Capítulo 4. Entre recuerdos y
el presente. Destino implacable.
La lluvia caía copiosamente en
el instante en que la dueña de la estancia de los pozos, Ariza Pedrales, se
mostró en su faceta más intimidante, en donde se confabuló con los elementos
para tener un aspecto siniestro y embrujador a la vez, como si de pronto el
pasado se hiciera presente y una escena similar pasara enfrente a los
ojos de una joven que antes era de similar aspecto a Bianca.
«─ ¿Dónde crees que vas Anaí? ─ preguntó una joven de piel morena,
cuyos vestidos estaban empapados por la lluvia, mientras se apreciaba como un
hermoso camafeo que adornaba su cuello, bajaba y subía
al ritmo de su respiración agitada.
─ Eso ya no es asunto tuyo ─ señaló la joven llamada Anaí, cuyo cuerpo estaba cubierto
por una capa roja que la cubría de la
lluvia y en algo protegía sus
finos vestidos de seda azul y la capucha de su capa, sólo dejaba ver
su rostro blanco y sus pequeños ojos grises, que en ese momento lucían opacos y
fríos como esa misma noche torrencial.
─ ¿Qué no es asunto mío? ─ inquirió con disgusto la otra joven. ─ déjame decirte cuan equivocadas
estás, sí piensas que saldrás de mi vida así como así.
─ Veo que
eres una mujer cínica y
mentirosa, que no se detiene ante de nada con tal de conseguir tus propósitos.
Utilizas a la gente a tu antojo y no te interesan en absoluto sus sentimientos ─ acusó Anaí ─ no quiero verte más en mi vida ¿me has oído Arlyn?
─ Te oí muy bien, cuando lo
dijiste frente a mi futuro esposo ─ afirmó Arlyn ─ pero, eso
no significa nada.
─ ¡Por Dios! ─ exclamó Anaí ─ ¿qué eso no es
suficiente para ti?, te vas a casar a Arlyn, y te lo guardaste muy bien hasta
el último minuto, haciéndome creer que me amabas.
─ Yo te
amo, Anaí ─ aseveró Arlyn,
acercándose a paso firme a la otra
muchacha. ─ El que me case con él, no
cambiarán las cosas entre tú
y yo. Es a ti quién amo y he amado desde que te conocí en la corte.
─ Sólo fui una entretención nada más como tantas otras en tu vida ─ reprochó
Anaí, mientras retrocedió unos pasos, quedando pegada al
carruaje. ─ ¿qué podía esperar? Sí la mujer más hermosa de toda la ciudad,
hija de un rey gitano, codiciada por todos los nobles y ricos de este país, se iba a fijar en una mujer
y menos que es hija de un mercader.
─ No digas
eso, sabes que nunca me ha importado ese tipo de cosas ─ corrigió Arlyn, asiendo del brazo a la
muchacha.
─ Suéltame, no me vuelvas a tocar en
tu vida ─ gritó Anaí, presa de la rabia y decepción, apartándose como un rayo de su lado. ─ eres una
mentirosa, si fueran ciertas tus palabras, no te estarías casando con Vladimir.
─ No soy
ninguna mentirosa y si me caso con él, es
porque no tengo más elección, son órdenes de mi padre y no puedo
desobedecerlo ─ mencionó con pesar
Arlyn.
─ Reconócelo Arlyn, alguna vez en tu
vida. ─ incitó Anaí, a decirle la verdad. ─ eres una
mentirosa que no deseaba que se supieran las cosas, por eso te opusiste tanto
en que fuera a ese baile porque sabías que en
ese lugar iba a descubrirlo todo.
Arlyn, en vano trató de
acercarse una vez más a la muchacha, pues ésta, la detuvo en seco al
sacar un pequeño revolver que llevaba escondido entre sus ropas. Los ojos
verdes de la joven, no dejaban de verle con espanto y ver que podía ocurrir una
desgracia sino tenía cuidado con sus palabras tanto como sus actos.
─ La
verdadera razón por la que no deseaba que
fueras, era porque quería ser yo
la que te lo dijese y no otros ─ refirió Arlyn, clavando sus ojos en la
joven. ─ había convenido con mi padre de
estar una hora en ese baile para luego, estar junto a ti y contártelo todo y
darte mis razones de por qué lo estaba haciendo.
─ Aunque
fuese verdad lo que dices, ya no puedo creerte más ─ señaló con tristeza Anaí ─ ahora lo único que deseo es estar muy lejos
de ti y tus mentiras, no quiero volverte a ver Arlyn, no quiero recordar que
alguna vez te amé.
─ Eso no lo
conseguirás jamás ─ sentenció Arlyn ─ porque
nunca dejarás de amarme como yo tampoco lo
haré.
─ ¡Óyeme bien Arlyn! ─ advirtió Anaí ─ arrancaré tu nombre de mi corazón aunque
se me vaya la vida en ello.
─ Ni
volviendo a nacer conseguirías un
hecho así ─ bramó una indignada Arlyn.
─ Si
tuviese la oportunidad de volver en otra vida, te juro que haré hasta lo imposible por que no
vuelvas a cruzarte en mi camino ─ sentenció Anaí.
─ Ni en
esta vida ni en otra podrás librarte
de mí ─ amenazó Arlyn ─ Podrás huir todo lo que desees pero
yo te encontraré tarde o
temprano y verás que nunca te mentí.
─ Un
mentiroso lo será siempre ─ murmuró Anaí, subiendo al carruaje sin
dejar de apuntar en dirección de Arlyn, hasta que desapareció de su vista.
Los ojos verdes de la joven, no
dejaron de verla hasta que se perdió por las callejuelas empedradas de la
cuidad. Aunque hubiese corrido en busca de guardias que impidieran el paso al
coche de su amada, de nada hubiese servido ya que no conseguiría aplacar el
dolor y la tristeza que vio en aquellos ojos grises que tanto amaba. Era su
culpa por no poder romper un compromiso que fue pactado con anterioridad cuando
era una niña de seis años.
En las costumbres de los
gitanos, la ley del rey, no se discute y se acata sin reprochar nada y con
mayor razón para los hijos. Un destino que se sellaba al momento de nacer para
algunos casos en particular.
─ Corre
cuanto puedas amor mío, yo te
encontraré donde quiera que vayas, jamás renunciare a tu amor ─ susurró Arlyn, al tiempo que lágrimas se perdían por sus mejillas.»
Después de tantos años, el
destino vuelve a ser de las suyas y pone en un mismo escenario a las mismas
mujeres con diferentes nombres pero con similar aspecto, con la salvedad que
una de ellas, no recuerda su pasado, salvo por ciertas pesadillas que la han
acompañado desde que era una niña y el rostro de una mujer que la persigue y
amenaza con volverse a encontrar.
Esa joven, no consigue
vislumbrar el rostro de aquella mujer, lo único cierto que esa imagen le
produce mucho dolor y temor, al punto de hacerse ver por una mujer vidente de
cosas paranormales, quién al momento de posar sus ojos en la muchacha comprobó
que su tomentoso pasado la persigue y le advierte de ese hecho. Motivo por el
cual la joven, decide huir cuanto antes del lugar y así, torcerle la mano al
destino.
Sin embargo, la vida tiene
muchas vueltas y nunca sabes cómo llegas al mismo sitio en que volverás a verte
las caras con quién fue la persona más importante de tu vida en otra época.
Una sonrisa, se bordó en los
labios de Ariza Pedrales, tras comprobar el rostro conmocionado de su viejo
amor, el brillo de esos ojos grises, le indicaban cierto pavor y a su vez,
asombro de verle ahí.
─ ¡Vaya,
vaya! parece que viste un fantasma o algo similar, Bianca ─ se burló de plano Ariza.
La mencionada, salió de su
estupefacción y levantó su mentón en forma desafiante, ya le comenzaba a caer
bastante mal esa mujer y para colmo de males, ya le salía hasta en la sopa,
parecía que el mundo giraba en torno a ella.
─ Más bien diría, pesadilla ─ escupió Bianca, clavada aún el suelo ripioso del sector
de cañadón grande.
─ Jajaja ─ soltó una sonora carcajada Ariza,
para luego, añadir. ─ me gusta
eso, eso me indica que estás bien. A
decir verdad, yo esperaba que estuvieras hecha un manojo de nervios al borde de
la histeria y el llanto.
─ En
verdad, usted le hace honor
a todos los sobrenombres que le han colgado ─ soltó Bianca, que la vio duramente
al recordar que casi se vuelca por su imprudencia. ─ se puede
saber, ¿qué pretendía al cruzarse de ese modo?
─ Antes de
responder a tu pregunta y sacándome la curiosidad ─ mencionó Ariza y preguntó de frentón ─ ¿Cuáles serían esos apodos?
─ No me
corresponde a mí decírselo sino a los que la llaman
así ─ refutó Bianca ─ ahora,
responda mi pregunta.
─ ¡¿Cuánta impaciencia, señorita Rangel?! ─ ironizó
Ariza, dando los últimos pasos para quedar de frente a la joven. ─ es una lástima que no demuestre su
educación de la cual hacía tanto alarde hace unas horas
atrás.
Los ojos grises de Bianca, se
empequeñecieron al máximo, había algo familiar en esa mujer que no le gustaba y
ahora, recién reparaba en ese detalle, es como si su sexto sentido le
advirtiese que se cuidase de ella. Por lo que decidió, tomar en cuenta ese
presentimiento, más no dejaría pasar el hecho, de que esa loca mujer por poco y
consigue matarla con una maniobra tan descabellada e irresponsable.
─ Ya que no va a responder lo
anterior, al menos dígame, ¿Qué es lo que usted quiere de mí? ─ preguntó seca Bianca, ya cansada de los
comentarios burlones de la mujer.
─ ¿Por qué comes ansias Bianca? ─ inquirió Ariza, cuyos ojos centelleaban
divertidos. ─ tenemos todo el tiempo del mundo para que tú sepas lo que yo quiero de ti.
─ Usted, es
una especialista en evadir preguntas, señorita
Pedrales ─ argumentó Bianca,
cabreada de las evasivas de la mujer, ya parecía al cuento del gato y el ratón.
─ Y tú, eres una muchacha muy
impaciente queriendo llevarse al mundo por delante ─ expresó Ariza, que jugaba con los
botones de su blusa que estaba adherida a su curvilíneo torso, que por cierto tenía bastantes atributos que eran
ignorados por la otra joven.
─ ¡Esto se acabó!
no estoy para aguantar más sus
comentarios e ironías ─ masculló una molesta Bianca, que giro
sobre sus talones para largarse de ese lugar.
─ Un
momento, señorita Rangel ─ señaló Ariza, deteniéndola por el
brazo y volteándola a ver ─ yo aún no termino contigo, hay
muchas cosas que voy a enseñarte y una
de ellas, es saber escuchar y poner atención cuando
se te habla.
─ ¿Quién es usted para imponerme
cosas? ─ confrontó en el acto Bianca, apartando
las manos de la estanciera de su brazo. ─ Cuando no tiene la mínima decencia en responder las
preguntas que le hiciera.
─ Vas a
tener todas tus respuestas en su debido momento ─ aclaró Ariza, volviendo asir el brazo
de la muchacha. ─ Por ahora, vendrás conmigo y
salir de este aguacero infernal.
─ Yo no iré con usted a ningún sitio ─ respondió la joven, tratando de zafarse
del agarre y de ser arrastrada por Ariza, hasta su camioneta.
─ Pues cuánto lo siento por ti ─ declaró arrogante Ariza y jaló con fuerza a la muchacha hasta
casi pegarla a su cuerpo y sin pensarlo mucho, la envolvió con los brazos y
empujó su cuerpo hasta llevarla hasta su vehículo.
Por más que la joven Rangel,
luchó oponiendo resistencia con su cuerpo y tratar de mantenerse clavada al
piso, sólo consiguió que la fuerza que empleará Ariza fuese mayor, provocando
un contacto muy íntimo entre ambos cuerpos que a pesar de lo gélido de la
lluvia que caía sobre ellas, pequeñas corrientes dejaban sentirse entre ambas,
producto del roce o tal vez de algo más… ¿quién sabe lo que puede guardar la
memoria de un cuerpo, ya conocido?
Cuando, ya estaban cercanas a
la puerta de la camioneta, Ariza, estrechó más contra su cuerpo a la muchacha
por medio de su brazo izquierdo, mientras liberó su otro brazo para alcanzar la
manilla de la puerta y cuando consiguió abrirla, empujó con firmeza a la joven
al interior de esta, asegurándose de cerrarla de inmediato con seguro y sin
dejarla de verla a los ojos, cruzó por delante y ocupó su lugar frente al
volante, cerrando con seguro todas las puertas y evitando que su prisionera
intentará escapar.
─ ¿Qué rayos cree que está haciendo? ─ preguntó iracunda Bianca.
─ Lo que
ves y que ya te advertí de ante
mano, pero tú para variar no prestas atención a lo que yo te digo ─ aclaró Ariza, sacudiéndose un poco la cabeza, antes
de arrancar su coche.
─ Usted está loca, con qué derecho hace todo esto si se
puede saber ─ exigió Bianca ─ además, esta mi auto que no voy a
dejar botado por hacerle caso a una desquiciada como usted.
Tras eso, se desató la
verdadera hecatombe en Ariza, que sintió arder la sangre en todo su cuerpo con
las palabras de la joven y en un movimiento fugaz, ya estaba sobre el rostro de
la joven y sus ojos verdes echaban chispas por doquier, se inclinó en forma más
intimidante sobre la muchacha y soltó de pronto…
─ Lo hago
con todo el derecho del mundo y dentro de muy poco vas a saberlo, querida mía ─ confesó con pasmosa frialdad Ariza. ─ En cuanto
a tu auto, ya vendrán a
recogerlo, los lame botas de tu empresa. Ves que no hay nada de qué preocuparse.
Dicho esto, se quedó unos
segundos, casi eternos viéndola fijamente, sus ojos verdes no dejaban de ver el
rostro de quién por tantos años, lloró sin consuelo alguno, tras su partida
condenándola a una vida miserable y vacía.
Motivada por un impulso, poso
uno de sus largos dedos sobre los labios pequeños y tersos de Bianca, que fue
presa de un sentimiento de pavor y a la vez, estaba hipnotizada con lo
que hacía Ariza, sobre sus labios.
Muy despacio, dibujó todo el
contorno de los labios de la muchacha sin apartar la mirada de eso ojos grises,
que la veían como en un ensueño, totalmente conmocionada. Era tan agradable la
sensación de volver acariciar la piel de la mujer que tanto amó, que no tenía
precio describir la exquisita sensación que ello le producía en todo su ser, su
piel tan suave, cálida, tan tierna como la recordaba desde la otra vida, que no
pudo evitar soltar un suspiro, que en el acto ahogó en su pecho para no volver
a mostrarse vulnerable ante aquella, que la castigó a la miseria más
grande que puede tener ser humano alguno, ser despojado del amor.
Tan imprevisto como lo hizo,
retiró su dedo de los labios de la joven Rangel y regreso a una mirada fría y
burlona como siempre, apartándose del cuerpo de la muchacha, para ocuparse de
lo esencial en ese momento, conducir.
─ Hora de
largarnos de este lugar ─ señaló Ariza, y arrancó su camioneta con un giro de 90
grados a su volante y tomó el camino
de regreso a casa.
No volverían a cruzar palabra
entre ellas, debido a que Bianca, estaba demasiado aturdida y sin poder
articular palabra alguna. Mientras que Ariza, estaba preocupada del camino y de
cientos de pensamientos que inundaban su cabeza en ese momento.
«No debo dejar que interfieran
en mis planes, al menos no hoy. Debo ver que les diré para conseguir mi
objetivo de retenerla a mi lado» analizaba mentalmente Ariza.
Mientras ambas, permanecían
sumidas en sus mundos. La camioneta de la empresa petrolera, estaba a una
cuesta de volver a encontrarse con la camioneta de la estanciera.
─ Lo único que deseo es que esa mujer
de los abismos, no haya alcanzado a Bianca ─ refunfuñaba Alejandro.
─ Lamento
no poder ser optimista en ese sentido amigo mío ─ argumentó Atalía ─ pero es
muy poco probable que Bianca haya podido escapar de esa mujer.
No había terminado de hablar,
cuando divisaron que en sentido contrario venía veloz la camioneta de la dueña
de los pozos.
─ Hablando
del rey de Roma y éste que
asoma ─ escupió un mal humorado Alejandro.
En un abrir de ojos, la
camioneta de la estanciera, frenó en seco al lado de la camioneta de Enap y
bajando la ventanilla de su auto, les habló cortantemente y al mismo tiempo que
ambos hombres comprobaron que la misma Bianca, venía de copiloto, causando gran
sorpresa en ambos.
─ Será mejor que se apresuren en
recoger el auto de la señorita
Rangel, antes de que alguien se lo pueda robar ─ mencionó Ariza ─ por
cierto, ella vendrá conmigo,
tenemos temas pendientes que resolver y cuando haya acabado, regresará con ustedes. Buenas tardes
caballeros.
Fue todo lo que impuso una vez
más, la dueña de la estancia de los pozos y sin dejarles decir, esta boca es
mía, arrancó rauda del lugar, dejando una cortina de agua que salpicaba a los
costados de la velocidad con la que iba.
─ Esa mujer
─ profirió Alejandro, apretando fuerte el
volante como queriendo romperlo con sus propias manos, de la impotencia que le
causaba los caprichos e imposiciones
de esa mujer.
Atalía, viendo con espanto la
actitud de Alejandro, que ya comenzaba a dar muestra de un gran fastidio
en contra de la estanciera, trató de inmediato de bajarle el perfil al asunto.
─ Hombre
ten calma, al final de cuentas, vimos que Bianca, está en una sola pieza ─ comentó Atalía ─ tú sabes, que contra Ariza, no
podemos hacer nada.
─ Ese es el
maldito problema ─ siseó Alejandro ─ que
siempre terminamos haciendo su santa voluntad, ya parecemos sus títeres. Tú me perdonarás Ata, pero esta situación ya comienza a cansarme y voy
a viajar cuanto antes a Santiago y ver qué podemos
hacer al respecto.
─ ¿Estás hablando en serio? ─ preguntó un incrédulo Atalía.
─ Muy en
serio. Es más viajare esta misma noche si
es posible ─ confidenció Alejandro
y echando andar el auto, acotó ─ ahora
vamos por el leer de Bianca, que tu llevarás al
campamento, porque yo tomaré rumbo a Punta Arenas.
Tras las palabras del mandamás
de la empresa, un silencio sepulcral se instaló en la camioneta y Atalía, quedo
meditando para su interior.
«Tenía razón en mi impresión de
ayer, has llegado para cambiar las cosas, querida Bianca» reflexionaba Ata.
La verdad, nunca estuvo errado en sus conclusiones, pues con la llegada de
Bianca Rangel, toda la vida de ese campamento se pondría de cabeza y más para
la dueña de la estancia, que vendría a descubrir que la misma mujer que tanto
amo, ya no era la misma y sería una de las cosas más sorprendentes de descubrir
y asumir a la vez.
1 comentario:
Que historia más triste, la de Anaí y Arlyn. Lleno de odio y rencor. Nunca me han gustado estas rupturas, pero si dan comienzo a una aventura como esta, entonces merece la pena leerlas de principio a fin.
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