Capítulo 19
Similitud en…
—¡Qué frío hace! — murmuró entre dientes una joven sentada
en una roca mientras observa pensativa la mar. —Me pregunto si mamá estará bien.
Desde hace dos noches que no puede concebir el sueño por
mucho que sus actividades nocturnas en la alcoba la dejen fuera de combate por
un tiempo. No se engaña a sí misma, sabe que algo está por venir. Es muy
inusual que haya escuchado tan nítidamente llamarla.
¡Está jodida! En todo el sentido de la palabra y no por cuestiones depravadas del sado con cierta pelirroja que a todas luces busca la manera de que admita su sumisión definitivamente. Puede que esté hasta el cuello con este asunto, pero muy distinto es que vaya a facilitar una derrota ante su dominante. Ella iba a pelearlas hasta el final y solo ahí, podrían vanagloriarse de lo lindo, aunque estaba segura de que no sería la única con cicatrices en la lucha porque se iba a llevar una parte de aquella dominatriz consigo. No todo estaba dicho entre ellas.
—Definitivamente estoy jodida — aceptó la muchacha cuyos
ojos almendrados estaban brillantes por las emociones que la embargaban. — Solo
a mí me ocurren estas cosas y para mi desgracia olvide traer mi cargador y
quede sin poder llamar a mamá. No puedo pedir que me dejen llamar. Todas estas
personas vigilan cada paso que doy y al rato tengo pegada en mi oreja a esa
condenada mujer. Me pregunto cuándo terminará esta pesadilla.
Con un suspiro pesado en desahogo, se abrazó más a sus
piernas mientras seguía contemplando el horizonte, más que nada perdida la
mirada porque concentrada no estaba.
¡Y estaba claro como el agua! Porque no se percató de que
una sombra que se ciñó sobre ella a sus espaldas.
—¿Qué haces acá Laura? — preguntó de frentón la dominante.
—Quería un poco de aire — respondió ésta sin inmutarse.
—Fui bien clara contigo de que no podías salir de los
límites de la propiedad — espetó Martina. — Además si quieres tomar aire,
puedes hacerlo en casa y no en este lugar.
—Por favor no exageres. Solo estoy a unos metros de tu
propiedad a la vista de todos tus empleados para que corran a decirte —
confrontó Laura sin mucha energía para pelear. — Digamos que a esta distancia
no voy a escapar si te preocupa tanto.
—¡Laura! — advirtió con un tono autoritario la dominatriz.
—¿Qué? — preguntó con desanimo ésta.
—Estás olvidando a quién te estás dirigiendo — puntualizó
Martina cansada del comportamiento de su sumisa. — ¡Y mírame cuando te estoy
hablando!
Con un suspiro igual de irritado que las palabras de su
dominante.
—No olvido con quién estoy — respondió sin asco Laura que se
puso de píe y quedo de frente con la pelirroja. — Difícilmente pueda
hacerlo…Martina.
—¡Bájame el tonito, niña! — exigió la dominante que la tomó
de ambos brazos y la apegó a su cuerpo. — Recuerda tu lugar…Laura.
—Por supuesto, mi señora — soltó con ironía ésta cuya vena
combativa volvió a reverberar de un paraguazo. —Mi lugar es de ser su sumisa,
según usted.
—Estás colmando mi paciencia…niña — amenazó Martina que
ejerció más presión en el agarre en los brazos de su sumisa.
—No me diga — provocó Laura viendo aquellas manos sobre sus
brazos. — A pesar de que no soy una niña como recalca tanto, esos 18 años marcan
la diferencia ¿no le parece?
Esto último fue un golpe bajo de parte de la joven Tello que
por primera vez consiguió herir una arteria del ego de la dominatriz. Aunque
tenía que admitir que no fue su intención y que solo fue el resultado del
cúmulo de ansiedad que estaba consumiéndola por la preocupación por su madre, más
que su propio bienestar.
—Tienes razón, es una diferencia muy amplia — admitió
Martina que se recompuso del estupor y volvió a ser ama y señora de sus
emociones. —Y te viene a demostrar que tu altanería está fundada en la
insensatez de tus años…Laurita.
—¡Puede ser! — convino la joven quitando aquellas manos de
su persona. — Pero estoy clara que me falta mucho que aprender y caminar
también. Aunque sigo sin ver la madurez de tus actos, Martina, ya que todo cuanto
haces está motivado por la impulsividad y eso viene sucediendo desde aquella
noche en el antro. ¿lo negarás?
—Lo admito…gatita — afirmó la dominante dejando de lado su
estado de molestia y con ese brillo pícaro en sus verdosos ojos muy propio de
ella. — Esa noche no se podía ser muy remilgada y dejar pasar una oportunidad
como la que tuve en el ascensor. Después de estar en un lugar privilegiado para
apreciar tal desplante de sensualidad al bailar y admito hasta cierto punto,
que tu otra amiguita tiene lo suyo, pero que no te supera en lo absoluto. Tú
eras quién más brillaba para mí ese día.
Esta confesión en vez de provocar su acostumbrado enojo
exacerbado de siempre, dejo un tanto aturdida a la joven Tello y es que no es dada
a que otros estén pendientes de su persona y esa noche, debía reconocer que se dejó
llevar, sin inhibiciones o temores, simplemente fue…libre.
—Sin comentarios — fue a lo único que atinó en decir en
respuesta Laura.
—Tan escurridiza como siempre gatita — enrostró coqueta la
pelirroja abrazando a su sumisa. —Dejaré que continues de este modo un tiempo
más, pero te advierto que un día te quedarás sin escapatorias. Por ahora
necesito que me acompañes.
—¿Adónde? — preguntó Laura sin tapujo alguno.
—¡Um! — murmuró entre dientes Martina alzando el mentón de
la joven y expuso. —Vuelve a formular tu pregunta.
—¿Por qué? — cuestionó la joven.
—¡Insisto! — exigió Martina dejando ver en sus ojos una
determinación tal que incómodo a la muchacha.
Laura tragó saliva al observar esa mirada intimidante y
aunque el escalofrío en su columna ya se hacía frecuente, no impidió que
volviese a estremecer.
—¿Dónde vamos mi señora? — corrigió a duras penas Laura,
mientras que en su fuero interno estaba que se la lleva la fea (en jerga
chilena, la ira)
—Eso está mucho mejor gatita — expresó complacida Martina y
tomándola de la mano, la sacó del lugar a su vez que reveló. — Iremos a un
boutique a ver unos trajes de baño para ti ya que pasaremos parte del día
practicando flyboard.
—Jamás me he subido a una tabla de surf y mucho menos voy a
montarme en un parapente— objetó de inmediato Laura con todas sus barreras
mentales en pie de guerra pues sabía que tendría replicas. — ¡Estás demente
Martina!
Tal como intuyó suspicazmente la joven Tello, la réplica a
su oposición no se hizo esperar y de golpe se encontró chocando contra el torso
de la dominatriz que tenía una mirada que por sí sola podría quemar miles de
hectáreas de pastizales si lo quisiera.
—¡Disculpa! ¿Qué has dicho? — demandó de inmediato Martina levantando
la barbilla de la muchacha.
—Que no he subido a una tabla de surf antes y mucho menos
subiré a ese tal fly…no sé qué…Señora — respondió Laura intentando mantenerse
firme ante la mirada escrutadora de su dominante.
—Primero que nada, no creo haber pedido tu permiso o
consentimiento Laura. — esclareció brutalmente la dominante. —El control lo
ejerzo yo, no tú. Segundo y para aclarar esa cabecita tuya, vamos a practicar
antes de iniciarte en el flyboard. Tercero, me gusta que mis o mi sumisa esté
completamente en forma, lo que involucra deportes y gimnasio todo el tiempo,
querida mía. ¿nos entendemos ahora? O necesitas que lo ponga por escrito cuáles
son parte de tus deberes.
Tamaños ojos abrió la joven Tello ante la reprimenda que le
estaban dando y por no decir que estaba estupefacta ante cierta confesión que
se le puso entre ojo y ceja a la muchacha. Pasado el estupor y como era de
esperar y siendo fiel a su manera de ser…
—No será necesario — respondió Laura viéndola con sus ojos
empequeñecidos.
—Celebro que sea así — se ufanó Martina que retomó su
caminar con la salvedad que esta vez, no quiso tomar la mano de su sumisa.
Este simple hecho dejo nuevamente pasmada a Tello y solo
vino a aumentar la llama que se estaba gestando en su interior. Y prueba de
ello, eran que sus manos se empuñaron a ambos costados intentando controlar sus
emociones lo que más podía.
—¡Puedes apurar el paso! — demandó la dominante dando
grandes zancadas entre roca y roca. Sin voltear a ver a su sumisa.
—No faltaba menos…mi señora — masculló dulcemente Laura.
Fue el tono empalagoso y mordaz que frenó en seco a la
dominatriz y la hizo girarse para quedar viendo a su contra parte que venía dos
metros más allá con una cara que hablaba por sí sola.
—¿Qué tienes ahora? — preguntó Martina.
—¿Yo? … Nada — respondió Laura caminando hacia su dominante.
—¡Laura! — siseó entre dientes Martina.
—¿Dígame … mi …señora? — contra preguntó ésta con ene
sarcasmo en su voz.
—¡Chiquilla del carajo! — bramó Martina esperando que
llegase a su lado.
En uno, dos y tres…
—¡¿Mis sumisas?! — espetó Laura justo al llegar a su lado y
viéndola con una cara de muy pocas amigas.
No solo fue la pregunta sino la actitud y la mirada de Tello
que descolocó por completo a la pelirroja dominante. ¡Y eso era a otro nivel!
Pues casi nadie salvo su familia en contadas ocasiones, que había desarmado sin
miramientos a Martina y tal como lo mencionará Calixta, no era dada a que
persona alguna la llevase por las narices.
Tras no obtener respuesta de inmediato de su dominante,
Laura continuó su camino rumbo a la casa con un semblante hosco que hablaba de cobrar
revancha en su momento.
—Te mostraré lo sumisa que puedo llegar hacer. — balbuceó
con enojo vivo Laura.
A su vez que…Tras unos momentos.
—¿Qué fue eso? — se preguntó Martina una vez que paso el
shock por así decirlo.
De a poco se giró sobre sus talones para contemplar la
silueta de su sumisa entrando por el portón de su propiedad.
—¿Será posible? — indagó para si la dominante.
La respuesta no se escucharía nada más que en los
pensamientos de aquella dominatrix que también retomó su marcha con dirección a
sus dominios. Ya tendría tiempo para confrontar a su sumisa y pedir las
explicaciones necesarias y también dejarle saber las consecuencias a su
desafiante actitud. Le enseñaría cuál es su lugar e iba a ponerse más seria con
ella, había sido suficiente de sobre pasar sus límites. Todavía estaba el hecho
punzante de que no se le permitió marcar su dominio y eso iba a terminarse de
una buena vez por todas.
Y con todo ello, había algo más rondando la mente de la
pelirroja que no la dejó tranquila…
—¡Esa mirada! — murmuró Martina reflexionando mucho en ello.
—La mirada de Laura, me hizo recordar una que ya he visto antes. Una que jamás
podría olvidar.
Uno, dos pasos más y al cruzar el umbral de su casa…
—¡Calixta! —espetó Martina con tamaños ojos.
Y de inmediato en otro sitio…
De la nada, un fuerte estornudo se escuchó de parte de una
morena, volviéndose a repetir en tres ocasiones más.
—¡Cáspita! — se lamentó aquella mujer soplando su nariz con
un pañuelo que extrajo de su pantalón. —¡disculpen!
—De seguro debe ser una alergia estacional sin duda —
mencionó un hombre de tez blanquecina y cuidados cabellos cortos de tonalidad
rubicunda. — ¿necesita un tiempo para recomponerse?
—No será necesario — expuso la morena. — ¡Ya estoy mejor!
Tomando el mando del aparato continuó con la exposición ante
una comisión de inversionistas y otros empresarios del rubro de la
construcción.
«¿Ni qué alergias ni que ocho cuartos? (dichos referentes al
escepticismo) Estoy segura de que alguien se acordó de mí y no es para bien»
Eran los pensamientos de aquella morena que estaba en medio y a la mitad
de una de reunión de negocios demasiado importante para sus intereses, de lo
contrario estaría enfocada en un asunto inesperado que se presentó en el día de
ayer y que le traía en bandeja de plata a una persona de su pasado. Un reencuentro
que le traería respuestas que habían quedado selladas en los labios de esa
mujer.
«No dejes que se retracte Sebastián, no vengas a mí sin ella» continuaban
floreciendo aquello pensamientos que no abandonaban a la morena.
Por su parte y lejos de ahí…
—¡Creo que ya es la hora! — musitó quedito una mujer detrás
de su escritorio.
Tragó saliva y sin más se puso de pie y fue a recoger su
abrigo junto con su cartera. Se despidió de sus compañeras de oficina:
Cristina, Kathy y de su jefa directa en recursos humanos, Paula.
Dirigió sus pasos hasta un vestíbulo de descanso del
personal del hotel, marcó en el reloj su salida y luego, se fue con rumbo a
otro sitio en cuestión.
Tras caminar unos tres minutos entró de lleno al lobbies del
hotel, entró las llaves a Fernanda, la encargada del turno y justo cuando se
disponía a retirarse del lugar, una mano cayó sobre su hombro que la sobresaltó
en demasía y le quitó el aire de los pulmones como si fuese un globo
desinflándose velozmente.
—¡Cálmate, Patricia! — demandó una trigueña a su lado que no
era otra que Lucía.
—¡Eres tú! — se quejó a su modo la mencionada.
—¿A quién más esperabas? — inquirió Lucia.
—A nadie en particular, pero llegué a pensar que podría ser
Alexandra que estuviese asegurándose que cumpliese con Calixta — develó
Patricia. — Tú sabes que todas ellas son un núcleo super cerrado y leal.
—Aunque te diría que no me lo recuerdes, debo estar
plenamente de acuerdo en ese punto — concordó Lucía viendo de soslayo a la
empleada colorina que las veía de forma muy suspicaz y no le gustaba que nadie
metiera sus narices en sus asuntos. — ¿Necesitas algo Fernanda?
—No — respondió ésta encogiéndose de hombros. —Solo me
preocupe por el salto que dio Pati. Eso.
—Bueno, sigue con tu trabajo por favor — exigió un tanto mal
humorada la jefa de operaciones.
—Oka — fue la escueta respuesta de Fernanda y guiñando un
ojo a la otra, añadió. — Iré más tarde a tu casa para que conversemos y nos
tomemos algo.
Y sin esperar respuesta a lo dicho, ingresó más al interior
de la recepción con sus demás compañeros. Dejando los bellos de los brazos
erizados a Lucía que le caía pésimo esa chica por cuestiones de ser un tanto
chismosa y poco disimulada al mostrar un interés en la persona de Patricia.
—¡Déjala tranquila! — solicitó la antes mencionada. — Tú
sabes que ella se preocupa por mí un poquito.
—¿Un poquito? — inquirió exageradamente Lucía. — Esa no es
más que una solapada «disque heterosexual» Hipócrita.
Bien que le gustan las mujeres y se las come con los ojos cuando llegan los
huéspedes.
—¡Lucía! — protestó un tanto divertida Patricia con el
discurso de su amiga fiel.
—¿Qué? — inquirió ésta.
—Tú sabes que no todas saldrán del closet ¿no es así? —
señaló Patricia. — Y en todos los casos poco debe importarte Fernanda.
—Lo sé — rebatió cabreada Lucía. — Pero tienen la
desfachatez de jactarse de lo muy mujercita que son para sus cosas. Y en cuanto
a esa colorina desabrida, no me importa, a la que debe importarle es a ti y en
especial ahora que regresas a Calixta.
—¡Antipática! — Protestó de inmediato Patricia haciendo una
mueca con ello. — Olvido lo aguda que eres, Lucía.
—Soy realista que es distinto, Pati — contravino Lucía. — y
no vayas a olvidar por un instante en que mundo se desenvuelven ellas y sus requerimientos.
—¡Uf! — exclamó cansada Patricia cabizbaja. — Lo sé. Siempre
lo he sabido y te consta. No te voy a mentir que no es mi deseo regresar a
ello, pero sabes la importancia de porqué lo estoy haciendo.
—También estoy muy clara de tus razones amiga — coincidió
Lucia abrazando a su compañera con quién se permitía ser vulnerable y ser
autentica. — Y al igual que tú, es un hecho que debemos sortear nos guste o no.
—Lo sé — convino Patricia.
—Por eso te pido que tengas cuidado y mantengas a raya a
Fernanda más que nunca — solicitó Lucía colocando ambas manos sobre los hombros
de su amiga. — ambas conocemos de sobra el carácter de Calixta y cómo se
comporta frente a moscas de la talla de esa colorina.
—Pero Fernanda es una compañera de trabajo nada más — expuso
Patricia.
—Para ti — Contradijo Lucia. — No para ella. No te engañes, a
esa mujer tú le gustas y sino tomas cartas en el asunto, dudo que a tu señora
le haga gracia que cierta polilla te ronde.
—¡Oye tampoco así! — protestó Patricia viendo con cariño a
la otra mujer. — Sé que eres muy protectora conmigo y siempre lo has sido, pero
tú sabes que no le paro bola y tampoco le digas polilla. Mira que ya te pareces
a Laura con esos dichos.
—Bueno, mi sobrina tiene razón. Es una polilla y desabrida
para su desgracia — puntualizó despectivamente Lucia. — Y lo digo por tu bien
¡Mantenla a raya! O Calixta la hará talco.
—Calixta tampoco tiene porque saber — espetó Patricia que
estaba hasta la tusa de que le prohíban cosas en su vida.
—No digas que no te lo advertí — recriminó con pica Quiroz.
—Será mejor que marche antes que te enojes conmigo tú
también. — dijo Patricia.
—Nunca podría estar enojada contigo y lo sabes — expuso
Lucia y sobando el brazo de su amiga, añadió. — Ahora dejándose de idioteces
¿cómo estás?
—Con los nervios de punta si te soy sincera — admitió
Patricia. —No estoy lista ni mentalizada para volver hacer esto de nuevo, pero
no tengo más remedio.
—Intenta iniciar la conversación con Calixta antes de que
haga su reclamo sobre ti y ver si hay otra opción que no sea la dominación—
expuso Lucia que sabía que tenían las de perder porque ambas dejaron un
pendiente con sus dominantes y estaban clara que esto les pesaría y mucho. — No
será nada fácil, estoy muy clara en eso y, sin embargo, inténtalo.
—Aunque mi papel no me lo permita, lo haré — aceptó Patricia.
En ese preciso momento e interrumpiendo su conversación el
claxon de un vehículo en particular, las trajo de vuelta a la realidad.
—¡Mierda! ya está aquí — murmuró nerviosa Patricia.
—Te acompaño hasta el auto — dijo Lucia sin preguntar si no,
asumió su deber.
—No es necesario — intentó oponerse Patricia.
—Lo haré de todos modos — repuso Lucia. — Ya te dije que no
te dejaré sola. No lo hice antes, no lo haré ahora.
—Lucia — susurró Patricia.
—Dime — contestó ésta.
—Gracias — dijo la otra mujer.
Una sonrisa fue la respuesta de parte de la jefa de
operaciones y tomó entre su mano la de su amiga y dirigieron sus pasos hasta el
coche que se aparcó frente a la portería con el guardia del hotel impidiendo el
ingreso de dicho vehículo.
—¿Hablarás con ella? — de pronto preguntó Patricia a su
amiga.
—No — respondió Lucía viéndola seriamente. — No existe
posibilidad alguna que lo haga. Solo hablaré con Alexandra para saber de sus
intenciones para con mi hija.
—¿Estás segura? — cuestionó la otra.
—Lo estoy — repuso Lucía. — No estoy buscando su ayuda o
apoyo, yo sola velaré por el bienestar de Tania.
—Solo quería saber nada más, Lucia — aclaró Patricia.
—Lo sé — adujo ésta. — y siendo honesta, no creo que Pia
hubiese olvidado mi decisión, así como así y por la misma razón, no busco
incomodarla con mi presencia. Puedo arreglármelas sin incurrir en más gravamen
para con ella.
—Entiendo — convino Patricia sin perder de vista por el
rabillo de sus ojos al chofer que le indicó su reloj. —Debo irme ya.
—¡Ay Pati! Por mucho que deseo en este instante detenerte,
sé que no puedo hacerlo ya que iría en contra de tu decisión — se lamentó Lucia
que también se había percatado del gesto del chofer. — Además, pronto estaré en
condiciones similares a la tuya. Esto es inevitable después de todo.
—Así es — asumió Patricia viendo al auto. — Fui quién
solicitó hablar con ella y es mi deber hacerme cargo de lo que se viene. Me
guste o no. ¡no queda de otra!
—Es verdad — admitió Lucía haciendo un gesto con la mano al
guardia de portería para que dejase ingresar aquel vehículo. — No hay más
alternativa y por mucho que me disguste reconocerlo hay tanta similitud con
aquel día en que decidimos hablar con ellas para partir.
—Es cierto — aceptó Patricia a su vez. — Es irónico que
volvamos a repetir la misma fórmula con la salvedad de que son 22 años después,
Lucía.
—Los mismos años de ellas dos — confesó Lucía viendo con
parsimonia y a su vez tristeza al ver acercarse aquel coche. — ¿quién nos iba a
decir que serían ellas mismas las que nos traerían de vuelta al pasado?
—Está en sus genes después de todo — confesó con más dolor
Patricia presta a subirse al coche. — ya
es inevitable seguir negando esa verdad y conexión. ¿no te parece?
—¿Te darás por vencida ahora? — confrontó Lucia deteniéndola
por el ante brazo. — ¡Respóndeme, Patricia! No te dejaré que vayas a ninguna
parte hasta que no expliques tus dichos.
En eso…
—Señora Lucía ¿qué intenta hacer? — cuestionó el chofer que
salió del auto raudamente al ver las acciones de aquella conocida mujer.
Y la respuesta se dejó sentir de inmediato.
—¡Sebastián! — exclamó contrariada la jefa de operaciones y le
tomó dos segundos para recomponerse y añadió. — No intervenga. No es asunto
suyo.
—Claro que no lo es — respondió el hombre que rodeó el
automóvil para ver de frente a la mujer. — Y usted le consta que jamás he dicho
una sola palabra al respecto, pero ahora tengo órdenes precisas de llevar a su
compañera con la señorita Bezanni y le solicito encarecidamente que no
obstaculice mi labor. Además, que estamos retrasados y mi señora es muy
exigente y usted bien lo sabe.
—Lo sé Sebastián — respondió Lucía sin amilanarse en lo
absoluto. — Estoy consciente del carácter de su jefa mejor que nadie, pero
necesito que me de unos minutos para zanjar un par de cosas con Pati antes de
que se vaya.
—Aunque quisiera poder ayudarle, tengo órdenes que acatar y
la señorita Bezanni no creo que lo permita — indicó Sebastián.
—Entonces, deme con su señora — demandó Lucía
envalentonándose. —yo misma se lo pediré.
—¿Está usted segura de ello? — preguntó el chofer dudoso de
esa acción.
—Muy segura — fue la respuesta de parte de Lucía.
—Lucía, no — suplicó Patricia que no deseaba que su amiga
tuviese que enfrentar a su dominante nuevamente.
—No digas nada…Pati — contradijo ésta y viendo al chofer. —
¡Por favor, Sebastián! Deme con ella.
—De acuerdo — aceptó el hombre que siempre estuvo consciente
de la valentía de aquella mujer en sus tiempos mozos y no había cambiado nada
en ese aspecto.
El chofer nuevamente rodeó el automóvil y cogió el aparato
marcando directo al número de su patrona.
—Sebastián ¿qué sucede para que me llames? — inquirió la
mujer.
—Señorita Calixta hay un inconveniente y desean hablar con
usted— informó el hombre.
—Creo que fui bien clara contigo en mis órdenes, Sebastián —
hizo hincapié Calixta duramente. — En que no debías dejar que Pri se retractará
¿o lo olvidaste?
—No lo he olvidado señorita — respondió el chofer. — y he
seguido con sus indicaciones, solo que surgió un inconveniente de parte de otra
persona.
—¿Quién? — preguntó Calixta.
—La señora Lucía — mencionó Sebastián. — Ella desea hablar
con usted.
—Dame con ella — fue la tajante respuesta de parte de la
dominante.
El chofer hizo un ademán a la jefa de operaciones y ésta
cogió el aparato.
—¡Buenas tardes! — inició la conversación Lucía que sabía
que la educación era vital con aquellas dominantes.
—¡Buenas tardes! — correspondió el saludo de parte de
Calixta. — ¿De qué deseas hablar Lucía?
—Necesito pedirte que me concedas unos minutos para hablar
con Patricia antes de que parta a Viña — solicitó Lucía sin titubear.
—¿Con que finalidad? — Indagó Calixta con un timbre severo. —
¿Qué buscas conseguir?
—Es privado — recalcó Lucía sin perder la compostura. — Por
mucho que Patricia haya pedido reunirse contigo y que deba asumir las
implicancia de ello. Aún no hay un reclamo como tal y por educación estoy
pidiendo ese tiempo para resolver una diferencia que tenemos.
—¿Educación? — cuestionó Calixta bajando una octava su voz.
—Respeto más que nada, Calixta — adujo Lucía a sabiendas que
el tono empleado era peligroso para ella. — A sus normas y requerimientos.
—¿En verdad? — espetó Calixta muy seria. — ¿estamos hablando
de respeto Lucía? Porque déjame recordarte bien las cosas como funcionan acá. Primero:
No debes regresar a menos que asumas la implicancia. Segundo es con tu antigua
señora con quién debes dirigirte y solo con su consentimiento te dirigirás a
los demás miembros de su familia y, por último, la posición que ocupas dentro
de este círculo. ¿Debo acaso desempolvar de tu memoria las reglas que asumieron
tiempo atrás?
¡Zas! Esa fue la dosis de realidad brutal para Quiroz. Dicen
que hay ocasiones que se debe tener mano dura para disciplinar o redireccionar
a las personas y asumir el rol que cada cual debe desempeñar en el juego de la
vida. ¿Quién dijo que la vida es color de rosa como la pintan?
El color le subió al rostro de sopetón a la jefa de
operaciones y tragó grueso y con dificultad. Había franqueado un límite y lo
sabía, pero quién no arriesga, no gana o consigue su objetivo. Aunque también
había casi olvidado lo difícil que era tratar con Calixta Bezanni y sin
mencionar que, junto a su antigua dominante, eran intratables y los años no
habían hecho mella en ellas. ¡Fue una idiota nada más! Por haberse acostumbrado
a ese olvido. El poder no es para todos y el control ¡Te lo encargo! Menos.
—Ciertamente está en lo correcto — asumió Lucía viendo al
chofer y a su amiga. — No es cuestión de educación y respeto, es simplemente un
asunto que debemos resolver Patricia y yo, antes de asumir siquiera retomar el
rol que nos corresponde.
—¡Escúchame bien, Lucía! — habló Calixta. —una vez deje ir a
Patricia junto a ti y te aseguro que no volverá a ocurrir nuevamente. Tienes
cinco minutos para resolver sus asuntos y luego, te apartas de ella. ¿Quedan
claro mis términos?
—Claros como el agua — aseguró Lucía sin atisbos de
contrariedad alguna.
—Y una cosa más — adujo Calixta.
—¿Cuál? — preguntó Lucía a sabiendas que ahora era personal.
—Tú y yo vamos a hablar — espetó seca Calixta. — muy luego.
Así que hazte a la idea.
—Bien — fue lo escueto de parte de Lucía.
De inmediato se cortó la llamada y dejo el aparato en su lugar.
—Gracias Sebastián — dijo Lucia. — Vamos Pati. ¡Hagámosla
corta!
El chofer solo miro con un dejo de pesar ya que se percató
en el acto del semblante de la mujer que había sido fuertemente advertida por
su patrona y lo que implicaba haberse atrevido hablar con ella con semejante
actitud. Calixta Bezanni, no es una mujer asequible y menos que te permita
tomarte ciertas libertades.
Por su parte, la madre de Laura se contrajo en su interior
porque supo que su amiga la paso mal con esa conversación y lo acerado de su
mirada le daba la razón.
—Lucía — balbuceó Patricia.
—No empieces…Pati — resopló Lucia con seriedad. —Ambas
sabemos cómo funciona este mundillo y es el costo de volver a involucrarse con
aquellas mujeres que le dimos la espalda. Nunca van a olvidarse de nuestra
decisión de aquel día. ¡En fin! Nada más que hacer. Dime lo que necesito saber
antes de que te vayas. ¿vas a decirles la verdad?
—No. ¿cómo se te ocurre? — protestó Patricia.
—No se me ocurre nada Pati — aclaró seca Lucia. — Pero me
dio la impresión de que estabas dispuesta hablar de algo que juramos callar.
—Solo dije que olvidamos que los genes están presentes en
ellas y es algo que no debemos ignorar más. Eso es todo, Lucía— Esclareció la
otra mujer. —No tengo intención alguna de que se sepa nada al respecto.
—Bien. Porque no quiero ni imaginar en cómo se tomarían un
hecho de esa magnitud. — expuso Lucía con un rostro muy serio. — Tú y yo no
tendríamos una mínima posibilidad al respecto. Te recuerdo lo lapidaria que
fueron sus palabras en aquel entonces como para hacerse una falsa ilusión.
—Lo sé — convino Patricia. — Por eso mismo quiero mantener a
resguardo a mi hija.
—De mi parte haré lo mismo — secundó Lucia y tomando el
rostro de la otra. — Mantendremos esto hasta el final ¡Promételo, Patricia!
—Lo prometo — afirmó ésta.
—Bien — dijo Lucia y envolvió en sus brazos a su compañera,
añadiendo. — No voy a dejarte sola, le guste o no a los demás. Es una promesa.
Besando la mejilla de la otra, la jefa de operaciones se
apartó de la otra sin dejar de verle.
—Vete ahora — instó Lucía. — O de lo contrario tendrás mi
cadáver sobre tu conciencia.
—¡Lucia! — protestó Patricia. — no seas exagerada.
—No lo soy — contravino ésta con una tibia sonrisa. — simplemente
soy realista. Calixta es intratable.
—No me lo recuerdes — adujo Patricia.
—Y su copia también lo es — señaló Lucia sacando la lengua y
sin esperar más se giró sobre sus talones y se largó.
—lo sé — murmuró bajito Patricia sin dejar de verle sin que
la otra escuchará.
Dejo escapar un suspiro y sin más encaminó sus pasos al auto
para ingresar.
—Vamos Sebastián — indicó Patricia.
Dicho esto, el automóvil se puso en marcha y salió del
recinto con dirección a bosques de monte mar.
—Es hora de volvernos a vernos las caras…Pri — masculló
entre dientes aquella trigueña.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario