mujer y ave

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lunes, 7 de julio de 2014

Encrucijada.


Atada por un testamento, capítulo 11

Las palabras de Alberto, vinieron a provocar muchas cosas en ambas chicas, en especial en Karina, que entrecerró sus ojos y con un mohín en la comisura de sus labios, dejó mostrar su desagrado.

Por su parte Akiane, estaba en una posición en que no sabía si reír o llorar, porque ese hombre  a quién conocía hace más de 7 años, le venía a hacer un flaco favor y más en un momento en el que creía haber ganado bastante terreno con la mujer que amaba. Por otro lado, estaba el hecho de que aquellas palabras podrían despertar ciertos celos en la joven Sotomayor y eso cierta forma, era como el elixir para el ego de toda mujer.



Claro está que no estaba para nada tan alejada de la verdad, aunque eso estaba por verse…

 ─ Alberto ─ Agregó Akiane ─ no dejas de sorprenderme cada vez más con tu perseverancia.
─ Querida mía, es un hecho que tú y yo seremos esposos ─ aclaró Alberto y con cierta malicia, acotó. ─ es lógico que todo el mundo sepa de nuestra relación, ¿para qué seguir ocultándola?
─ Creo que te estás excediendo un poco ¿No te parece? ─ advirtió Akiane, que ya se estaba cansando de la actitud del joven.
─ ¿Excederme yo? ─ replicó éste ─ mi amor por ti jamás ha sido una jugarreta y tú lo sabes a la perfección. Además, creo oportuno que tus amistades conozcan a tu futuro esposo, ¿no es así Karina?

La aludida, lejos de tomar participación en un asunto en el que no le concernía, tomó una postura un tanto fría y distante.

─ Creo que los asuntos de pareja no son de mi incumbencia ─ manifestó rotundamente Karina.
─ Sabias palabras, Karina ─ señaló un burlón Alberto ─ tu sensatez es admirable, es digno de elogiar de una mujer tan hermosa e inteligente como tú.
Eso fue la gota que derramó el vaso para la joven Karina, que ni tonta ni perezosa le hizo notar su molestia.
─ Discúlpame, Alberto, así te llamas ¿cierto? ─ aclaró Karina ─ no quisiera ser descortés contigo, pero encuentro de una desfachatez tremenda que estés siendo galante conmigo cuando estás enfrente de tu prometida y por lo demás, aprende a ocultar tu desagrado porque la ironía en tus palabras se notó mucho.

El hombre, se limitó en sonreír cínicamente ante el comentario de la joven y luego de ello, exclamó.

─ Veo que eres muy perspicaz y además, no te andas con rodeos en decir lo que piensas ─ manifestó Alberto ─ ya que has sido muy franca, yo también lo seré contigo. Te concedo la razón, como decirlo para que no suene ofensivo (tocando su barbilla y emulando a un pensador) hay cierta clase de mujeres que no me gustan cerca de mi futura esposa.
─ ¿Clase de mujeres? ─ preguntó con sorna Karina. ─ parece mentira que un hombre de aspecto culto e inteligente, pueda referirse de ese modo a las mujeres, tú me perdonas, pero no hay categorías de mujeres y no es que yo sea feminista ni nada, pero ese tono despectivo es de una bajeza tremenda.

Los ojos celestes de Karina, se clavaron en los de Alberto, viéndole con gran altivez y mostrándose desafiante. No cabía duda alguna, que esos dos se repelieron desde el primer instante y no iban hacer intento alguno por cambiarlo y forzar las cosas era simplemente un disparate.

Así fue como llegó a esa conclusión la joven Akiane, estaba en medios de dos personas muy distintas y opuestas entre sí, pero con un factor en común…su temperamento.

Aunque en cierta forma y mostrando su lado un tanto sádico, le fascinaba ver a Karina, dejando ver su lado más oculto y que no reconocía ante nadie, según le comentará Adriana y eran los celos, pocos vistos en ella por lo demás.

A pesar de lo que estaba disfrutando de la escena, sabía muy bien que debía interferir o de lo contrario, las cosas podrían escaparse de las manos y todo lo que había ganado con la joven se iría por el tacho de la basura.

─ Chicos cálmense por favor, creo que podemos conversar como personas civilizadas y no como gallitos de pelea ─ ironizó un poco Akiane para hacerles ver que se estaban comportando de esa forma.
Alberto, fue el primero en reaccionar ante las ocurrentes palabras de la joven Rosemberg.
─ ¡Querida mía! Tan oportuna como siempre para salvar una situación verdaderamente vergonzosa y así, salvar el buen nombre de « tus amigos» ─ se mofó Alberto.
─ No necesito ser socorrida por Akiane u otra persona, sé comportarme muy bien en público, lo que no quiere decir, que tenga que dejarme intimidar por bravucones como tú ─ soltó mordaz Karina y no conforme con ello, añadió ─ además que yo sepa, este es un almuerzo entre Akiane y yo, y no veo por ningún lado otro puesto o cubiertos sobre la mesa.

Eso último, fue lo que menos se esperaban los otros dos, ya que Akiane se limitó en alzar una ceja en señal de sorpresa y en cambio por el lado de Alberto, su rostro lo decía todo, estaba estupefacto, ya que se ufanaba de ser invitado a compartir con su joven amada y no ser insultado por la otra muchacha como lo acaba de hacer.

─ No sólo eres insolente sino grosera, ya que no te compete a ti decidir el que yo me siente a la mesa o no ─ refutó Alberto picado.
─ Resulta que esta «clase de mujer» es la que va a pagar la cuenta y tú para nada estás en mis planes o en mi presupuesto ─ sentenció una molesta Karina, quién no se cortó ni un poco con el tenor de sus palabras.
Si de golpes bajos se trataba, Karina, ya había asestado dos y bien dados, y aún no mostraba su verdadera faceta italiana cuando la hacen enojar.
─ Akiane, por favor, di algo ─ apremió Alberto, para poner en su sitio a tan arrogante muchacha.

Akiane, es una mujer muy resuelta para zanjar cualquier inconveniente. No obstante, comprendió que en esta situación no había más nada que hacer, esos dos eran incompatibles y concordaba plenamente con Karina, que el joven no estaba en los planes de ninguna de las dos y mucho más para ella, que por años le había recalcado que él no era su tipo ni de sus gustos, pero como todo ególatra nunca quiso admitir esa verdad.

─ ¿Qué es lo que deseas que te diga? ─ preguntó Akiane. ─ ella está en lo correcto y es quién me ha invitado, por lo tanto, no puedo objetar sus deseos.
─ ¡Esto es inconcebible! ─ exclamó un exaltado Alberto ─ o sea le estás dando la razón a una completa desconocida que más encima me insulta sin asco, en vez de defender al hombre que te ama y que lo ha dado todo por ti.

Eso fue la gota que rebalso el vaso y los ojos verdes de Akiane, sacaban chispas en ese instante y levantándose cuidadosamente de su asiento, se paró frente a él.

─ ¡Un momento! Primero que nada, tengo que recordarte que tú y yo no somos nada más que dos simples compañeros de universidad y al que le he dicho en todos los tonos que no eres mi tipo, pero tu orgullo puede más ─ bramó Akiane ─ segundo no puedes venir aquí y pretender pasarte por mi prometido cuando no lo eres y más encima insultar a mis invitados cada vez que se te monta lo del macho recio que no acepta que una mujer le rechace y por último, para que te enteres de una buena vez, soy lesbiana y por eso nunca fuiste de mis gustos.

«Ups» fue el veloz pensamiento de Karina.

La mandíbula de Alberto, estaba más que caída y le temblaba de la conmoción. Por años cortejó a la joven Rosemberg desde que llegó de Australia con su padre y fueron presentados en la hacienda de su abuelo en Pucón, desde ese momento  quedó completamente hechizado por su belleza y se propuso conquistarla. Sin embargo, su esfuerzo no sirvió ya que el mismo día que se declaró delante de toda su familia, ella, lo rechazo educadamente, aduciendo que eran muy jóvenes para estar emparejados y que su objetivo al regresar a casa era concluir con su carrera de Agronomía que había comenzado en la tierra de los canguros.

 Como es bien sabido las mejores universidades están en el centro del país y se trasladándose ambos y coincidiendo en la misma casa de estudios. Con la diferencia que Alberto,  escogió Ingeniería comercial y una vez egresado decidió retornar a su amado Puerto Varas.

 En los años en la universidad, no escatimó esfuerzos por conquistar a la joven, pero una y otra vez fue rechazado por ésta y cómo no aceptó esa respuesta, no perdió ocasión para presentarse ante compañeros, amigos o cualquiera que pudiese ser sospechoso o un posible rival.

 Los amigos más íntimos de la joven, lo llamaban al igual que el personaje de las historias de condorito, «Pepe cortisona» por lo fantoche. Aun así, no se daba por aludido.

 Claro está, que nunca en ese tiempo hubo indicio que Akiane, tuviese esos gustos por las mujeres, ya que lo único que hacía, era estudiar día y noche y en los ratos libres le gustaba estar con sus amigos en el parque dibujando paisajes.

Ahora, escuchar de su propia boca que la razón de porque siempre lo rechazaba, era simplemente porque le gustaban las del mismo equipo, era demasiado para un macho recio como él, que presumía de haber tenido a las mujeres más lindas del sur de Chile, con la excepción de la ya mencionada.

 No podía admitir una locura como esa por ningún motivo, debía de estar jugándole alguna broma o simplemente para darle el gusto a su invitada.

─ ¡Vamos cariño! Debes estar bromeando ─ exclamó Alberto, entre nervioso y jocoso. ─ yo sé que no deseas hacerle un desaire a ésta, tu invitada, pero de ahí decir una salvajada como esa, es simplemente absurdo, tú eres cien por ciento mujer. No veo por dónde puedan gustarte las mujeres.
─ Realmente ese ha sido siempre tu problema. No aceptas las cosas como son. ─ Señaló Akiane ─  El que sea muy femenina; que por cierto, cualquier mujer se precia de serlo, no indica que necesariamente deban gustarme los hombres. Además, no voy a discutir mi sexualidad contigo y sólo me tomé la molestia de dártelo a conocer para que de una vez por todas dejes de molestar y de presumir algo que nunca serás.
─ Me estás diciendo qué prefieres a una mujer  antes que a mí ─ inquirió Alberto, sin aceptar los hechos aún.
─ Es que no estoy prefiriendo a una mujer por sobre ti, sino que una mujer siempre han sido de mi gusto ─ acotó una malhumorada Akiane ─ es más, no es que me gusten todas las mujeres sino una sola y esa mujer es la que tienes frente de ti y a la que te atreviste a insultar.

«¡Miércale!, ya salí en la cueca» sopesó mentalmente Karina.

Los ojos de Alberto, se clavaron casi en forma asesina sobre el rostro de la joven Sotomayor, que ni tonta ni perezosa, se mostró de lo más complacida ante el comentario y le dedicó la más dulce y coqueta sonrisa (se diría que era la hipocresía viva en ese momento) devolviéndole de esta forma todos sus insultos, ya que se sentía vencedora ante semejante idiota.

─ Me estás diciendo que esta tipa, es la mujer que te gusta ─ rugió encolerizado Alberto, que golpeó la mesa con unos de sus puños. ─ ¡Demonios Akiane!
─ ¿Dónde quedo lo caballero? ─ provocó Karina.
─ ¡Cállate perra! ─ gritó fuera de sí, Alberto.
─ A Karina, no le tratas así ─ subió el tono Akiane. ─ Pero quién te has creído que eres para ningunear a una mujer.

Lo que provocó que muchos les quedasen viendo en el restaurante y de inmediato se acercaron dos garzones y el administrador del local…

─ ¿sucede algo señoritas? ─ preguntó el administrador.

Los tres, tomaron conciencia de que eran el centro de atención y que todas las miradas estaban sobre ellos. Ambas chicas, se sintieron un poco incómodas con la situación.

─ Ruego nos disculpe ─ señaló Akiane y mirando a Alberto, acotó ─ pero el señor aquí `presente ya se va, pues no es bienvenido en nuestra mesa.
─ Es lo único que tienes que decir ─ rabió indignado éste.
─ Señor, ya oyó a la dama ─ expuso el administrador ─ sino tiene reserva, ruego que se retire de nuestro local.
─ ¿Me estás echando a mí, pobre infeliz? ─ preguntó con lasciva Alberto, llevándose la mano al pecho de lo engreído que es.
─ Señor, no complique más las cosas y retírese del lugar ─ demandó el empleado ─ de lo contrario deberé llamar a carabineros.
En eso, uno de los garzones, lo tomó del brazo, desatando la ira de Alberto.
─ ¡Suéltame, muerto de hambre! ─ estalló éste ─ no necesito que me lleven, me sé perfectamente el camino.

Antes de irse, lanzó una dura mirada a Karina y murmuró…

─ Pu…ta ─ siseó Alberto.
Y antes que diera un solo paso, recibió su merecido, una sonora cachetada se escuchó en ese instante…La mano de Karina, se estrelló con fuerza en el rostro del hombre.

─ Lávate la boca con jabón antes de llamarme así. ─ amenazó Karina ─ te advertí de ante mano, que no permito que me falten el respeto. Eres un idiota que no sabe perder.

Alberto, quedo una vez más estupefacto y sólo atinó a llevarse la mano a su adolorida mejilla. Había que admitirlo, el hombre, son de esas personas que cuando se les hace frente quedan desarmados, porque son incapaces de sostener sus descargos con personas o rivales que no les temen y no pueden someter por medio de bajezas.

─ Es mejor que se vaya cuanto antes y la señorita, no presente cargos en su contra ─ indicó el administrador.

Alberto, solo los quedo viendo y bajando los hombros con resignación tomo rumbo hacia la puerta del local.

─ Siento las molestias que el caballero les ocasionó, señoritas ─ se disculpó el encargado.
─ Descuide, también nosotras sentimos toda esta situación ─ mencionó Akiane. ─ podrías traernos la cuenta.
─ Pero señorita, no han probado nada de su comida ─ señaló éste.
─ Perdí por completo el apetito y además, ya debe estar frío ─ agregó Akiane. ─ Sino es molestia, tráiganos la cuenta.
─ Como usted diga ─ respondió el administrador y haciendo señas a los meseros, retiraron todo del lugar. ─ si gustan podemos ofrecerles algo de parte de la casa por el mal rato.
─ Karina, ¿Tú quieres algo? ─ preguntó Akiane por educación, aunque ya intuía la respuesta.
─ No, muchas gracias ─ respondió ésta.
─ Agradezco su gentileza, pero como ya ve, no deseamos nada más ─ expuso Akiane.
─ Comprendo ─ afirmó el administrador ─ enseguida les traigo el total de su consumo.
─ Perfecto ─ acotó Akiane, mientras buscaba en su bolso de mano, la billetera.

En eso, una mano se posó en la suya, deteniéndola en el acto…

─ Creo que fui bien clara hace un momento, que yo pagaba este almuerzo ─ demandó Karina ─ no fueron palabras al viento y dichas porque estaba ese sujeto.
─ Comprendo ─ asintió Akiane ─ pero si de palabras hablamos, desde antes que entrásemos a este local, dije que corría por mi cuenta la invitación.
─ Aun así, insisto en pagar yo y no aceptaré una negativa ─ manifestó Karina.
─ ¿Siempre eres así de imperativa? ─ preguntó una anonada Akiane.
─ A decir verdad, no me gusta que se me contrarié, pero suelo pedir las cosas de buena forma ─ aclaró Karina ─ no obstante, esta es una situación distinta y cuando doy mi palabra la sostengo hasta el final y no hacerlo me disgusta en demasía.
─ Deberías tener cuidado con eso, ya que las personas tienen sentimientos y puedes herir susceptibilidades ─ explicó Akiane, viéndola fijamente ─ además, el que otros te digan no, no debiera ser un problema porque no siempre tenemos la razón o la verdad absoluta de las cosas.
─ Ya te pareces a mi padre hablando de ese modo ─ comentó Karina, con disgusto en su mirada. ─ sermones es lo que menos deseo en este instante.

Akiane, arqueó su ceja derecha ante el comentario de la joven, pues se percató de que estaba de malhumor por una cosa insignificante como el haberle hecho hincapié en algo que es por su propio bien y que en cierta forma, era lo que le había ya dado a conocer su cuñada en cuanto a darle lecciones de vida, pues la joven Sotomayor, debía aprender lecciones de humildad, pues tenía el mismo defecto que su madre Ángela y que muchas veces trajo altercados con la familia Sotomayor (suegros y cuñados) y porque algunos italianos tienden a llevar a medio mundo por delante sin importarles nada en absoluto.

─ La verdad Karina, aunque te disguste hasta el alma, la que va a cancelar esa cuenta he de ser yo ─ señaló muy calma Akiane ─ como te dije una vez, conmigo no harás tu santa voluntad y espero que lo metas bien en tu cabecita, ya que no soy como tus padres o tus amigos que todo te lo permitían.
─ Sigues pensando que soy de tu propiedad, ¿no es así? ─ inquirió ésta y sus ojos celestes se clavaron en los verdes de su jefa.
─ Aclaremos bien las cosas de una vez. ─ puntualizó Akiane ─ no soy tu dueña ni nada que se le parezca, lo que no significa que tú debas pasar por sobre mi persona o mi voluntad como siempre has estado acostumbrada a hacerlo con los demás.
  En todo lo que resta de este año y por testamento, soy tu albacea y tu jefa, por tanto, todo lo que hagas es de mi interés. Condiciones que tú aceptaste con tal de recuperar tus pertenencias, de lo contrario lo pierdes todo y dudo que desees que eso pase.
  Además, debo aclararte  que nosotras no estamos disfrutando de una salida de esparcimiento sino que estamos en horarios de trabajo y la que da las órdenes soy yo, por lo que te sugiero que pienses la cosas antes de actuar o decir algo que no corresponde.
  Te propongo que respires profundamente y te calmes, para que continuemos con las compras y nos divirtamos un poco, porque a decir verdad es una lata salir con una persona con media cara hasta el piso y amargada más encima, como cualquier niña caprichosa que no se le da en el gusto en lo que pide.
   Creo haber sido muy clara y concisa en los términos de nuestra relación y así no se preste para malas interpretaciones de tu parte o ¿estoy equivocada, Karina? ─ concluyó Akiane.

Los ojos de la muchacha parpadeaban como sin control, reflejo de una gran perplejidad absoluta por todo lo que se le acababa de señalar. No asimilaba o procesaba del todo lo que mencionó Akiane.

 Ésta sabía muchas cosas que formaban parte de su pasado y que solo conocían su familia y amigos íntimos y que  una mujer que hasta hace poco era una completa desconocida, ya supiera como «anularla», no le hacía ni la más mínima gracia, ya que todo lo que dijo, la dejó en completo jaque, atada de manos y sin poder revertir la situación y eso era algo que la dejaba totalmente vulnerable y terminaba siendo un dócil corderito y eso la desquiciaba.

─ No sé cómo lo has hecho para que todo esté a tu favor, pero, estás en la razón de que firme un documento en que acepté tus condiciones sin chistar ─ explicó Karina ─ y como siempre tú ganas esta partida, Akiane.
─ Me alegro que al fin lo comprendas ─ señaló ésta ─ te aseguro que si pones de tu parte, este año pasará más que volando.
─ No te puedes ni imaginar cómo añoro que llegue el día en que salga de tu hacienda ─ mencionó Karina ─ aunque soy realista y sé que tú no vas a permitirme que las cosas sean tan sencillas para mí, No sé porque creo que unos de estos días vas a salir con una sorpresa.

En eso apareció uno de los garzones con la cuenta e interrumpió la plática…

Aquí tiene  ─ indicó Akiane, entregándole la suma del dinero y viendo a su compañera. ─ ¿Nos vamos ya?

Karina, asintió de malas ganas porque debió asumir que las cosas no resultarían como estaba acostumbrada y el hecho que no se le permitiera pagar el consumo, la tenía verdaderamente molesta, pero lo trató de disimular al máximo.

 Ambas abandonaron el local y retomaron el camino hasta donde estaba estacionado el jeep, en un completo silencio y se dirigieron hasta una tienda de zapatos que estaba en calle San Pedro.

  Aparcaron su coche en el lugar y prosiguieron con sus compras, pero, Akiane seguía llamando la atención de todas las miradas masculinas y una que otra femenina, sin poder conseguir que esos ojos celestes se fijasen en ella, como lo había hecho durante el transcurso de la mañana.

  En verdad, la aparición de Alberto, le hizo un flaco favor porque no sólo consiguió el efecto contrario del que deseaba sino que provocó una nueva discusión entre ambas y cada vez que buscaba esos ojos celestes, éstos la evadían al instante y sólo dejaban ver una mueca de disgusto como presente.

 Mientras la veía escoger entre distintos pares de calzado para la época de nieve y lluvias, no dejaba de recordar esos besos que se dieran en la tienda y cómo se recriminaba haber dejado que ese hombre les arruinara la velada, porque nada de lo que hiciera conseguía que Karina, la viese con esa ternura y deseo que vio en esa mirada, todo se había arruinado por querer conseguir ponerla celosa y ahora, pagaba caro su estupidez, estaba más que claro que la joven no era cualquier mujer y conquistarla le iba a demandar un esfuerzo más que doble, no sólo tenía que lidiar con el hecho de retenerla a la fuerza, que ya por si era lo que más la perjudicaba, sino que estaba el carácter de la joven y lo quisquillosa que era en cuestión del corazón.

«Adriana, cómo desearía volver el tiempo atrás y no obligarla a aceptarme de este modo» meditaba para sí Akiane.

Por más que reflexionaba en ese momento en los consejos e indicaciones de su cuñada, no dejaba de pensar que eso la perjudicaba más de lo que podía imaginar, porque tenía que lidiar con el mayor reto de su vida y era conquistar a la mujer que le robó el corazón ese primer día.

 Estaba muy clara que a pesar de todo lo dicho por su cuñada, no le bastó para enamorarse de la joven Sotomayor, porque si de una cosa estaba más que segura que un corazón no se somete ni tampoco acepta mandatos de otros sino que el AMOR; es algo que surge de la nada y viene a presentarse en el momento más inesperado y arrasa con todo lo que creías concebir de ese término, todas tus barreras se van por tierra, se esfuman las creencias, clases sociales y sólo quedas desnudo ante uno de los sentimientos más bello y poderosos de esta vida y que todo ser humano debe enfrentar en un determinado momento de su vida.

 Para Akiane, que muchas veces llegó a pensar que el amor era mucho para ella y que sólo concebía un enamoramiento pasajero en las personas y que muchas veces quedo de manifiesto en su época de estudiante y lo mismo le sucedió en la universidad. No se veía en ese terreno, lo que sí estaba muy clara que un día llegaría a formar un hogar pero que no creía que el amor tuviese tan presente en su vida y que sólo una vez se enamoró de una chica de Sydney, pero que por ser muy jóvenes no lo asumieron como algo tan serio y al poco tiempo se vino con su padre a Chile.

A pesar de todo si todo ello, si era una creyente en el amor, pues su madre muchas veces le hablaba de lo que podía sentir una persona y que en nada se comparaba a lo que estaba escrito en novelas o que dijesen poetas y algunos que se las daban de conocedores del tema. Sin embargo, no lograba comprender muy bien cómo fue que sus padres queriéndose tanto terminaron por divorciarse, era algo que nunca pudo comprender hasta hace muy poco y que le causó la mayor de las sorpresas de saber que hubo un desliz por parte de su padre y que le costó su matrimonio.

El recordarlos, hizo que viese a Karina y al contemplarla, un fuerte palpito contrajese todo su pecho y unos latidos alocados y acelerados de su corazón le indicase que la mujer que tenía enfrente era por quién latía y la razón de su existir, esa pequeña mujer, de tez blanca y figura frágil, era la mujer de su vida…su verdadero y único amor.

«No me voy a dar por vencida, aunque tengas el carácter que tengas, yo te voy a conquistar, no te dejaré ir nunca amor mío» se animó Akiane y fue a su encuentro.

Hay veces que la vida pone más obstáculos de lo normal y que el camino se vuelve por ratos ingrato y amargo, pero jamás se debe claudicar en la senda del amor, porque toda lucha vale la pena por dejar que los corazones vivan a plenitud el sentimiento más hermoso de esta vida y entregarlo todo es realmente amar, porque piensas en tu ser amado más que en ti mismo y su dicha llega a ser también la tuya.


1 comentario:

Unknown dijo...

Soy tu fan, me leí los 13 capítulos que llevas en 1 día.
Disculpa que te moleste con esto, vas a terminar este fic? Me dejaste con el alma en un hilo.

Me leeré todos tus fics, sigue así <3

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