! ─ demandó Marcela, que vio por el rabillo de sus ojos algo que la
asustó.
─
Ok ─ convino Valeria, que le dio un beso a Fernanda.
Las
dos salieron más que rauda fuera de la casa y fueron recibidas por el amanecer
que ya estaba muy claro y pronto a salir el sol en un momento más. Bajaron
raudas el camino hasta la garita y entregaron las llaves de sus cuartos para su
reemplazo que debía llegar dentro de la tarde. Se registraron y antes de
abordar fueron despedidas por Alejandro, Patricio y Atalía.
─
En la noche estoy viajando a Punta Arenas ─ señaló Alejandro. ─ a primera hora
me contactare contigo para que vayamos hablar con Carlos e ir juntos al comité
disciplinario.
─
¡La inquisión querrás decir! ─ contravino Marcela.
─
Cómo sea ─ dijo Alejandro. ─ la cosa es que vamos a estar juntos en esto hasta
las últimas consecuencias y sea lo que tenga que ser. No voy a dejarte sola en
este momento.
─
Gracias por tu apoyo ─ repuso Marcela. ─ Aunque me da igual en este momento lo
que pueda suceder conmigo en la empresa.
─
Estás en todo tu derecho de estar sentida, Marcela ─ contra dijo Patricio, su
patner en muchas cosas. ─ Pero metete en tu cabecita que nosotros, tus
compañeros y amigos, estamos contigo hasta el final.
─
¿Nosotros? ─ inquirió Marcela.
─
Alejandro, Ata y yo ─ respondió Pato. ─ Somos tus amigos aquí y fuera ¿No es
así?
─
Claro que sí ─ respondió la inspectora.
─
Chicos ─ interrumpió Valeria. ─ No me excluyan por favor. Marcela es mi amiga y
tampoco pienso dejarla sola en este momento y en cualquier otro. Si debemos dar
la pelea, cuenten conmigo también.
─
¡Ya vez! ─ sugirió Alejandro ─ No estás sola. Nos tienes a todos nosotros que
vamos a dar la pelea del siglo frente a Enap.
─
¡Gracias chicos! ─ murmuró conmovida Marcela, aguantándose las ganas de llorar.
─ Esto no lo voy a olvidar nunca.
─
Nosotros tampoco ¡Créeme! ─ fue el turno de Atalía. ─ ya es suficiente de
dejarnos pasar a llevar si de marionetas es lo que desean llenarse. Entonces
que se busquen a otros porque no seguiremos siendo unos lame botas de esa
maldita mujer.
─
¡Así es! ─ secundó Pato.
─
Esto tiene que acabarse de una buena vez ─ advirtió Alejandro. ─ Solo voy a
darle un poco más de tiempo a ella y luego, seré quién la enfrente una vez por
todas.
─
¿Te refieres a…? ─ Marcela, no quiso terminar la pregunta.
─
Así es ─ respondió Alejandro. ─ Ella tampoco está sola en esto. Voy a dar mi
última batalla por que se quede con nosotros y mande al diablo a esa mujer.
─
¡Ya veo! ─ murmuró Marcela, haciendo esfuerzos por callar sus impresiones. ─
Esa es su batalla. Así lo quiso ella.
Los
demás quedaron un poco frío ante el comentario y tras haber sido testigos de la
escena anterior y de todo lo que ello implicó. Sin embargo, ninguno fue capaz
de decir nada al respecto porque comprendieron el dolor que debía estar
viviendo la inspectora y esa postura no era lo que sus ojos verdaderamente
expresaban en ese momento.
─
¡Es hora de irnos! ─ señaló fríamente Marcela y viendo a su superior, añadió. ─
Te estaré esperando.
─
Allá estaré ─ acotó Alejandro.
En
ese momento el chofer anunció la partida y dio el encendido para salir.
Despacio comenzó el retroceso justo cuando los primeros rayos del astro sol
comenzaban asomar tras las cumbres del sector.
Cuando
alcanzó su tope final, el chofer, giró volante y usando la caja de cambios en
las marchas respectivas, se puso en marcha por el angosto sendero del ingreso
al campamento y fue de este modo que en ese bus comenzó a desaparecer con el
personal que iba de regreso a la ciudad. Atrás quedaban tres hombres con un
claro signo de impotencia y coraje.
─
Bueno es hora de qué nos hagamos cargo de un chistosito que se paso de listo ─
indicó Alejandro. ─ Le va a costar dolores de parto a su madre nuevamente por
el desgraciado que le toco por hijo.
─
¡Ya era hora! ─ avivó la cueca Patricio. ─ No le van a quedar ganas ni para
susurrarle esta vez a la Quintrala.
─
De seguro que lo mojo muy bien ─ supuso Ata.
─
Sí, pero no le va a bastar con toda la plata para volverse a poner de pie y
hacerlas de soplón.─ Amenazó Alejandro.
─
Te había dicho que a hay veces que te amo ─ se burló de lo lindo Pato y
alabando las acciones de su jefe.
─
Será mejor que lo guardes muy dentro tuyo ─ amonestó Alejandro, viéndolo con
burla.
─
Ok ─ respondió Pato. ─ ¡Yo decía no más!
Después
de bromear entre ellos, juntos fueron en una camioneta con rumbo del
helipuerto…
Mientras
en la casa I…
Unos
ojos grises se abrieron de golpe y quedo viendo a su alrededor como buscando
algo desesperadamente…
─
Ella se ha ido ─ fue la respuesta de una mujer.
Tamaños
ojos se abrieron al oír la respuesta y Bianca, se enderezó rápidamente y paseó
su vista hasta toparse con la presencia de Fernanda, que tomaba café en el
sillón contiguo que ya había sido puesto en su lugar.
─
¿Te quedarás así? ─ preguntó Feña al ver el semblante de su compañera.
─
¿A qué te refieres? ─ Contra preguntó Bianca.
─
En que dejarás las cosas así y no harás nada al respecto ─ explicó Fernanda. ─
Ella se jugó hasta el pellejo por cuidar de ti y expresar lo que sentía por ti
para que no seas capaz de despedirte al menos de ella como es debido. Aunque
les duela demasiado en estos momentos. Se merece eso de tu parte ¿o estabas
jugando con los sentimientos de Marcela?
─
Claro que no ─ rebatió Bianca. ─ nunca haría una cosa así.
─
¡Entonces qué esperas para ir a despedirla! ─ instó severamente Feña.
─
Pero ella ya se fue ─ contra vino Bianca. ─ El bus debió partir ya.
─
¡Señor! ─ exclamó Fernanda, levantándose de golpe y coger un objeto del
recibir, las arrojó sobre la chica. ─ se te olvida que tienes vehículo propio,
tontona.
─
¡Gracias, Feña! ─ mencionó Bianca, dando un salto fuera del sofá y calzándose
sus botines, agregó. ─ Te debo una.
─
Unas cuantas, diría yo ─ rebatió Feña, que le alcanzó una casaca negra a la
joven. ─ Abrígate que está helado aún.
─
Gracias, otra vez ─ dijo Bianca, que cerraba su casaca.
─
Por cierto ─ mencionó sin pelos en la lengua Feña. ─ ya calenté tu jeep para
que puedas darle alcance a Marcela y puedas hacer las cosas correctamente.
Porque aún no es tarde para enmendar los errores y darle soluciones a los obstáculos
porque yo sepa, no eres ninguna cabra chica para qué te digan lo que tienes qué
hacer ¿O no?
La
joven Rangel, se giró sobre sus talones para quedar viendo a su compañera tras
oír aquellos descargos y luego, de unos breves segundo. Una gran sonrisa fue la
respuesta que brotó en los labios de la ingeniera a modo de respuesta.
Sin
más, salió aprisa de la casa y a unos cuantos pasos de la casa estaba su
jeep que estaba completamente desempañado y listo para darle encendido. Se
subió de prisa y echo andar. Puso la reversa hasta estar a una distancia
prudente para salir. Puso primera y salió rauda del lugar dejando una estela de
polvo a su paso.
Por
su parte y en el umbral de la puerta de la casa, Feña, daba un nuevo sorbo a su
café y mirando al cielo, dijo…
─
Estoy segura que no la vas a tener nada fácil
a contar de ahora…Ariza Pedrales ─ murmuró tranquilamente Fernanda. ─ Si
no te cuidas, el latido frágil que siente el corazón de Bianca, se hará más
fuerte a favor de Marcela ¡Ya lo verás! Aún no está dicho todo en esta
historia.
Como
si fuese un espejo partido en dos, la visión mostró a: la profesora sonriendo
mientras bebía su café y en su contra parte, unos dientes apretados de una
morena de ojos verdes que intuyeron la maldición o mal augurio para sus planes.
Los dos lados de una misma moneda y un solo propósito.
─
Anaí ─ fue lo que balbuceó aquellos labios de la morena con sus manos empuñadas
en sus costados.
Lejos
de todos ello, a lo largo del infinito camino de piedrecillas, lodo y charco.
Un bus proseguía su rumbo con sus cuantos ocupantes. Porque solo personal de
Sodexo (empresa contratista) eran los que hacían relevo de trabajadores y con
ellos, iban ambas mujeres sumidas en sus pensamientos.
El
viaje proseguía entre saltos por lo socavones que se habían echó tras las
lluvias copias de los dos últimos días. Fue una verdadera montaña rusa todo el
trayecto y para quienes tengan la dicha de conocer sabrán porque le dicen la
tierra del olvido o dejada de la mano de Dios, porque ahí no se ve nada que no
sea coirones y ovejas. Sin árboles ni nada que pueda mostrar algo bello a los
ojos. Un paisaje casi estepario.
Un
rodar tras otro y fueron pasando uno a unos los pasos estancieros que los
alejaban cada vez más del campamento y
de sus camaradas de trabajo.
Aquellos
ojos verdes, no dejaban de ver a través de la ventana y solo desfilaban cosas
borrosas ante su retina porque la acuosidad seguía persistentemente en su orbe
sin ganas de abandonarla. ¿A quién quería engañar?, ¿Así misma? Por más que
luchase contra sus emociones y su corazón que no dejaba de dolerle en su pecho.
No quería olvidar… ¡Mejor dicho y en honor a la verdad!... No deseaba borrar de
su memoria, aquel rostro que llegó a ser para ella más importante que sus
padres y hermanos. Al punto que dejo de pensar en ¡El qué dirán! Para
preocuparse en solo liberarse y dejar que la fuerza que surgió dentro de su
corazón, la avasallase con toda su potencia y le mostrase lo hermoso que es la
vida y el…Amar.
¿Estaba
dispuesta acallar definitivamente su corazón? Es la pugna que estaba lidiando
fieramente dentro de su ser como en su mente. ¡Olvidar! Ya era suficientemente
doloroso tener que dejar ir como para propinarle otro golpe bajo a su alicaído
corazón… No se podía ser tan vil, tan despiadado.
Ahogo
un suspiro dentro de su pecho inconscientemente y no llamar más la atención de
los otros como lo había hecho con sus ojos tan hinchados como los tenía.
Por
su parte, era exasperante para la enfermera permanecer impávida ante la
situación de ver como se hundía más en la tristeza a quién apreciaba más que
cualquier otra persona. E incluso por sobre algunos miembros de su familia.
Se
rascaba una y otra vez, una de sus cejas ante la ansiedad que sentía de querer
sacudirla y decirle que ¡Ya era suficiente de sufrir! Que escogiera entre
luchar o dejarse morir en agonía por la decepción. ¡Cuántas ganas de hacerlo!
¿Pero qué ganaría con ello?, ¿Ayudarla o hundirla más en la desesperación?,
¡Dios qué hacer!
Y
para colmo de males, nadie hablaba en ese bus, ni música envasada como para
distraer los pensamientos. Nada. Simplemente todo se prestaba para hacer una
agonía ese viaje.
Entre
el silencio y los sube y baja del camino. Mientras todos permanecían sumidos en
su propio mundo justo en la bajada y en una curva bien cerrada, se escuchó al
chofer despotricar una artillería de groserías hacia algo o alguien.
Todos
prestaron atención y fijaron su vista al frente, cuando de nuevo volvieron
oírle decir…
─
¿Quién te enseñó a conducir hijo de la gran….? ─ vociferaba el chofer,
gesticulando con sus manos a medida que conducía.
A
pesar de que los insultos continuaron de parte del chofer y como no podían ver
mucho que digamos por estar en zona de curvas. Muchos regresaron a lo suyo.
─
De seguro que debió ser algún fanfarrón de esos estancieros ─ dijo Valeria en
voz alta. ─ Típico de esos macanudos (cabrones, etc.) se creen dueños del
mundo.
─
¡Tal vez! ─ mencionó Marcela para no ser grosera con su compañera.
─
¿Tal vez? ─ preguntó incrédula Valeria. ─ Ellos actúan siempre de ese modo.
─
No lo digo por eso ─ refutó cansada Marcela y viendo nuevamente por la ventana.
─ Sino que a lo mejor podría tratarse de un estanciero. Puede ser cualquiera.
─
Bueno eso si también es verdad. ─ aceptó Valeria.
Y no terminó de agregar más cuando volvieron a
oír…
─
¿Qué pretendes animal? ─ rugió en esa pregunta el chofer.
Todos
se quedaron viendo los unos a los otros y entre tres frenadas que tuvo que
verse forzado hacer el chofer. Se levantaron de sus asientos para poder ver bien
hacia delante y vieron como un vehículo al parecer le estaba cerrando el paso.
Cruzándose de un lado al otro para luego salir disparado hacia delante,
rebasando los 120 km/h porque a eso ya iba el bus con la cólera que llevaba el
chofer.
─
¿No era qué no se puede ir a más de 80? ─ preguntó estupefacta Valeria viendo a
Marcela.
─
Sí, pero no sé qué sucede con él ─ respondió Marcela y por ser la con mayor
rango, no le quedo de otra que. ─ Iré a ver qué sucede.
Tras
ello y al darle el paso para que saliera de su asiento. La inspectora fue hasta
dónde se encontraba el chofer y abriendo la puerta que los separaba del
conductor, preguntó de lleno.
─
¿Qué sucede? ─ inquirió Marcela. ─ Para que vaya tan rápido. El tablero dice
que va a más de 100 y eso no está permitido.
─
¡Lo siento mucho señorita Paredes! ─ se disculpó de inmediato el chofer y fue
bajando el pie del acelerador. ─ Pero no hallaba como quitarme de encima a ese
infeliz que se cruzó de repente.
─
No importa lo que otros hagan. Usted abóquese
en cumplir con las normas o le van a pasar una sanción llegando a Punta
Arenas ─ ordenó Marcela. ─ ¡Hágame caso! No se arriesgue por gente que no vale
la pena.
─
Como usted diga ─ fue la respuesta del chofer, que sintió vergüenza que le
llamasen la atención por su descuido. Tenía arto que perder después de todo y
más con una de las jefas a bordo.
El
viaje se normalizó de inmediato y la inspectora no llegaba aún a su asiento
(por estar casi al final) cuando escuchó decir al chofer que dejo la puerta
abierta…
─
¡Ahí estás infeliz! ─ rabió a duras penas y contenidas al hombre.
Marcela,
encamino su paso hacia delante nuevamente cuando a propósito el chofer bajo la
velocidad a 30 por lo bajo y se fue acercando hasta donde ya comenzaba a
vislumbrarse la figura del vehículo detenido a un costado del camino. Cuyo
ocupante estaba a un costado de su jeep. Observando cómo se acercaba muy
despacio el bus con los trabajadores de Enap.
Como
si fuese en cámara muy lenta, el bus fue acortando las distancia y se acercó
más y más aquel vehículo detenido sobre un costado del camino y cuando la
trompa de la maquina quedo frente al jeep. Unos ojos grises alzaron la vista en
dirección de la cabina del conductor y en ese mismo instante, llegaba hasta el
chofer, la presencia de una mujer que de inmediato clavo su vista sobre el
coche que yacía a un costado del camino.
Fue
en ese preciso momento que un brillo centelló en el iris de aquellos ojos
verdes e hizo conexión con esos grises que la veían desde su lugar. Abriendo
sus ojos desmesuradamente y su boca se abrió del mismo asombro que le causaba
estar pre esenciando lo que estaba ante sus ojos. Fue tal su sorpresa y como
resorte quedo pegada a la puerta del bus sin dejar de verle y por mucho que
paso despacio, no pudo evitar avanzar.
─
¡Dios santo! ─ exclamó Marcela y sin dejar de ver por la puerta, hasta que
consiguió reaccionar ante la lejanía que se estaba gestando con el vehículo en
el camino. ─ ¡Detenga el bus!
─
¿Qué? ─ preguntó pasmado el chofer. ─ No puedo hacerlo por mucho que desee
increpar a esa mujer por idiota.
─
¡Qué detenga el bus! ─ ordenó seca Marcela y con ansiedad mal contenida ─ O le
aseguro que tendrás quejas de mí en la oficina principal.
─
De acuerdo, pero no hace falta que me amenace ─ contestó el chofer y detuvo en
seco la maquina.
De
un solo golpe, Marcela, abrió la puerta y saltó los tres escalones que la
separan del suelo mismo. Y desde ese lugar quedo viendo a unos metros (50) más
allá como la joven comenzaba a encaminarse en dirección del bus y guiada por el
impulso más fuerte que su conciencia. Echó a correr a todo lo que sus piernas
se lo permitían entre tanto barro y agua que yacía en todo el lugar.
En
uno, dos, tres y más pasos que alcanzó a dar cuando no supo como ya estaba
entre los brazos de la inspectora y se abrazó a ella con todas sus fuerzas.
Entre unos cuanto giros; que no sé sabían bien porque; consiguió poner sus pies
nuevamente en tierra. Sea dicho, la joven era mucho más baja que Paredes. Y era
una gran diferencia entre ambas. Cuando consiguieron calmarse y dejar que
recuperasen el aliento con tanto vaivén que se dieron entre sí. Al fin una de
ellas, pudo articular palabra…
─
¿Por qué? ─ balbuceó Marcela, tratando de recuperar el aliento. ─ ¿porqué lo
hiciste?, ¿Qué estás haciendo aquí?
─
Ups… ¡Aún me falta el aire! ─ se quejó Bianca, tocando su pecho. ─ ¿Acaso no te
alegras que lo haya hecho?
─
¡Por supuesto que sí! ─ confesó Marcela sin disimular su alegría. ─ Pero,
necesito saber el por qué.
─
Marce…vine porque necesitaba decirte que no voy aceptar tu adiós ─ aclaró de
frente y con honestidad Bianca, acariciando la mejilla de la inspectora. ─
entre sueños te escuché decirlo y no vine hasta aquí para despedirme sino para
decirte que este será un hasta pronto hasta que ambas podamos resolver nuestros
asuntos y sólo ahí, decidiremos qué vamos hacer. Pero lo haremos juntas. Sin
presiones sino libremente.
─
¿Eso quiere decir? ─ indagó con mucha ansiedad Marcela, viéndola con esa
necesidad en sus ojos y buscando en los otros, esa misma verdad.
─
Que a pesar de que sea egoísta de mi parte, no voy a cerrar la puerta que has abierto ─ reveló
Bianca. ─ No me voy a negar a esa oportunidad, pero antes debo aclarar que si
lo que siento es amor o enamoramiento.
─
¿De mi parte? ─ preguntó tontamente Marcela entre confusión y dicha. ─ O ¿Lo
que yo te hago sentir?
─
De lo que tú provocas en mí ─ correspondió Bianca en sinceridad.
─
Comprendo ─ dijo la inspectora y de pronto, le quedo viendo. ─ ¿Y sobre ella?
─
Es por lo que estoy aquí ─ aclaró Bianca. ─ Siendo muy honesta contigo. Debo
aclararme y saber a quién amo verdaderamente. Lo mío con Ariza se remonta al
pasado y que hay un vínculo muy fuerte entre nosotras, pero yo no puedo decir
que es influenciado por ese mismo pasado o solo una ilusión. Son confusos mis
sentimientos en este momento.
─
¡Um! ─ exclamó un tanto parca Marce, pero sopesando las cosas, añadió. ─ Aunque
no me guste del todo. Tendrás que averiguarlo de una vez por todas ¿No es así?
─
¡Así es! ─ contestó Bianca sin ocultar la situación. ─ Es lo único que puedo
ofrecer en este momento y si tan solo tú quieres, ruego que me esperes un poco
más. Yo sabré darte una respuesta sincera de mi parte. ¡Prometo no jugar con
tus sentimientos! Por eso he venido por ti. Para decirte mi verdad. Yo tengo sentimientos
hacia ti, Marcela. Pero están confusos y necesito aclararme y saber qué
decisión tomar correctamente.
Si
bien era fuerte la confesión como muy brutalmente sincera. No dejaba de
vislumbrar una pequeña posibilidad de tener una oportunidad con ella. Y Marcela
Paredes, estaba más que clara que en la vida hay que arriesgar más allá de todo
y apenas sopeso todo mentalmente, respondió…
─
¡Aceptó Bianca! ─ respondió Marcela con total convicción y siendo igualmente
sincera con ella misma como con la joven. ─ Acepto tus términos y prometo ser
paciente al esperarte. No te niego que será una agonía al saberte cerca de
ella, pero es algo que también debo convivir. Tú necesitas descubrir tus
verdaderos sentimientos y yo necesito que tú vengas muy clara de qué es conmigo
que deseas estar por toda una vida. Te necesito por completo y no a medias.
¡Así que haz lo que debas hacer! Pero no me dejes tanto tiempo sin saber de ti
¡lo prometes!
─
Es una promesa ─ aceptó Bianca, feliz de que pudieran darse las cosas entre
ellas y sin pedir permiso o algo, le estampó un beso en los labios, por
arrebato o qué, pero lo hiso.
No
hubo que ser muy listo para darse cuenta que en el acto, Marcela, tras la
sorpresa de ese beso. Correspondió con toda la intensidad y fuerza de su corazón
y la pasión que dentro de ella comenzaba a desatarse.
Tras
un profundo y demandante beso que fue interrumpido por el aire y los silbidos
que se dejaron oír metros más allá por parte del resto de los ocupantes del
bus. Ambas se separaron un poco solo para apoyar sus frentes entre sí.
─
Por muy lejos que estemos la una de la otra, me las voy arreglar para mantener
comunicación contigo ─ señaló Marcela y sacando un pequeño bíper personal, lo
entregó a la joven. ─ ¡Cuídalo mucho! Porque es por ahí que mantendremos el
puente entre nosotras.
─
Lo haré ─ respondió Bianca y depositando unos pequeños besos sobre la mejilla
de la inspectora, añadió. ─ Tú no dejes que te lastimen. Sea quien sea ¿lo
prometes?
─
Cuenta con ello ─ dijo muy segura Marcela. ─ Soy una mujer de batalla, cariño.
─
¡Marce! ─ balbuceó embobada Bianca y le obsequió un nuevo beso como premio por
su ternura.
Nuevamente
se escucharon silbidos y les vino a recordar que no estaba solas en ese sitio y
que además, debían cada cual proseguir su camino.
─
Creo que ahora si debemos despedirnos ─ repuso a regañadientes Marcela,
haciendo muecas al respecto.
─
No es una despedida ya te lo dije ─ corrigió con ternura Bianca. ─ Es solo un
hasta pronto, mi bella inspectora.
─
¡Gracias por lo de bella! ─ repuso con falsa modestia Marcela con mucho
alborozo en su corazón.
─
¡No te hagas que bien sabes que eres una mujer muy guapa! ─ amonestó con
picardía Bianca y sacando dos pasos más atrás distancia.
─
¿Por qué huyes? ─ preguntó con asombro Marcela, que la veía con malicia.
─
Porque veo tus oscuras intenciones ─ aclaró francamente Bianca sin dejar de
sonreír.
─
¡Mira tú! ─ exclamó la inspectora y en menos que canta un gallo, ya la había
atrapado otra vez y era ella esta vez, quién le robaba un beso para añadir sin
más. ─ Pues muy tarde te percataste del peligro señorita Rangel porque ya es
muy tarde para ti ¿Lo sabías?
─
¡Ahora me doy cuenta! ─ confirmó Bianca entre sonrisas y complacida en parte
por todo lo que estaba viviendo en ese momento.
─
¿Te arrepientes? ─ preguntó Marcela viendo esos bellos ojos grises y su
profundidad.
─
En absoluto ─ sentenció Bianca sin una pizca de remordimientos.
─
¡Excelente! ─ convino Marcela y robando un segundo beso, agregó. ─ Porque
tienes un acuerdo conmigo. El cual te hare respetar hasta el día en que
hablemos con la verdad por delante.
─
Así se hará ─ respondió enérgicamente Bianca y apoyando su cabeza en el torso
de la inspectora, agregó. ─ hasta entonces, tienes mi palabra.
─
Con eso me basta ─ aseguró Marcela y abrazando fuertemente a la que se podía
decir entre comillas, su chica. ─ Es el mejor comienzo que puedo tener.
─
¿Segura? ─ preguntó Bianca algo dudosa por lo poco que podía ofrecerle.
─
Muy segura de lo que estoy diciendo ─ respondió Marcela y ahora, se apartaron
ambas. ─ Ahora tengo motivos para dar la pelea en todos los sentidos.
─
Ambas la daremos ─ acotó Bianca. ─ No dejaré que me sometan esta vez. Si no es
por amor, entonces no estaré con nadie que yo no ame.
─
Es lo mejor que pueden haber oído mis orejitas ─ señaló un tanto traviesa la
inspectora.
─
¡Ah! ─ exclamó Bianca sin creérsela.
─
¡Tontita! No pongas esa cara ─ mencionó rápidamente Marcela. ─ no saques
conclusiones precipitadamente. Es la
mejor de todas las noticias. Saber que vas a luchar y no te dejarás pasar a
llevar por nadie y menos por Ariza.
─
Es lo que debí hacer desde un comienzo ─ adujo Bianca en respuesta.
─
Nunca es tarde para comenzar hacer cambios, cariño ─ sugirió positivamente
Marcela.
─
Es verdad. ─ concordó Bianca.
─
Creo que debo irme ─ indicó Marcela, al ver por el rabillo que Valeria, le
hacía señas de que iban a ir. ─ Nos mantendremos en contacto.
─
Sí ─ correspondió Bianca.
─
¡Hasta entonces cariño! ─ se despidió Marcela. ─ lucha por ti misma y por tu
derecho a ser feliz, mi bella Bianca.
─
Lo haré ─ fue el turno en despedirse de la joven Rangel y le dio un breve beso
como despedida. ─ Nos veremos pronto, mi hermosa inspectora.
─
¡Nos vemos! ─ fue ya lo último en decir a Marcela, que se echó a correr antes
que el bus la dejará abajo porque habían dado el encendido.
Al
instante reanudo la marcha con una silbadora por parte de los bromistas y
fueron acallados de inmediato por la inspectora al exigir respeto y que su vida
privada era de ella y no del resto. Por su parte, el chofer aún no podía creer
todo lo que vio, pero se las guardó para adentro. Por lo menos tendría una
excusa para pedir ayuda en caso de necesitarla si alguno lo acusaba de exceso
de velocidad.
─
No digas nada ─ repuso seria Valeria. ─ con lo que vi es más que suficiente.
─
¡Qué bueno! ─ aclaró Marcela tras dejarse caer rendida en su asiento. ─ No
pensaba decirte de todos modos.
─
¿Estás de bromas o qué? ─ increpó totalmente picada Valeria, pellizcando el
brazo de su acompañante. ─ ¡Suéltalo ya!
─
Jajaja ─ por fin pudo volver a sonreír Marcela y como una niña traviesa dijo,
antes de cerrar sus ojos. ─ Lo único que puedo decirte es que soy la mujer más
feliz y que tengo una oportunidad con Bianca. Eso es…
No
terminó de decir más al respecto porque de súbito el cansancio la venció y la
mandó directo a los brazos de Morfeo. Dejando pasmada a la enfermera.
─
¡No lo puedo creer! Se durmió sin más. ─ murmuró Valeria y luego de ver el
semblante sereno y feliz de su amiga, añadió contenta. ─ Feña tenía razón. Aún
no está dicho todo en esta historia.
La
enfermera tomo una manta que estaba arriba del maletero de mano y la colocó
sobre su acompañante y tras observarla un poco más. Ella también cerró sus ojos
y se abandonó al sueño porque le quedaban 3 horas de viaje hasta llegar a la
capital magallánica.
─
También estoy segura que ahora comienzan tus problemas…Ariza ─ fueron las
palabras que cruzaron los pensamientos de Valeria antes de perderse en el mundo
de los sueños.
Mientras
el bus continuaba su viaje. Una joven miraba ya a lo lejos perderse aquella
maquina en que iba la mujer que le importaba y que estaba dispuesta en darse
esa oportunidad a pesar de que tenía que esclarecer su situación pasada con la
estanciera.
─
Ahora es mi turno de hacerme respetar ─ murmuró para sí Bianca, mientras subía
a su jeep y daba partida. ─ Tendrás que ganarte el derecho a que te ame y no me
impondrás más cosas según te dé la gana. Si tu amor es tan verdadero como dices
y no es un capricho más como el pasado. Tendrás que luchar por mí corazón
limpiamente. ¡Ya no será como tú quieres Ariza!
Dicho
esto arrancó veloz del camino y se fue en dirección al campamento, donde le
estarían esperando Alejandro con una interesante propuesta.
Como
si el mismo paraje fuese oídos, los pensamientos llegaban al lugar en que se
encontraba la otra protagonista de esta historia y al presentir como se cernía
un peligro sobre ella, sacó fuerzas de su ser para prepararse mentalmente para
lo que se vendría tras la decisión que había tomado la joven Enapina.
─
¡Ya veremos si te sales con la tuya! ─ mascullo con rabia Ariza viendo el
horizonte. ─ ¡Te estoy esperando Bianca Rangel!
De
este modo comenzaba a plantearse un nuevo escenario bastante diferente de lo
que muchos creyeron que podría llegar a ocurrir y en un costado del camino. Una
de ellas dejo plantado…los miedos y la sumisión que lleva consigo a cuestas por
temor de no lastimar a otros. Pero esta vez, no sería más así…En el costado del
camino quedo inerte la antigua Bianca Rangel y hoy nacía una mujer diferente a
lo que fue en el pasado y a la que fue hasta hace poco.
1 comentario:
La verdad no se como vaya a terminar todo esto...Marcela a la espera de algo que tal vez no se realice.Bianca decidida a dar batalla y Ariza dispuesta a recuperar lo que es suyo por derecho.
Que lío con este trío amoroso..Que estés bien y nos vemos en el siguiente...Saludos....
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