mujer y ave

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domingo, 15 de septiembre de 2024

Similitud en...

Capítulo 19

Similitud en…

—¡Qué frío hace! — murmuró entre dientes una joven sentada en una roca mientras observa pensativa la mar. —Me pregunto si mamá estará bien.

Desde hace dos noches que no puede concebir el sueño por mucho que sus actividades nocturnas en la alcoba la dejen fuera de combate por un tiempo. No se engaña a sí misma, sabe que algo está por venir. Es muy inusual que haya escuchado tan nítidamente llamarla.

¡Está jodida! En todo el sentido de la palabra y no por cuestiones depravadas del sado con cierta pelirroja que a todas luces busca la manera de que admita su sumisión definitivamente. Puede que esté hasta el cuello con este asunto, pero muy distinto es que vaya a facilitar una derrota ante su dominante. Ella iba a pelearlas hasta el final y solo ahí, podrían vanagloriarse de lo lindo, aunque estaba segura de que no sería la única con cicatrices en la lucha porque se iba a llevar una parte de aquella dominatriz consigo. No todo estaba dicho entre ellas.

—Definitivamente estoy jodida — aceptó la muchacha cuyos ojos almendrados estaban brillantes por las emociones que la embargaban. — Solo a mí me ocurren estas cosas y para mi desgracia olvide traer mi cargador y quede sin poder llamar a mamá. No puedo pedir que me dejen llamar. Todas estas personas vigilan cada paso que doy y al rato tengo pegada en mi oreja a esa condenada mujer. Me pregunto cuándo terminará esta pesadilla.

Con un suspiro pesado en desahogo, se abrazó más a sus piernas mientras seguía contemplando el horizonte, más que nada perdida la mirada porque concentrada no estaba.

¡Y estaba claro como el agua! Porque no se percató de que una sombra que se ciñó sobre ella a sus espaldas.

—¿Qué haces acá Laura? — preguntó de frentón la dominante.

—Quería un poco de aire — respondió ésta sin inmutarse.

—Fui bien clara contigo de que no podías salir de los límites de la propiedad — espetó Martina. — Además si quieres tomar aire, puedes hacerlo en casa y no en este lugar.

—Por favor no exageres. Solo estoy a unos metros de tu propiedad a la vista de todos tus empleados para que corran a decirte — confrontó Laura sin mucha energía para pelear. — Digamos que a esta distancia no voy a escapar si te preocupa tanto.

—¡Laura! — advirtió con un tono autoritario la dominatriz.

—¿Qué? — preguntó con desanimo ésta.

—Estás olvidando a quién te estás dirigiendo — puntualizó Martina cansada del comportamiento de su sumisa. — ¡Y mírame cuando te estoy hablando!

Con un suspiro igual de irritado que las palabras de su dominante.

—No olvido con quién estoy — respondió sin asco Laura que se puso de píe y quedo de frente con la pelirroja. — Difícilmente pueda hacerlo…Martina.

—¡Bájame el tonito, niña! — exigió la dominante que la tomó de ambos brazos y la apegó a su cuerpo. — Recuerda tu lugar…Laura.

—Por supuesto, mi señora — soltó con ironía ésta cuya vena combativa volvió a reverberar de un paraguazo. —Mi lugar es de ser su sumisa, según usted.

—Estás colmando mi paciencia…niña — amenazó Martina que ejerció más presión en el agarre en los brazos de su sumisa.

—No me diga — provocó Laura viendo aquellas manos sobre sus brazos. — A pesar de que no soy una niña como recalca tanto, esos 18 años marcan la diferencia ¿no le parece?

Esto último fue un golpe bajo de parte de la joven Tello que por primera vez consiguió herir una arteria del ego de la dominatriz. Aunque tenía que admitir que no fue su intención y que solo fue el resultado del cúmulo de ansiedad que estaba consumiéndola por la preocupación por su madre, más que su propio bienestar.

—Tienes razón, es una diferencia muy amplia — admitió Martina que se recompuso del estupor y volvió a ser ama y señora de sus emociones. —Y te viene a demostrar que tu altanería está fundada en la insensatez de tus años…Laurita.

—¡Puede ser! — convino la joven quitando aquellas manos de su persona. — Pero estoy clara que me falta mucho que aprender y caminar también. Aunque sigo sin ver la madurez de tus actos, Martina, ya que todo cuanto haces está motivado por la impulsividad y eso viene sucediendo desde aquella noche en el antro. ¿lo negarás?

—Lo admito…gatita — afirmó la dominante dejando de lado su estado de molestia y con ese brillo pícaro en sus verdosos ojos muy propio de ella. — Esa noche no se podía ser muy remilgada y dejar pasar una oportunidad como la que tuve en el ascensor. Después de estar en un lugar privilegiado para apreciar tal desplante de sensualidad al bailar y admito hasta cierto punto, que tu otra amiguita tiene lo suyo, pero que no te supera en lo absoluto. Tú eras quién más brillaba para mí ese día.

Esta confesión en vez de provocar su acostumbrado enojo exacerbado de siempre, dejo un tanto aturdida a la joven Tello y es que no es dada a que otros estén pendientes de su persona y esa noche, debía reconocer que se dejó llevar, sin inhibiciones o temores, simplemente fue…libre.

—Sin comentarios — fue a lo único que atinó en decir en respuesta Laura.

—Tan escurridiza como siempre gatita — enrostró coqueta la pelirroja abrazando a su sumisa. —Dejaré que continues de este modo un tiempo más, pero te advierto que un día te quedarás sin escapatorias. Por ahora necesito que me acompañes.

—¿Adónde? — preguntó Laura sin tapujo alguno.

—¡Um! — murmuró entre dientes Martina alzando el mentón de la joven y expuso. —Vuelve a formular tu pregunta.

—¿Por qué? — cuestionó la joven.

—¡Insisto! — exigió Martina dejando ver en sus ojos una determinación tal que incómodo a la muchacha.

Laura tragó saliva al observar esa mirada intimidante y aunque el escalofrío en su columna ya se hacía frecuente, no impidió que volviese a estremecer.

—¿Dónde vamos mi señora? — corrigió a duras penas Laura, mientras que en su fuero interno estaba que se la lleva la fea (en jerga chilena, la ira)

—Eso está mucho mejor gatita — expresó complacida Martina y tomándola de la mano, la sacó del lugar a su vez que reveló. — Iremos a un boutique a ver unos trajes de baño para ti ya que pasaremos parte del día practicando flyboard.

—Jamás me he subido a una tabla de surf y mucho menos voy a montarme en un parapente— objetó de inmediato Laura con todas sus barreras mentales en pie de guerra pues sabía que tendría replicas. — ¡Estás demente Martina!

Tal como intuyó suspicazmente la joven Tello, la réplica a su oposición no se hizo esperar y de golpe se encontró chocando contra el torso de la dominatriz que tenía una mirada que por sí sola podría quemar miles de hectáreas de pastizales si lo quisiera.

—¡Disculpa! ¿Qué has dicho? — demandó de inmediato Martina levantando la barbilla de la muchacha.

—Que no he subido a una tabla de surf antes y mucho menos subiré a ese tal fly…no sé qué…Señora — respondió Laura intentando mantenerse firme ante la mirada escrutadora de su dominante.

—Primero que nada, no creo haber pedido tu permiso o consentimiento Laura. — esclareció brutalmente la dominante. —El control lo ejerzo yo, no tú. Segundo y para aclarar esa cabecita tuya, vamos a practicar antes de iniciarte en el flyboard. Tercero, me gusta que mis o mi sumisa esté completamente en forma, lo que involucra deportes y gimnasio todo el tiempo, querida mía. ¿nos entendemos ahora? O necesitas que lo ponga por escrito cuáles son parte de tus deberes.

Tamaños ojos abrió la joven Tello ante la reprimenda que le estaban dando y por no decir que estaba estupefacta ante cierta confesión que se le puso entre ojo y ceja a la muchacha. Pasado el estupor y como era de esperar y siendo fiel a su manera de ser…

—No será necesario — respondió Laura viéndola con sus ojos empequeñecidos.

—Celebro que sea así — se ufanó Martina que retomó su caminar con la salvedad que esta vez, no quiso tomar la mano de su sumisa.

Este simple hecho dejo nuevamente pasmada a Tello y solo vino a aumentar la llama que se estaba gestando en su interior. Y prueba de ello, eran que sus manos se empuñaron a ambos costados intentando controlar sus emociones lo que más podía.

—¡Puedes apurar el paso! — demandó la dominante dando grandes zancadas entre roca y roca. Sin voltear a ver a su sumisa.

—No faltaba menos…mi señora — masculló dulcemente Laura.

Fue el tono empalagoso y mordaz que frenó en seco a la dominatriz y la hizo girarse para quedar viendo a su contra parte que venía dos metros más allá con una cara que hablaba por sí sola.

—¿Qué tienes ahora? — preguntó Martina.

—¿Yo? … Nada — respondió Laura caminando hacia su dominante.

—¡Laura! — siseó entre dientes Martina.

—¿Dígame … mi …señora? — contra preguntó ésta con ene sarcasmo en su voz.

—¡Chiquilla del carajo! — bramó Martina esperando que llegase a su lado.

En uno, dos y tres…

—¡¿Mis sumisas?! — espetó Laura justo al llegar a su lado y viéndola con una cara de muy pocas amigas.

No solo fue la pregunta sino la actitud y la mirada de Tello que descolocó por completo a la pelirroja dominante. ¡Y eso era a otro nivel! Pues casi nadie salvo su familia en contadas ocasiones, que había desarmado sin miramientos a Martina y tal como lo mencionará Calixta, no era dada a que persona alguna la llevase por las narices.

Tras no obtener respuesta de inmediato de su dominante, Laura continuó su camino rumbo a la casa con un semblante hosco que hablaba de cobrar revancha en su momento.

—Te mostraré lo sumisa que puedo llegar hacer. — balbuceó con enojo vivo Laura.

A su vez que…Tras unos momentos.

—¿Qué fue eso? — se preguntó Martina una vez que paso el shock por así decirlo.

De a poco se giró sobre sus talones para contemplar la silueta de su sumisa entrando por el portón de su propiedad.

—¿Será posible? — indagó para si la dominante.

La respuesta no se escucharía nada más que en los pensamientos de aquella dominatrix que también retomó su marcha con dirección a sus dominios. Ya tendría tiempo para confrontar a su sumisa y pedir las explicaciones necesarias y también dejarle saber las consecuencias a su desafiante actitud. Le enseñaría cuál es su lugar e iba a ponerse más seria con ella, había sido suficiente de sobre pasar sus límites. Todavía estaba el hecho punzante de que no se le permitió marcar su dominio y eso iba a terminarse de una buena vez por todas.

Y con todo ello, había algo más rondando la mente de la pelirroja que no la dejó tranquila…

—¡Esa mirada! — murmuró Martina reflexionando mucho en ello. —La mirada de Laura, me hizo recordar una que ya he visto antes. Una que jamás podría olvidar.

Uno, dos pasos más y al cruzar el umbral de su casa…

—¡Calixta! —espetó Martina con tamaños ojos.

Y de inmediato en otro sitio…

De la nada, un fuerte estornudo se escuchó de parte de una morena, volviéndose a repetir en tres ocasiones más.

—¡Cáspita! — se lamentó aquella mujer soplando su nariz con un pañuelo que extrajo de su pantalón. —¡disculpen!

—De seguro debe ser una alergia estacional sin duda — mencionó un hombre de tez blanquecina y cuidados cabellos cortos de tonalidad rubicunda. — ¿necesita un tiempo para recomponerse?

—No será necesario — expuso la morena. — ¡Ya estoy mejor!

Tomando el mando del aparato continuó con la exposición ante una comisión de inversionistas y otros empresarios del rubro de la construcción.

«¿Ni qué alergias ni que ocho cuartos? (dichos referentes al escepticismo) Estoy segura de que alguien se acordó de mí y no es para bien»

Eran los pensamientos de aquella morena que estaba en medio y a la mitad de una de reunión de negocios demasiado importante para sus intereses, de lo contrario estaría enfocada en un asunto inesperado que se presentó en el día de ayer y que le traía en bandeja de plata a una persona de su pasado. Un reencuentro que le traería respuestas que habían quedado selladas en los labios de esa mujer.

«No dejes que se retracte Sebastián, no vengas a mí sin ella» continuaban floreciendo aquello pensamientos que no abandonaban a la morena.

Por su parte y lejos de ahí…

—¡Creo que ya es la hora! — musitó quedito una mujer detrás de su escritorio.

Tragó saliva y sin más se puso de pie y fue a recoger su abrigo junto con su cartera. Se despidió de sus compañeras de oficina: Cristina, Kathy y de su jefa directa en recursos humanos, Paula.

Dirigió sus pasos hasta un vestíbulo de descanso del personal del hotel, marcó en el reloj su salida y luego, se fue con rumbo a otro sitio en cuestión.

Tras caminar unos tres minutos entró de lleno al lobbies del hotel, entró las llaves a Fernanda, la encargada del turno y justo cuando se disponía a retirarse del lugar, una mano cayó sobre su hombro que la sobresaltó en demasía y le quitó el aire de los pulmones como si fuese un globo desinflándose velozmente.

—¡Cálmate, Patricia! — demandó una trigueña a su lado que no era otra que Lucía.

—¡Eres tú! — se quejó a su modo la mencionada.

—¿A quién más esperabas? — inquirió Lucia.

—A nadie en particular, pero llegué a pensar que podría ser Alexandra que estuviese asegurándose que cumpliese con Calixta — develó Patricia. — Tú sabes que todas ellas son un núcleo super cerrado y leal.

—Aunque te diría que no me lo recuerdes, debo estar plenamente de acuerdo en ese punto — concordó Lucía viendo de soslayo a la empleada colorina que las veía de forma muy suspicaz y no le gustaba que nadie metiera sus narices en sus asuntos. — ¿Necesitas algo Fernanda?

—No — respondió ésta encogiéndose de hombros. —Solo me preocupe por el salto que dio Pati. Eso.

—Bueno, sigue con tu trabajo por favor — exigió un tanto mal humorada la jefa de operaciones.

—Oka — fue la escueta respuesta de Fernanda y guiñando un ojo a la otra, añadió. — Iré más tarde a tu casa para que conversemos y nos tomemos algo.

Y sin esperar respuesta a lo dicho, ingresó más al interior de la recepción con sus demás compañeros. Dejando los bellos de los brazos erizados a Lucía que le caía pésimo esa chica por cuestiones de ser un tanto chismosa y poco disimulada al mostrar un interés en la persona de Patricia.

—¡Déjala tranquila! — solicitó la antes mencionada. — Tú sabes que ella se preocupa por mí un poquito.

—¿Un poquito? — inquirió exageradamente Lucía. — Esa no es más que una solapada «disque heterosexual» Hipócrita. Bien que le gustan las mujeres y se las come con los ojos cuando llegan los huéspedes.

—¡Lucía! — protestó un tanto divertida Patricia con el discurso de su amiga fiel.

—¿Qué? — inquirió ésta.

—Tú sabes que no todas saldrán del closet ¿no es así? — señaló Patricia. — Y en todos los casos poco debe importarte Fernanda.

—Lo sé — rebatió cabreada Lucía. — Pero tienen la desfachatez de jactarse de lo muy mujercita que son para sus cosas. Y en cuanto a esa colorina desabrida, no me importa, a la que debe importarle es a ti y en especial ahora que regresas a Calixta.

—¡Antipática! — Protestó de inmediato Patricia haciendo una mueca con ello. — Olvido lo aguda que eres, Lucía.

—Soy realista que es distinto, Pati — contravino Lucía. — y no vayas a olvidar por un instante en que mundo se desenvuelven ellas y sus requerimientos.

—¡Uf! — exclamó cansada Patricia cabizbaja. — Lo sé. Siempre lo he sabido y te consta. No te voy a mentir que no es mi deseo regresar a ello, pero sabes la importancia de porqué lo estoy haciendo.

—También estoy muy clara de tus razones amiga — coincidió Lucia abrazando a su compañera con quién se permitía ser vulnerable y ser autentica. — Y al igual que tú, es un hecho que debemos sortear nos guste o no.

—Lo sé — convino Patricia.

—Por eso te pido que tengas cuidado y mantengas a raya a Fernanda más que nunca — solicitó Lucía colocando ambas manos sobre los hombros de su amiga. — ambas conocemos de sobra el carácter de Calixta y cómo se comporta frente a moscas de la talla de esa colorina.

—Pero Fernanda es una compañera de trabajo nada más — expuso Patricia.

—Para ti — Contradijo Lucia. — No para ella. No te engañes, a esa mujer tú le gustas y sino tomas cartas en el asunto, dudo que a tu señora le haga gracia que cierta polilla te ronde.

—¡Oye tampoco así! — protestó Patricia viendo con cariño a la otra mujer. — Sé que eres muy protectora conmigo y siempre lo has sido, pero tú sabes que no le paro bola y tampoco le digas polilla. Mira que ya te pareces a Laura con esos dichos.

—Bueno, mi sobrina tiene razón. Es una polilla y desabrida para su desgracia — puntualizó despectivamente Lucia. — Y lo digo por tu bien ¡Mantenla a raya! O Calixta la hará talco.

—Calixta tampoco tiene porque saber — espetó Patricia que estaba hasta la tusa de que le prohíban cosas en su vida.

—No digas que no te lo advertí — recriminó con pica Quiroz.

—Será mejor que marche antes que te enojes conmigo tú también. — dijo Patricia.

—Nunca podría estar enojada contigo y lo sabes — expuso Lucia y sobando el brazo de su amiga, añadió. — Ahora dejándose de idioteces ¿cómo estás?

—Con los nervios de punta si te soy sincera — admitió Patricia. —No estoy lista ni mentalizada para volver hacer esto de nuevo, pero no tengo más remedio.

—Intenta iniciar la conversación con Calixta antes de que haga su reclamo sobre ti y ver si hay otra opción que no sea la dominación— expuso Lucia que sabía que tenían las de perder porque ambas dejaron un pendiente con sus dominantes y estaban clara que esto les pesaría y mucho. — No será nada fácil, estoy muy clara en eso y, sin embargo, inténtalo.

—Aunque mi papel no me lo permita, lo haré — aceptó Patricia.

En ese preciso momento e interrumpiendo su conversación el claxon de un vehículo en particular, las trajo de vuelta a la realidad.

—¡Mierda! ya está aquí — murmuró nerviosa Patricia.

—Te acompaño hasta el auto — dijo Lucia sin preguntar si no, asumió su deber.

—No es necesario — intentó oponerse Patricia.

—Lo haré de todos modos — repuso Lucia. — Ya te dije que no te dejaré sola. No lo hice antes, no lo haré ahora.

—Lucia — susurró Patricia.

—Dime — contestó ésta.

—Gracias — dijo la otra mujer.

Una sonrisa fue la respuesta de parte de la jefa de operaciones y tomó entre su mano la de su amiga y dirigieron sus pasos hasta el coche que se aparcó frente a la portería con el guardia del hotel impidiendo el ingreso de dicho vehículo.

—¿Hablarás con ella? — de pronto preguntó Patricia a su amiga.

—No — respondió Lucía viéndola seriamente. — No existe posibilidad alguna que lo haga. Solo hablaré con Alexandra para saber de sus intenciones para con mi hija.

—¿Estás segura? — cuestionó la otra.

—Lo estoy — repuso Lucía. — No estoy buscando su ayuda o apoyo, yo sola velaré por el bienestar de Tania.

—Solo quería saber nada más, Lucia — aclaró Patricia.

—Lo sé — adujo ésta. — y siendo honesta, no creo que Pia hubiese olvidado mi decisión, así como así y por la misma razón, no busco incomodarla con mi presencia. Puedo arreglármelas sin incurrir en más gravamen para con ella.

—Entiendo — convino Patricia sin perder de vista por el rabillo de sus ojos al chofer que le indicó su reloj. —Debo irme ya.

—¡Ay Pati! Por mucho que deseo en este instante detenerte, sé que no puedo hacerlo ya que iría en contra de tu decisión — se lamentó Lucia que también se había percatado del gesto del chofer. — Además, pronto estaré en condiciones similares a la tuya. Esto es inevitable después de todo.

—Así es — asumió Patricia viendo al auto. — Fui quién solicitó hablar con ella y es mi deber hacerme cargo de lo que se viene. Me guste o no. ¡no queda de otra!

—Es verdad — admitió Lucía haciendo un gesto con la mano al guardia de portería para que dejase ingresar aquel vehículo. — No hay más alternativa y por mucho que me disguste reconocerlo hay tanta similitud con aquel día en que decidimos hablar con ellas para partir.

—Es cierto — aceptó Patricia a su vez. — Es irónico que volvamos a repetir la misma fórmula con la salvedad de que son 22 años después, Lucía.

—Los mismos años de ellas dos — confesó Lucía viendo con parsimonia y a su vez tristeza al ver acercarse aquel coche. — ¿quién nos iba a decir que serían ellas mismas las que nos traerían de vuelta al pasado?

—Está en sus genes después de todo — confesó con más dolor Patricia presta a subirse al coche. —  ya es inevitable seguir negando esa verdad y conexión. ¿no te parece?

—¿Te darás por vencida ahora? — confrontó Lucia deteniéndola por el ante brazo. — ¡Respóndeme, Patricia! No te dejaré que vayas a ninguna parte hasta que no expliques tus dichos.

En eso…

—Señora Lucía ¿qué intenta hacer? — cuestionó el chofer que salió del auto raudamente al ver las acciones de aquella conocida mujer.

Y la respuesta se dejó sentir de inmediato.

—¡Sebastián! — exclamó contrariada la jefa de operaciones y le tomó dos segundos para recomponerse y añadió. — No intervenga. No es asunto suyo.

—Claro que no lo es — respondió el hombre que rodeó el automóvil para ver de frente a la mujer. — Y usted le consta que jamás he dicho una sola palabra al respecto, pero ahora tengo órdenes precisas de llevar a su compañera con la señorita Bezanni y le solicito encarecidamente que no obstaculice mi labor. Además, que estamos retrasados y mi señora es muy exigente y usted bien lo sabe.

—Lo sé Sebastián — respondió Lucía sin amilanarse en lo absoluto. — Estoy consciente del carácter de su jefa mejor que nadie, pero necesito que me de unos minutos para zanjar un par de cosas con Pati antes de que se vaya.

—Aunque quisiera poder ayudarle, tengo órdenes que acatar y la señorita Bezanni no creo que lo permita — indicó Sebastián.

—Entonces, deme con su señora — demandó Lucía envalentonándose. —yo misma se lo pediré.

—¿Está usted segura de ello? — preguntó el chofer dudoso de esa acción.

—Muy segura — fue la respuesta de parte de Lucía.

—Lucía, no — suplicó Patricia que no deseaba que su amiga tuviese que enfrentar a su dominante nuevamente.

—No digas nada…Pati — contradijo ésta y viendo al chofer. — ¡Por favor, Sebastián! Deme con ella.

—De acuerdo — aceptó el hombre que siempre estuvo consciente de la valentía de aquella mujer en sus tiempos mozos y no había cambiado nada en ese aspecto.

El chofer nuevamente rodeó el automóvil y cogió el aparato marcando directo al número de su patrona.

—Sebastián ¿qué sucede para que me llames? — inquirió la mujer.

—Señorita Calixta hay un inconveniente y desean hablar con usted— informó el hombre.

—Creo que fui bien clara contigo en mis órdenes, Sebastián — hizo hincapié Calixta duramente. — En que no debías dejar que Pri se retractará ¿o lo olvidaste?

—No lo he olvidado señorita — respondió el chofer. — y he seguido con sus indicaciones, solo que surgió un inconveniente de parte de otra persona.

—¿Quién? — preguntó Calixta.

—La señora Lucía — mencionó Sebastián. — Ella desea hablar con usted.

—Dame con ella — fue la tajante respuesta de parte de la dominante.

El chofer hizo un ademán a la jefa de operaciones y ésta cogió el aparato.

—¡Buenas tardes! — inició la conversación Lucía que sabía que la educación era vital con aquellas dominantes.

—¡Buenas tardes! — correspondió el saludo de parte de Calixta. — ¿De qué deseas hablar Lucía?

—Necesito pedirte que me concedas unos minutos para hablar con Patricia antes de que parta a Viña — solicitó Lucía sin titubear.

—¿Con que finalidad? — Indagó Calixta con un timbre severo. — ¿Qué buscas conseguir?

—Es privado — recalcó Lucía sin perder la compostura. — Por mucho que Patricia haya pedido reunirse contigo y que deba asumir las implicancia de ello. Aún no hay un reclamo como tal y por educación estoy pidiendo ese tiempo para resolver una diferencia que tenemos.

—¿Educación? — cuestionó Calixta bajando una octava su voz.

—Respeto más que nada, Calixta — adujo Lucía a sabiendas que el tono empleado era peligroso para ella. — A sus normas y requerimientos.

—¿En verdad? — espetó Calixta muy seria. — ¿estamos hablando de respeto Lucía? Porque déjame recordarte bien las cosas como funcionan acá. Primero: No debes regresar a menos que asumas la implicancia. Segundo es con tu antigua señora con quién debes dirigirte y solo con su consentimiento te dirigirás a los demás miembros de su familia y, por último, la posición que ocupas dentro de este círculo. ¿Debo acaso desempolvar de tu memoria las reglas que asumieron tiempo atrás?

¡Zas! Esa fue la dosis de realidad brutal para Quiroz. Dicen que hay ocasiones que se debe tener mano dura para disciplinar o redireccionar a las personas y asumir el rol que cada cual debe desempeñar en el juego de la vida. ¿Quién dijo que la vida es color de rosa como la pintan?

El color le subió al rostro de sopetón a la jefa de operaciones y tragó grueso y con dificultad. Había franqueado un límite y lo sabía, pero quién no arriesga, no gana o consigue su objetivo. Aunque también había casi olvidado lo difícil que era tratar con Calixta Bezanni y sin mencionar que, junto a su antigua dominante, eran intratables y los años no habían hecho mella en ellas. ¡Fue una idiota nada más! Por haberse acostumbrado a ese olvido. El poder no es para todos y el control ¡Te lo encargo! Menos.

—Ciertamente está en lo correcto — asumió Lucía viendo al chofer y a su amiga. — No es cuestión de educación y respeto, es simplemente un asunto que debemos resolver Patricia y yo, antes de asumir siquiera retomar el rol que nos corresponde.

—¡Escúchame bien, Lucía! — habló Calixta. —una vez deje ir a Patricia junto a ti y te aseguro que no volverá a ocurrir nuevamente. Tienes cinco minutos para resolver sus asuntos y luego, te apartas de ella. ¿Quedan claro mis términos?

—Claros como el agua — aseguró Lucía sin atisbos de contrariedad alguna.

—Y una cosa más — adujo Calixta.

—¿Cuál? — preguntó Lucía a sabiendas que ahora era personal.

—Tú y yo vamos a hablar — espetó seca Calixta. — muy luego. Así que hazte a la idea.

—Bien — fue lo escueto de parte de Lucía.

De inmediato se cortó la llamada y dejo el aparato en su lugar.

—Gracias Sebastián — dijo Lucia. — Vamos Pati. ¡Hagámosla corta!

El chofer solo miro con un dejo de pesar ya que se percató en el acto del semblante de la mujer que había sido fuertemente advertida por su patrona y lo que implicaba haberse atrevido hablar con ella con semejante actitud. Calixta Bezanni, no es una mujer asequible y menos que te permita tomarte ciertas libertades.

Por su parte, la madre de Laura se contrajo en su interior porque supo que su amiga la paso mal con esa conversación y lo acerado de su mirada le daba la razón.

—Lucía — balbuceó Patricia.

—No empieces…Pati — resopló Lucia con seriedad. —Ambas sabemos cómo funciona este mundillo y es el costo de volver a involucrarse con aquellas mujeres que le dimos la espalda. Nunca van a olvidarse de nuestra decisión de aquel día. ¡En fin! Nada más que hacer. Dime lo que necesito saber antes de que te vayas. ¿vas a decirles la verdad?

—No. ¿cómo se te ocurre? — protestó Patricia.

—No se me ocurre nada Pati — aclaró seca Lucia. — Pero me dio la impresión de que estabas dispuesta hablar de algo que juramos callar.

—Solo dije que olvidamos que los genes están presentes en ellas y es algo que no debemos ignorar más. Eso es todo, Lucía— Esclareció la otra mujer. —No tengo intención alguna de que se sepa nada al respecto.

—Bien. Porque no quiero ni imaginar en cómo se tomarían un hecho de esa magnitud. — expuso Lucía con un rostro muy serio. — Tú y yo no tendríamos una mínima posibilidad al respecto. Te recuerdo lo lapidaria que fueron sus palabras en aquel entonces como para hacerse una falsa ilusión.

—Lo sé — convino Patricia. — Por eso mismo quiero mantener a resguardo a mi hija.

—De mi parte haré lo mismo — secundó Lucia y tomando el rostro de la otra. — Mantendremos esto hasta el final ¡Promételo, Patricia!

—Lo prometo — afirmó ésta.

—Bien — dijo Lucia y envolvió en sus brazos a su compañera, añadiendo. — No voy a dejarte sola, le guste o no a los demás. Es una promesa.

Besando la mejilla de la otra, la jefa de operaciones se apartó de la otra sin dejar de verle.

—Vete ahora — instó Lucía. — O de lo contrario tendrás mi cadáver sobre tu conciencia.

—¡Lucia! — protestó Patricia. — no seas exagerada.

—No lo soy — contravino ésta con una tibia sonrisa. — simplemente soy realista. Calixta es intratable.

—No me lo recuerdes — adujo Patricia.

—Y su copia también lo es — señaló Lucia sacando la lengua y sin esperar más se giró sobre sus talones y se largó.

—lo sé — murmuró bajito Patricia sin dejar de verle sin que la otra escuchará.

Dejo escapar un suspiro y sin más encaminó sus pasos al auto para ingresar.

—Vamos Sebastián — indicó Patricia.

Dicho esto, el automóvil se puso en marcha y salió del recinto con dirección a bosques de monte mar.

—Es hora de volvernos a vernos las caras…Pri — masculló entre dientes aquella trigueña.

 

  

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