Aras del pasado
52
Mi pasado; mi tormento II parte.
─ ¿Aún no responde su móvil? ─ preguntó inquieta
Alexandra viendo a su hermano.
─ No ─ fue la respuesta de John y rascando
nerviosamente su barba. ─ Es muy extraño que ella mantenga su aparato apagado.
Algo está mal.
─ Mamá fue bien clara que tratásemos de
comunicarnos con nuestra hermana. ─ repuso Alex. ─ Y llevamos más de dos horas
intentando y cuándo ellos vuelvan, no sé que les diremos.
─ La verdad, Alex ─ respondió John. ─ No podemos
mentirle a papá, tú sabes cómo es él. Jamás tolera la mentira.
─ Lo sé hermano ─ adujó la menor de los Brigston. ─
No sé lo que pueda estar pasando con nuestra hermana para que nuestros padres
hayan salido tan de repente y con tanta premura. Es la primera vez que Alesia
se comporta de esta forma y la verdad, estoy preocupada porque algo me dice
aquí adentro (Tocándose el pecho) que está en problemas. Lo presiento.
─ Alex, tranquila ─ instó John. ─ debemos confiar
en nuestra hermana, por algo es la mayor y la actual Condesa. Nos debemos a ella
como familia y de necesitar de nosotros estaremos ahí para darle nuestro apoyo.
─ ¡Por favor intenta una vez más! ─ suplicó la
rubia que a esas alturas mordía nerviosamente una de sus uñas. Una costumbre no
peculiar en ella.
─ Está bien ─ aceptó John y volvió a marcar el
móvil de su hermana mayor.
Esta vez, el auricular comenzó con el
característico sonido de marcado. Aliviando un poco más al joven Brigston y
tras varios intentos. Se escuchó…
─ Diga ─ fue la voz que respondió desde el otro
lado.
─ ¿Alesia? ─ preguntó su hermano.
─ Lo siento John ─ corrigió la persona que
respondió la llamada. ─ Tu hermana no puede responder porque va al volante.
─ ¿Con quién tengo el gusto en hablar entonces? ─
inquirió curioso John.
─ Con Misha ─ respondió la joven.
─ ¿Misha Dorwen? ─ indagó confundido John porque
hacía mucho que sabía que estuviese en contacto con su hermana.
─ La misma, John ─ contestó Misha con voz cansada. ─
¿Quieres dejar un recado para Alesia?
─ Dile a mi hermana que nuestros padres la están
buscando y necesitan contactarse con ella ─ señaló John. ─ Si es posible que
venga a casa, por favor.
─ Le daré tu mensaje ─ señaló Misha.
─ Gracias ─ dijo John. ─ Te dejo.
Sin más la llamada se cortó y el joven Brigston,
tras guardar su celular, quedo sopesando las cosas un poco.
─ ¿Qué sucedió? ─ preguntó Alex tras ver el rostro
de su hermano.
─ Al parecer está bien ─ Respondió John. ─ Y sabes
¿Quién estaba en su compañía?
─ Ni idea John, no soy adivina ─ repuso Alex ─
Puedo intuir o suponer cosas, pero de ahí en adivinar. No sé me da esa materia.
Dime ¿Con quién estaba nuestra hermana?
─ Con Misha ─ contestó John.
─ Espera… ¿Te refieres a esa Misha? ─ Intentó en
adivinar Alex. ─ ¿Hablamos de la misma mujer?
─ Dorwen ─ terminó por confirmar John.
─ ¡A caramba! ─ exclamó Alexandra, haciendo muecas
de asombro. ─ Eso no me lo esperaba. Que yo recuerde…Hace años que no veo a esa
chica por acá o cerca de nuestra hermana. Desapareció de la noche a la mañana y
nunca más lo volvimos a ver.
─ En un tiempo pensé que era muy cercana a nuestra
hermana y como dices tú, desapareció sin más─ acotó John. ─ Son ese tipo de
amistades que van y vienen por lo visto.
─ ¿Se puede llamar a eso amistad? ─ inquirió Alex
con escepticismo. ─ ¡Perdóname! Pero eso no puede calificarse como amistad,
hermano. Entró en la vida de Alesia como una gran amiga y llegó hacer aceptada
por nuestros padres y tú mejor que nadie sabes lo inquisitivo que resulta para
cualquier extraño tener la aprobación de ellos. Más tratándose de la heredera
al título que es constantemente sometida a escrutinio y regirse por cuanta
regla hay en nuestra familia. ¿Y para irse sin más? No le importó saber cómo se
encontraba nuestra hermana en lo absoluto. Así que, no creo en ese tipo de
relacionarse entre amigos. ¡Que Dios me perdone! Pero dudo de sus verdaderas
intenciones al volver a relacionarse con nuestra hermana.
─ ¡Y así dicen que eres la menor! ─ alabó John. ─
Eres muy perceptiva hermanita mía. Pero debes darle una segunda oportunidad. Si
para Alesia es importante tendremos que respetar sus deseos. No tenemos
alternativa. Ella es la Condesa de Brigston y no podemos objetar sus
decisiones.
─ Lo sé, pero soy su hermana antes que nada ─
corrigió Alexandra, con seriedad. ─ Y a mí no me apetece darle ninguna chance a
esa tal Misha. Tengo una corazonada con respecto a ella y no creo equivocarme.
─ Hermana ─ objetó John, colocándose de pie y verla
con algo de enfado. ─ ¡No te pongas en ese plan! No es bueno desafiar a Alesia
y menos llevarle la contra a nuestros padres. Además, no veo mucho el porqué de
tu desconfianza, Alex ¿Porqué las mujeres tienen que ser tan difíciles?
─ No somos difíciles John ─ refutó la rubia
Brigston. ─ Solo llámalo sexto sentido. Además, no estoy desafiando a nadie que
yo sepa; solo no comulgo con la clase de amistad que pueda ofrecerle esa chica
a nuestra hermana.
─ Ok…Ok ─ terminó por zanjar John. ─ Lo dejaremos
así. Ahora, voy a buscar a Marcus para que avise a nuestro padre sobre Alesia.
─ Muy buena idea ─ convino Alex. ─ Por mi parte,
iré a llamar a Claudine e informarle para que tía Anette esté informada.
─ Perfecto. Hazlo por favor. ─ consintió John.
─ Nos vemos en un rato más ─ dijo Alex y se fue a
su habitación para contactarse con su prima.
Mientras en el palacio de la familia Brigston los hermanos
iban a sus respectivos objetivos. En otra parte y lejos de Londres. Un coche se
detenía en la zona para aparcar vehículos del conjunto de apartamentos.
Dos mujeres descienden del coche y una de ellas, se
muestra visiblemente preocupada y a la vez, mostraba un semblante pálido ante
el escenario que tendría que enfrentar. A su vez, la otra mujer dictaba mucho
de la otra porque mantenía el suyo, impávido como reteniendo cualquier emoción
que pudiese estar sintiendo dentro de sí. No se estaba permitiendo dar a
conocer nada que pudiese ser usado en su contra. Y era la primera vez en su
vida que mostraba esta faceta que dictaba mucho de su forma de ser
habitualmente. Pero que debido a las circunstancias, optó por ser el único
camino que le iba quedando.
Aquella rubia melancólica, mantenía su cabeza
trabajando a full de emociones buscando una salida práctica para enfrentar las
cosas sin tener que lastimarse a sí misma una vez. E iban las ideas unas tras
otras como en picada mostrándose como la mejor alternativa para salir del paso,
pero…Eran titubeantes al igual que el titilar de las estrellas en el manto de
la anochecer. No eran de un constante resplandor; mejor dicho, fijo y
perdurable sino un titilante brillo. Del mismo modo eran las ideas que se
agolpaban en las sienes de aquella mujer. De rostro muy peculiar porque no era
la típica chica de cabellos dorados y grandes ojos de color si no que una de
rasgos algo orientales y muy blanquecinos como si fuese alabastro. Sus ojos si
eran muy intensos en su matiz azulado con una profundidad que pocas veces se ve
a menudo por marchito del mirar de los adultos con los años. Es decir, pierden
la vivacidad se su propia esencia que se ve reflejada en su mirada.
─ ¿Hablarás con tus padres? ─ fue la pregunta más
intrincada pero fuera de lugar a esas alturas por parte de la rubia temerosa.
No supo si fue por lo estúpido de la pregunta o por
el temor que sintió en el timbre de su voz que hizo que la otra mujer, rubia
además. Detuviese sus pasos por un instante y le quedase viendo con total
perplejidad.
─ ¿Intentas bromear
Misha? ─ espetó con cierta inquisición la otra mujer.
─ ¡Cómo se te ocurre que deseo bromear a estas
alturas! ─ dijo la joven. ─ Alesia.
─ Entonces
ha sido la pregunta más estúpida que hayas hecho ─ sentenció sin un ápice de
piedad Alesia.
─ Si eso piensas ─ murmuró Misha con pesar. ─ No
veo lo estúpido en querer saber si hablaremos en presencia de tus padres.
─ Creo que fui bien clara en decir que íbamos
hablar nosotras primero y luego con mi familia ─ recalcó duramente Alesia. ─
Veo que no te quedo muy claro el mensaje.
─ ¡Por favor deja la pesadez para después! ─ pidió
Misha. ─ Solo preguntaba nada más.
─ Si no deseas que sea descortés contigo, deja de
hacer preguntas irrelevantes en este momento. ─ Señaló Alesia, retomando el
camino.
─ ¡Haz cambiado mucho, Alesia! ─ dijo Misha con
desasosiego en el alma.
─ ¿Y qué esperabas? ─ indagó indignada Alesia,
volviéndose a verla. ─ ¡Que te esperara con los brazos abiertos y lamiera el
suelo por dónde pasabas!
─ Claro que no ─ respondió Misha, tragando saliva. ─
Pero nunca imaginé que pudieses comportarte del modo en que lo haces ahora.
─ ¡Vaya descaro de tu parte! ─ exclamó Alesia
viéndola con enojo. ─ ¡Te vas como si nada hubiese pasado entre nosotras! Y
ahora resulta que vienes exigiéndome un trato digno ¿Se te olvido que fuiste tú
la que me abandonó? La que no tuvo la decencia de mirar a tras tan solo una vez
y que para el colmo de la desfachatez, te doy nuevamente la oportunidad de ser
sincera y poder hablar las cosas ¿para qué? Nuevamente guardar silencio sin
importarte lo que yo pudiese sentir o necesitar.
─ Te dije cuando estábamos en la universidad
ayudando a las chicas que no sería fácil retomar una conversación entre las dos
─ trató de explicar Misha, resultándole doloroso armarse de valor ante todo lo
que estaba sintiendo. ─ Han pasado tres años y dejamos de vernos. No es fácil
romper ese hielo que se creó entre nosotras.
─ Un hielo que tú misma creaste como barrera entre
las dos ─ corrigió severamente Alesia. ─ Y que lastimosamente sigues forjando
una y otra vez.
─ Lo lamento ─ se disculpó vacilante Misha, bajando
un tanto la mirada. ─ No deseaba lastimarte.
─ Pero lo has hecho ya demasiadas veces ─ criticó
Alesia. ─ Es imposible para mí creer que seas la misma persona de la cual me
enamoré y dijo amarme. Sinceramente pienso que fuiste la que cambió por completo.
No eres ya ni la sombra de esa muchacha tímida y con un miedo atroz a enamorarse y dejarse llevar por
la voz de su corazón y su propio sentir.
─ ¡Si tú supieras! ─ musitó Misha más para sí que
para su contra parte. ─ Entenderías cómo me siento.
─ Entonces comienza hablar, Misha ─ exigió Alesia,
pulsando el botón del elevador y tras indicarle que entrase al cubículo,
añadió. ─ Y pueda entender tus acciones.
─ No tengo más remedio ─ asumió con desgano Misha,
volviendo a bajar la vista al piso porque se sentía incapaz de sostener la
mirada inquisitiva de su esposa.
─ ¡Eso no, querida! ─ hizo hincapié Alesia,
levantándole el mentón. ─ ¡Mírame a los ojos cuando te dirijas a mí! Te
recuerdo que no soy cualquier persona si no tu esposa y al menos merezco un
poco de respeto de tu parte ¿no te parece?
─ ¡Discúlpame! ─ susurró apenas Misha sin dejarle
de verle a los ojos que le conmovieron las palabras expresadas por su ex pareja
o esposa. ─ Esto va hacer más difícil de lo que creí.
─ ¡Así! ¿Por qué? ─ preguntó Alesia, justo cuando
el elevador llegó al piso que había sido marcado. ─ ¡Vamos!
─ Por tanto y poco a la vez ─ fue la respuesta de
Misha al pasar por el costado de su compañera. ─ Entre las dos hay un muro de
pesadez que se tendrá que ir si queremos hablar en forma decente como la gente.
De lo contrario esto se pondrá muy feo y terminaremos lastimándonos seriamente.
Ésta no será una conversación entre amigas o confidentes. Será una plática de
las más duras que te puedas imaginar, Alesia.
La Condesa quedo un tanto perpleja al sopesar el
tenor de las palabras emitidas por su esposa. Comenzó a dilucidar que había
mucho más de lo que Katherine le informó tras la investigación y al juzgar por
el semblante de su consorte, tuvo esa certeza y por más que trató de ignorar lo
que se estaba gestando dentro de su pecho y del enojo que aún le embargaba tras
conocer hechos ocultos de su relación sentimental. Tenía un mal presentimiento
y sabía que había una leve probabilidad que estuviese errada en sus
presunciones pero por lo visto el mayor porcentaje le era más favorable a la
certeza inequívoca.
─ ¡Entra! ─ ordenó Alesia, al abrir la puerta de su
apartamento.
Misha, entró una vez más en el inmueble que conocía
de sobra en los tiempos que ellas dos eran novias y se resguardaban de todo y
de todos; mejor dicho; el escrutinio de la sociedad y de sus padres.
─ ¡Permíteme! ─ solicitó Alesia, para quitarle su
gabardina y colgarla en la percha de entrada.
─ Gracias ─ dijo Misha.
Luego, la joven Brigston, se fue directo a la barra
de su alacena de licores. Sacó dos copas y un whisky. Puso hielo y sirvió el
contenido. Se acercó hasta la otra mujer y le ofreció uno de los vasos.
─ Ya que será una de las conversaciones más
espinosas que hayamos tenido, al menos podemos restarle su mal sabor con un
trago ─ soltó con reticencia Alesia y se dejo caer sobre una de los sofás.
─ ¿Desde cuándo inicias una conversación con un
trago de por medio? ─ se atrevió en preguntar Misha, admirada del gesto de la
rubia.
─ No suelo hacerlo. Siempre quiero estar lucida y
con los sentidos alerta para no perderme nada trascendental que pudiese afectar
mi juicio ─ expresó con un dejo de cansancio. ─ Pero no puedo hacerme la loca
ante tus palabras de hace un momento y saber que al menos, puedo suavizar un
poco mi carácter y quitarme el mal sabor de boca que tengo. Después de saber lo
que se me ha ocultado.
─ Comprendo ─ dijo Misha y tomo asiento frente a su
esposa. Jugó un rato con su trago para ver fijamente su contenido para luego,
decir. ─ Siento que ni siquiera este brebaje podrá minimizar el impacto de lo
que voy a revelarte. ¡En fin! No hay marcha atrás.
Tragando saliva con dificultad, se bebió de golpe
el contenido de su vaso y lo dejo sobre la mesita. Aspiró profundamente y trató
de reunir fuerzas mentales para armarse de coraje para lo que estaba a punto de
confesar.
─ ¡Habla! ─ instó Alesia clavando sus ojos sobre
los de su esposa.
─ ¡Dios! ─ exclamó con pavor Misha y apretando sus
puños, trató de hilar los primeros sonidos de una conversación durísima. ─
Quiero que sepas antes que nada que: Nada ha sido fácil para mí. Ni siquiera mi
separación contigo y solo te pido por única y última vez que intentes siquiera
ponerte en mi lugar, en mis zapatos y luego, descargues todo cuanto te parece.
Apeló a tu buen juicio que siempre has tenido, Condesa de Brigston.
¡Ya de por sí fue un golpe duro! El escuchar decirle
aquello, le supo fuerte y demasiado real para ella misma. Pero no dijo nada,
solo se acomodó más en el sofá y siguió observando a la joven frente suya.
─ ¿No sé cuánto te haya dicho Katherine? ─ inició
su confesión Misha Dorwen. ─ Y tampoco tengo la certeza de que sepas todo. Hay
muchas cosas que no están materializadas en ningún archivo o documento que
compruebe por todo el infierno que tuve que vivir desde que te conocí y me
atreví a vivir mi relación sentimental contigo.
Lo cierto es que, muchos de los documentos que haya
investigado Kat, son fidedignos de mi realidad en todo el tiempo que estuvimos
juntas.
Tuve una larga estadía en un convento para poder
recuperarme de lesiones que provocó mi padre al saber que había cometido el
delito de entablar una relación con una mujer. Esto no es un tema del cual
quiera entrar mucho en detalles porque sigue siendo muy doloroso para mí. Sin
embargo, lo cierto es que sufrí constantes agresiones de parte de mi progenitor
cada vez que iban llegando pruebas que delataban mi vida amorosa.
Cada cita que el concertaba conmigo, era una
lección durísima que mi cuerpo recibía por ser una mala hija y exponerlo a las
habladurías de la sociedad.
Al año de conocernos en la universidad, mi padre
comenzó en recibir fotografías y denuncias en mi contra de parte de una persona
que se las ingenió para hacerle llegar dicho material. En un principio supe
salvar la situación y demostrar todo lo contrario. Manteniéndome en una postura
férrea en que las acusaciones eran totalmente falsas.
Sin embargo, a medida que el tiempo transcurrió y
me trato personal contigo comenzó a trastocarse y sucumbir a mis propios
sentimientos, fue que esa persona agudizó más sus acciones al punto de un acoso
constante, pero sin resultado favorable para él. No podía ceder ante las
amenazas que me sometió y simplemente me deje llevar por la fuerza de aquel
sentimiento que nació entre nosotras y me aferré a que dicho amor podría darme
las fuerzas para hacerle frente a los obstáculos que la vida presenta y ante
las manipulaciones que efectúan personas sin un ápice de consideración.
Fue pasando el tiempo y cada vez, mis sentimientos
por ti, me hacían sobrellevar los castigos que mi padre me otorgaba en cada
cita. Yo no deseaba por nada del mundo que supieses lo sucedía porque me sentía
débil y no sería capaz de defender el amor que profesábamos.
Cuando me propusiste matrimonio en secreto casi al
finalizar el segundo año de universidad y que además, lo haríamos en privado
solo con tus padres de por medio. Trajo conmigo una dicha que no puedes
siquiera imaginar. Sentía que al fin podría ser feliz y que las sombras del
temor se disiparían de una vez por todas.
Yo acepté tu proposición e hice hasta lo inhumano
para que esto no llegase a oídos de mi acosador y no tuviese argumentos que
presentarle a mi padre. No obstante, fui una ilusa e insensata en ese aspecto
porque nunca dimensioné lo que ello conllevaría en mi vida, luego, de
desposarme contigo.
Desde ese día mi verdadero infierno se
desproporcionó en una magnitud que jamás sospeché que podría darse a partir del
despecho de un hombre que no supo asumir que yo nunca podría sentir por él, lo
que tú eras capaz de hacerme vivir y sentir.
A los meses
de estar casada; exactamente cuando llevábamos tan solo ocho meses, fue cuando
mi padre mi citó en las afueras de Manchester para discutir una supuesta
herencia que dejase una de sus tías maternas a mi nombre. Ese día llegue al hotel
en que me citó y me hospede por dos días tal como te había dicho que estaría
fuera por ese tiempo. No obstante, al poner mis pies en mi habitación; me
encontré con que mi padre ya estaba ahí y junto con él. Ese infeliz que fue en
persona para desmentirme frente a mi progenitor y con fotos de nosotras dos
juntas junto con una fotocopia del acta de matrimonio que celebramos. Expuso mi
vida sentimental sin ninguna contemplación y al ver el rostro de mi padre supe
que las cosas se iban a volver duras para mí y efectivamente así fue. No hubo
una sola palabra que le convenciera de que tenía derecho a vivir la vida que
había escogido junto a la persona que amaba. Le rogué una y otra vez que me
diese la oportunidad de exponerle mi verdad sin más engaños y un arrebato de
valentía; según yo; le enfrenté y advertí que no iba a cambiar mi vida y que
por primera vez iba a seguir los dictámenes de mi corazón sin tomar más su
parecer. Y ese simple acto de luchar por lo que amaba y necesitaba me costó tan
caro. Porque la paliza que él me dio aún puedo recordarla como si fuese hoy.
Fue la tarde y noche más larga que he vivido porque
el honorable juez Dorwen es un hombre implacable y su hija lo había avergonzado
y expuesto a la burla de su entorno y que jamás me permitiría que me saliese
con la mía y que iba a obedecerle costase lo que costase.
Esa noche perdí el conocimiento y después de no sé
cuántas horas desperté en una fría habitación de ese convento con una de esas
religiosas limpiando mis heridas y vigilando que el suero y el medicamento que
me estaban dando surtiese efecto.
Fueron días de dolor porque me sometieron a
terapias de frío y calor en todo mi
cuerpo con el único propósito de sacarme aquella enfermedad que se me había
metido en el cuerpo. Me tuvieron dopada
y con sondas vigilaban que todo estuviese resultando según la prescripción del
Psiquiatra y experto en disfunciones cerebrales en la conducta sexual. ¡La
ciencia iba a curarme de mi locura!
Los dos días se volvieron dos semanas en la que
llegué a pensar que nunca más vería la luz de día y podría ver a otro ser
humano. Horas tras horas entraba en esos baños para quitarme la suciedad con la
que decían que estaba contaminada. No había descanso para mí, no conseguía
siquiera poder cerrar los ojos por un momento sin saltar a causa de los miedos
que regresarán a darme más baños de recuperación como lo llamaron.
Cuando al fin, hablaron con mi padre. Un Psicólogo
me dio terapia intensiva para que la normalidad retornarse a mi vida y asumiera
que era una mujer y mi condición era de estar con un hombre. En pocas palabras
quisieron lavarme el cerebro y olvidar cualquier indicio de mi homosexualidad.
Una vez que lo comprobaron y acepté delante de ellos, lo que deseaban oír.
Fue ahí que me devolvieron mi libertad y tuve que
prometer que jamás diría nada delante de ti o tus padres y para ello, me otorgó
un plazo de unos meses para que resolviese mi situación contigo y pidiera que
anuláramos nuestro matrimonio.
Antes de salir de su oficina, volvió en amenazar
que la próxima que sufriría no sería yo sino tú. Que haría todo cuanto estaba a
su alcance para llevarte a la ruina y exponerte ante su majestad para que te
privasen de tu título y beneficios que tenías.
Camino a Londres, medité en todo lo que había
vivido y sopesé mi futuro a tu lado. Pagué un alto precio por atreverme a
enamorarme de una mujer y más al haberme casado contigo. Comprendí que hiciera
lo que hiciera, mi vida no iba a cambiar. Además, había una razón más poderosa
que las amenazas de mi padre que hicieron que tomase la decisión de
abandonarte. ¡Ya no deseaba seguir a tu lado porque me era muy doloroso!
Cuando nos reunimos y me preguntabas qué me había
sucedido para estar tan abatida. No era capaz de verte a los ojos sin que el
dolor y los recuerdos volviesen como alimañas recodándome lo que perdí a manos
de mi padre y de ese hombre.
Aunque tus padres intentaron hablar conmigo por
separado para poder solucionar las cosas y darnos un tiempo para calmarnos. Eso
simplemente fue pérdida de tiempo porque mi decisión ya estaba tomada y no iba
a dar marcha atrás; aunque ello me significará renunciar a ti y hacerte sufrir.
¡Yo no podía pensar en ti! No tenía las fuerzas ni
la ilusión de poder salvar ese escollo. Me sentía que me habían robado mi vida,
la mitad de esta y me convertí en una simple muñeca de trapos sin corazón y
hecha pedazos a causa de un amor que provocó la mayor flagelación.
Tras dejarte atrás, tomé un el primer vuelo con
rumbo a Suecia junto a mi madre y me hospedé cerca de una familia amiga y ahí
pase unos meses hasta poder curar mis heridas físicas. Pero no las internas.
Regresé a Inglaterra para concluir mi carrera con
el propósito de valerme por mí misma y fui la que, rompió relación con mi padre
definitivamente. He estado tramitando desde hace dos años el cambio de apellido
para utilizar el de soltera de mamá y
poder enterrar mi pasado y la relación de sangre con Brandon Dorwen.
Rehíce mi vida a bases de congelar cualquier
emoción que me recordase la vulnerabilidad que puede contraer el amor. Solo
fueron acompañantes y amantes ocasionales. Me había jurado nunca más volver a
involucrarme otra vez con nadie.
Postulé al concurso para convertirse en aeromoza y
lo aprobé sin inconveniente alguno. De ese modo podría mantenerme al margen de
todo lo que involucraba mi pasado.
Mis viajes me daban esa paz y tranquilidad que
necesitaba. No había tiempo de pensar ni extrañar por lo que se volvió un
acierto.
Después de tanto tiempo conseguí enterrar tu nombre
en el fondo y a pesar de que nos volvimos a encontrar varias veces. Mantenía mi
mente enfocada en que eras solo una mujer más de todas las que debía tratar y
con ello, me convencí de que podía devolverte parte del daño que recibí a causa
de tu amor.
¡Qué idiota fui! Olvide que jamás podría librarme
de ti y el día que recibí la notificación de demanda creí enloquecer y luche
para que no volvieses a someterme al igual que lo hizo mi padre. ¡Llegué a
odiarte Alesia!...Me recordabas ese maldito pasado que me costó lágrimas y
sufrimiento y por cual vendí mi alma al diablo por tratar de poder respirar y
ser libre de sus manipulaciones.
Ahora vienes tú y me vuelves a encadenar al igual
que lo hizo él sin un ápice de consideración. ¡Yo sé que desde tu punto de
vista no merezco tal derecho!
¿Qué sabías tú, Condesa de Brigston? No estabas ahí
cuando me desgarraron el alma y me quitaron lo que más anhelaba tener. Me
robaron la alegría y me despojaron de sentimientos que nunca más podré sentir.
Dime Alesia… ¿Dónde estabas tú?...Cuando…Cuando ellos…Ellos… (Gestos de dolor
empuñando su mano contra la joven Brigston)… Me privaron del único derecho que
anhelaba con todo mí ser.
─ ¡Misha! ─ interrumpió Alesia que tiro su vaso a
un costado y trató de calmarla e intentó abrazarla. ─ ¿Qué te hicieron?
─ ¡Suéltame Alesia! ─ gritó enardecida Misha,
tratándose de zafar de aquellos brazos que se resistían a soltarla. ─ ¡No me
toques! No ahora… ¡Ya es muy tarde! A ti solo te importa tu buen nombre al
igual que mi padre. Son iguales…Iguales… ¡Maldita sea!
─ No lo soy ─ protestó Alesia y reforzó su esfuerzo
para calmarla. ─ Nunca dejaste de importarme porque te amaba demasiado a pesar
de todo el dolor que me infringías.
─ ¡Mentira! ─ acusó Misha con el dolor latente en
su voz y en su mirada. ─ si te hubiese importado me hubieses buscado ese mes
que estuve lejos de ti. No te importé un comino y simplemente me dejaste ir
como si nada. ¿No me digas que me amabas? Porque yo te llegué a necesitar más que cualquier otra
persona. ¡Te necesitaba Alesia! Aunque no hubiese salido ningún maldito sonido
de los labios porque no podía emitir palabra por el dolor que tenía conmigo.
Pero si te hubiese importado hubieses insistido sin importar lo que yo hubiese
dicho porque amar no es dejar de insistir
hasta alcanzar tu objetivo. Pero de diste por vencida. ¡Dejándome sola y vacía!
Me entregaste al dolor al igual que ellos sin preguntarme realmente si era lo
que deseaba. ¡¿Por Dios no pudiste luchar un poco más por mí?! ¿De qué te
sirvió conquistarme si dejaste que otros nos lastimasen? ¡Háblame! No te calles
como en el pasado.
─ Misha… ¡Aquí estoy!... junto a ti…No volverán a
lastimarte otra vez. ─ murmuró con la voz quebrada Alesia y procurando darle
paz a su atormentada mente. ─ ¡Tranquila estoy contigo!
─ ¿Por qué? ─ lloró con toda su alma Misha sin
consuelo alguno y reviviendo todo el dolor de antaño. ─ No estabas ahí con tu
luz. Todo era oscuridad sin ti. Solo había silencio y dolor, lágrimas que
secaron mi corazón.
─ ¡Perdóname! ─ susurró Alesia, estrechándola más
en sus brazos y prodigarle sosiego. Le partía el alma verla llorar de ese modo.
─ Yo… Yo… ─ solo balbuceaba Misha el pronombre pero
fue incapaz de seguir.
─ Dime… ¿Qué fue lo que nos arrebataron ellos? ─
indujo Alesia, teniendo una pequeña corazonada por el dolor presente en su
esposa. ─ ¡Por favor dime! ¿Qué te hicieron?
─ Ellos…Ellos… ─ intentó decir Misha muy abrumada
al recordar ese nefasto día y apretando los brazos de la Condesa, procuró
seguir. ─ Ellos me quitaron… la ilusión que teníamos de…de… ¡Ser Madres!
Los ojos azules de Alesia, se abrieron como platos
y se opacaron de golpe tras oír esas palabras finales. Nada le hubiese
preparado para recibir semejante verdad puesto que la desconocía por completo.
En automático, sus ojos se cerraron y las lágrimas explotaron cual tormenta
sobre sus mejillas y el temblor de sus labios indicaba que estaba luchando por
asumir esa verdad. Aun costo salvaje de emociones.
Los nudos de cerraron en su garganta de saliva y
dolor que no dejaban pasar ninguna sílaba que se conjugase para formar una
insignificante palabra.
Los segundos se volvieron eternos minutos en que
ambas mujeres quedaron en completo silencio con un dolor a cuesta sobre sus
corazones y la impotencia de saberse burladas por el destino y de dos hombres
que les privaron no solo de amor si no que también de formar una familia.
Alesia estaba a punto de romperse por dentro cuando
sintió como el cuerpo de su esposa se desplomaba en sus brazos y perdía la
noción de las cosas.
─ ¡Misha…no! ─ fue la exclamación que brotó de su
garganta tras sobre ponerse a su dolor.
Tomó a la joven en sus brazos y la alzó para
llevarla directo a su alcoba. La depositó en el lecho y fue a buscar un paño
para aplicar perfume y hacerle recobrar el conocimiento. Al poco rato, los ojos
de Dorwen se fueron abriendo lentamente y entre lo nublado de su mirar fue
enfocando la figura algo borrosa que tenía enfrente. Hasta que todo se volvió
nítido y el rostro de su viejo amor se dejo ver.
─ ¡Calma! ─ dijo Alesia al ver que su esposa
intentaba levantarse abruptamente. ─ No te levantes de golpe. Perdiste el
conocimiento y no es bueno que sigas agitándote.
─ Pero ─ intentó decir Misha.
─ Seré yo, quién hable ahora y tú solo te limitarás
en responder un poco sin entrar en detalles por el bien de tu salud. ─señaló
Alesia con un dejo de ternura dentro de lo que se podía. ─ ¿Te parece?
─ Sí ─ fue su respuesta.
─ Acabas de confesarme que estabas embarazada
cuando tu padre te citó en Manchester ─ indagó Alesia. ─ ¿Eso es así?
─ Sí ─ respondió Misha con pesar.
─ ¿Lo sabías desde hace mucho? ─ preguntó Alesia,
viendo fijamente sus ojos.
─ Lo supe en el viaje cuando el doctor me llamó
antes de que abordara el avión ─ respondió Misha. ─ Quiso hacerme saber que el
tratamiento había surtido efecto en su primer intento y que no siguiese con más
intentos, según lo que teníamos pauteado y me solicitó que fuese a su consulta
apenas regresara de mi viaje.
─ ¿Cuántos meses de gestación tenías en ese
momento? ─ inquirió Alesia sacando cálculos mentalmente. ─ Porque nosotras
hicimos la inseminación hacia solo unos meses de habernos casado.
─ Tenía casi dos meses de embarazo ─ dijo Misha.
─ ¡Por Dios! ─ exclamó con dolor Alesia,
acariciando la mejilla de su esposa. ─ Ahora puedo entender un poco tu dolor y
porque no deseabas verme más. Te recordaba al hijo que nos arrebataron ¿No es
así?
─ S…S…Sí ─ Balbuceó Misha.
─ No puedo negarte que en este minuto me siento
morir tras saber esto ─ confesó sinceramente Alesia, sin dejar de acariciar esa
mejilla. ─ Por favor… ¡Perdóname por no estar ahí para ti!
─ Alesia ─ dijo Misha con dolor al ver en sus ojos
su propio dolor por la pérdida.
─ ¡Shis! ─ suplicó silencio Alesia. ─ ¡Ya no digas
más! No hace falta que sigas exponiéndote a un dolor que no te mereces y que ya
te hicieron vivir. Te prometo que vamos a buscar ayuda para ti y que puedas
dejar salir todo esto que tienes aquí (tocando el corazón de su esposa) Y yo
voy a estar contigo en todo momento. No volveré a dejarte sola nunca más.
─ ¿Podrás perdonarme tú por el hijo que nos
arrebataron? ─ preguntó Misha sin dejar que de sollozar. ─ No pude cumplir mi
promesa de ser la madre de tus hijos.
Con otro nudo en la garganta, Alesia, se las
arregló para responderle a su esposa.
─ ¡No tengo nada que perdonarte! ─ fue la respuesta
de la Condesa. ─ No has sido tú la que nos privó de ser madres. Si no ellos.
Así que no cargues más con esa cruz, que no es tuya sino de otros.
─ Alesia… ¡Yo lo siento tanto! ─ se disculpó Misha
lanzándose en los brazos de la rubia. ─ En verdad deseaba con toda mi alma
poder darte hijos…Ese hijo, era toda mi ilusión y la que me brindó la mayor de
las dichas y me daba alas para ser feliz junto a ti.
─ ¡Misha!...Misha… ¡Mi vida!... ¡Mi amor! ─ murmuró
con todo el dolor presente en su voz Alesia. ─ Aunque es complejo ahora,
hablarlo para ambas. No quita que podamos vivir un nuevo presente en que la
familia sea nuevamente lo más valioso para las dos. Pero ahora, no es el
momento de hablarlo porque debemos sanar esas heridas para luego, volver a
construir.
La joven Dorwen, sintió que un frío la recorrió
desde la punta de los dedos de los pies hasta la última raíz de cabello al
escuchar decir aquello a Alesia. Supo que no todo estaba perdido y quizás al
fin podrían darse una nueva oportunidad tras quedar al descubierto toda la
infamia de Brandon Dorwen y su cómplice.
Sin embargo, no eran dos los protagonistas del
dolor de la pareja si no que en las sombras estaban las manos siniestras de su
más acérrima opositora y gestora en gran parte de su desgracia del presente y
del pasado… ¡Vivian Brigston!...o Camille Renout.
Tema acompañante de este capítulo…Plegde…The
Gazette.
2 comentarios:
aaaaaaaaaaaaaa me desmayo, estuvo genial, pero triste, pero excelenteee!!!!
Por diosss que infamiaaa contra mishsa!
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