Polos opuestos.
Capítulo 10
El
verdadero juego…
La luz
de un nuevo amanecer comenzó a colarse
por los pliegues de su cortina a medio deslizar y para desgracia de una
mujer le estaban dando de lleno en pleno rostro y esto podía realmente ser un
fastidio de proporciones junto con el bendito despertador que sonaba justo a
las 7 en punto.
─
¡Joder! ─ vociferó aquella mujer que abrió sus ojos casi enrojecidos y al
instante su ceño se arrugó con un tinte de enojo puro.
De
golpe se sentó en la cama y buscó orientarse antes de lanzar una de esas
miradas asesinas que dan ganas de salir fuera de su mira. Cuando enfocó el
dichoso aparato, se alargó lo suficiente
como para de un solo manotazo apagarlo de una. ¡Hay que ver que hay personas
malas pulgas cuando se trata de despertar!
─
¡Demonios! ─ rabió la mujer mientras rascaba su corto cabello de la pura
indignación que le sobre pasaba en ese instante. ─ Olvide desconectarlo ¿y
ahora?
Continuó
rascando ahora su frente tratando de contener su creciente malestar por ser
despertada. Le llevó unos segundos que parecieron eternos minutos, hasta que
resopló y optó por saltar de la cama y meterse a la ducha para evaluar
opciones.
Estaba
más que claro que una vez despierta ni las cadenas la retendrían en la cama y
menos pensar en volver a dormir. No cuando sentía hervir la sangre por dentro y
por fuera. Dado que tenía rastros de su noche que había sido de todo menos
placentera.
Abrió
el grifo de su regadera y se metió de una bajo el agua fría, quería
despabilarse de golpe porque de lo contrario estaría pateando la perra todo el
santo día. Se conocía de sobra y sabía que había estado mordiendo algo más de
lo que podía digerir y eso, estaba por encima de sus reglas personales que ya
habían sido franqueadas.
Era
conocida por tener un carácter hijo putal cuando cruzaban los límites de su
privacidad y francamente eran contados con una sola mano, quienes podían
hacerle frente y salir ilesos de su artillería pesada.
Dicen
que en la vida las circunstancias terminar por forjar verdaderamente el
carácter de una persona poco definida.
Tan dignas de ser auscultadas por un profesional de la Psicología, pero
que realmente son más palpables de lo que una sociedad está dispuesto admitir.
Después
del golpe de agua fría que se dio por castigo; por así decirlo, se envolvió en una toalla y terminó por hacer
los acostumbrados tratamientos higiénicos y de belleza.
Al
rato, ya estaba enfundada en un traje de dos piezas de gabardina gris con una
blusa palo rosa y zapatos taco de una misma tonalidad que el traje. Uso una pañoleta rosada en la que envolvió su
cuello y salió de casa como de costumbre en su motocicleta deportiva.
Le
tomaría unos 45 minutos llegar a su destino y apenas puso un pie en él. Varios
quedaron de una pieza al verla con un semblante hosco a pesar de estar ocultos
en lentes negros que le impedían mostrar sus ojos. Apenas saludo al personal de
vigilancia y paso directo al lobby.
─
¡Buenos días Alex! ─ saludo Karin una de las recepcionistas en turno. ─ ¿Qué
tal tu mañana?
─
¡Buen Día! ─ saludó Alexandra sin quitarse las gafas. ─ Lo normal. ¿Llegaron
todos?
─ Todos
en sus puestos ─ respondió Karin y con un titubeó, agregó.
─
¿Hablamos de? ─ cuestionó Alexandra con malicia.
─
Llegaron tres chicas más hoy ─ dijo Karin.
─ ¿A
qué áreas? ─ preguntó Alexandra.
─ En
ventas. ─ respondió una mujer detrás.
En
el acto, Alexandra se giró para
encontrarse de frente con la jefa de operaciones…Lucía.
─ ¡Uy
que lata verte tan temprano! ─ ironizó Alexandra haciendo una mueca al lado con
petulancia.
─
Olvido que siempre eres un amor de persona ─ respondió con el mismo tono Lucía.
─ Pero de todos modos, debes estar al tanto que hay nuevo personal con el que
tratar. Estamos en época de pasantías. ¿Lo olvidas?
─ Para
eso estás tú ─ apuntó de mala gana Alexandra. ─ Es tu labor querida.
─ No
olvido cuales son mis funciones, Mirelles ─ defendió picada Lucía. ─ solo te
estoy poniendo al corriente según tus requerimientos de ayer.
─ ¡Qué
eficiente me saliste! ─ se burló Alexandra avanzando unos cuantos pasos para
quedar a la par. ─ No hay nada más esclarecedor que saber cuál es nuestro lugar
en la vida ¿no te parece?
─ ¡Ya
te dije! Solo cumplo con mi deber ─ agregó Lucía sin darle en el gusto y
girándose para largarse a su oficina. ─ revisa tu correo, querida.
No
había dado más que unos cuantos pasos, cuando una pregunta la detuvo…
─
¿Vino a trabajar? ─ fue la pregunta directa de Alexandra con una mueca ladina
en su costado. ─ Es todo lo que me interesa saber. Tú sabes a lo que me
refiero.
No
hubo necesidad de voltearse a ver a la
jefa de Finanzas, tan solo resopló pesado y tragando saliva, dijo…
─ Está
en su lugar de trabajo como exigiste ─ fue la aplastante respuesta de Lucía. ─ lleva
una hora ya.
─ Por
lo menos tu trasero está seguro por el momento ─ siseó Alexandra contemplación.
Fue su turno de largarse del lobby, dejando
los ánimos excarcevado en el personal. Había que admitirlo, no por nada tenía
muy mala fama de ser intratable e implacable.
─ Al
parecer ella no está en su mejor día ─ repuso Karin que escuchó todo y vio la
conducta despiadada de la jefa de finanzas. ─ Porque no se quitó sus gafas a
pesar de estar dentro del edificio.
─ Ella
es una dulzura cuando está con la mierda hirviendo ─ bramó Lucía y le hizo
señas a su personal. ─ Continua con lo tuyo, mira que si no la tendremos
ladrando aquí todo el santo día.
La
recepcionista no emitió comentario alguno, pero su sonrisa fue cómplice con la jefa de operaciones dado el calibre de
sus palabras.
En el
mundo de la hotelería hay muchas cosas que no se ven a simple vista pero tienen
su propia historia personal tras bambalinas.
Después
de caminar por los largos pasillos y jardines que separaban los edificios, al
fin pudo llegar a su piso y tras subir esas benditas escaleras. Abrió la puerta
de su lugar de trabajo.
Al
entrar sintió la mirada de todos clavarse en ella. Algunos rostros le veían con
temor, otros con sorpresa, otros con un dejo de alegría mal intencionada y un
rostro en particular le quedo viendo con indiferencia, bajando su ceja al
momento de reconocerle. Volviendo a su labor en su portátil.
Esa
actitud, le dejo una impresión desagradable
en la boca del estómago y en el ego mismo. Contaba con que le dejaría plantado una sorpresa en el rostro por su
aparición. Pero…No.
El
tiro le salió por la culata y la pica se empodero de su alter ego y la factura
la iban a pagar todos más temprano que tarde.
─
¡Buen día! ─ saludo fríamente Alexandra. Caminado por el pasillo.
No
hubo respuesta de inmediato como solía estar acostumbrada. Lo que hizo que una
corriente eléctrica cruzara de punta a punta su cuerpo y la rabia comenzó a
bullir rápidamente.
─ Dije
¡Buen día! ─ masculló indignada Alexandra. ─ creo que tengo personal educado
trabajando conmigo y no bestias de establos rumiando su frustración.
La
respuesta no se hizo esperar, ya que varios casi saltaron de sus asientos ante
el tono arrogante en la voz de su jefa y en un dos por tres, saludaban
temerosos y no provocar más a su jefa ya que a leguas parecía estar de muy
malas pulgas.
─ La
verdad no te esperábamos Alex ─ mencionó Carlina, su contadora en jefe. ─ Por
la hora, pensé que tal vez te ausentarías.
─ No
soy de faltar como otros ─ replicó más molesta Mirelles que caminó unos pasos
antes de detenerse frente a. ─ Quiero los informes que te pedí en mi escritorio
antes de que finalice la jornada y en cuanto a ti, llévame un café a mi oficina
(Viendo a la joven Briceño)
─
Estarán para las dos ─ confirmó Carlina.
─ Eso
espero ─ fue la respuesta de parte de Mirelles y se fue directo a su oficina.
Dejo
su maletín en el escritorio y se sentó
en la punta del mismo, restregando sus cienes que le dolían en demasía en ese
momento. Al parecer estaba frente a una migraña u otra cosa más compleja.
Un
suave toque en su puerta, la interrumpió…
─
¡Adelante! ─ ordenó Mirelles que seguía paseando su mano por su frente.
La
joven Briceño ingresó a la oficina con una taza de café humeante y lo dejo en
un costado sin dejar de observarle, pero no hubo muestras de palabras que
fueran necesarias por lo tanto decidió marcharse y en el instante en que
comenzaba a retirarse fue sujetada fuertemente de su muñeca y arrastrada hasta
chocar contra el torso de su jefa.
No
alcanzó siquiera en poder decir algo cuando fue presa de unos labios que
envolvieron los suyos con fiereza. Buscando desesperadamente su rendición
incondicional.
El
beso fue abrasador y exigente absorbiendo todo cuando podía de la joven.
Realmente estaba en el punto que se considera hambriento a muerte.
Y por
mucho que la joven intentó poner un alto, fue casi imposible porque se vio
respondiendo de la misma manera pero un poco más controlada. Aunque en su fuero
interno se lisonjeaba de lo lindo por la acción sorpresiva de su jefa. Era
mucho más de lo que hubiera soñado después de la despedida de ambas. Esto era
sublime.
Todo
beso, tiene un principio y un final dado
que la falta de oxígeno pasa la cuenta tras unos minutos de mucha entrega.
─ ¡Veo
que me extrañaste! ─ susurró Tania, sin dejar de besar esos labios carnosos.
─ Eres
una bruja ─ bramó Alexandra mordiéndole el labio inferior. ─ arruinaste mis
planes y ahora, tengo ganas de ti.
─ ¡Um!
─ gimió Tania ante el deseo expresado por su jefa pero buscó recomponerse solo
para provocarla un tantito más. ─ Te recuerdo que estamos en horas de trabajo y
cualquiera puede entrar y sorprendernos en una situación muy comprometedora ¿no
te parece?
─
Realmente eres una aguafiestas ─ protestó Alexandra y separó sus labios de la
joven para verle con molestia. ─ creí que tenías claro en rol que te
correspondía jugar entre las dos.
─ Lo
tengo muy definido ─ afirmó Tania controlando el impulso de reírse. ─ Y lo digo
por ti. Por tu imagen.
─ ¿Mi
imagen? ─ cuestionó Mirelles que la vio con el ceño fruncido. ─ ¡No me salgas
con sandeces como esa!
─ Te
recuerdo que estamos en horarios de trabajo y si alguien entrase nos hubiese
visto en una situación demasiado comprometedora ¿no crees que es arriesgado? ─
siseó perversamente Tania.
La
lengua de la mujer chasqueó varias veces como si le quemase dentro de su
paladar. ¿Cómo rayos fue a cruzar con esa chiquilla listilla? Definitivamente
esto se le iba de las manos muy a su pesar. Estaba fuera de su alcance o
control.
─
¡Demonios Tania! ─ bramó Alexandra y tomó a la joven de sus cabellos jalándolos
hacia atrás y añadió. ─ no uses mis palabras en mi contra porque no seré
manipulada por tus caprichos de niña ¿Me entiendes?
Aquellos
ojos negros por un instante se pusieron vidriosos producto del jalón que le
dieron abruptamente, pero se recompuso rápidamente y estudió el rostro de su
jefa, estudiando sus expresiones faciales y oculares para poder leerla con
anticipación y enfrentarla de un mejor modo. ¿Arriesgado? Por supuesto, pero
era el camino que le estaba quedando momentáneamente.
─
Insisto, no soy yo la del problema ─ defendió Tania que alzo desafiante su
mentón mientras continuaba presionando a su jefa o mejor dicho a su amante. ─ Lo
mío está clarito como el agua, pero eres tú la que tiene una tremenda batalla
personal y sacas tu frustración conmigo.
─
¿Frustración? ¿Yo? ─ indagó Alex que temblaba levemente por las emociones que
la lapidaban. ─ ¡no sueñes niña! Solo porque confesé que mis planes no salieron
bien del todo significaba que lo provocas tú o menos que me desquite contigo.
─ ¿Y
ese beso qué fue? ─ enrostró Tania acercando su rostro al de su jefa. ─ ¿Un
deseo carnal repentino? No lo creo, apuesto que anoche te fue terriblemente mal
por eso te sacas la pica conmigo.
─
¡Grr! ─ chilló Alex con una vena saltándole en la sien bastante notoria. ─ No
sigas por ese camino.
─
¿Cuál? ─ preguntó Tania que consiguió romper el abrazo aprensivo de su jefa. ─
No he hecho ni dicho nada al respecto para hacerte enojar, ha sido tú descuido
que te fuiste de lengua y confesaste que lo pasaste mal anoche ¿Puedes culparme
por tu frustración? Solo vine a dejarte el café que me pediste. Eso era todo.
─ ¡Sal
de mi oficina! ─ terminó por explotar Alexandra, apuntando con su dedo la
salida. ─ ¡Lárgate!
Aunque
aquellas pupilas negras se dilataron un poco por el tono agresivo de la mujer,
una parte de su raciocinio le advirtió que se retirará por su bien. Había que
dejar las cosas que se enfriaran un poco o de lo contrario no sabía qué podía
resultar de todo ese cumulo de energía que se mezclaba en el interior de
aquella trigueña.
Fueron
unos pasos antes de tomar el picaporte de la puerta y de soslayo le dio una
mirada, comprobando que estaba con la vista fija en su espalda. Aspiró
sutilmente y salió de la dichosa oficina con una mirada altanera que hablaba de
satisfacción plena y un ego que comenzaba a nacer dentro de la joven muchacha.
Mientras
que…
─
¡Mierda! ─ masculló Mirelles que golpeó la superficie de su escritorio con toda
su fuerza. ─ ¡no me puede estar pasando a mí! Esa niñata va acabar conmigo y no
encuentro como ponerle frenos. ¡Mierda!
¡Mierda!
Enredó
sus manos sobre sus cabellos y los revolvió con frustración de adelante hacia
atrás como una desesperada o neurótica compulsiva.
Estaba
más que claro que todo se estaba saliendo de control para ella y esa niña; como
solía llamarla; le estaba dando un dolor de culo solo por no controlar sus
hormonas y darse un gustito que le estaba costando más caro de lo que llegó a
suponer en su minuto.
Necesitaba
replantearse las cosas o de lo contrario estaría a merced de su sumisa.
Realmente los papeles se habían invertido a un nivel insospechado y era ella
quién realmente estaba siendo sometida. Se suponía que era la dominante y una
mujer madura, por tanto, no podía permitirse que las cosas siguieran complicando.
Tenía que pensar las cosas y decidir si seguir adelante con su locura de
mantener una relación domino-sumisa o simplemente dejarlo ir por su propia
tranquilidad pero significaba reconocer su fracaso.
Luego,
de una respiración profunda alcanzó su celular de su maletín y marcó un número.
Espero unos momentos en línea hasta que le respondieron.
─
Martina ─ habló Mirelles. ─ ¿Estás ocupada?
─ Un
poco ─ dijo ésta. ─ ¿sucede algo?
─
Necesito hablar contigo ─ respondió Mirelles con tono pesado. ─ ¿podemos vernos?
─ ¿Acá
o en tu casa? ─ inquirió Martina.
─ En
el hotel ─ dijo Alexandra. ─ ¿Puedes?
─
Claro, estoy cerca ─ señaló Martina.
─ ¿Qué
tan cerca? ─ cuestionó Alexandra.
─ ¡Uy
que preguntona! ─ protestó Martina divertida y confesó. ─ Tuve que venir a Limache
en un viaje relámpago.
─ ¿En
qué andas Farkless? ─ preguntó Mirelles.
─
Estás demasiado densa hoy, chica linda ─ refutó Martina. ─ Pero voy a darte en
el gusto, vine a dejar a Laura a su casa.
─
¡¿Qué?! ─ exclamó asombrada Mirelles. ─ Te pegó fuerte la chiquilla esa.
─
¿Cómo andamos por casa? ─ cuestionó Martina. ─ No nos saquemos la suerte entre
gitanas, que ambas estamos bien coladitas ¿no es así?
─ No
me lo recuerdes ─ protestó molesta Alexandra.
─ ¿Qué
sucedió ahora Alex? ─ preguntó con preocupación Martina.
─ No
por teléfono ─ rebatió ésta.
─ De
acuerdo ─ aceptó Martina. ─ llegó en unos 15 minutos. Espérame con un buen
café.
─
Trato hecho. ─ dijo Alexandra. ─ Te esperaré en el lobby, no demores mucho.
Mira que no estoy de humor para usar la bendita paciencia.
─
Tranquila ─ instó Martina que sintió que el tono de voz estaba cargado a la
ira. ─ estaré contigo en menos que te des cuenta, chica linda.
─ ¡Más
te vale! ─ sentenció Mirelles y cortó la llamada.
Después
de tres respiraciones bien profundas y de acomodarse su ropa. Verse en el
espejo que estaba empotrado en una pared de su oficina, ordenó algunos de sus
mechones y clavó sus ojos en él. Observando sus facciones que contrastaban con
la llama ardiente de sus ojos que ya no eran miel, sino lava ardiente. Decir
que era una mujer temperamental y con una fama que le precedía en su entorno,
era una cosa sabida, pero lo que no se vislumbraba a simple vista, era el hecho
de que era una mujer sumamente apasionada y terriblemente pervertida, un
secreto muy bien escondido para casi todos. Salvo su grupo íntimo.
Después
del escrutinio ante su propio reflejo, decidió largarse antes que sus empelados
comenzaran a pagar en carne propia el precio de su migraña y mal humor.
Agarró
su celular y salió de su oficina dando un portazo que hizo saltar a varios en el departamento de finanzas. No
pasó desapercibido para ella, el susto reflejado en los rostros de sus
subalternos y la verdad, poco le importaba.
Siguió
avanzando hasta llegar a la entrada principal y antes de salir, se acercó hasta
su mano derecha y le susurró algo al oído y después, se marchó sin mirar
siquiera y menos, aquellos ojos negros que le siguieron hasta que se perdió de
su vista tras esa puerta.
─ Eres
demasiado orgullosa ─ murmuró a dientes apretados, manteniendo sus ojos apenas
alzados a ras de su pc para no ser vista por aquella mujer.
Ella
sabía que tenía un largo camino para llegar a su objetivo principal y estaba
más que consciente que para ver estrellas había; no como es el dicho de ser
bella; que poner toda su voluntad para
alcanzar tan alto anhelo.
Estaba
en plenitud de facultad mental de que iban a obstaculizar su camino o mejor
dicho le iban a minar el sendero hasta lo indecible. ¡Razones de peso tenían!
Había cruzado esa línea que está más que demarcada y eso lo hacía mucho más
interesante. ¡Había que arriesgar! Todo a ganador. Aunque el precio sería cuantioso.
Estaba claro en que se había metido y no iba a retroceder a pesar de todas las
advertencias que estaban siendo lanzadas por su racionamiento. No había vuelta atrás.
─ No hay escuela que te prepare en asuntos del
corazón ─ se dijo para sí misma la joven Briceño. ─ ¡Qué Corín Tellado ni que
ocho cuartos! Esas novelas rosas no reflejan la realidad, son tan solo
ilusiones baratas. ¡Y mamá que lee esas tonteras cursis!
Sacudió
su cabeza ante sus pensamientos que convergieron a cualquier tontera simplona.
Una mera distracción para no chocarla con su cruda realidad.
Mientras
la joven se daba de cabezazos pensando en cómo hacerse grata la jornada. En
otro lugar y muy cerca del hall central. La mujer de cabellos cortos se abría
paso entre las puertas cristalizadas del hotel.
Charló
un poco con las recepcionistas y dio indicaciones al respecto de su visitante.
Luego, subió al segundo piso al sector de cafetería y solicitó un Café Irlandés
mientras esperaba a su amiga.
Tras
una espera de no más de 10 minutos y dos cafés a su haber, a su lado llegó una
despampanante colorina que le veía de lo más divertida.
─ ¿Ha
sido mucho tu espera? ─ preguntó la colorina en un tono tranquilo y una pizca
de seducción.
─ No
abuses Farkless ─ espetó la otra, levantándose de su asiento para saludarla con
dos besos en la mejilla de la pelirroja. ─ Sabes que la paciencia no es una de
mis virtudes.
─ Desde
que nos conocemos de niñas que nunca ha sido tu cualidad más sobresaliente ─
acotó Martina que tomo asiento y continuó divertida viendo la mesa. ─ Solo
espero que no hayas hecho de este lugar un hoyo profundo. Veo que llevas muchos
a tu haber por lo visto.
─
¡Vamos no exageres! ─ replicó Alexandra. ─ solo han sido dos míseros Irlandeses
¿qué puede hacerme?
─
Aparte de subir tus niveles de adrenalina en la sangre y darte un poquito de
picor en tus pasiones ─ mencionó Martina al verle directo a los ojos.
En eso
llegó una joven a preguntar…
─
¡Buen día! ─ saludó la muchacha y viendo a la pelirroja, realizo su labor. ─
¿qué desea pedir?
─ Un
macciato para mí ─ dijo Martina.
─ ¿Y
para acompañar? ─ inquirió la muchacha extendiéndole una sonrisa más que
llamativa. ─ ¿Dulce o salado?
Martina,
de pleno observó los ojos del joven garzón y tras meditar unos segundos,
respondió…
─ ¿Qué
me aconsejas tú? ─ preguntó de frentón Martina.
─ Por
la hora, creo que conviene algo salado sin exagerar y por lo dulce del café ─
sugirió la joven. ─ Unos tapaditos serían más que aconsejables en esta
instancia.
─ ¡Muy
buen punto! ─ alabó Martina, obsequiando la mejor de sus sonrisas. ─ Tráeme eso
precisamente. Con mucho gusto lo
disfrutaré pensando en ti.
─
¡Ehem! ─ carraspeó Alexandra cortando la interacción puesto que la empleada
palideció completamente ante las palabras de la pelirroja y su osadía.
─
¡Disculpe! ─ dijo la muchacha y viendo en dirección a Alexandra. ─ ¿Desea algo
más señorita Mirelles?
─ Una
tónica ─ repuso ésta que tapó sus labios.
La
joven empleada con rubor y todo se retiró presta del lugar ante la gélida
mirada de la jefa de finanzas.
─ No
puedes ser más descarada, Farkless ─ acusó sin miramientos Alexandra. ─ Pensé
que tenías bastante lleno tu vaso como para querer flirtear con mis empleados.
─
Jajaja ─ estalló en una risotada la pelirroja. ─ En mi defensa puedo decirte
que no es mi culpa que las oportunidades salten solitas al camino. Yo no ando
buscando nada, solo me divierto un poco o mejor dicho tan solo me dejo querer.
─
¿Así? ─ cuestionó Alexandra con sarcasmo pleno. ─ ¿dónde deja eso a Laurita?
─
¡Golpe bajo! Lindura ─ espetó Martina─ digamos que estamos en proceso de ver
qué pasa.
─
¿Planteándote algo serio? ─ inquirió burlona Alexandra pues sabía mejor que
nadie que el compromiso no estaba en el vocabulario de ninguna de las dos.
─
Estoy atada de manos y sabes mejor que nadie por qué ─ respondió fríamente
Martina. ─ ella no será una aventurilla de una noche. No estando su madre de
por medio. Además, dudo que Laura quiera ser parte de mi vida de buenas a
primeras. Por ahora solo barajo opciones.
─ ¡La
tienes difícil! ─ expuso Alexandra sorbiendo un poco más de su café.
─
Puede ser ─ respondió despreocupadamente Martina al momento de recibir su café
y sonreírle a la joven empleada. ─ Digamos que voy paso a paso. El tiempo dirá.
─ ¿El
tiempo? ─ cuestionó burlonamente Mirelles como masticando la palabra con
molestia. ─ sigo pensando que ese término es un arma de doble filo.
─ ¿Tu
punto es? ─ instó Martina, probando su café. ─ ¡Um! Está simplemente perfecto.
Tiene buena mano esa chica.
Los
ojos miel se elevaron en su globo ocular manifestando su claro desagrado tras
lo último y con su acostumbrado sentido del humor, agregó…
─
Uno…Puede ser favorable para tus planes a corto y largo plazo y dos…ser un
dolor de culo cuando se vuelve en tu contra ─ aclaró Alexandra viendo directo a
esos ojos verdes y con una mueca en sus labios, añadió con saña. ─ el tiempo
nunca es manipulable querida mía y… no creo que a tu, Laurita, le haga gracia
ver que coquetas con una compañera de trabajo.
Las
pupilas verdosas se dilataron bastante para luego, empequeñecerse
peligrosamente. Estudiando las facciones de su amiga de infancia y compañera de
correrías. Farkless, estaba muy clara que tratar con la personalidad de Alexandra Mirelles era
realmente un juego de ajedrez muy duro de hacer. Era infranqueable su tablero,
había que ser muy bueno para alterarle su mano o primera línea. Más conocía su
debilidad mejor que nadie y sabía también que presionar ahí, podría darle
dividendos a corto plazo, pero la reacción debía esperarse con doble escudo de
protección.
─ Me
pregunto realmente ¿qué puede haberte alterado tan temprano para que estés en
pie de guerra? ─ mencionó Martina dándole otro sorbo a su café. ─ No es
habitual tanta frustración mañanera ¿Qué tienes?
─ Me
conoces bien ─ repuso Alex bebiendo de golpe su bebida tónica.
─
Digamos que me siento privilegiada por nuestra cercanía ─ dijo Martina. ─ Y hace que tenga ese sexto sentido que me
indica que no me citaste para que hablemos de Laura y sus pensamientos ¿no te
parece?
─ No,
en verdad ─ contestó Mirelles. ─ Pero debes tomar resguardos respecto a esa
chiquilla.
─ Lo
sé ─ reconoció Martina que bebía más de su café. ─ Lidio con eso desde que me involucré con ella. Pero no
nos desviemos del meollo del asunto. Dime de una vez, ¿qué sucede?
─
Anoche tuve la ocurrencia de salir con Calixta para reunirme con una vieja
conocida ─ reveló Alexandra. ─ De las que conocí cuando regrese al país y que
son gratas de compartir; tú sabes; es muy complaciente y totalmente asumida.
─ No
como la hija de Lucia ¿Verdad? ─ puntualizó Martina.
─ Ese
es el jodido problema ─ asumió Alexandra con frustración en sus ojos. ─ Ella.
Esa chiquilla me está destrozando completamente mi orden de vida.
─
¡Cálmate! ─ ordenó Martina tomando su mano entre la suya. ─ No estás con ella
ni frente a ella. Y cuéntame qué sucedió
anoche.
Tras
unas aspiraciones profundas, Mirelles, tomó su tiempo para exponer los hechos…
─ Nos
juntamos en el casino entre saludos y una suave conversación para quitar la
tirria del lapsus tiempo sin vernos. ─ continuó con las explicaciones
Alexandra. ─ Todo iba viento en popa y decidimos irnos a un lugar más privado y
cuando estábamos conectando…Me vino de golpe la voz de esa condenada niñata y
no solo fue una vez, sino que tres veces más. ¡Te juro que me petrifiqué! Y quedé como una reverenda idiota ante mi
cita, por más que buscó motivarme, fui incapaz de reaccionar. Sentí rechazo
espontaneó por la chica que estaba completamente dispuesta y expuesta. ¿Puedes
creerlo?
─ No
me lo creo porque te conozco bien y sé que no tienes apego por una sumisa y
menos, una novata que recién comienza contigo ─ respaldó Martina que dedujo que
había un problema ahí. ─ Cuando entras en este mundo irremediablemente te
desprendes de tu interior y quitas las emociones o sentimientos porque no
podrías involucrarte sin lastimarte en el proceso. Es simplemente, es un medio de satisfacer una necesidad
carnal y placentera que no involucra las emociones.
─
Exactamente y es lo que asumí cuando me involucré en todo esto ─ convino
Mirelles. ─ Pero se supone que no hay tratamientos preferenciales que den pie a
confundir actos con afectos porque de lo contrario, estaría involucrándome en
una relación y es lo que menos quiero.
─ ¡Um!
─ exclamó Martina que meditaba en la confesión. ─ ¿Y la dejaste?
─ Tuve
que hacerlo y por más que me disculpé con ella, casi se me cayó la cara de la
vergüenza ─ dijo Alex con molestia al recordarlo. ─ la deje a eso de las tres
de la mañana con la frustración más grande que puedas imaginarte y solo tenía
una sola cosa en mente esta mañana.
─ ¡No
me digas! ─ Se adelantó Martina. ─ Querías sacarte las ganas con Tania.
─
Exacto ─ respondió Mirelles. ─ Quería devolverle el favor de arruinarme la
noche y la muy condenada me vino con el cuentito de que estábamos en horarios
de oficina y sería malo para mi imagen ¿puedes creértelo?
─
¡Ups! ─ repuso Martina que alzo una ceja divertida. ─ Listilla…La niña.
─
Demasiado para mi gusto ─ coincidió Alexandra. ─ No lo solo me echa a perder la
noche, sino que se mofa de mí sacándome en cara mi reputación. Después de que
me di el trabajo de ir a su casa a buscarla para que regresara a trabajar. ¡Me
sale con esa pachotada! ¿Por qué mierda no puede simplemente acatar lo que se
le pide?
─ ¡Ya
veo! ─ Murmuró Martina.
─ ¿Qué
ves? ─ preguntó de frentón Mirelles.
─ Creo
que los papeles se invirtieron, preciosa ─ respondió Farkless.
─
¡Explícate! ─ exigió Alex frunciendo su ceño.
─
Pretendo que mis palabras no te alteraren más de lo que ya estás ─ inició su
explicación Martina con su mejor cara, apostando por la aceptación. ─ Pero
resulta, mi hermosa; que te estás convirtiendo en la parte sumisa de esta
historia y estás siendo manejada sutil y hábilmente por esa jovencita. En pocas
palabras, has caído en una telaraña y te tienen comiendo en su mano.
─
¡Mierda! ─ escupió Alexandra, después de tirar todo el contenido de gaseosa de
su boca a un costado.
─ Creo
que me equivoqué y el resultado fue peor del que esperaba ─ repuso Martina, pasándole
una servilleta para que limpiase sus labios.
─ ¿Y
qué esperabas? ─ reclamó Alexandra cubriendo su boca con el papel hasta
limpiarse. ─ He sido una estúpida para no darme cuenta antes de los planes de
Tania y he caído redondita en su juego. ¿Por qué no le preste atención del
primer día? ¡Diantres!
─ No
todo está perdido. ─ indicó Martina. ─ tienes dos caminos, preciosa mía. La
terminas y te vas de viaje por un tiempo para que se le pase toda esta
locura. O simplemente le devuelves con la
misma moneda, jugando su propio juego ¿Qué me dices?
─
Suena tentador ─ se replanteó Mirelles jugando con sus dedos por su mentón al
sopesar la propuesta de su amiga. ─ Pero no puedo mandarme a cambiar porque
estoy a las puertas del balance final y una junta con general.
─
Entonces, opta por el plan b, lindura ─ sugirió Martina y pasando uno de sus
dedos por los labios de Mirelles, agregó.
─ estoy dispuesta ayudarte con eso.
─ ¿Así?
─ preguntó Alexandra hipnotizada viendo esos ojos verdes.
─ Sí ─
fue la respuesta de parte de Martina que delineó los labios de la joven tan
despacio y con deliberación. ─ ¿Estás dispuesta a seguirme la corriente en
todo?
─ ¡Um!
─ murmuró Alexandra y con los ojos muy brillantes ante la sugerencia. ─ Dalo
por hecho.
─
Entonces ─ instó Martina que con el puro poder de su dedo, levantó a Mirelles
de su asiento y la jaló de la camisa. ─ Vamos a comenzar ahora mismo.
─
¿Dónde vamos? ─ preguntó tontamente Alexandra que aún no se espabilaba del
tacto de la pelirroja.
─ A tu
oficina ─ respondió Martina que la tomó de la mano y tiró de ella para salir de
la cafetería. ─ En busca de tu niña.
─ Eres
terrible, demonio pelirrojo ─ murmuró encantada Alexandra que sin más, agarró
la mano y entrelazó sus dedos con Farkless. ─ Si no fuésemos amigas de tantos
años, hubiéramos terminado siendo amantes.
─ ¿Y
quién te dice que no podemos ser más? ─ refutó Martina descaradamente. ─ Si
algo aprendí con el tiempo, nunca es tarde para intentar ir más allá de los
límites.
─
¡Wow! ─ exclamó con asombró Alexandra que la vio por el rabillo de sus ojos sin
perder detalle de la mujer a su lado. ─ Creí que esa chiquilla era tu única
prioridad.
─ Ya
te dije…Estoy viendo ─ admitió Martina. ─ No me engaño con Laura, sé que no
puede verme más como la mujer que abuso de ella y difícilmente quiera entablar
algo serio conmigo. Es una chiquilla muy prejuiciosa y temerosa, no me da más
que tumbos por el momento.
─ ¿Tú
quieres algo más? ─ preguntó despacio Alexandra mientras caminaban hacia los
edificios finales.
─ Es
algo con lo que me debato en este momento ─ se sinceró Martina sin mucha
emoción. ─ Por más que expliqué como son las cosas, no logro que entienda que
las cosas sucedieron por azares de la vida o del destino. Y no pretendo darme
de cabezazos contra una pared, ya tuve de esa mierda y no quiero volver a vivirla.
─ Creo
que ambas nos tropezamos con dos pequeñas piedras que nos tienen de narices en
el piso ─ asumió Mirelles y levantó ambas manos y besó la de la pelirroja con
ternura. ─ Saldremos de esta ¡Ya verás!
─ Por
eso estoy aquí ─ secundó Martina pícaramente y olvidando lo anterior. ─ Para
ayudarnos mutuamente en este pequeño juego de voluntades. Tendrás que dejarme
el control por completo si queremos ganar esta partida.
─ Soy
materia dispuesta ─ aceptó Alexandra.
─ Es
hora de mostrarles de porque somos…Dominatrices ─ puntualizó Martina a las
puertas del ascensor del edificio de finanzas. Adentrándose de una y…
Una
vez dentro, le quitó la chaqueta a Mirelles y desabotonó tres botones dejando
muy abierto esa blusa.
Desordenó los cabellos cortos de la trigueña y soltó su
propio cabello de su peine y lo alboroto por completo dándole un aspecto
desarreglado y sexy al mismo tiempo. Luego, beso la base del cuello de la otra
mujer dejando rastros de labial en toda su extensión y el toque final fue…un
beso abrasador y salvaje que le quitaría el aliento a cualquiera que las viera.
El
montaje estaba listo y en marcha, cuando el ascensor llegó a destino abriéndose
las puertas justo cuando un par de empleados habían marcado el transporte; dejándolos
en estado catatónico y con el rubor hasta las nubes. Para una perfecta idea, el
ascensor daba en medio de la oficina principal frente a varios de los
escritorios. De ahí, la conmoción de parte no solo de esa pareja, sino de casi
todos los presentes; incluyendo a una morena que perdió hasta el color cuando
vio la escena frente a sus narices.
Esa
entrega fue interrumpida por el carraspeó
de los dos empleados que no sabían dónde meterse para no tener que verle
la cara a su jefa, porque no había que ser estúpido para no saberlo.
Tan
despacio como una cámara lenta, ambas mujeres fueron rompiendo ese beso hasta
despegarse tan delicadamente la una de la otra y verse a los ojos como un par
de enamoradas. En una perfecta sincronía y complicidad.
La
pelirroja fue la primera en darse vuelta y lanzar una mirada en su derredor.
Una vez, localizado el objetivo, sonrió maliciosamente y con dos dedos, tomó
del mentón a Mirelles y lo instó a seguirla.
─ No
pasen llamada alguna, ella estará muy ocupada en una reunión privada ─ siseó Martina con una voz dulce pero a la vez,
retadora. ─ Se arriesgan a pasar un mal rato.
Por su
parte Mirelles, se mantuvo en su papel sumiso y siguió como cachorro enamorado
a la despampanante pelirroja sin siquiera ver a los costados y menos dónde
estaba aquella niñata que le daba más de un dolor de cabeza y algo más.
Se
olvidó por completo de todo, de su apariencia y sus ojos, su actitud, de su
imagen profesional, Simplemente todo lo desecho por el tacho de la basura. Que
fuera lo que tenía que ser. Ella no iba a perder su libertad, su corazón, su
esencia.
Y antes
de entrar a su propia oficina, fue aprisionada por aquella pelirroja que la
estampó contra la puerta y la devoró en otro beso salvaje que fue visto tan
solo por unos segundos antes de que fueran abducidas por el interior del
despacho tras un sonoro gemido que brotó de los labios de alguna de las dos
salvajes mujeres.
Aquello
fue simplemente alucinante tanto como lo fuera un tornado, dejando a todos
conmocionados en esa oficina. Con miradas acaloradas, pudorosas, perplejas y
otras simplemente todavía no reaccionaban ante la escena más ardiente que
hubiesen siquiera soñado vivir.
Pero…
─ Alex…─
murmuró a dientes apretados Tania, cuyas manos comenzaban apretarse por debajo
del escritorio conteniendo a duras penas los temblores de ira que bullían como
lava ardiente desde su interior. ─ ¿Esta es tu venganza?
Su mandíbula
se contrajo tanto que dolió brutalmente por la emoción que la estaba
embargando, se sentía humillada hasta decir basta e impotente porque sabía
tenía las de perder frente a esa otra mujer.
Su sexto sentido le advirtió que era una amenaza formidable e intuyó que
pertenecía al círculo íntimo que
frecuentaba Alexandra.
Tenía
tan grabada esa sonrisa perversa de aquella pelirroja y la sensualidad que
desprendía al caminar, mejor dicho, emanaba de toda ella como un aura maquiavélica.
Percibió su mirada desafiante cuando sus ojos se encontraron, estaba más que segura que la provocó de
frentón y nada pudo hacer para devolverle el gesto.
Mucho
menos, cuando su amante la ignoró por completo y no se tomó la molestia de
siquiera posar sus ojos en ella. No, después de haberse besado hace unos
minutos atrás con total pasión y ahora, le relegaban a un rincón como si nada.
Como cual basura y eso le dolió hasta lo indecible.
─ ¡Maldición!
─ masculló Tania conteniendo el coraje, su cuerpo y su corazón. ─ Justo cuando
las cosas estaban funcionando.
Y eso,
no sería lo único del día…
Un
vaso se resbaló de su mano y golpeó tan fuerte en el piso que se fragmentó en
miles de pedazos, derramándose por todo la superficie y dejando en confusión a
una joven de largos cabellos.
─ Esto
es un mal presagió ─ susurró para sí…Laura.
Acompañada por el tema...Casi humanos; Dvicio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario