Un cuento para una amiga muy querida.
A tu reencuentro.
Tus pequeños ojos
claros vuelven a ver a través del grueso ventanal de aquella casa enclavada en
la falda de la montaña.
-No tienes sueño hija
mía –dijo la madre –el doctor ha dicho que debes descansar lo más posible y
puedas estar fuerte para viajar.
-No tengo sueño mami
–dijo la pequeña –quiero estar con mi hermano en el patio y jugar hasta el
anochecer.
-Ya podrás mi cielo
–mencionó su madre –ahora procura dormir un poco.
La pequeña asintió y
obedeció a su madre, cerrando sus ojos de inmediato. Por su parte, la señora
contempló por mucho tiempo a su pequeña hija hasta que el sueño consiguió
vencer su férrea voluntad.
Eran sentimientos
encontrados para la mujer, tener que observar a su pequeña rodeada de aparatos
médicos y cables que le permiten mantenerla estabilizada y poder, por así
decirlo; disfrutar de un día más.
-Mi pequeña Andrea
–susurró la mujer –llegará el día que te harás fuerte y podrás abandonar esa
cama y ser libre como las aves, para cruzar los cielos que tanto amas.
Abandonó el
dormitorio en silencio y se fue hasta el living dónde estaban reunidos todos
los demás integrantes de la familia.
-¿Se ha quedado
dormida ya? –preguntó Alberto.
-Sí –contestó ella.
-Esperemos que este
nuevo tratamiento surta efecto –comentó Benjamín, abuelo de Andrea.
-Creo firmemente que
mientras exista una remota posibilidad, intentaré todo hasta conseguir una cura
para su enfermedad –Agregó ella.
-Marcela, ¿no has
pensado cambiarte a otra ciudad? –Inquirió Nicolás, su hermano –la vida aquí en
Santiago, no es recomendable y tenerla siempre en su dormitorio, no beneficia
en nada a su salud.
-Estoy barajando esa
posibilidad, pero lo consultaré con Efraín –explicó ésta –debo ver, si
Bernardita quiera trasladarse con nosotros. No es llegar y cambiar de enfermera
todo el tiempo.
-En todos los casos
–afirmó Nicolás –creo que mi cuñado estará de acuerdo y en cuánto a Bernardita,
es complicado por su familia.
-Sin duda lo es
–mencionó Marcela –esta semana conversare con ella y según su respuesta,
hablare con mi esposo.
-Entiendo –contestó
su hermano.
Mientras la familia,
buscaba el modo de poder mejorar un poco el estado de salud de la pequeña
Andrea y ajenos a lo que desarrollaría en cosa de segundo en la habitación de
la niña.
Ésta por su parte,
dormía profundamente, producto de estar sedada con nuevos medicamentos. Sin
embargo, en su mente…
-Andrea –llamó una
voz.
No hubo respuesta…
-Andrea –volvió a
llamar –despierta.
Los ojitos de la niña
se abrieron despacio y lo primero que vio, fue el cielo raso de su dormitorio.
Dónde todo estaba cubierto con motivos de ángeles y escenas con niños.
-Por fin despiertas
pequeña –acotó la voz.
En eso Andrea, giró
su cabeza y sus ojos marrón se toparon con la presencia de una señora, bastante
alta y muy joven por lo demás. Sus cabellos eran matizados de un azul profundo
con tintes verde petróleo y largos hasta llegarle a su cintura. Su piel era
morena y sus ojos turquesa. Su rostro era un poema a la ternura y su sonrisa
venía a complementar todo aquello.
-¿Quién eres? –Preguntó
Andrea –mami no me dijo que vendría otra enfermera a cuidar de mí.
-Es una sorpresa que
tenía para ti –explicó la mujer –juntas iremos a visitar un lugar muy especial.
-¿De verdad puedo ir?
–Preguntó la niña con entusiasmo -¿cómo te llamas?
-Tengo muchos nombres
–dijo ella –pero, me llaman, Mar.
-¡Mar! –Exclamó
Andrea –es bonito.
-Me alegra que te
guste, Andrea –dijo ésta -¿lista para irnos?
-¿Iremos con mami?
–inquirió Andrea.
-Ella no puede
acompañarnos esta vez –explicó Mar –debe cuidar de tu hermano Ricardo, pero en
otro viaje, iremos las tres, ¿estás de acuerdo?
-Bueno –respondió la
niña.
-Ahora cierra tus
ojitos y confía en mí –indicó Mar, mientras tomaba en brazos a la niña.
En el acto, Andrea
cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el pecho de Mar y ambas se perdieron por el
ventanal que daba hacia el balcón de su dormitorio.
Momentos más tarde…
El barrullo y los graznidos de las aves,
vinieron a despertar a la pequeña Andrea. Sus ojos se abrieron mucho al
contemplar el inmenso cielo azul, que estaba adornado de muchas gaviotas que
revoloteaban por sobre su cabeza.
Trató de incorporarse
y sin ningún problema pudo sentarse en la suave arena de la playa, quedado
confundida, pues la niña, por lo general dependía de la ayuda de su madre o su
enfermera.
-Has despertado –dijo
Mar, que la contemplaba desde hace mucho, sentada en una roca –ponte de pie, mi
querida Andrea.
-No puedo –explicó
ésta –nunca he caminado sola, sin la ayuda de mamá.
-Puedes hacerlo
–alentó Mar –confía en mí y ponte de pie.
La niña, aunque
nerviosa, obedeció las órdenes de la mujer y comenzó lentamente a ponerse de
pie, aunque temblorosa en un principio, consiguió estar totalmente erguida
sobre sus piernas.
-Ahora, camina hacia
mí –demandó Mar –no temas, podrás
hacerlo mi dulce Andrea.
-Está bien –respondió
ésta y lentamente comenzó a caminar en dirección a la roca.
Con mucho esfuerzo y
agotada por el esfuerzo que le implicaba caminar, pues nunca en su vida, lo había hecho. Siempre daba más que unos
cuantos pasos y con la supervisión de especialistas.
Al llegar a la roca,
fue recibida con un gran abrazo de parte de Mar.
-Ves que has podido,
mi pequeña –acotó ella.
-Sí –contestó Andrea
-¿por qué puedo caminar y antes no?
-porque algunas cosas
requieren de un tiempo, mi querida Andrea –explico Mar, sentando sobre sus
rodillas a la niña. –antes debían desarrollarse y fortalecerse un poco más tu
cuerpo y así, estuviera listo para este momento.
-¿Cómo los bebes de
las aves? –preguntó la niña.
-Exacto. –Contestó
Mar –para que lleguen a ser hermosas aves. Un pichón de ave, debe desarrollarse
todo su cuerpo, nacerle un nuevo plumaje que lo proteja de la lluvia, crecer y
fortalecer sus alas para el vuelo y adquirir un poco de experiencia por medio
de sus padres.
-¡Wow! –Exclamó con
entusiasmo Andrea –entonces yo también me haré fuerte como los bebes de las
aves.
-Claro que sí
–respondió Mar –serás una niña muy fuerte con el correr del tiempo y para ello,
yo estaré a tu lado enseñándote todo lo que necesitas para concretar ese anhelo.
La pequeña, se abrazó
a la mujer y por unos instantes quedó viendo fijamente el rugir de las olas
golpeando las rocas cercanas a ellas.
-Mar ¿y cómo lo vamos
hacer? –Preguntó Andrea -¿deberé ir a nuevo hospital?
-No, mi querida
Andrea –respondió ésta –iremos a un lugar muy hermoso dónde podrás
desarrollarte y volverte muy fuerte en un tiempo más.
-¿Qué lugar es ese?
–inquirió la niña, separándose del pecho de Mar, y ver fijamente sus ojos
turquesa.
-Ese lugar es mi
mundo Andrea –respondió la mujer –vas a conocer en dónde vivo. En ese lugar hay
muchas criaturas que se convertirán en tus amigos, tus hermanos y compañeros de
juego.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario