mujer y ave

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martes, 26 de noviembre de 2013

El llamado.


Las aventuras de Lunita, la reina de los siete mares.
Capítulo1. El llamado.

En la calurosa ciudad de la paz, que está situado al frente del territorio  de México. Pueblo costero, muy visitado por americanos por su belleza como por sus playas.
Muy lejos del bullicio de la ciudad y en un área más desértica, en choza hecha de barro y paja.  Una mujer atendía a su esposo, después de llegar casando de la pesca.

─ ¿Cómo está Carlitos? preguntó Ricardo, un mocetón de tez morena y lleno de surcos en su rostro, producto de la brisa marina y el inclemente sol.

Tu hijo duerme desde hace dos horas mencionó una mujer del mismo color de piel, bajita y de una larga cabellera azabache que estaba trenzada y adornada con dos hermosas cintas muy coloridas, aspecto muy peculiar en México.
Teresa, el niño no debe dormir tanto, no es bueno para un pequeño de 6 años, no es sano reprochó Ricardo, mientras se servía su sopa y su rostro denotaba molestia.
Intento mantenerlo despierto lo que más puedo, pero ¿qué puedo hacer? respondió ésta tú sabes muy bien lo que más desea en este mundo nuestro hijo.
Lo sé mujer afirmó Ricardo, dejando de lado la comida y viendo en dirección del dormitorio de su hijo.
Por un buen rato no dejo de ver aquel sitio e imaginarse a su pequeño levantarse de su cama y correr por toda la casa como cualquier niño lleno de energía y vitalidad, un travieso y sonriente bribón, como siempre deseo que serían sus hijos.
Hace seis años, cuando nació su único hijo, el doctor, lo llamó a un sitio apartado para explicarle que tanto su esposa como el bebé estaban con delicados. Debido a los continuos problemas que surgieron en el embarazo y que trajeron como consecuencia una insuficiencia cardiaca en el niño, además, de que sus pulmoncitos no se desarrollaron del todo bien.
El asma, estaría presente toda su vida y requería de cuidados en especial con sus resfríos. Sin embargo, su corazón enfermo sería su mayor obstáculo en su crecimiento y desarrollo, no permitiéndole llevar una vida normal como cualquier niño, ya que debía evitar esfuerzos que fatigaran en demasía su órgano.
Por lo general y dado que el lugar donde vivían era casi un desierto, no había mucho por hacer, ya que era un poblado de chozas de gente, cuyo sustento era la pesca y los niños a muy temprana edad se hacían pescadores como sus padres.
─¿Qué piensas tanto Ricardo? preguntó su esposa.
Al oír las palabras de su mujer, el hombre volvió de su ensoñación en el que estuvo sumido.
Está decido señaló sin mayor explicación Ricardo.
─¿Qué es lo que está decidido amor? inquirió Teresa sorprendida.
Cumpliré el deseo de mi hijo y llevaré a Carlitos a la costa para que vea el mar Explicó con firmeza Ricardo.
─ ¿Estás seguro? inquirió su esposa. sé que siempre ha sido el sueño de nuestro hijo, pero no puedo evitar preocuparme, es mi único hijo Ricardo y no quiero perderlo.
Estoy muy seguro Teresa aseveró éste, que se levantó y tomó el rostro de su esposa entre sus manos. confiemos que todo saldrá bien, sólo quiero ver a mi hijo feliz, ¿qué podemos perder amor?
La mujer, no pudo  evitar encontrarle la razón a su esposo. Nada perderían con intentarlo y el ver el rostro sonriente de su pequeño era todo lo que le importaba en este mundo, ya había sufrido mucho, cuando debió separarse de su hijo por un buen tiempo, mientras permaneció en incubadora por sus pulmones.
Tienes razón, nuestro hijo podrá sentir y ver lo que más ha anhelado en mucho tiempo concordó ella ─¿cuándo lo llevarías?
Saldremos mañana al amanecer y tú nos acompañaras en este viaje, mientras yo ayudo al resto en las labores de pesca indicó Ricardo.
Cómo tú digas amor respondió Teresa obediente de los deseos de su esposo y se abrazó a su pecho para no pensar en sus temores maternales.
Mientras ellos, dejaban que sus mentes trabajaran en lo del viaje. En la rustica habitación contigua, descansaba sobre una cama, un pequeño niño, de piel morena como la de sus padres y cuya complexión era muy delgada y desgarbada por falta de ejercicios y poco movimiento de su cuerpo.
Su respiración era tranquila, pero de vez en cuando se escuchaba murmurar al pequeño…
Mar…mar balbuceaba dormido Carlitos, agitando su manito derecha, como si con el gesto saludara al gran océano.
A la vez que todo esto sucedía. En un lugar muy distante y apartado de toda vida humana. Dónde el frío calaba hasta los huesos y sus parajes eran tan desérticos pero de una tonalidad distinta, todo estaba cubierto de un manto blanco. Eran grandes bloques y monte cubierto de tan albino manto.
En medio de esa soledad y debajo de estos mismos. Una sombra veloz, cruzaba por las gélidas aguas que rodeaban casi todo el lugar. Era un rayo al cruzar entre los bancos de cristales de agua congelada, llamados iceberg o témpanos.
Llevaba mucha prisa, que no advirtió la presencia de unos ojos negros y profundos como el carbón, mirarle con mucho interés.
─¡Detente ahí! ordenó una voz gutural como trueno.
La sombra, tras escuchar la orden se detuvo en seco y se dejo ver con nitidez su diminuta figura, era un pequeño pingüino, con un pequeño sombrerito de copa en su cabeza. Éste, observó con detenimiento en busca de dónde provino aquel llamado y en eso, encontró unos centellantes ojos negros de un elefante marino, verle con enfado.
El inmenso animal, lucía intimidante con su gran armadura negra y la lanza que llevaba en una de sus aletas.
Acaso no sabes que está prohibido pasar por este lugar sin el permiso de la reina señaló el soldado.
Lo sé muy bien respondió el pequeñín pero llevo algo de prisa debo ver a Lunita cuanto antes.
¡Cómo te atreves a llamar de ese modo a la reina! reprochó el guardia sólo sus amigos y su padre suelen llamarle de ese modo, ¿quién eres tú?
Mi nombre es trompetín dijo éste, sacándose su sombrero y con una reverencia saludo al guardia. encantado de conocerte, soy amigo de infancia de su majestad.
Usted disculpe, yo no sabía nada al respecto se disculpó un apenado soldado.
Tranquilo. Llevo unos años lejos de casa, recorriendo viejos mares y regresé hace unos días y me trae un asunto urgente que ver con mi vieja amiga dijo trompetín.
En el momento que acomodaba su sombrero, un silbido o especie de sonido salió de su boca, causando asombro en el guardia que abrió mucho sus ojos y causó una sonrisa en el pingüino.
No te asustes. Siempre sucede cuando me coloco un sombrero Explicó con detalles trompetín cuando bebe tuve mucho hipo al nacer y mi abuelo para remediar esa situación y asustarme, me puso su sombrero de marino y ocurrió el milagro, claro que cuando lo sacó, estaba mudo y volvieron aponerme la gorra, pero al hacerlo salió un sonido como trompeta y desde ese día que ocurre eso y de ahí viene mi nombre.
¡Wow! exclamó como niño pequeño el asombrado guardia es muy interesante su historia señor trompetín.
Sin duda lo es afirmó jocoso éste por cierto, ¿cómo te llamas?
Oscar respondió el aludido guardia.
Oscar, un gusto en conocerte saludó estrechando su aleta, trompetín. ─¿me dejarás pasar ahora?
Claro que sí, señor trompetín se apresuró en responder Oscar y con su lanza mostró el camino por ahí llegará más rápido.
Muchas gracias amigo dijo trompetín, sacando su sombrero a modo de despedida.
Al momento de volver a ponerlo, salió su peculiar sonido y una sonrisa inundo el rostro del soldado que quedó relejado en su sitio y vio perderse al pingüino.
Luego de unos minutos de deambular por un angosto pasadizo de hielo, trompetin, llegó a uno de los lugares más hermosos y desconocidos por ser humano alguno y que además, poco inusual para un lugar que se presume casi carente de vida.
A través de los ojos del pingüino, podía verse un magnifico jardín de corales de todas las variedades y tonalidades, un largo y bello camino tapizado de musgos que daban un aspecto de alfombra y que en sus bordes era coronado por cuarzo de amatista.
Estrellas marinas colgaban como guirnaldas el sendero, junto con variadas algas que danzaban al ritmo impuesto por la corriente. Un banco de gusanos, en forma de tubos, jugaban entre ellos, expulsando muchas burbujas en su diversión.
Un poco más apartado, y en un sitio privilegiado, estaban reunidas cientos de ostras gigantes con sus tesoros de perlas, listos para ser pulidos por muchos cangrejos desabolladores.
Todo estaba repleto de vida y colores, a lo lejos se veía un desfile de narvales preparándose para un cambio de guardia y muy cerca, estaban un grupo de langostas que tocaban las últimas notas musicales en preparación del festival de coral que se celebraría dentro de unos días más.
Con una gran suspiro y una sonrisa de oreja a orejas, tras contemplar toda la escena. El joven pingüino, prosiguió su marcha, ya un poco más lenta esta vez y en la medida que fue haciéndolo, en su camino casi tropezó de frentón con un grupo de peces bebes de arrecife que iban tras un pulpo bebe todo avergonzado por las bromas de los otros, que lograron que se  hiciera en su tinta.
-Disculpe usted señor – alcanzó a decir un bribón pez payaso bebe, muy risueño, saludaba con sus diminutas aletitas.
-¡Cielos! –Murmuró trompetín –ya había olvidado lo que era estar en casa.
Con una sonrisa que adorno su rostro, el pingüino se adentro hasta llegar a un gran arrecife blanco con estrellas de topacio azul en todos lados y luego de ello, asomo una dantesca columna de cristal de aguamarina en forma de castillo.
-¡Al fin en casa otra vez! –exclamó emocionado trompetín –han pasado muchas lunas poseidonicas, mi querida lunita.
Avanzó raudo hasta la entrada de tan majestuoso castillo y fue detenido en el acto, por guardias calamares, apostados en sus costados.
-¿Quién eres y qué buscas? –demandó uno de ellos, con voz gélida.
-Mi nombre es Trompetín, amigo de su majestad y deseo pedir audiencia con ella – se presentó el joven pingüino, muy cortes pero sin sacar su sombrero.
-Has de esperar un momento hasta que se le informe a su majestad y ella te autorice –indicó el guardia.
-Con gusto esperare –respondió un respetuoso trompetín del celo de los vigilantes de su reina.
Al poco rato, era escoltado hasta los jardines de palacio y dejado en medio de éstos.
-Espere en este lugar, nuestra reina lo atenderá en breve –acotó el calamar.
-Muchas gracias –despidió el pingüino al vasallo de palacio.
Trompetín, comenzó a recorrer aquellos bellos jardines, rememorando viejos momentos vividos junto a su gran amiga cuando eran unos traviesos pequeños, que alteraban todo el orden y seguridad de palacio.
-¡¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces?! –murmuró trompetín.
-Sin duda que mucho tiempo, viejo amigo –se escuchó decir a una voz detrás de su espalda.
En el acto se giró el pingüino para contemplar aquella conocida voz…
-Lunita –exclamó trompetín, cuyos ojos negros brillaban intensamente al ver a su vieja amiga de infancia.
Antes los ojos del pingüino, se encontraba una bella y pequeña foca de color marrón, cuya frente tenía la marca del señor de los mares, Poseidón, su padre.
Su rostro era muy tierno, de una gran dulzura, poseía grandes ojos negros muy cálido era su mirar y muy gentil su sonrisa con la cual recibió a su compañero de juegos.
-Trompetín, mi amigo, no sabes el gusto que me dio oír tu nombre por parte del guardia –señaló Lunita, que envolvió en un abrazó a su amigo.
-El gusto es mío, Lunita –acotó éste muy contento de ver que su amiga, seguía siendo muy amable después de haberse convertido en reina.
-Dime viejo amigo, ¿qué te ha traído de vuelta a casa? –preguntó Lunita.
-Algo muy delicado, su majestad –informó preocupado trompetín.
-No me llames majestad, sino llámame por mi nombre como siempre –ordenó Lunita – y dime, ¿Qué es eso tan delicado que te preocupa?
El pingüino asintió con su cabeza lo que su amiga le demandaba y procedió a contar su historia y lo que había descubierto hace un tiempo atrás…
-En uno de mis viajes por el mar de los zargazos. He sido, visitado por un monje blanco (delfín albino) que me mostró el peligro que corres, debido que en aguas del mar caspio hay un grupo de renegados que son liderados por antiguo lacayo de tu padre, apodado corzo, el bárbaro.
Es el terror del mar mediterráneo y cada vez se unen más desertores y enemigos de tu padre –comentó trompetín.
-¿Qué más te advirtió el monje, amigo mío? –pregunto Lunita.
-Lunita, él dijo que deberás enfrentar a los siete sables del mar y con la ayuda de un niño podrás derrotarlos en cada uno de los siete mares dónde se ocultan – explicó trompetín.
- ¿Has dicho con la ayuda de un hijo de humanos? –preguntó lunita, mientras apoyó su mentón en su aleta, reflexionando al respecto.
-Así es mi querida amiga, un niño al que tienes que ayudar para que pueda sanar su corazón y gracias a ese pequeño, tú podrás tener acceso a las llaves de cada puerta de los siete mares. –informó el pingüino.
-Entiendo –respondiendo la joven reina. -¿cómo podré hallar a este pequeño?
-El monje blanco dijo que tú sabrías cuando sería el momento porque oirías su llamado –acotó trompetín.
-Entonces deberé preparar los ejércitos para enfrentar a esos rufianes –sentenció Lunita.
-De ningún modo podrás hacerlo amiga mía –refutó trompetín –esto debes hacerlo con la ayuda del niño y de algunos que se irán presentando en tu camino.
-Entonces, ya que no puedo hacerlo, al menos tú me acompañarás en esta aventura, mi querido trompetín –demandó Lunita.
-Será un placer mi querida amiga –afirmó encantando el pingüino de poder acompañar a su reina y gran amiga a luchar contra enemigos formidables.
-No se diga más, vamos a ponernos en marcha –indicó la foquita.- ya que mi corazón me dice que nuestro pequeño amigo humano, está muy lejos nuestros.
-Tienes razón, creo lo mismo –añadió trompetín.
-¿Nos vamos Trompetín? –demandó Lunita.
-Como tú digas Lunita –se apresuró en responder el pingüino y tomando de la aleta de su amiga, partieron con rumbo desconocido.
Por su parte en la costa de la Paz, en una fría y oscura mañana, ya que eran recien apenas las cuatro de la madrugada.
-Rubén es un gran favor el que te estoy pidiendo –rogó Ricardo –te prometo que mi hijo no molestará, mi pequeño sólo desea conocer el mar.
-Entiendo la situación hombre –replicó Rubén- pero tú sabes como es el patrón, si se llega a enterar que subimos al bote aun niño, se pondrá furioso.
-Yo asumiré todo lo que pueda suceder, Rubén –aclaró Ricardo –no puedo decirle a Carlitos, que ahora no podrá subir, Míralo, está muy entusiasmado y puede que esto le ayude en su salud.
Rubén, un hombre fornido y muy quemado por la brisa marina, contempló unos minutos al hijo de su compañero. Sabía muy bien la historia del pequeño y cómo sus padres, pobres, habían hecho de todo por darle una cura a su enfermedad hasta el punto de llevarles a utilizar todos sus ahorros en hospitales.
Si bien el pequeñín, por su condición, no podía agitarse mucho, siempre tenía una sonrisa en su carita, la que hoy resplandecía mucho más por encontrarse junto a su amado mar.
En ese preciso momento, Carlitos,  posó sus ojitos negros en Rubén y una gran sonrisa cubrió su rostro, contrayendo el corazón de aquel fornido hombre de mar.
-Está bien Ricardo –señaló Rubén –sube a tu hijo a bordo, zarparemos en diez minutos. Trata de que tu mujer lo mantenga tranquilo y no se ponga en peligro.
-Muchas gracias amigo mío –agradeció emocionado Ricardo –descuida mi esposa sabrá cuidarlo, ya verás que no nos estorbarán en nada.
-Más te vale hombre –advirtió Rubén –mira que sino, el patrón nos corre a los dos.
Sin más que decir, ambos hombres se aprestaron a cumplir con sus obligaciones. Ricardo, corrió al lado de su esposa y pequeño para darles la buena noticia.
-¿Qué te ha dicho Ricardo? –preguntó Teresa, muy nerviosa.
-No ha dicho que podemos llevarlo con nosotros –respondió feliz Ricardo –tú deberás cuidar de nuestro hijo para que no interfiera con nuestro trabajo.
-Gracias a Dios –exclamó aliviada la mujer. –descuida amor, yo me encargare de que él, no haga travesuras.
En eso, Ricardo, tomó en brazos a su pequeño y le habló…
-Dime, hijo mío, ¿Cuánto deseas estar en el mar? –inquirió Ricardo.
-Mucho papito –respondió Carlitos –el mar es mi amigo y deseo jugar con él.
-¿Así que son amigos con el mar? –preguntó asombrado su padre.
-Sí, mar siempre me acompaña en los sueños y jugamos mucho –relató Carlitos. –siempre me pide que lo visite en su casa.
Ricardo, guardo silencio en ese instante porque no lograba comprender la imaginación de un niño que veía y escuchaba cosas que los adultos jamás harían por razones obvias, pero estaba consciente de que todo niño posee una alma pura y que esa condición les permite poder observar cosas que pasan desapercibidas para otros, como es el caso de los ángeles o amigos imaginarios como suelen decir casi todos los padres del mundo.
Con un suspiro de resignación por no poder tener una explicación lógica, se dedicó a esbozar una gran sonrisa a su pequeñín y rozando con su dedo pulgar la varicita de su bebe, agregó…
-Entonces vamos rápido para que puedas jugar con tu gran amigo, hijo mío –mencionó Ricardo.
-Sí papito, vamos con mar –señaló con mucha alegría Carlitos, mientras se abrazaba a su padre y apoyado su cabecita en el hombro de su padre, no dejaba de ver a su mamá con una gran sonrisa.
Por su parte, los demás compañeros de Ricardo, ya tenía casi todo listo en el gran bote y sólo aguardaban a que la familia completa llegará con ellos. Se puede decir que aunque persistía cierto temor por llegar a ser sorprendidos por el patrón de la lancha, ninguno podía oponerse a los deseos de un niño, pues pensaban también en sus propios y que harían hasta lo imposible por verlos felices y sanos.
-Dense prisa hombre –Apremió Rubén –cuanto antes partamos mucho mejor, debemos aprovechar antes que amanezca y nos pillen las redes vacías.
-Claro, claro –respondió Ricardo, apresurando más el paso y haciendo señas a su esposa para que también lo hiciera.
En casi un abrir y cerrar de ojos, Ricardo ayudaba a subir a su esposa, mientras uno de sus compañeros sostenía en brazos a su pequeño y en cosa de segundos, el motor de la pequeña embarcación se abría paso en las calmas agua de la bahía y se enfilaba mar adentro, donde la pesca era más abundante, ya que habían sido perjudicados seriamente por la pesca industrial.
Durante dos horas los hombres de mar, mantuvieron calmos en la cubierta a la espera de que el capitán hallase un buen lugar para echar las redes. Todo dependía de lo que les pudiera indicar su artesanal radar y si la zona escogida era o no propicia para ello, aunque a veces se dejaba guiar más por el instinto que el arcaico aparato.
Mientras ellos, estaban expectantes, el pequeño Carlitos, se mantenía lo más despierto que podía a esas altura que todavía no había mucha claridad que digamos.
-Mami, ¿falta mucho para que salga el sol y pueda ver bien a mar? –pregunto el pequeño.
-Ya falta muy poquito hijo mío –indicó su madre, mostrándole como se asomaba el sol por el horizonte y los ojos del pequeño se abrieron mucho al ver como ya se vislumbraban pequeños y tímidos rayos del sol.
-Al fin podré visitar a mar en su casa, mami –comentó con mucha emoción el pequeño Carlitos, que de tanta alegría se soltó de los brazos de su madre y brincó a la orilla para poder ver el color de las aguas que solo eran de un oscuro color de la noche en ese momento.
-Carlitos –exclamó con mucho nervio teresa. –no vuelvas a hacer eso, debes quedarte quieto o se enojaran con nosotros y no podrás ver a tu amiguito.
-Lo siento mucho –dijo apenado Carlitos, mientras se iba de la mano con su madre y volvían a ocupar de nuevo su asiento.
-Sé paciente hijo mío, ya podrás verlo –indicó Teresa.
Acariciando la mejilla helado de su retoño y a la vez que trataba de animarlo, pues no era nada de sencillo mantener sosegado a un niño cuando bullen de energía y curiosidad por descubrir todos los misterios que ven sus ojitos.
Otra hora transcurrió en la embarcación, mientras los hombres tiraban las redes al mar a la espera de que la ninfa de los mares, fuese generosos con ellos y les obsequiara una pescada abundante para llevar sustento a sus hogares.
Ya el astro rey, ya se dejaba ver por completo y despertaba a toda criatura a su paso y criaturas de la tierra, cielos y mares devolvían el saludo con sus mejores deseos para una nueva jornada.
El pequeño Carlitos, llevado por su madre, pudo contemplar desde un extremo apartado del bote y en donde no pudiesen obstaculizar las faenas; al sol reflejarse en las cristalinas aguas turquesas del vasto océano pacifico.
-Mar –susurró el niño, que clavada su vista en el espejo de las aguas, dejó su mente como su pensamiento, tratando de llamar a su querido amigo de juegos y correrías nocturnas de los sueños.
A su vez que el niño, todo lo observaba extasiado y despreocupado con su corazoncito a mil. Las aguas del gran océano, llevaron la voz del pequeño a las mismas profundidades y como una explosión atómica, las corrientes marinas como telégrafos, llevaron ese sonido a todas partes, viajando a la velocidad del rayo. Recorriendo todos los confines, avernos y cuevas en todo el lecho marino y al paso de los emisarios de Poseidón, el resto de las criaturas del mar, quedaban asombrados por tanto despliegue y alboroto por un simple mensaje.
Se podría decir o comparar con el trabajo arduo y organizado que tienen las hormigas cuando descubren alimentos o cuando el cambio de estación primaveral ha llegado causando una gran conmoción en todo el hormiguero, donde miles de antenitas chocan unas con otras entregando la buena nueva. Así mismo era en este caso lo que sucedía con emisarios correntinos, que iban veloces entregando la buena nueva.
El mensaje llegó a todo dominio del señor de los mares e incluso llegó a los oídos de una de las hijas de Poseidón, Lunita.
No obstante, no fue la única puesta en aviso sobre la llegada del cachorro de humano sino que otros seres sumidos en las oscuras profundidades abismales, recibieron el mensaje con furia y un brillo malicioso se desprendía de los ojos de seres siniestros.
-Ese niño no debe llegar a Poseidón –exclamó una voz gruesa  oculta en la oscuridad. –Debemos detenerlo a como de lugar.
-Tranquilo, Silver –ordenó otra voz más ronca, cuyos ojos brillaron en el acto, imponiendo sus deseos y sin dejar espacio a la objeción de los otros. –ya he previsto ese encuentro e Hidra, ya está tomando cartas en el asunto.
-¿Hidra se hará cargo? –exclamó el aludido con ojos empequeñecidos por la incredulidad.
-Acaso dudas de mis palabras, querido Silver –preguntó la voz, tomando por la barbilla a Silver, con una filosa espada de Nerval, que estaba toda manchada con sangre en sus costados.
-No es eso, Hilarión –murmuró ahogado en su miedo Silver.-jamás dudaría de tus palabras.
-Bien me parece –añadió burlón Hilarión, a la vez que bajaba su espada y la dejaba incrustada en una de las paredes de la caverna a modo de intimidación para los otros que se atrevieran a desafiar sus órdenes como poner en duda sus dichos.
En eso, una corriente cruzó rauda la caverna y apago todas las antorchas del lugar, dejándolos en una profunda oscuridad.
-Sigues siendo tan poco oportuna como siempre mi vieja amiga –exclamó Hilarión cuyos había quedados clavados en una hendidura de aquel sitio que pasaba inadvertida para otros menos observadores.
-Y tú tan observador y astuto como siempre Hilarión –dijo la voz de la criatura oculta en el escondrijo.
-¿Qué novedades me traes de parte de Hidra? –inquirió demandante el nombrado.
-Hidra, ya comenzó a gestar tu plan junto con los torbellinos subterráneos. Ellos, harán que ese navío humano se hunda en lo profundo de los abismos –explicó la figura en la grieta.
-¡Excelente! –Alabó Hilarión –ve y dile que buenos resultados. Ve con ella, escurridiza anguila.
-Lo haré mi señor –agregó está –has de saber que Hidra, nunca falla y todas nosotras junto con los gusanos del mar, le debemos obediencia plena.
-Así debe ser –murmuró despectivo Hilarión –ahora vete e informa a tu señora. Vete rápido.
-Como tú ordenes Hilarión – se escuchó decir a la anguila que ya estaba fuera de la caverna y en su paso raudo, volvieron las luces a la caverna nuevamente.
-¡Vaya! ¡¿Cuánta ágil es?! –acotó Silver. –ni siquiera dejó que la viéramos.
-Así son todas ellas, silenciosas y traicioneras, mi querido Silver, nunca te confíes de una anguila o reptil del mar, son ponzoñosos –señaló socarronamente Hilarión.
Y una fuerte carcajada acompañó el silencio  y oscuridad de aquel lugar, dónde nadie osaría entrar sin resguardo, cueva de rufianes.
Lejos de ahí y ajenos a esos sórdidos planes que se gestaban en las profundidades…
En alta mar…
Carlitos, miraba asombrado el brillo titilante del sol reflejado en el agua y viéndolo embelesado, no dejaba de escuchar el sonido del agua al agitar todo a su alrededor.
Los ojos negros del pequeño, estaban perdidos en el vaivén y danza que mantenían el suave viento con el agua, una unión perfecta. Haciendo que su pequeño y enfermito corazón comenzará a latir más aprisa de lo normal en él, pues era tal su emoción por estar junto a su querido amigo, que estaba enmudecido viendo fijamente las aguas del mar y su danza ancestral.
Su madre, lo contemplaba a unos cuantos pasos de ahí, quería darle una pequeña libertad y privacidad, total eran solos tres pasos los que los separaban a ambos y nada malo podrías suceder, pensaba en su fuero interno Teresa.
Sin embargo, estaba muy equivocada en sus pensamientos, porque de pronto comenzó a cambiar el viento y a soplar fuertemente. Los cielos en un abrir y cerrar de ojos se cubrieron de nubes negras, cargadas de lluvia y dejaron caer su carga sobre todo el lugar.
Mientras que debajo de la embarcación se gestaba lo más siniestro de todo, pues un manto negro en forma de torbellino ascendía rápidamente hacia la superficie y con un  solo y letal golpe, dejó sentir todo su poder en todo el  barco.
A la vez que la lluvia se dejaba sentir copiosamente, empapando a los hombres, que de prisa recogían las redes antes de perderlas.
No obstante, al mismo tiempo que ellos realizaban esa tarea, el golpe sacudió por completo al bote y tuvieron que sostenerse firme de la baranda para no caer y cuando ya se recuperaban del susto, se escucho un grito en la popa, que los dejó a todos helados y unos a otros se miraron con espanto…pues un mal presagió era ese quejido de mujer.
Los hombres de mar, no podían estar más acertados en sus deducciones, ya que con el golpe se ciñó la desgracia…
En el preciso momento que la lluvia mojaba todo a su paso, un fuerte golpe sacudió el bote, sacando de balance a Teresa, chocando bruscamente con la pequeña cabina y no tuvo tiempo para alcanzar a tomar en brazos a su hijo, quién salió proyectado hacia el costado exterior, cayendo directo sobre las agitadas aguas, que tomaron a su victima y la abdujeron feroces hacia las profundidades…
-Carlitos –gritó con desesperación Teresa, que sólo alcanzo a ver como su hijo, fue arrojado al mar tras el golpe, cayendo de bruces al piso, al no poder hallar a su pequeño.
En menos de un minuto, Ricardo, llegó raudo al lugar y encontró a su mujer que lloraba desconsolada cubriendo su cara.
-Teresa, ¿qué sucedió?, ¿dónde está mi hijo? –preguntó Ricardo, sacudiendo a su esposa para que pudiese decirle el paradero de su hijo.
-Carlitos, cayó al mar, producto del golpe y no alcancé tomarlo a tiempo -se lamentaba entre sollozos la madre.
Al escuchar las palabras de su esposa, un fuerte dolor contrajo su corazón al igual que al resto de sus compañeros que habían llegado en ese momento.
-¿Qué están esperando par de inútiles? –Amonestó Rubén a sus hombres- pónganse a buscar al niño rápido.
Los diez hombres,  se dispersaron por toda la embarcación para poder observar de todas direcciones, si lograban dar con el pequeño Carlitos en la superficie.
-En cuánto a ti, no dejes a tu mujer sola, nosotros nos haremos cargo –demandó Rubén –vamos a barrer todo la zona hasta dar con tu hijo.
Ricardo, asintió con la cabeza, pues quiso mostrarse fuerte ante su esposa para darle fortalezas y no perder la esperanza de hallar a su pequeño hijo.
Una vez que Rubén, se retiró del lugar, Ricardo le susurró al oído…
-Tranquila mi cielo, ya veras que lo vamos a encontrar –consoló Ricardo a su mujer.
En la cubierta del bote, quedaba la pareja abrazada tanto de asumir algo que no deseaban asumir por nada del mundo.
Por su parte, en las aguas del mar…
El cuerpo del pequeño Carlitos, era arrastrado velozmente por el torbellino oscuro que lo mantenía suspendido de su poder para llevárselo a los abismos marinos como uno más de sus tantos trofeos.
Todo daba vueltas en la cabeza del niño, que ya en eso instantes apenas respiraba y sus parpados se sentían muy pesados, sumergiéndolo en un sueño profundo y antes de cerrarlos por completo, alcanzó a murmurar…
-Maaar –pronuncio ya casi inconciente el niño y en esa última palabra, una burbuja de aire se dejo ver que ascendía a la superficie, llevándose con ella el nombre de su amigo y dejando inerte al pequeño.
Al momento en que Carlitos, ya cerraba sus ojitos, alcanzó a ver algo muy luminoso y en eso perdió la conciencia por falta de oxigeno. No obstante, al poco tiempo, lentamente sus parpados se volvieron a abrir y pudo entro lo borroso de sus ojos, distinguir una sombra, que a medida que más se volvía nítida su vista, pudo contemplar que la figura tomaba forma y era nada menos con una foca, perdiendo nuevamente la consciencia.
Segundos más tardes, el niño, volvía abrir sus ojos y tras unos momentos de parpadear con mucha fuerza. Se encontró que era llevado sobre el lomo de la foca y que a su lado les acompañaba un pequeño pingüino y en eso alzó su vista para toparse con los ojos negros del pequeño.
-¡Buenos días Carlitos! –saludó el pingüino alzando su sombrerito de copa.
El niño, abrió muchos sus ojos al poder escuchar hablar al pingüino y llamarlo por su nombre y al momento en que éste último colocaba su sombrero, el sonido de una trompeta se alcanzó a escuchar, sacando una gran sonrisa en el pequeño.
-Veo que ya estás despierto, mi joven amigo –comentó la foca.
-Sí –fue la respuesta jubilosa de Carlitos - ¿dónde están mis papitos.
-Tus papitos están en otro sitio Carlitos y muy pronto nos reuniremos con ellos –explicó la foca.
-Entiendo –dijo el niño  y olvidándose de sus padres, preguntó. -¿tú cómo te llamas foquita?
-Mi nombre es Lunita –señaló ella-  y a partir de hoy seré tu compañera y amiga y juntos haremos un viaje por los mares del mundo entero.
-Sí, podré visitar a mi amigo mar –respondió sonriente el niño, mientras con su manita acariciaba el lomo de la foquita.
Tanto la foca como el pingüino se veían entre si muy contentos por la alegría de su nuevo y pequeño amigo humano.
Daba comienzo así, a las aventuras de Lunita, la reina de los siete mares.


2 comentarios:

Ángelus dijo...

Querida Anrhia;

Tal y como te prometí, he leído uno de los muchos fics que has públicado en este blog. Me ha sorprendido mucho este cuento, y algo me dice que solo es el principio, espero ^^.

Este cuento me recuerda mucho a la Sirenita jaja. Es muy bonito, lleno de aventura, emoción... un digno cuento para contar a los niños pequeños jeje. No me extraña que me insistieras en leerlo, porqué es muy bonito.

Eso si, debes vigilar bien la ortografía, que en algunos momentos uno se lía con los párrafos jeje. Aparte de eso, me ha encantado amiga mía.

Espero que Carlitos puedas curarse con la ayuda de sus dos nuevos amigos del mar. NOS VEMOS!!!

Ángelus Drakul

Alexsa dijo...

Que extremo cap se ve que estara genial este cuento, esperare el proximo capi con ansias.
Que lindo el pequeño Carlitos.
Que estés excelentemente y tengas un lindo día :)

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