mujer y ave

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martes, 11 de marzo de 2014

La niña y la mar.


Un cuento para una amiga muy querida.

A tu reencuentro.


Tus pequeños ojos claros vuelven a ver a través del grueso ventanal de aquella casa enclavada en la falda de la montaña.
-No tienes sueño hija mía –dijo la madre –el doctor ha dicho que debes descansar lo más posible y puedas estar fuerte para viajar.
-No tengo sueño mami –dijo la pequeña –quiero estar con mi hermano en el patio y jugar hasta el anochecer.
-Ya podrás mi cielo –mencionó su madre –ahora procura dormir un poco.


La pequeña asintió y obedeció a su madre, cerrando sus ojos de inmediato. Por su parte, la señora contempló por mucho tiempo a su pequeña hija hasta que el sueño consiguió vencer su férrea voluntad.

Eran sentimientos encontrados para la mujer, tener que observar a su pequeña rodeada de aparatos médicos y cables que le permiten mantenerla estabilizada y poder, por así decirlo;  disfrutar de un día más.

-Mi pequeña Andrea –susurró la mujer –llegará el día que te harás fuerte y podrás abandonar esa cama y ser libre como las aves, para cruzar los cielos que tanto amas.

Abandonó el dormitorio en silencio y se fue hasta el living dónde estaban reunidos todos los demás integrantes de la familia.

-¿Se ha quedado dormida ya? –preguntó Alberto.
-Sí –contestó ella.
-Esperemos que este nuevo tratamiento surta efecto –comentó Benjamín, abuelo de Andrea.
-Creo firmemente que mientras exista una remota posibilidad, intentaré todo hasta conseguir una cura para su enfermedad –Agregó ella.
-Marcela, ¿no has pensado cambiarte a otra ciudad? –Inquirió Nicolás, su hermano –la vida aquí en Santiago, no es recomendable y tenerla siempre en su dormitorio, no beneficia en nada a su salud.
-Estoy barajando esa posibilidad, pero lo consultaré con Efraín –explicó ésta –debo ver, si Bernardita quiera trasladarse con nosotros. No es llegar y cambiar de enfermera todo el tiempo.
-En todos los casos –afirmó Nicolás –creo que mi cuñado estará de acuerdo y en cuánto a Bernardita, es complicado por su familia.
-Sin duda lo es –mencionó Marcela –esta semana conversare con ella y según su respuesta, hablare con mi esposo.
-Entiendo –contestó su hermano.

Mientras la familia, buscaba el modo de poder mejorar un poco el estado de salud de la pequeña Andrea y ajenos a lo que desarrollaría en cosa de segundo en la habitación de la niña.

Ésta por su parte, dormía profundamente, producto de estar sedada con nuevos medicamentos. Sin embargo, en su mente…

-Andrea –llamó una voz.
No hubo respuesta…
-Andrea –volvió a llamar –despierta.

Los ojitos de la niña se abrieron despacio y lo primero que vio, fue el cielo raso de su dormitorio. Dónde todo estaba cubierto con motivos de ángeles y escenas con niños.

-Por fin despiertas pequeña –acotó la voz.

En eso Andrea, giró su cabeza y sus ojos marrón se toparon con la presencia de una señora, bastante alta y muy joven por lo demás. Sus cabellos eran matizados de un azul profundo con tintes verde petróleo y largos hasta llegarle a su cintura. Su piel era morena y sus ojos turquesa. Su rostro era un poema a la ternura y su sonrisa venía a complementar todo aquello.

-¿Quién eres? –Preguntó Andrea –mami no me dijo que vendría otra enfermera a cuidar de mí.
-Es una sorpresa que tenía para ti –explicó la mujer –juntas iremos a visitar un lugar muy especial.
-¿De verdad puedo ir? –Preguntó la niña con entusiasmo -¿cómo te llamas?
-Tengo muchos nombres –dijo ella –pero, me llaman, Mar.
-¡Mar! –Exclamó Andrea –es bonito.
-Me alegra que te guste, Andrea –dijo ésta -¿lista para irnos?
-¿Iremos con mami? –inquirió Andrea.
-Ella no puede acompañarnos esta vez –explicó Mar –debe cuidar de tu hermano Ricardo, pero en otro viaje, iremos las tres, ¿estás de acuerdo?
-Bueno –respondió la niña.
-Ahora cierra tus ojitos y confía en mí –indicó Mar, mientras tomaba en brazos a la niña.

En el acto, Andrea cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el pecho de Mar y ambas se perdieron por el ventanal que daba hacia el balcón de su dormitorio.
Momentos más tarde…

 El barrullo y los graznidos de las aves, vinieron a despertar a la pequeña Andrea. Sus ojos se abrieron mucho al contemplar el inmenso cielo azul, que estaba adornado de muchas gaviotas que revoloteaban por sobre su cabeza.

Trató de incorporarse y sin ningún problema pudo sentarse en la suave arena de la playa, quedado confundida, pues la niña, por lo general dependía de la ayuda de su madre o su enfermera.

-Has despertado –dijo Mar, que la contemplaba desde hace mucho, sentada en una roca –ponte de pie, mi querida Andrea.
-No puedo –explicó ésta –nunca he caminado sola, sin la ayuda de mamá.
-Puedes hacerlo –alentó Mar –confía en mí y ponte de pie.

La niña, aunque nerviosa, obedeció las órdenes de la mujer y comenzó lentamente a ponerse de pie, aunque temblorosa en un principio, consiguió estar totalmente erguida sobre sus piernas.

-Ahora, camina hacia mí –demandó Mar –no temas,  podrás hacerlo mi dulce Andrea.
-Está bien –respondió ésta y lentamente comenzó a caminar en dirección a la roca.

Con mucho esfuerzo y agotada por el esfuerzo que le implicaba caminar, pues nunca en su vida,  lo había hecho. Siempre daba más que unos cuantos pasos y con la supervisión de especialistas.

Al llegar a la roca, fue recibida con un gran abrazo de parte de Mar.

-Ves que has podido, mi pequeña –acotó ella.
-Sí –contestó Andrea -¿por qué puedo caminar y antes no?
-porque algunas cosas requieren de un tiempo, mi querida Andrea –explico Mar, sentando sobre sus rodillas a la niña. –antes debían desarrollarse y fortalecerse un poco más tu cuerpo y así, estuviera listo para este momento.
-¿Cómo los bebes de las aves? –preguntó la niña.
-Exacto. –Contestó Mar –para que lleguen a ser hermosas aves. Un pichón de ave, debe desarrollarse todo su cuerpo, nacerle un nuevo plumaje que lo proteja de la lluvia, crecer y fortalecer sus alas para el vuelo y adquirir un poco de experiencia por medio de sus padres.

-¡Wow! –Exclamó con entusiasmo Andrea –entonces yo también me haré fuerte como los bebes de las aves.
-Claro que sí –respondió Mar –serás una niña muy fuerte con el correr del tiempo y para ello, yo estaré a tu lado enseñándote todo lo que necesitas para concretar ese anhelo.

La pequeña, se abrazó a la mujer y por unos instantes quedó viendo fijamente el rugir de las olas golpeando las rocas cercanas a ellas.

-Mar ¿y cómo lo vamos hacer? –Preguntó Andrea -¿deberé ir a nuevo hospital?
-No, mi querida Andrea –respondió ésta –iremos a un lugar muy hermoso dónde podrás desarrollarte y volverte muy fuerte en un tiempo más.
-¿Qué lugar es ese? –inquirió la niña, separándose del pecho de Mar, y ver fijamente sus ojos turquesa.

-Ese lugar es mi mundo Andrea –respondió la mujer –vas a conocer en dónde vivo. En ese lugar hay muchas criaturas que se convertirán en tus amigos, tus hermanos y compañeros de juego.

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