mujer y ave

mujer y ave

lunes, 8 de diciembre de 2014

En las arenas del tiempo


Mientras me envuelvo una y otra vez por las calles de esta ciudad tan abstracta como ruidosa, no puedo dejar de sentir mi corazón oprimirse constantemente y por más que busco alguna explicación; no consigo dar con la clave que me permita hallar las respuesta a ese pregunta que devora mi paz como mi concentración.

Desde hace muchos años que vivo con el mismo sentir recorrerme lentamente y es que no logro mitigar ese deseo irrefrenable de encontrar imperiosamente a lo que vine a este mundo y por más sugerencias que he recibido a lo largo de mi caminar. Ninguna de ellas satisface mi espíritu y menos mi razonamiento.


De lo único que puedo estar con pleno convencimiento es que no soy un ser ordinario y menos común. No tengo los mis objetivos sino que busco cosas que no tienen sentido para otros y como suele decir mis amistades; busco la quinta pata al gato. ¡Quizás! uno puede ser algo excéntrico para sus cosas y eso lo hace especial.

Desde muy temprano edad, me dijeron hacia dónde dirigirme y lo que se esperaba que hiciese. Más nunca supe escuchar porque me solía perder casi al instante viendo cosas que me resultaban más relevante que estar haciendo planes sin sentido para mis cortos años.

Después de hacer una breve introspección a lo que fuera mi infancia. Prosigo con mi senda y entre unos edificios, diviso una imagen muy peculiar y es que entre tantas edificaciones sobresale una casa solariega de a principios del siglo XIX y me parece increíble que se mantenga en pie entre colosos de acero y vidrio. Una porquería de la llamada Arquitectura. Por más que se desgasten en explicaciones de todos los sentidos los expertos en la materia, simplemente perdieron la belleza de construcción, la elegancia y lo más fundamental de todo...El arte de hacer con tus manos, un sitio dónde refugiarte al que muchos llaman casa u hogar.

Contemplo por mucho tiempo aquella edificación y desde lo profundo de mi corazón, comienzan a sentirse pulsaciones más profundas y aceleradas. Una sonrisa maliciosa se dibuja en la comisura de mis labios al comprender que amo ver arte verdadero y no cosas que lastiman mis ojos.

Si hubiese sido docente de dicha carrera, estoy más que seguro que hubiese sido un ogro en todo el sentido de la palabra y hubiese  hecho añicos cientos de tesis y trabajos hasta no conseguir una obra que hubiese llenado mis expectativas más esenciales.

No sé con certeza pero dentro de mis memorias, vengo con imágenes de cientos de inmuebles de todos los estilos y tiempo. Inclusive tengo nítida en la retina, aquella imagen de un viejo castillo irlandés que a pesar de estar en ruinas, reviste de un encanto sin igual: bello, firme dentro de lo queda, es imponente de presencia y me hace comprender que el hombre sin tanto conocimiento como presume hoy; consiguió realizar extraordinarias edificaciones, sino vean el coloso de rodas, la muralla China, el Coliseo, entre tantas maravillas. Eso es arte y del bueno.

Sin pensarlo mucho, sacó mi cámara de mi mochila y plasmo en ella, esas impresiones con las que deseo que se recuerde esta belleza tan hermosa como única. En eso un señor se me acerca y que coincidentemente tiene una profesional y con las mismas intenciones que las mías. Ambos nos miramos y sonreímos cordialmente.

Entre toma y toma, me explicó que deseaba dejar para la posteridad fotos del palacio que dentro de muy poco se demolería por orden de la presidenta de la República, ya que construirían un consulado asiático.

Casi escupí de la rabia al saber que un misero político se deshace de un edificio porque debe darle asilo a una manga de extraños que requieren un lugar, habiendo tantos otros a los cuales ceder.

Es una barbarie que se bajen los pantalones por cualquier idiota que venga del extranjero y ostente un gran apellido gringo...¡Me vale madre! que sean hijo de la Reina de Inglaterra, para mi son tarados con aires de sangre bendita y no son más que unos parásitos que le chupan la sangre al pueblo.

El hombre, tocó mi hombro y trató de calmarme con una palabra de aliento y decirme que la Arquitectura es como un bebe crece y se hace adulta.

Le mire y busqué en esos ojos azules, una explicación lógica de sus palabras y entendiendo el mensaje en mi mirada; procedió en dar sentido a sus dichos. Después de una hora de plática y de preguntas y respuestas. Tuve una sola cosa clara y es que aquel señor de cabellos blanquecinos, era nada menos que un gran Arquitecto y que era catedrático en un renombrada universidad de la capital.

Casi se me cayó la mandíbula de saber su nombre y sin cortarme un ápice le hice sentir mis impresiones más enconadas de la materia; para terminar en una carcajada sonara de parte suya y decirme que los tiempos cambian, aunque estemos o no de acuerdo.

Sin decir más, extrajo de su portafolios un librillo con un aspecto casi indeseable, pues estaba tan amarillento como ajado. No obstante, el Arquitecto, lo vio con tal devoción y luego, me lo entregó diciéndome que era un regalo y que ya era tiempo de entregar su herencia a una persona que tuviese el espíritu del narval.

Protesté en el acto y le quise devolver aquel presente, pues me sentía insultado por aquel apodo de Narval y como si leyese en mis ojos, hizo las aclaraciones del caso.

El profesional, expuso que un narval es un mamífero marino de los más raros y que dentro de su ser, oculta el espíritu de los sabios de la antigüedad que se esmeraban en buscar en la creación y todo lo que nos rodea; la ley universal con la cual regirse y lograr mejorar su presente.

Me relató una leyenda tibetana con respecto a este animal tan bello como único y que son contados los que logran apreciar su belleza, puesto que no es para todos ni es del interés de muchos encontrar las respuestas esenciales para evolucionar como criaturas.

Después de más de dos horas de escuchar con absoluta concentración los relatos de este avezado profesional. Nos dimos mutuamente nuestros números de celulares y proseguimos cada cual su camino. 

Luego de caminar por toda la costanera en busca de una momento de tranquilidad. Quede de frente con un roquerio  que estaban acompañados de algunos árboles en su alrededor. Cosa que llamó mi atención y me dije para mí, que el que los plantó no pensó mucho las cosas, puesto que habían más de una docena de abedules en un lugar netamente de playa y más lógico hubiese sido encontrar palmeras.

Como hipnotizado, me acerque hasta quedar debajo de su sombra y motivado por la curiosidad de un niño, me senté en su regazo y procedí a tomar aquel librillo y saciar mi curiosidad.

No habían pasado más que unas cuantas páginas; cuando mi corazón voló tan alto y aceleró su marcha que parecía que volaba raudo entre nubes y con el viento golpeando de frente mi rostro y la velocidad hacerse un verdadero deleite.

Y tan raudo como inicié ese vuelo, paré en seco en la mitad del firmamento. Expulsando una bocanada de aire contenido que de improviso una pluma paso a llevar mis fosas nasales y ahí, caí en cuenta que por sobre mis hombros sobresalían una alas que estaban pegadas a mi espalda y por más que giré tratando de comprobar que eso fuese correcto y no producto de mi imaginación; no conseguí más que marearme y como bribón no conformista; arranque una pluma de mis costado derecho y valla que me dolió sentir como la saque de cuajo. Era como si formase parte de mi piel.

No daba crédito que estuviese en medio del espacio infinito del cielo y que tuviese un par de alas adosado a mi cuerpo.

En eso recordé las palabras de aquel peculiar hombre...

Adentrate en su mundo y descubrirás tu propia verdad señaló el Arquitecto.

Aspiré profundamente y decidí olvidarme de todo lo que sabía y seguí mi instinto de buscar las respuestas a mis preguntas.

Extendí mis alas, moviendolas una y otras vez hasta tener plena confianza. Luego, me tire en picada entre las nubes a toda velocidad y deje que mi corazón me guiase hasta el lugar que deseaba mostrarme.

Fue así, que visite lugares nunca antes visto. Hallé cosas que buscadores de tesoros hubiesen sacado hasta los ojos con tal de tenerlos y a medida que me adentraba en otros sitios, fui comprendiendo que todo está a nuestro alcance a la espera de que decidamos dar ese paso decisivo y recibir nuestra herencia.

Estuve tan sumido en este mundo que perdí la noción del tiempo por completo y cuando me disponía a descansar sobre un árbol. Comencé a sentir los efectos del cansancio y el sueño cobró su precio.

No sé cuanto habré dormido, pero sí que pareció muy poco, ya que algo rozó mi brazo e hizo que abriera mis ojos de golpe. Para encontrarme de frente con el rostro de una hermosa joven que me veía en forma muy curiosa.

Lleva mucho tiempo dormido y se le cayó este libro de las manos mencionó la joven se parece mucho a un libro que solía tener mi abuelo.

¿Su abuelo? pregunté tontamente.
Mi abuelo fue un conocido Arquitecto que falleció hace un mes y solía llevar consigo un libro como este reveló la muchacha.
¿Y cuál era el nombre de su abuelo? indague con mucha curiosidad.
Carlos... respondió la joven y no alcancé a oír nada más, pues su respuesta me dejo helado de muerte.

Miré aterrado el nombre del librillo... Las arenas del tiempo.

En su portada estaba grabado con cariño una dedicatoria en la que podía ver mi nombre en ella como la de la persona que me lo obsequió. ¿Ironías de la vida? o simplemente las almas pueden viajar del pasado al presente y entregar una herencia tan legendaria como inimaginable. Hay tantos misterios como cosas que descubrir y lo único que puedo decir que desde aquel día; no soy el mismo sino que vivo la vida más despacio como tratando que en el tiempo que me resta absorber la mayor cantidad de información y traspasarla a oídos ávidos de saber de su estancia sobre la tierra.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pequeñas diferencias.

  capítulo 59, En aras del pasado Pequeñas diferencias. Un tiempo después un auto de locomoción colectiva aparcaba justo enfrente de una...