mujer y ave

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sábado, 23 de diciembre de 2017

Mi pasado, mi tormento II parte de Motivos.


Aras del pasado
52  Mi pasado; mi tormento II parte.

─ ¿Aún no responde su móvil? ─ preguntó inquieta Alexandra viendo a su hermano.
─ No ─ fue la respuesta de John y rascando nerviosamente su barba. ─ Es muy extraño que ella mantenga su aparato apagado. Algo está mal.
─ Mamá fue bien clara que tratásemos de comunicarnos con nuestra hermana. ─ repuso Alex. ─ Y llevamos más de dos horas intentando y cuándo ellos vuelvan, no sé que les diremos.


─ La verdad, Alex ─ respondió John. ─ No podemos mentirle a papá, tú sabes cómo es él. Jamás tolera la mentira.
─ Lo sé hermano ─ adujó la menor de los Brigston. ─ No sé lo que pueda estar pasando con nuestra hermana para que nuestros padres hayan salido tan de repente y con tanta premura. Es la primera vez que Alesia se comporta de esta forma y la verdad, estoy preocupada porque algo me dice aquí adentro (Tocándose el pecho) que está en problemas. Lo presiento.
─ Alex, tranquila ─ instó John. ─ debemos confiar en nuestra hermana, por algo es la mayor y la actual Condesa. Nos debemos a ella como familia y de necesitar de nosotros estaremos ahí para darle nuestro apoyo.
─ ¡Por favor intenta una vez más! ─ suplicó la rubia que a esas alturas mordía nerviosamente una de sus uñas. Una costumbre no peculiar en ella.
─ Está bien ─ aceptó John y volvió a marcar el móvil de su hermana mayor.
Esta vez, el auricular comenzó con el característico sonido de marcado. Aliviando un poco más al joven Brigston y tras varios intentos. Se escuchó…

─ Diga ─ fue la voz que respondió desde el otro lado.
─ ¿Alesia? ─ preguntó su hermano.
─ Lo siento John ─ corrigió la persona que respondió la llamada. ─ Tu hermana no puede responder porque va al volante.
─ ¿Con quién tengo el gusto en hablar entonces? ─ inquirió curioso John.
─ Con Misha ─ respondió la joven.
─ ¿Misha Dorwen? ─ indagó confundido John porque hacía mucho que sabía que estuviese en contacto con su hermana.
─ La misma, John ─ contestó Misha con voz cansada. ─ ¿Quieres dejar un recado para Alesia?
─ Dile a mi hermana que nuestros padres la están buscando y necesitan contactarse con ella ─ señaló John. ─ Si es posible que venga a casa, por favor.
─ Le daré tu mensaje ─ señaló Misha.
─ Gracias ─ dijo John. ─ Te dejo.
Sin más la llamada se cortó y el joven Brigston, tras guardar su celular, quedo sopesando las cosas un poco.
─ ¿Qué sucedió? ─ preguntó Alex tras ver el rostro de su hermano.
─ Al parecer está bien ─ Respondió John. ─ Y sabes ¿Quién estaba en su compañía?
─ Ni idea John, no soy adivina ─ repuso Alex ─ Puedo intuir o suponer cosas, pero de ahí en adivinar. No sé me da esa materia. Dime ¿Con quién estaba nuestra hermana?
─ Con Misha ─ contestó John.
─ Espera… ¿Te refieres a esa Misha? ─ Intentó en adivinar Alex. ─ ¿Hablamos de la misma mujer?
─ Dorwen ─ terminó por confirmar John.
─ ¡A caramba! ─ exclamó Alexandra, haciendo muecas de asombro. ─ Eso no me lo esperaba. Que yo recuerde…Hace años que no veo a esa chica por acá o cerca de nuestra hermana. Desapareció de la noche a la mañana y nunca más lo volvimos a ver.
─ En un tiempo pensé que era muy cercana a nuestra hermana y como dices tú, desapareció sin más─ acotó John. ─ Son ese tipo de amistades que van y vienen por lo visto.
─ ¿Se puede llamar a eso amistad? ─ inquirió Alex con escepticismo. ─ ¡Perdóname! Pero eso no puede calificarse como amistad, hermano. Entró en la vida de Alesia como una gran amiga y llegó hacer aceptada por nuestros padres y tú mejor que nadie sabes lo inquisitivo que resulta para cualquier extraño tener la aprobación de ellos. Más tratándose de la heredera al título que es constantemente sometida a escrutinio y regirse por cuanta regla hay en nuestra familia. ¿Y para irse sin más? No le importó saber cómo se encontraba nuestra hermana en lo absoluto. Así que, no creo en ese tipo de relacionarse entre amigos. ¡Que Dios me perdone! Pero dudo de sus verdaderas intenciones al volver a relacionarse con nuestra hermana.
─ ¡Y así dicen que eres la menor! ─ alabó John. ─ Eres muy perceptiva hermanita mía. Pero debes darle una segunda oportunidad. Si para Alesia es importante tendremos que respetar sus deseos. No tenemos alternativa. Ella es la Condesa de Brigston y no podemos objetar sus decisiones.
─ Lo sé, pero soy su hermana antes que nada ─ corrigió Alexandra, con seriedad. ─ Y a mí no me apetece darle ninguna chance a esa tal Misha. Tengo una corazonada con respecto a ella y no creo equivocarme.
─ Hermana ─ objetó John, colocándose de pie y verla con algo de enfado. ─ ¡No te pongas en ese plan! No es bueno desafiar a Alesia y menos llevarle la contra a nuestros padres. Además, no veo mucho el porqué de tu desconfianza, Alex ¿Porqué las mujeres tienen que ser tan difíciles?
─ No somos difíciles John ─ refutó la rubia Brigston. ─ Solo llámalo sexto sentido. Además, no estoy desafiando a nadie que yo sepa; solo no comulgo con la clase de amistad que pueda ofrecerle esa chica a nuestra hermana.
─ Ok…Ok ─ terminó por zanjar John. ─ Lo dejaremos así. Ahora, voy a buscar a Marcus para que avise a nuestro padre sobre Alesia.
─ Muy buena idea ─ convino Alex. ─ Por mi parte, iré a llamar a Claudine e informarle para que tía Anette esté informada.
─ Perfecto. Hazlo por favor. ─ consintió John.
─ Nos vemos en un rato más ─ dijo Alex y se fue a su habitación para contactarse con su prima.

Mientras en el palacio de la familia Brigston los hermanos iban a sus respectivos objetivos. En otra parte y lejos de Londres. Un coche se detenía en la zona para aparcar vehículos del conjunto de apartamentos.
Dos mujeres descienden del coche y una de ellas, se muestra visiblemente preocupada y a la vez, mostraba un semblante pálido ante el escenario que tendría que enfrentar. A su vez, la otra mujer dictaba mucho de la otra porque mantenía el suyo, impávido como reteniendo cualquier emoción que pudiese estar sintiendo dentro de sí. No se estaba permitiendo dar a conocer nada que pudiese ser usado en su contra. Y era la primera vez en su vida que mostraba esta faceta que dictaba mucho de su forma de ser habitualmente. Pero que debido a las circunstancias, optó por ser el único camino que le iba quedando.
Aquella rubia melancólica, mantenía su cabeza trabajando a full de emociones buscando una salida práctica para enfrentar las cosas sin tener que lastimarse a sí misma una vez. E iban las ideas unas tras otras como en picada mostrándose como la mejor alternativa para salir del paso, pero…Eran titubeantes al igual que el titilar de las estrellas en el manto de la anochecer. No eran de un constante resplandor; mejor dicho, fijo y perdurable sino un titilante brillo. Del mismo modo eran las ideas que se agolpaban en las sienes de aquella mujer. De rostro muy peculiar porque no era la típica chica de cabellos dorados y grandes ojos de color si no que una de rasgos algo orientales y muy blanquecinos como si fuese alabastro. Sus ojos si eran muy intensos en su matiz azulado con una profundidad que pocas veces se ve a menudo por marchito del mirar de los adultos con los años. Es decir, pierden la vivacidad se su propia esencia que se ve reflejada en su mirada.
─ ¿Hablarás con tus padres? ─ fue la pregunta más intrincada pero fuera de lugar a esas alturas por parte de la rubia temerosa.
No supo si fue por lo estúpido de la pregunta o por el temor que sintió en el timbre de su voz que hizo que la otra mujer, rubia además. Detuviese sus pasos por un instante y le quedase viendo con total perplejidad.
─ ¿Intentas bromear  Misha? ─ espetó con cierta inquisición la otra mujer.
─ ¡Cómo se te ocurre que deseo bromear a estas alturas! ─ dijo la joven. ─ Alesia.
─  Entonces ha sido la pregunta más estúpida que hayas hecho ─ sentenció sin un ápice de piedad Alesia.
─ Si eso piensas ─ murmuró Misha con pesar. ─ No veo lo estúpido en querer saber si hablaremos en presencia de tus padres.
─ Creo que fui bien clara en decir que íbamos hablar nosotras primero y luego con mi familia ─ recalcó duramente Alesia. ─ Veo que no te quedo muy claro el mensaje.
─ ¡Por favor deja la pesadez para después! ─ pidió Misha. ─ Solo preguntaba nada más.
─ Si no deseas que sea descortés contigo, deja de hacer preguntas irrelevantes en este momento. ─ Señaló Alesia, retomando el camino.
─ ¡Haz cambiado mucho, Alesia! ─ dijo Misha con desasosiego en el alma.
─ ¿Y qué esperabas? ─ indagó indignada Alesia, volviéndose a verla. ─ ¡Que te esperara con los brazos abiertos y lamiera el suelo por dónde pasabas!
─ Claro que no ─ respondió Misha, tragando saliva. ─ Pero nunca imaginé que pudieses comportarte del modo en que lo haces ahora.
─ ¡Vaya descaro de tu parte! ─ exclamó Alesia viéndola con enojo. ─ ¡Te vas como si nada hubiese pasado entre nosotras! Y ahora resulta que vienes exigiéndome un trato digno ¿Se te olvido que fuiste tú la que me abandonó? La que no tuvo la decencia de mirar a tras tan solo una vez y que para el colmo de la desfachatez, te doy nuevamente la oportunidad de ser sincera y poder hablar las cosas ¿para qué? Nuevamente guardar silencio sin importarte lo que yo pudiese sentir o necesitar.
─ Te dije cuando estábamos en la universidad ayudando a las chicas que no sería fácil retomar una conversación entre las dos ─ trató de explicar Misha, resultándole doloroso armarse de valor ante todo lo que estaba sintiendo. ─ Han pasado tres años y dejamos de vernos. No es fácil romper ese hielo que se creó entre nosotras.
─ Un hielo que tú misma creaste como barrera entre las dos ─ corrigió severamente Alesia. ─ Y que lastimosamente sigues forjando una y otra vez.
─ Lo lamento ─ se disculpó vacilante Misha, bajando un tanto la mirada. ─ No deseaba lastimarte.
─ Pero lo has hecho ya demasiadas veces ─ criticó Alesia. ─ Es imposible para mí creer que seas la misma persona de la cual me enamoré y dijo amarme. Sinceramente pienso que fuiste la que cambió por completo. No eres ya ni la sombra de esa muchacha tímida y con un  miedo atroz a enamorarse y dejarse llevar por la voz de su corazón y su propio sentir.
─ ¡Si tú supieras! ─ musitó Misha más para sí que para su contra parte. ─ Entenderías cómo me siento.
─ Entonces comienza hablar, Misha ─ exigió Alesia, pulsando el botón del elevador y tras indicarle que entrase al cubículo, añadió. ─ Y pueda entender tus acciones.
─ No tengo más remedio ─ asumió con desgano Misha, volviendo a bajar la vista al piso porque se sentía incapaz de sostener la mirada inquisitiva de su esposa.
─ ¡Eso no, querida! ─ hizo hincapié Alesia, levantándole el mentón. ─ ¡Mírame a los ojos cuando te dirijas a mí! Te recuerdo que no soy cualquier persona si no tu esposa y al menos merezco un poco de respeto de tu parte ¿no te parece?
─ ¡Discúlpame! ─ susurró apenas Misha sin dejarle de verle a los ojos que le conmovieron las palabras expresadas por su ex pareja o esposa. ─ Esto va hacer más difícil de lo que creí.
─ ¡Así! ¿Por qué? ─ preguntó Alesia, justo cuando el elevador llegó al piso que había sido marcado. ─ ¡Vamos!
─ Por tanto y poco a la vez ─ fue la respuesta de Misha al pasar por el costado de su compañera. ─ Entre las dos hay un muro de pesadez que se tendrá que ir si queremos hablar en forma decente como la gente. De lo contrario esto se pondrá muy feo y terminaremos lastimándonos seriamente. Ésta no será una conversación entre amigas o confidentes. Será una plática de las más duras que te puedas imaginar, Alesia.
La Condesa quedo un tanto perpleja al sopesar el tenor de las palabras emitidas por su esposa. Comenzó a dilucidar que había mucho más de lo que Katherine le informó tras la investigación y al juzgar por el semblante de su consorte, tuvo esa certeza y por más que trató de ignorar lo que se estaba gestando dentro de su pecho y del enojo que aún le embargaba tras conocer hechos ocultos de su relación sentimental. Tenía un mal presentimiento y sabía que había una leve probabilidad que estuviese errada en sus presunciones pero por lo visto el mayor porcentaje le era más favorable a la certeza inequívoca.
─ ¡Entra! ─ ordenó Alesia, al abrir la puerta de su apartamento.
Misha, entró una vez más en el inmueble que conocía de sobra en los tiempos que ellas dos eran novias y se resguardaban de todo y de todos; mejor dicho; el escrutinio de la sociedad y de sus padres.

─ ¡Permíteme! ─ solicitó Alesia, para quitarle su gabardina y colgarla en la percha de entrada.
─ Gracias ─ dijo Misha.
Luego, la joven Brigston, se fue directo a la barra de su alacena de licores. Sacó dos copas y un whisky. Puso hielo y sirvió el contenido. Se acercó hasta la otra mujer y le ofreció uno de los vasos.
─ Ya que será una de las conversaciones más espinosas que hayamos tenido, al menos podemos restarle su mal sabor con un trago ─ soltó con reticencia Alesia y se dejo caer sobre una de los sofás.
─ ¿Desde cuándo inicias una conversación con un trago de por medio? ─ se atrevió en preguntar Misha, admirada del gesto de la rubia.
─ No suelo hacerlo. Siempre quiero estar lucida y con los sentidos alerta para no perderme nada trascendental que pudiese afectar mi juicio ─ expresó con un dejo de cansancio. ─ Pero no puedo hacerme la loca ante tus palabras de hace un momento y saber que al menos, puedo suavizar un poco mi carácter y quitarme el mal sabor de boca que tengo. Después de saber lo que se me ha ocultado.
─ Comprendo ─ dijo Misha y tomo asiento frente a su esposa. Jugó un rato con su trago para ver fijamente su contenido para luego, decir. ─ Siento que ni siquiera este brebaje podrá minimizar el impacto de lo que voy a revelarte. ¡En fin! No hay marcha atrás.
Tragando saliva con dificultad, se bebió de golpe el contenido de su vaso y lo dejo sobre la mesita. Aspiró profundamente y trató de reunir fuerzas mentales para armarse de coraje para lo que estaba a punto de confesar.
─ ¡Habla! ─ instó Alesia clavando sus ojos sobre los de su esposa.
─ ¡Dios! ─ exclamó con pavor Misha y apretando sus puños, trató de hilar los primeros sonidos de una conversación durísima. ─ Quiero que sepas antes que nada que: Nada ha sido fácil para mí. Ni siquiera mi separación contigo y solo te pido por única y última vez que intentes siquiera ponerte en mi lugar, en mis zapatos y luego, descargues todo cuanto te parece. Apeló a tu buen juicio que siempre has tenido, Condesa de Brigston.
¡Ya de por sí fue un golpe duro! El escuchar decirle aquello, le supo fuerte y demasiado real para ella misma. Pero no dijo nada, solo se acomodó más en el sofá y siguió observando a la joven frente suya.
─ ¿No sé cuánto te haya dicho Katherine? ─ inició su confesión Misha Dorwen. ─ Y tampoco tengo la certeza de que sepas todo. Hay muchas cosas que no están materializadas en ningún archivo o documento que compruebe por todo el infierno que tuve que vivir desde que te conocí y me atreví a vivir mi relación sentimental contigo.
Lo cierto es que, muchos de los documentos que haya investigado Kat, son fidedignos de mi realidad en todo el tiempo que estuvimos juntas.
Tuve una larga estadía en un convento para poder recuperarme de lesiones que provocó mi padre al saber que había cometido el delito de entablar una relación con una mujer. Esto no es un tema del cual quiera entrar mucho en detalles porque sigue siendo muy doloroso para mí. Sin embargo, lo cierto es que sufrí constantes agresiones de parte de mi progenitor cada vez que iban llegando pruebas que delataban mi vida amorosa.
Cada cita que el concertaba conmigo, era una lección durísima que mi cuerpo recibía por ser una mala hija y exponerlo a las habladurías de la sociedad.
Al año de conocernos en la universidad, mi padre comenzó en recibir fotografías y denuncias en mi contra de parte de una persona que se las ingenió para hacerle llegar dicho material. En un principio supe salvar la situación y demostrar todo lo contrario. Manteniéndome en una postura férrea en que las acusaciones eran totalmente falsas.
Sin embargo, a medida que el tiempo transcurrió y me trato personal contigo comenzó a trastocarse y sucumbir a mis propios sentimientos, fue que esa persona agudizó más sus acciones al punto de un acoso constante, pero sin resultado favorable para él. No podía ceder ante las amenazas que me sometió y simplemente me deje llevar por la fuerza de aquel sentimiento que nació entre nosotras y me aferré a que dicho amor podría darme las fuerzas para hacerle frente a los obstáculos que la vida presenta y ante las manipulaciones que efectúan personas sin un ápice de  consideración.
Fue pasando el tiempo y cada vez, mis sentimientos por ti, me hacían sobrellevar los castigos que mi padre me otorgaba en cada cita. Yo no deseaba por nada del mundo que supieses lo sucedía porque me sentía débil y no sería capaz de defender el amor que profesábamos.
Cuando me propusiste matrimonio en secreto casi al finalizar el segundo año de universidad y que además, lo haríamos en privado solo con tus padres de por medio. Trajo conmigo una dicha que no puedes siquiera imaginar. Sentía que al fin podría ser feliz y que las sombras del temor se disiparían de una vez por todas.
Yo acepté tu proposición e hice hasta lo inhumano para que esto no llegase a oídos de mi acosador y no tuviese argumentos que presentarle a mi padre. No obstante, fui una ilusa e insensata en ese aspecto porque nunca dimensioné lo que ello conllevaría en mi vida, luego, de desposarme contigo.
Desde ese día mi verdadero infierno se desproporcionó en una magnitud que jamás sospeché que podría darse a partir del despecho de un hombre que no supo asumir que yo nunca podría sentir por él, lo que tú eras capaz de hacerme vivir y sentir.
 A los meses de estar casada; exactamente cuando llevábamos tan solo ocho meses, fue cuando mi padre mi citó en las afueras de Manchester para discutir una supuesta herencia que dejase una de sus tías maternas a mi nombre. Ese día llegue al hotel en que me citó y me hospede por dos días tal como te había dicho que estaría fuera por ese tiempo. No obstante, al poner mis pies en mi habitación; me encontré con que mi padre ya estaba ahí y junto con él. Ese infeliz que fue en persona para desmentirme frente a mi progenitor y con fotos de nosotras dos juntas junto con una fotocopia del acta de matrimonio que celebramos. Expuso mi vida sentimental sin ninguna contemplación y al ver el rostro de mi padre supe que las cosas se iban a volver duras para mí y efectivamente así fue. No hubo una sola palabra que le convenciera de que tenía derecho a vivir la vida que había escogido junto a la persona que amaba. Le rogué una y otra vez que me diese la oportunidad de exponerle mi verdad sin más engaños y un arrebato de valentía; según yo; le enfrenté y advertí que no iba a cambiar mi vida y que por primera vez iba a seguir los dictámenes de mi corazón sin tomar más su parecer. Y ese simple acto de luchar por lo que amaba y necesitaba me costó tan caro. Porque la paliza que él me dio aún puedo recordarla como si fuese hoy.
Fue la tarde y noche más larga que he vivido porque el honorable juez Dorwen es un hombre implacable y su hija lo había avergonzado y expuesto a la burla de su entorno y que jamás me permitiría que me saliese con la mía y que iba a obedecerle costase lo que costase.
Esa noche perdí el conocimiento y después de no sé cuántas horas desperté en una fría habitación de ese convento con una de esas religiosas limpiando mis heridas y vigilando que el suero y el medicamento que me estaban dando surtiese efecto.
Fueron días de dolor porque me sometieron a terapias de frío y calor  en todo mi cuerpo con el único propósito de sacarme aquella enfermedad que se me había metido en  el cuerpo. Me tuvieron dopada y con sondas vigilaban que todo estuviese resultando según la prescripción del Psiquiatra y experto en disfunciones cerebrales en la conducta sexual. ¡La ciencia iba a curarme de mi locura!
Los dos días se volvieron dos semanas en la que llegué a pensar que nunca más vería la luz de día y podría ver a otro ser humano. Horas tras horas entraba en esos baños para quitarme la suciedad con la que decían que estaba contaminada. No había descanso para mí, no conseguía siquiera poder cerrar los ojos por un momento sin saltar a causa de los miedos que regresarán a darme más baños de recuperación como lo llamaron.
Cuando al fin, hablaron con mi padre. Un Psicólogo me dio terapia intensiva para que la normalidad retornarse a mi vida y asumiera que era una mujer y mi condición era de estar con un hombre. En pocas palabras quisieron lavarme el cerebro y olvidar cualquier indicio de mi homosexualidad. Una vez que lo comprobaron y acepté delante de ellos, lo que deseaban oír.
Fue ahí que me devolvieron mi libertad y tuve que prometer que jamás diría nada delante de ti o tus padres y para ello, me otorgó un plazo de unos meses para que resolviese mi situación contigo y pidiera que anuláramos nuestro matrimonio.
Antes de salir de su oficina, volvió en amenazar que la próxima que sufriría no sería yo sino tú. Que haría todo cuanto estaba a su alcance para llevarte a la ruina y exponerte ante su majestad para que te privasen de tu título y beneficios que tenías.
Camino a Londres, medité en todo lo que había vivido y sopesé mi futuro a tu lado. Pagué un alto precio por atreverme a enamorarme de una mujer y más al haberme casado contigo. Comprendí que hiciera lo que hiciera, mi vida no iba a cambiar. Además, había una razón más poderosa que las amenazas de mi padre que hicieron que tomase la decisión de abandonarte. ¡Ya no deseaba seguir a tu lado porque me era muy doloroso!
Cuando nos reunimos y me preguntabas qué me había sucedido para estar tan abatida. No era capaz de verte a los ojos sin que el dolor y los recuerdos volviesen como alimañas recodándome lo que perdí a manos de mi padre y de ese hombre.
Aunque tus padres intentaron hablar conmigo por separado para poder solucionar las cosas y darnos un tiempo para calmarnos. Eso simplemente fue pérdida de tiempo porque mi decisión ya estaba tomada y no iba a dar marcha atrás; aunque ello me significará renunciar a ti y hacerte sufrir.
¡Yo no podía pensar en ti! No tenía las fuerzas ni la ilusión de poder salvar ese escollo. Me sentía que me habían robado mi vida, la mitad de esta y me convertí en una simple muñeca de trapos sin corazón y hecha pedazos a causa de un amor que provocó la mayor flagelación.
Tras dejarte atrás, tomé un el primer vuelo con rumbo a Suecia junto a mi madre y me hospedé cerca de una familia amiga y ahí pase unos meses hasta poder curar mis heridas físicas. Pero no las internas.
Regresé a Inglaterra para concluir mi carrera con el propósito de valerme por mí misma y fui la que, rompió relación con mi padre definitivamente. He estado tramitando desde hace dos años el cambio de apellido para utilizar el de  soltera de mamá y poder enterrar mi pasado y la relación de sangre con Brandon Dorwen.
Rehíce mi vida a bases de congelar cualquier emoción que me recordase la vulnerabilidad que puede contraer el amor. Solo fueron acompañantes y amantes ocasionales. Me había jurado nunca más volver a involucrarme otra vez con nadie.
Postulé al concurso para convertirse en aeromoza y lo aprobé sin inconveniente alguno. De ese modo podría mantenerme al margen de todo lo que involucraba mi pasado.
Mis viajes me daban esa paz y tranquilidad que necesitaba. No había tiempo de pensar ni extrañar por lo que se volvió un acierto.
Después de tanto tiempo conseguí enterrar tu nombre en el fondo y a pesar de que nos volvimos a encontrar varias veces. Mantenía mi mente enfocada en que eras solo una mujer más de todas las que debía tratar y con ello, me convencí de que podía devolverte parte del daño que recibí a causa de tu amor.
¡Qué idiota fui! Olvide que jamás podría librarme de ti y el día que recibí la notificación de demanda creí enloquecer y luche para que no volvieses a someterme al igual que lo hizo mi padre. ¡Llegué a odiarte Alesia!...Me recordabas ese maldito pasado que me costó lágrimas y sufrimiento y por cual vendí mi alma al diablo por tratar de poder respirar y ser libre de sus manipulaciones.
Ahora vienes tú y me vuelves a encadenar al igual que lo hizo él sin un ápice de consideración. ¡Yo sé que desde tu punto de vista no merezco tal derecho!
¿Qué sabías tú, Condesa de Brigston? No estabas ahí cuando me desgarraron el alma y me quitaron lo que más anhelaba tener. Me robaron la alegría y me despojaron de sentimientos que nunca más podré sentir. Dime Alesia… ¿Dónde estabas tú?...Cuando…Cuando ellos…Ellos… (Gestos de dolor empuñando su mano contra la joven Brigston)… Me privaron del único derecho que anhelaba con todo mí ser.
─ ¡Misha! ─ interrumpió Alesia que tiro su vaso a un costado y trató de calmarla e intentó abrazarla. ─ ¿Qué te hicieron?
─ ¡Suéltame Alesia! ─ gritó enardecida Misha, tratándose de zafar de aquellos brazos que se resistían a soltarla. ─ ¡No me toques! No ahora… ¡Ya es muy tarde! A ti solo te importa tu buen nombre al igual que mi padre. Son iguales…Iguales… ¡Maldita sea!
─ No lo soy ─ protestó Alesia y reforzó su esfuerzo para calmarla. ─ Nunca dejaste de importarme porque te amaba demasiado a pesar de todo el dolor que me infringías.
─ ¡Mentira! ─ acusó Misha con el dolor latente en su voz y en su mirada. ─ si te hubiese importado me hubieses buscado ese mes que estuve lejos de ti. No te importé un comino y simplemente me dejaste ir como si nada. ¿No me digas que me amabas? Porque yo te  llegué a necesitar más que cualquier otra persona. ¡Te necesitaba Alesia! Aunque no hubiese salido ningún maldito sonido de los labios porque no podía emitir palabra por el dolor que tenía conmigo. Pero si te hubiese importado hubieses insistido sin importar lo que yo hubiese dicho porque amar  no es dejar de insistir hasta alcanzar tu objetivo. Pero de diste por vencida. ¡Dejándome sola y vacía! Me entregaste al dolor al igual que ellos sin preguntarme realmente si era lo que deseaba. ¡¿Por Dios no pudiste luchar un poco más por mí?! ¿De qué te sirvió conquistarme si dejaste que otros nos lastimasen? ¡Háblame! No te calles como en el pasado.
─ Misha… ¡Aquí estoy!... junto a ti…No volverán a lastimarte otra vez. ─ murmuró con la voz quebrada Alesia y procurando darle paz a su atormentada mente. ─ ¡Tranquila estoy contigo!
─ ¿Por qué? ─ lloró con toda su alma Misha sin consuelo alguno y reviviendo todo el dolor de antaño. ─ No estabas ahí con tu luz. Todo era oscuridad sin ti. Solo había silencio y dolor, lágrimas que secaron mi corazón.
─ ¡Perdóname! ─ susurró Alesia, estrechándola más en sus brazos y prodigarle sosiego. Le partía el alma verla llorar de ese modo.
─ Yo… Yo… ─ solo balbuceaba Misha el pronombre pero fue incapaz de seguir.
─ Dime… ¿Qué fue lo que nos arrebataron ellos? ─ indujo Alesia, teniendo una pequeña corazonada por el dolor presente en su esposa. ─ ¡Por favor dime! ¿Qué te hicieron?
─ Ellos…Ellos… ─ intentó decir Misha muy abrumada al recordar ese nefasto día y apretando los brazos de la Condesa, procuró seguir. ─ Ellos me quitaron… la ilusión que teníamos de…de… ¡Ser Madres!
Los ojos azules de Alesia, se abrieron como platos y se opacaron de golpe tras oír esas palabras finales. Nada le hubiese preparado para recibir semejante verdad puesto que la desconocía por completo. En automático, sus ojos se cerraron y las lágrimas explotaron cual tormenta sobre sus mejillas y el temblor de sus labios indicaba que estaba luchando por asumir esa verdad. Aun costo salvaje de emociones.
Los nudos de cerraron en su garganta de saliva y dolor que no dejaban pasar ninguna sílaba que se conjugase para formar una insignificante palabra.
Los segundos se volvieron eternos minutos en que ambas mujeres quedaron en completo silencio con un dolor a cuesta sobre sus corazones y la impotencia de saberse burladas por el destino y de dos hombres que les privaron no solo de amor si no que también de formar una familia.
Alesia estaba a punto de romperse por dentro cuando sintió como el cuerpo de su esposa se desplomaba en sus brazos y perdía la noción de las cosas.

─ ¡Misha…no! ─ fue la exclamación que brotó de su garganta tras sobre ponerse a su dolor.
Tomó a la joven en sus brazos y la alzó para llevarla directo a su alcoba. La depositó en el lecho y fue a buscar un paño para aplicar perfume y hacerle recobrar el conocimiento. Al poco rato, los ojos de Dorwen se fueron abriendo lentamente y entre lo nublado de su mirar fue enfocando la figura algo borrosa que tenía enfrente. Hasta que todo se volvió nítido y el rostro de su viejo amor se dejo ver.
─ ¡Calma! ─ dijo Alesia al ver que su esposa intentaba levantarse abruptamente. ─ No te levantes de golpe. Perdiste el conocimiento y no es bueno que sigas agitándote.
─ Pero ─ intentó decir Misha.
─ Seré yo, quién hable ahora y tú solo te limitarás en responder un poco sin entrar en detalles por el bien de tu salud. ─señaló Alesia con un dejo de ternura dentro de lo que se podía. ─ ¿Te parece?
─ Sí ─ fue su respuesta.
─ Acabas de confesarme que estabas embarazada cuando tu padre te citó en Manchester ─ indagó Alesia. ─ ¿Eso es así?
─ Sí ─ respondió Misha con pesar.
─ ¿Lo sabías desde hace mucho? ─ preguntó Alesia, viendo fijamente sus ojos.
─ Lo supe en el viaje cuando el doctor me llamó antes de que abordara el avión ─ respondió Misha. ─ Quiso hacerme saber que el tratamiento había surtido efecto en su primer intento y que no siguiese con más intentos, según lo que teníamos pauteado y me solicitó que fuese a su consulta apenas regresara de mi viaje.
─ ¿Cuántos meses de gestación tenías en ese momento? ─ inquirió Alesia sacando cálculos mentalmente. ─ Porque nosotras hicimos la inseminación hacia solo unos meses de habernos casado.
─ Tenía casi dos meses de embarazo ─ dijo Misha.
─ ¡Por Dios! ─ exclamó con dolor Alesia, acariciando la mejilla de su esposa. ─ Ahora puedo entender un poco tu dolor y porque no deseabas verme más. Te recordaba al hijo que nos arrebataron ¿No es así?
─ S…S…Sí ─ Balbuceó Misha.
─ No puedo negarte que en este minuto me siento morir tras saber esto ─ confesó sinceramente Alesia, sin dejar de acariciar esa mejilla. ─ Por favor… ¡Perdóname por no estar ahí para ti!
─ Alesia ─ dijo Misha con dolor al ver en sus ojos su propio dolor por la pérdida.
─ ¡Shis! ─ suplicó silencio Alesia. ─ ¡Ya no digas más! No hace falta que sigas exponiéndote a un dolor que no te mereces y que ya te hicieron vivir. Te prometo que vamos a buscar ayuda para ti y que puedas dejar salir todo esto que tienes aquí (tocando el corazón de su esposa) Y yo voy a estar contigo en todo momento. No volveré a dejarte sola nunca más.
─ ¿Podrás perdonarme tú por el hijo que nos arrebataron? ─ preguntó Misha sin dejar que de sollozar. ─ No pude cumplir mi promesa de ser la madre de tus hijos.
Con otro nudo en la garganta, Alesia, se las arregló para responderle a su esposa.
─ ¡No tengo nada que perdonarte! ─ fue la respuesta de la Condesa. ─ No has sido tú la que nos privó de ser madres. Si no ellos. Así que no cargues más con esa cruz, que no es tuya sino de otros.
─ Alesia… ¡Yo lo siento tanto! ─ se disculpó Misha lanzándose en los brazos de la rubia. ─ En verdad deseaba con toda mi alma poder darte hijos…Ese hijo, era toda mi ilusión y la que me brindó la mayor de las dichas y me daba alas para ser feliz junto a ti.
─ ¡Misha!...Misha… ¡Mi vida!... ¡Mi amor! ─ murmuró con todo el dolor presente en su voz Alesia. ─ Aunque es complejo ahora, hablarlo para ambas. No quita que podamos vivir un nuevo presente en que la familia sea nuevamente lo más valioso para las dos. Pero ahora, no es el momento de hablarlo porque debemos sanar esas heridas para luego, volver a construir.
La joven Dorwen, sintió que un frío la recorrió desde la punta de los dedos de los pies hasta la última raíz de cabello al escuchar decir aquello a Alesia. Supo que no todo estaba perdido y quizás al fin podrían darse una nueva oportunidad tras quedar al descubierto toda la infamia de Brandon Dorwen y su cómplice.
Sin embargo, no eran dos los protagonistas del dolor de la pareja si no que en las sombras estaban las manos siniestras de su más acérrima opositora y gestora en gran parte de su desgracia del presente y del pasado… ¡Vivian Brigston!...o Camille Renout.



Tema acompañante de este capítulo…Plegde…The Gazette.

2 comentarios:

elisiem dijo...

aaaaaaaaaaaaaa me desmayo, estuvo genial, pero triste, pero excelenteee!!!!

Sayuri dijo...

Por diosss que infamiaaa contra mishsa!

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