Las aventuras de Lunita, la reina de los siete mares.
Capítulo1. El llamado.
En la calurosa ciudad de la
paz, que está situado al frente del territorio
de México. Pueblo costero, muy visitado por americanos por su belleza
como por sus playas.
Muy lejos del bullicio de la
ciudad y en un área más desértica, en choza hecha de barro y paja. Una mujer atendía a su esposo, después de
llegar casando de la pesca.
─ ¿Cómo está Carlitos? preguntó Ricardo, un mocetón de tez
morena y lleno de surcos en su rostro, producto de la brisa marina y el
inclemente sol.
─Tu hijo
duerme desde hace dos horas ─mencionó una mujer del mismo color de piel, bajita y
de una larga cabellera azabache que estaba trenzada y adornada con dos hermosas
cintas muy coloridas, aspecto muy peculiar en México.
─Teresa, el
niño no debe dormir tanto, no es bueno para un pequeño de 6 años, no es sano ─reprochó Ricardo, mientras se
servía su sopa y su rostro denotaba molestia.
─Intento
mantenerlo despierto lo que más puedo, pero ¿qué puedo hacer? ─respondió ésta ─tú sabes muy bien lo que más
desea en este mundo nuestro hijo.
─Lo sé mujer
─afirmó
Ricardo, dejando de lado la comida y viendo en dirección del dormitorio de su
hijo.
Por
un buen rato no dejo de ver aquel sitio e imaginarse a su pequeño levantarse de
su cama y correr por toda la casa como cualquier niño lleno de energía y
vitalidad, un travieso y sonriente bribón, como siempre deseo que serían sus
hijos.
Hace
seis años, cuando nació su único hijo, el doctor, lo llamó a un sitio apartado
para explicarle que tanto su esposa como el bebé estaban con delicados. Debido
a los continuos problemas que surgieron en el embarazo y que trajeron como
consecuencia una insuficiencia cardiaca en el niño, además, de que sus
pulmoncitos no se desarrollaron del todo bien.
El
asma, estaría presente toda su vida y requería de cuidados en especial con sus
resfríos. Sin embargo, su corazón enfermo sería su mayor obstáculo en su
crecimiento y desarrollo, no permitiéndole llevar una vida normal como
cualquier niño, ya que debía evitar esfuerzos que fatigaran en demasía su
órgano.
Por
lo general y dado que el lugar donde vivían era casi un desierto, no había
mucho por hacer, ya que era un poblado de chozas de gente, cuyo sustento era la
pesca y los niños a muy temprana edad se hacían pescadores como sus padres.
─¿Qué
piensas tanto Ricardo? ─preguntó su esposa.
Al
oír las palabras de su mujer, el hombre volvió de su ensoñación en el que
estuvo sumido.
─Está decido
─señaló sin
mayor explicación Ricardo.
─¿Qué es lo
que está decidido amor? ─inquirió Teresa sorprendida.
─Cumpliré el
deseo de mi hijo y llevaré a Carlitos a la costa para que vea el mar ─Explicó con firmeza Ricardo.
─
¿Estás seguro? ─inquirió su
esposa. ─sé que
siempre ha sido el sueño de nuestro hijo, pero no puedo evitar preocuparme, es
mi único hijo Ricardo y no quiero perderlo.
─Estoy muy
seguro Teresa ─aseveró
éste, que se levantó y tomó el rostro de su esposa entre sus manos. ─confiemos que todo saldrá
bien, sólo quiero ver a mi hijo feliz, ¿qué podemos perder amor?
La
mujer, no pudo evitar encontrarle la
razón a su esposo. Nada perderían con intentarlo y el ver el rostro sonriente
de su pequeño era todo lo que le importaba en este mundo, ya había sufrido
mucho, cuando debió separarse de su hijo por un buen tiempo, mientras
permaneció en incubadora por sus pulmones.
─Tienes razón,
nuestro hijo podrá sentir y ver lo que más ha anhelado en mucho tiempo ─concordó ella ─¿cuándo lo llevarías?
─Saldremos
mañana al amanecer y tú nos acompañaras en este viaje, mientras yo ayudo al
resto en las labores de pesca ─indicó Ricardo.
─Cómo tú digas
amor ─respondió
Teresa obediente de los deseos de su esposo y se abrazó a su pecho para no
pensar en sus temores maternales.
Mientras
ellos, dejaban que sus mentes trabajaran en lo del viaje. En la rustica
habitación contigua, descansaba sobre una cama, un pequeño niño, de piel morena
como la de sus padres y cuya complexión era muy delgada y desgarbada por falta
de ejercicios y poco movimiento de su cuerpo.
Su
respiración era tranquila, pero de vez en cuando se escuchaba murmurar al
pequeño…
─Mar…mar ─balbuceaba dormido Carlitos,
agitando su manito derecha, como si con el gesto saludara al gran océano.
A la
vez que todo esto sucedía. En un lugar muy distante y apartado de toda vida
humana. Dónde el frío calaba hasta los huesos y sus parajes eran tan desérticos
pero de una tonalidad distinta, todo estaba cubierto de un manto blanco. Eran
grandes bloques y monte cubierto de tan albino manto.
En
medio de esa soledad y debajo de estos mismos. Una sombra veloz, cruzaba por
las gélidas aguas que rodeaban casi todo el lugar. Era un rayo al cruzar entre
los bancos de cristales de agua congelada, llamados iceberg o témpanos.
Llevaba
mucha prisa, que no advirtió la presencia de unos ojos negros y profundos como
el carbón, mirarle con mucho interés.
─¡Detente
ahí! ─ordenó una
voz gutural como trueno.
La
sombra, tras escuchar la orden se detuvo en seco y se dejo ver con nitidez su
diminuta figura, era un pequeño pingüino, con un pequeño sombrerito de copa en
su cabeza. Éste, observó con detenimiento en busca de dónde provino aquel
llamado y en eso, encontró unos centellantes ojos negros de un elefante marino,
verle con enfado.
El
inmenso animal, lucía intimidante con su gran armadura negra y la lanza que
llevaba en una de sus aletas.
─Acaso no
sabes que está prohibido pasar por este lugar sin el permiso de la reina ─señaló el soldado.
─Lo sé muy
bien ─respondió
el pequeñín ─pero llevo
algo de prisa debo ver a Lunita cuanto antes.
─¡Cómo te
atreves a llamar de ese modo a la reina! ─reprochó el guardia ─sólo sus amigos y su padre
suelen llamarle de ese modo, ¿quién eres tú?
─Mi nombre
es trompetín ─ dijo éste,
sacándose su sombrero y con una reverencia saludo al guardia. ─encantado de conocerte, soy
amigo de infancia de su majestad.
─Usted
disculpe, yo no sabía nada al respecto ─se disculpó un apenado soldado.
─Tranquilo.
Llevo unos años lejos de casa, recorriendo viejos mares y regresé hace unos
días y me trae un asunto urgente que ver con mi vieja amiga ─dijo trompetín.
En
el momento que acomodaba su sombrero, un silbido o especie de sonido salió de
su boca, causando asombro en el guardia que abrió mucho sus ojos y causó una
sonrisa en el pingüino.
─No te
asustes. Siempre sucede cuando me coloco un sombrero ─Explicó con detalles
trompetín ─cuando bebe
tuve mucho hipo al nacer y mi abuelo para remediar esa situación y asustarme,
me puso su sombrero de marino y ocurrió el milagro, claro que cuando lo sacó,
estaba mudo y volvieron aponerme la gorra, pero al hacerlo salió un sonido como
trompeta y desde ese día que ocurre eso y de ahí viene mi nombre.
─¡Wow! ─exclamó como niño pequeño el
asombrado guardia ─es muy interesante su historia señor trompetín.
─Sin duda lo
es ─afirmó
jocoso éste ─por cierto,
¿cómo te
llamas?
─Oscar ─respondió el aludido guardia.
─Oscar, un
gusto en conocerte ─saludó estrechando su aleta, trompetín. ─¿me dejarás pasar ahora?
─Claro que
sí, señor trompetín ─se apresuró en responder Oscar y con su lanza mostró
el camino ─por ahí
llegará más rápido.
─Muchas
gracias amigo ─dijo
trompetín, sacando su sombrero a modo de despedida.
Al
momento de volver a ponerlo, salió su peculiar sonido y una sonrisa inundo el
rostro del soldado que quedó relejado en su sitio y vio perderse al pingüino.
Luego de unos minutos de deambular por un angosto pasadizo de hielo,
trompetin, llegó a uno de los lugares más hermosos y desconocidos por ser
humano alguno y que además, poco inusual para un lugar que se presume casi
carente de vida.
A través de los ojos del pingüino, podía verse un magnifico jardín de
corales de todas las variedades y tonalidades, un largo y bello camino tapizado
de musgos que daban un aspecto de alfombra y que en sus bordes era coronado por
cuarzo de amatista.
Estrellas marinas colgaban como guirnaldas el sendero, junto con variadas
algas que danzaban al ritmo impuesto por la corriente. Un banco de gusanos, en
forma de tubos, jugaban entre ellos, expulsando muchas burbujas en su
diversión.
Un poco más apartado, y en un sitio privilegiado, estaban reunidas cientos
de ostras gigantes con sus tesoros de perlas, listos para ser pulidos por
muchos cangrejos desabolladores.
Todo estaba repleto de vida y colores, a lo lejos se veía un desfile de
narvales preparándose para un cambio de guardia y muy cerca, estaban un grupo
de langostas que tocaban las últimas notas musicales en preparación del
festival de coral que se celebraría dentro de unos días más.
Con una gran suspiro y una sonrisa de oreja a orejas, tras contemplar toda
la escena. El joven pingüino, prosiguió su marcha, ya un poco más lenta esta
vez y en la medida que fue haciéndolo, en su camino casi tropezó de frentón con
un grupo de peces bebes de arrecife que iban tras un pulpo bebe todo
avergonzado por las bromas de los otros, que lograron que se hiciera en su tinta.
-Disculpe usted señor – alcanzó a decir un bribón pez payaso bebe, muy
risueño, saludaba con sus diminutas aletitas.
-¡Cielos! –Murmuró trompetín –ya había olvidado lo que era estar en casa.
Con una sonrisa que adorno su rostro, el pingüino se adentro hasta llegar a
un gran arrecife blanco con estrellas de topacio azul en todos lados y luego de
ello, asomo una dantesca columna de cristal de aguamarina en forma de castillo.
-¡Al fin en casa otra vez! –exclamó emocionado trompetín –han pasado muchas
lunas poseidonicas, mi querida lunita.
Avanzó raudo hasta la entrada de tan majestuoso castillo y fue detenido en
el acto, por guardias calamares, apostados en sus costados.
-¿Quién eres y qué buscas? –demandó uno de ellos, con voz gélida.
-Mi nombre es Trompetín, amigo de su majestad y deseo pedir audiencia con
ella – se presentó el joven pingüino, muy cortes pero sin sacar su sombrero.
-Has de esperar un momento hasta que se le informe a su majestad y ella te
autorice –indicó el guardia.
-Con gusto esperare –respondió un respetuoso trompetín del celo de los
vigilantes de su reina.
Al poco rato, era escoltado hasta los jardines de palacio y dejado en medio
de éstos.
-Espere en este lugar, nuestra reina lo atenderá en breve –acotó el calamar.
-Muchas gracias –despidió el pingüino al vasallo de palacio.
Trompetín, comenzó a recorrer aquellos bellos jardines, rememorando viejos
momentos vividos junto a su gran amiga cuando eran unos traviesos pequeños, que
alteraban todo el orden y seguridad de palacio.
-¡¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces?! –murmuró trompetín.
-Sin duda que mucho tiempo, viejo amigo –se escuchó decir a una voz detrás
de su espalda.
En el acto se giró el pingüino para contemplar aquella conocida voz…
-Lunita –exclamó trompetín, cuyos ojos negros brillaban intensamente al ver
a su vieja amiga de infancia.
Antes los ojos del pingüino, se encontraba una bella y pequeña foca de
color marrón, cuya frente tenía la marca del señor de los mares, Poseidón, su
padre.
Su rostro era muy tierno, de una gran dulzura, poseía grandes ojos negros
muy cálido era su mirar y muy gentil su sonrisa con la cual recibió a su
compañero de juegos.
-Trompetín, mi amigo, no sabes el gusto que me dio oír tu nombre por parte
del guardia –señaló Lunita, que envolvió en un abrazó a su amigo.
-El gusto es mío, Lunita –acotó éste muy contento de ver que su amiga,
seguía siendo muy amable después de haberse convertido en reina.
-Dime viejo amigo, ¿qué te ha traído de vuelta a casa? –preguntó Lunita.
-Algo muy delicado, su majestad –informó preocupado trompetín.
-No me llames majestad, sino llámame por mi nombre como siempre –ordenó
Lunita – y dime, ¿Qué es eso tan delicado que te preocupa?
El pingüino asintió con su cabeza lo que su amiga le demandaba y procedió a
contar su historia y lo que había descubierto hace un tiempo atrás…
-En uno de mis viajes por el mar de los zargazos. He sido, visitado por un
monje blanco (delfín albino) que me mostró el peligro que corres, debido que en
aguas del mar caspio hay un grupo de renegados que son liderados por antiguo
lacayo de tu padre, apodado corzo, el bárbaro.
Es el terror del mar mediterráneo y cada vez se unen más desertores y
enemigos de tu padre –comentó trompetín.
-¿Qué más te advirtió el monje, amigo mío? –pregunto Lunita.
-Lunita, él dijo que deberás enfrentar a los siete sables del mar y con la
ayuda de un niño podrás derrotarlos en cada uno de los siete mares dónde se
ocultan – explicó trompetín.
- ¿Has dicho con la ayuda de un hijo de humanos? –preguntó lunita, mientras
apoyó su mentón en su aleta, reflexionando al respecto.
-Así es mi querida amiga, un niño al que tienes que ayudar para que pueda
sanar su corazón y gracias a ese pequeño, tú podrás tener acceso a las llaves
de cada puerta de los siete mares. –informó el pingüino.
-Entiendo –respondiendo la joven reina. -¿cómo podré hallar a este pequeño?
-El monje blanco dijo que tú sabrías cuando sería el momento porque oirías
su llamado –acotó trompetín.
-Entonces deberé preparar los ejércitos para enfrentar a esos rufianes
–sentenció Lunita.
-De ningún modo podrás hacerlo amiga mía –refutó trompetín –esto debes
hacerlo con la ayuda del niño y de algunos que se irán presentando en tu
camino.
-Entonces, ya que no puedo hacerlo, al menos tú me acompañarás en esta
aventura, mi querido trompetín –demandó Lunita.
-Será un placer mi querida amiga –afirmó encantando el pingüino de poder
acompañar a su reina y gran amiga a luchar contra enemigos formidables.
-No se diga más, vamos a ponernos en marcha –indicó la foquita.- ya que mi
corazón me dice que nuestro pequeño amigo humano, está muy lejos nuestros.
-Tienes razón, creo lo mismo –añadió trompetín.
-¿Nos vamos Trompetín? –demandó Lunita.
-Como tú digas Lunita –se apresuró en responder el pingüino y tomando de la
aleta de su amiga, partieron con rumbo desconocido.
Por su parte en la costa de la Paz, en una fría y oscura mañana, ya que
eran recien apenas las cuatro de la madrugada.
-Rubén es un gran favor el que te estoy pidiendo –rogó Ricardo –te prometo
que mi hijo no molestará, mi pequeño sólo desea conocer el mar.
-Entiendo la situación hombre –replicó Rubén- pero tú sabes como es el
patrón, si se llega a enterar que subimos al bote aun niño, se pondrá furioso.
-Yo asumiré todo lo que pueda suceder, Rubén –aclaró Ricardo –no puedo
decirle a Carlitos, que ahora no podrá subir, Míralo, está muy entusiasmado y
puede que esto le ayude en su salud.
Rubén, un hombre fornido y muy quemado por la brisa marina, contempló unos
minutos al hijo de su compañero. Sabía muy bien la historia del pequeño y cómo
sus padres, pobres, habían hecho de todo por darle una cura a su enfermedad
hasta el punto de llevarles a utilizar todos sus ahorros en hospitales.
Si bien el pequeñín, por su condición, no podía agitarse mucho, siempre
tenía una sonrisa en su carita, la que hoy resplandecía mucho más por
encontrarse junto a su amado mar.
En ese preciso momento, Carlitos,
posó sus ojitos negros en Rubén y una gran sonrisa cubrió su rostro,
contrayendo el corazón de aquel fornido hombre de mar.
-Está bien Ricardo –señaló Rubén –sube a tu hijo a bordo, zarparemos en
diez minutos. Trata de que tu mujer lo mantenga tranquilo y no se ponga en
peligro.
-Muchas gracias amigo mío –agradeció emocionado Ricardo –descuida mi esposa
sabrá cuidarlo, ya verás que no nos estorbarán en nada.
-Más te vale hombre –advirtió Rubén –mira que sino, el patrón nos corre a
los dos.
Sin más que decir, ambos hombres se aprestaron a cumplir con sus
obligaciones. Ricardo, corrió al lado de su esposa y pequeño para darles la
buena noticia.
-¿Qué te ha dicho Ricardo? –preguntó Teresa, muy nerviosa.
-No ha dicho que podemos llevarlo con nosotros –respondió feliz Ricardo –tú
deberás cuidar de nuestro hijo para que no interfiera con nuestro trabajo.
-Gracias a Dios –exclamó aliviada la mujer. –descuida amor, yo me encargare
de que él, no haga travesuras.
En eso, Ricardo, tomó en brazos a su pequeño y le habló…
-Dime, hijo mío, ¿Cuánto deseas estar en el mar? –inquirió Ricardo.
-Mucho papito –respondió Carlitos –el mar es mi amigo y deseo jugar con él.
-¿Así que son amigos con el mar? –preguntó asombrado su padre.
-Sí, mar siempre me acompaña en los sueños y jugamos mucho –relató
Carlitos. –siempre me pide que lo visite en su casa.
Ricardo, guardo silencio en ese instante porque no lograba comprender la
imaginación de un niño que veía y escuchaba cosas que los adultos jamás harían
por razones obvias, pero estaba consciente de que todo niño posee una alma pura
y que esa condición les permite poder observar cosas que pasan desapercibidas
para otros, como es el caso de los ángeles o amigos imaginarios como suelen
decir casi todos los padres del mundo.
Con un suspiro de resignación por no poder tener una explicación lógica, se
dedicó a esbozar una gran sonrisa a su pequeñín y rozando con su dedo pulgar la
varicita de su bebe, agregó…
-Entonces vamos rápido para que puedas jugar con tu gran amigo, hijo mío
–mencionó Ricardo.
-Sí papito, vamos con mar –señaló con mucha alegría Carlitos, mientras se
abrazaba a su padre y apoyado su cabecita en el hombro de su padre, no dejaba
de ver a su mamá con una gran sonrisa.
Por su parte, los demás compañeros de Ricardo, ya tenía casi todo listo en
el gran bote y sólo aguardaban a que la familia completa llegará con ellos. Se
puede decir que aunque persistía cierto temor por llegar a ser sorprendidos por
el patrón de la lancha, ninguno podía oponerse a los deseos de un niño, pues
pensaban también en sus propios y que harían hasta lo imposible por verlos
felices y sanos.
-Dense prisa hombre –Apremió Rubén –cuanto antes partamos mucho mejor,
debemos aprovechar antes que amanezca y nos pillen las redes vacías.
-Claro, claro –respondió Ricardo, apresurando más el paso y haciendo señas
a su esposa para que también lo hiciera.
En casi un abrir y cerrar de ojos, Ricardo ayudaba a subir a su esposa,
mientras uno de sus compañeros sostenía en brazos a su pequeño y en cosa de segundos,
el motor de la pequeña embarcación se abría paso en las calmas agua de la bahía
y se enfilaba mar adentro, donde la pesca era más abundante, ya que habían sido
perjudicados seriamente por la pesca industrial.
Durante dos horas los hombres de mar, mantuvieron calmos en la cubierta a
la espera de que el capitán hallase un buen lugar para echar las redes. Todo
dependía de lo que les pudiera indicar su artesanal radar y si la zona escogida
era o no propicia para ello, aunque a veces se dejaba guiar más por el instinto
que el arcaico aparato.
Mientras ellos, estaban expectantes, el pequeño Carlitos, se mantenía lo
más despierto que podía a esas altura que todavía no había mucha claridad que
digamos.
-Mami, ¿falta mucho para que salga el sol y pueda ver bien a mar? –pregunto
el pequeño.
-Ya falta muy poquito hijo mío –indicó su madre, mostrándole como se
asomaba el sol por el horizonte y los ojos del pequeño se abrieron mucho al ver
como ya se vislumbraban pequeños y tímidos rayos del sol.
-Al fin podré visitar a mar en su casa, mami –comentó con mucha emoción el
pequeño Carlitos, que de tanta alegría se soltó de los brazos de su madre y
brincó a la orilla para poder ver el color de las aguas que solo eran de un
oscuro color de la noche en ese momento.
-Carlitos –exclamó con mucho nervio teresa. –no vuelvas a hacer eso, debes
quedarte quieto o se enojaran con nosotros y no podrás ver a tu amiguito.
-Lo siento mucho –dijo apenado Carlitos, mientras se iba de la mano con su
madre y volvían a ocupar de nuevo su asiento.
-Sé paciente hijo mío, ya podrás verlo –indicó Teresa.
Acariciando la mejilla helado de su retoño y a la vez que trataba de
animarlo, pues no era nada de sencillo mantener sosegado a un niño cuando
bullen de energía y curiosidad por descubrir todos los misterios que ven sus
ojitos.
Otra hora transcurrió en la embarcación, mientras los hombres tiraban las
redes al mar a la espera de que la ninfa de los mares, fuese generosos con
ellos y les obsequiara una pescada abundante para llevar sustento a sus hogares.
Ya el astro rey, ya se dejaba ver por completo y despertaba a toda criatura
a su paso y criaturas de la tierra, cielos y mares devolvían el saludo con sus
mejores deseos para una nueva jornada.
El pequeño Carlitos, llevado por su madre, pudo contemplar desde un extremo
apartado del bote y en donde no pudiesen obstaculizar las faenas; al sol
reflejarse en las cristalinas aguas turquesas del vasto océano pacifico.
-Mar –susurró el niño, que clavada su vista en el espejo de las aguas, dejó
su mente como su pensamiento, tratando de llamar a su querido amigo de juegos y
correrías nocturnas de los sueños.
A su vez que el niño, todo lo observaba extasiado y despreocupado con su
corazoncito a mil. Las aguas del gran océano, llevaron la voz del pequeño a las
mismas profundidades y como una explosión atómica, las corrientes marinas como
telégrafos, llevaron ese sonido a todas partes, viajando a la velocidad del
rayo. Recorriendo todos los confines, avernos y cuevas en todo el lecho marino
y al paso de los emisarios de Poseidón, el resto de las criaturas del mar,
quedaban asombrados por tanto despliegue y alboroto por un simple mensaje.
Se podría decir o comparar con el trabajo arduo y organizado que tienen las
hormigas cuando descubren alimentos o cuando el cambio de estación primaveral
ha llegado causando una gran conmoción en todo el hormiguero, donde miles de
antenitas chocan unas con otras entregando la buena nueva. Así mismo era en
este caso lo que sucedía con emisarios correntinos, que iban veloces entregando
la buena nueva.
El mensaje llegó a todo dominio del señor de los mares e incluso llegó a
los oídos de una de las hijas de Poseidón, Lunita.
No obstante, no fue la única puesta en aviso sobre la llegada del cachorro
de humano sino que otros seres sumidos en las oscuras profundidades abismales,
recibieron el mensaje con furia y un brillo malicioso se desprendía de los ojos
de seres siniestros.
-Ese niño no debe llegar a Poseidón –exclamó una voz gruesa oculta en la oscuridad. –Debemos detenerlo a
como de lugar.
-Tranquilo, Silver –ordenó otra voz más ronca, cuyos ojos brillaron en el
acto, imponiendo sus deseos y sin dejar espacio a la objeción de los otros. –ya
he previsto ese encuentro e Hidra, ya está tomando cartas en el asunto.
-¿Hidra se hará cargo? –exclamó el aludido con ojos empequeñecidos por la
incredulidad.
-Acaso dudas de mis palabras, querido Silver –preguntó la voz, tomando por
la barbilla a Silver, con una filosa espada de Nerval, que estaba toda manchada
con sangre en sus costados.
-No es eso, Hilarión –murmuró ahogado en su miedo Silver.-jamás dudaría de
tus palabras.
-Bien me parece –añadió burlón Hilarión, a la vez que bajaba su espada y la
dejaba incrustada en una de las paredes de la caverna a modo de intimidación
para los otros que se atrevieran a desafiar sus órdenes como poner en duda sus
dichos.
En eso, una corriente cruzó rauda la caverna y apago todas las antorchas
del lugar, dejándolos en una profunda oscuridad.
-Sigues siendo tan poco oportuna como siempre mi vieja amiga –exclamó
Hilarión cuyos había quedados clavados en una hendidura de aquel sitio que
pasaba inadvertida para otros menos observadores.
-Y tú tan observador y astuto como siempre Hilarión –dijo la voz de la criatura
oculta en el escondrijo.
-¿Qué novedades me traes de parte de Hidra? –inquirió demandante el
nombrado.
-Hidra, ya comenzó a gestar tu plan junto con los torbellinos subterráneos.
Ellos, harán que ese navío humano se hunda en lo profundo de los abismos
–explicó la figura en la grieta.
-¡Excelente! –Alabó Hilarión –ve y dile que buenos resultados. Ve con ella,
escurridiza anguila.
-Lo haré mi señor –agregó está –has de saber que Hidra, nunca falla y todas
nosotras junto con los gusanos del mar, le debemos obediencia plena.
-Así debe ser –murmuró despectivo Hilarión –ahora vete e informa a tu
señora. Vete rápido.
-Como tú ordenes Hilarión – se escuchó decir a la anguila que ya estaba
fuera de la caverna y en su paso raudo, volvieron las luces a la caverna nuevamente.
-¡Vaya! ¡¿Cuánta ágil es?! –acotó Silver. –ni siquiera dejó que la
viéramos.
-Así son todas ellas, silenciosas y traicioneras, mi querido Silver, nunca
te confíes de una anguila o reptil del mar, son ponzoñosos –señaló
socarronamente Hilarión.
Y una fuerte carcajada acompañó el silencio
y oscuridad de aquel lugar, dónde nadie osaría entrar sin resguardo,
cueva de rufianes.
Lejos de ahí y ajenos a esos sórdidos planes que se gestaban en las
profundidades…
En alta mar…
Carlitos, miraba asombrado el brillo titilante del sol reflejado en el agua
y viéndolo embelesado, no dejaba de escuchar el sonido del agua al agitar todo
a su alrededor.
Los ojos negros del pequeño, estaban perdidos en el vaivén y danza que
mantenían el suave viento con el agua, una unión perfecta. Haciendo que su
pequeño y enfermito corazón comenzará a latir más aprisa de lo normal en él,
pues era tal su emoción por estar junto a su querido amigo, que estaba
enmudecido viendo fijamente las aguas del mar y su danza ancestral.
Su madre, lo contemplaba a unos cuantos pasos de ahí, quería darle una
pequeña libertad y privacidad, total eran solos tres pasos los que los
separaban a ambos y nada malo podrías suceder, pensaba en su fuero interno
Teresa.
Sin embargo, estaba muy equivocada en sus pensamientos, porque de pronto
comenzó a cambiar el viento y a soplar fuertemente. Los cielos en un abrir y
cerrar de ojos se cubrieron de nubes negras, cargadas de lluvia y dejaron caer
su carga sobre todo el lugar.
Mientras que debajo de la embarcación se gestaba lo más siniestro de todo,
pues un manto negro en forma de torbellino ascendía rápidamente hacia la
superficie y con un solo y letal golpe,
dejó sentir todo su poder en todo el
barco.
A la vez que la lluvia se dejaba sentir copiosamente, empapando a los
hombres, que de prisa recogían las redes antes de perderlas.
No obstante, al mismo tiempo que ellos realizaban esa tarea, el golpe
sacudió por completo al bote y tuvieron que sostenerse firme de la baranda para
no caer y cuando ya se recuperaban del susto, se escucho un grito en la popa,
que los dejó a todos helados y unos a otros se miraron con espanto…pues un mal
presagió era ese quejido de mujer.
Los hombres de mar, no podían estar más acertados en sus deducciones, ya
que con el golpe se ciñó la desgracia…
En el preciso momento que la lluvia mojaba todo a su paso, un fuerte golpe
sacudió el bote, sacando de balance a Teresa, chocando bruscamente con la
pequeña cabina y no tuvo tiempo para alcanzar a tomar en brazos a su hijo,
quién salió proyectado hacia el costado exterior, cayendo directo sobre las
agitadas aguas, que tomaron a su victima y la abdujeron feroces hacia las
profundidades…
-Carlitos –gritó con desesperación Teresa, que sólo alcanzo a ver como su
hijo, fue arrojado al mar tras el golpe, cayendo de bruces al piso, al no poder
hallar a su pequeño.
En menos de un minuto, Ricardo, llegó raudo al lugar y encontró a su mujer
que lloraba desconsolada cubriendo su cara.
-Teresa, ¿qué sucedió?, ¿dónde está mi hijo? –preguntó Ricardo, sacudiendo
a su esposa para que pudiese decirle el paradero de su hijo.
-Carlitos, cayó al mar, producto del golpe y no alcancé tomarlo a tiempo
-se lamentaba entre sollozos la madre.
Al escuchar las palabras de su esposa, un fuerte dolor contrajo su corazón
al igual que al resto de sus compañeros que habían llegado en ese momento.
-¿Qué están esperando par de inútiles? –Amonestó Rubén a sus hombres-
pónganse a buscar al niño rápido.
Los diez hombres, se dispersaron por
toda la embarcación para poder observar de todas direcciones, si lograban dar
con el pequeño Carlitos en la superficie.
-En cuánto a ti, no dejes a tu mujer sola, nosotros nos haremos cargo
–demandó Rubén –vamos a barrer todo la zona hasta dar con tu hijo.
Ricardo, asintió con la cabeza, pues quiso mostrarse fuerte ante su esposa
para darle fortalezas y no perder la esperanza de hallar a su pequeño hijo.
Una vez que Rubén, se retiró del lugar, Ricardo le susurró al oído…
-Tranquila mi cielo, ya veras que lo vamos a encontrar –consoló Ricardo a
su mujer.
En la cubierta del bote, quedaba la pareja abrazada tanto de asumir algo
que no deseaban asumir por nada del mundo.
Por su parte, en las aguas del mar…
El cuerpo del pequeño Carlitos, era arrastrado velozmente por el torbellino
oscuro que lo mantenía suspendido de su poder para llevárselo a los abismos
marinos como uno más de sus tantos trofeos.
Todo daba vueltas en la cabeza del niño, que ya en eso instantes apenas
respiraba y sus parpados se sentían muy pesados, sumergiéndolo en un sueño
profundo y antes de cerrarlos por completo, alcanzó a murmurar…
-Maaar –pronuncio ya casi inconciente el niño y en esa última palabra, una
burbuja de aire se dejo ver que ascendía a la superficie, llevándose con ella
el nombre de su amigo y dejando inerte al pequeño.
Al momento en que Carlitos, ya cerraba sus ojitos, alcanzó a ver algo muy
luminoso y en eso perdió la conciencia por falta de oxigeno. No obstante, al
poco tiempo, lentamente sus parpados se volvieron a abrir y pudo entro lo
borroso de sus ojos, distinguir una sombra, que a medida que más se volvía
nítida su vista, pudo contemplar que la figura tomaba forma y era nada menos
con una foca, perdiendo nuevamente la consciencia.
Segundos más tardes, el niño, volvía abrir sus ojos y tras unos momentos de
parpadear con mucha fuerza. Se encontró que era llevado sobre el lomo de la
foca y que a su lado les acompañaba un pequeño pingüino y en eso alzó su vista
para toparse con los ojos negros del pequeño.
-¡Buenos días Carlitos! –saludó el pingüino alzando su sombrerito de copa.
El niño, abrió muchos sus ojos al poder escuchar hablar al pingüino y
llamarlo por su nombre y al momento en que éste último colocaba su sombrero, el
sonido de una trompeta se alcanzó a escuchar, sacando una gran sonrisa en el
pequeño.
-Veo que ya estás despierto, mi joven amigo –comentó la foca.
-Sí –fue la respuesta jubilosa de Carlitos - ¿dónde están mis papitos.
-Tus papitos están en otro sitio Carlitos y muy pronto nos reuniremos con
ellos –explicó la foca.
-Entiendo –dijo el niño y
olvidándose de sus padres, preguntó. -¿tú cómo te llamas foquita?
-Mi nombre es Lunita –señaló ella- y
a partir de hoy seré tu compañera y amiga y juntos haremos un viaje por los
mares del mundo entero.
-Sí, podré visitar a mi amigo mar –respondió sonriente el niño, mientras
con su manita acariciaba el lomo de la foquita.
Tanto la foca como el pingüino se veían entre si muy contentos por la
alegría de su nuevo y pequeño amigo humano.
Daba comienzo así, a las aventuras de Lunita, la reina de los siete mares.
2 comentarios:
Querida Anrhia;
Tal y como te prometí, he leído uno de los muchos fics que has públicado en este blog. Me ha sorprendido mucho este cuento, y algo me dice que solo es el principio, espero ^^.
Este cuento me recuerda mucho a la Sirenita jaja. Es muy bonito, lleno de aventura, emoción... un digno cuento para contar a los niños pequeños jeje. No me extraña que me insistieras en leerlo, porqué es muy bonito.
Eso si, debes vigilar bien la ortografía, que en algunos momentos uno se lía con los párrafos jeje. Aparte de eso, me ha encantado amiga mía.
Espero que Carlitos puedas curarse con la ayuda de sus dos nuevos amigos del mar. NOS VEMOS!!!
Ángelus Drakul
Que extremo cap se ve que estara genial este cuento, esperare el proximo capi con ansias.
Que lindo el pequeño Carlitos.
Que estés excelentemente y tengas un lindo día :)
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