La Maldición de la Luna, capítulo 26.
Equinoccio
lunar y el conjuro.
Glasgow…
El Tuermo…
Un silencio
casi sepulcral se oía a su alrededor y despacio comenzó a abrir sus ojos. Sin
embargo, fue infructuoso ya que sus pupilas se toparon de lleno con la oscuridad.
Y es que
solo penumbras envolvían a Alexander Loren; que no se resignó a ello y restregó
nuevamente sus ojos como para ahuyentar la oscuridad. No obstante, nada cambio
y todo seguía estando tan oscuro como hace un momento atrás.
Entonces un
desasosiego lo invadió por completo e hizo presa de él y su ritmo cardiaco se
disparó aumentando los latidos de su corazón al llenarse de cierto pavor por no
saber en qué lugar se encontraba.
De pronto
comenzó a sentir el frío que reinaba en el lugar y por instinto llevó sus manos
hasta sus labios para calentarlas un poco con su aliento. Permaneció un largo
rato hasta que pudo conseguir entibiarlas un poco.
Luego,
intentó buscar algo calma y prestó oído a los ruidos y en eso sintió como el
martilleo constante e infinito del agua caer al piso, haciéndole tomar
conciencia de que se encontraba tal vez en una caverna o un lugar similar.
Aplacó al
máximo su ansiedad y calmo sus nervios al máximo y con su mano izquierda
comenzó a tantear posibles paredes y así hallar una salida de ese sitio. Sin
embargo, el intentar dar manotazos al aire, sólo consiguieron que una y otra
vez se fuese de bruces al suelo por tropezar con piedras que se hallaban en la
caverna. Y con más desesperación que serenidad debido al número de caída
rápidamente se ponía en pie una y cientos de veces con tal encontrar una escapatoria de ese abismo infernal.
Así el
tiempo transcurrió paulatinamente sin conseguir su propósito y sólo conseguía
exacerbar su carácter que lo hizo temido entre sus hijos. Dominado por la rabia
y la frustración maldecía a destajo a todos los que recordaba y creía
merecedores de su enojo. Llegando a un punto en fuertes gritos de dolor se
escucharon en la inmensidad de esa caverna, acompañados de lágrimas que
brotaban raudas por sus frías mejillas que se volvían pequeñas agujas que se
clavaban despiadadamente en su rostro producto de lo gélido del lugar.
Por largas
horas, sólo gemidos inundaban aquel desolador paraje…
─ ¿Por
qué?... ¿Por qué a mí? ─ Balbuceaba entre llanto Alexander, que volvía a
ponerse de pie y seguía caminando a tropezones en medio de esa oscuridad. ─ ¿En
dónde estoy?... ¿por qué no viene nadie a sacarme de este lugar?
Quizás a
modo de clemencia en respuesta a sus plegarias… Un brillo comenzó a
vislumbrarse en medio de ese abismo y delante del hombre, inundó todo el lugar
y sólo cuando Alexander, después de luchar para que sus ojos pudiesen
habituarse a la luz, pudo enfocar sus cansados ojos azules al centro y de ahí,
vio reflejado la silueta de un ángel o al menos eso creyó él en este momento.
─ ¿Quién
eres? ─ preguntó el padre de Cristina ─ ¿Has venido a sacarme de este sitio
infernal?
─ No he
venido a tal cosa sino a juzgarte según las leyes de mi pueblo al intentar
asesinar a una princesa ─ respondió una suave voz de mujer.
─ ¿De qué
princesa estás hablando mujer? ─ inquirió Alexander que hacía esfuerzos por
mantener lo más abierto posible sus ojos que le dolían con ese brillo de luz,
que parecía como si fuese el mismo sol que quemase sus pupilas…
─ Nada
menos que tu hija ─ contestó la joven ─ Cristina.
Al oír
aquel nombre, Alexander, tomó conciencia de quién era la joven que estaba
delante suyo.
─ Cristina…
─ tartamudeó Alexander ─ Entonces tú eres…
─ Su
esposa. Jamiel Atkinson ─ mencionó la princesa de los Dinkaire ─ y soy la
sucesora de la reina de los Dinkaire. Lo que convierte a Cristina en princesa
consorte y corregente de mi pueblo. Y por las leyes que nos rigen vengo a
dictar la sentencia que te corresponde por atentar contra la vida de mi esposa.
Fue
entonces que la luz inundó por completo toda la caverna haciéndose más tenue
para los ojos del hombre y de toda criatura y al mismo tiempo que apreció la
figura de la joven princesa, cuyo cuerpo estaba embestido con su armadura de
guerra y de su espalda sobresalían esos dos pares de alas que hicieron creer al
padre de Cristina, de que se trataba de un ángel.
Y al
costado de Jamiel, estaban acompañando dos hombres ataviados en túnicas blancas
y en cuyas manos cargaban un libro inmenso envuelto en una placa de cuarzo de
cornalina y portaban un báculo de cristal envuelto en llamas azules.
─ ¿Cristina…una
princesa? ─ murmuró confundido Alexander, que se acercó a tumbos hasta dónde
estaban los demás ─ ¡Eso es imposible! Ya han inventado que era hija de la Luna
y que me darían fortuna por ello y todo resultó ser un engaño. Esa buena para
nada; nunca fue quién decían que podía
ser y resultó que al final de cuentas, no era más que una debilucha con retorcidas inclinaciones.
─
¡Silencio! ─ clamó Jamiel, que mandó a volar de un solo golpe a Alexander a la
pared ─ No tienes derecho de tratar de ese modo a mi esposa y por primera vez
en tu vida vas a respetarla como lo que es. Cristina, se convirtió en princesa
de mi clan y que además, ella si es la hija de la Luna al igual que Kiara y tú
estás en problemas ahora, ya que la venganza de Ankerius será aún mayor al
atreverte a lastimar a su hija.
─ Eso es
mentira ─ explotó Alexander tras oír a la joven Dinkaire ─ Si hubiese sido hija
de la Luna, yo hubiese recibido riquezas como se me prometió.
─ Lo que mi
madre prometió a Timothy Loren, fueron otro tipo de riquezas y no las que tú
estabas esperando ─ explicó Jamiel ─ se refería a que su estirpe se perpetuaría
por mucho tiempo en la historia y la niña nacida en su seno familiar traería
mucha alegría y esperanza.
─
¡Patrañas! ─ rebatió un furioso Alexander, que a pesar de sus heridas por el
golpe que recibió, se las arregló para ubicarse frente a la joven. ─ Riquezas
era lo prometido. Lo otro que mencionas solo son cuentos baratos.
El padre de
Cristina, movido por la codicia y la locura, intentó agarrar del cuello a
Jamiel, en un intento desesperado de conseguir sus propósitos y de paso,
escapar del averno llamado el Tuermo.
─ ¡No te
atrevas a tocar a nuestra señora! ─ advirtió Ananías, sumo sacerdote; asestando
un certero golpe con el báculo en su estómago y siendo lanzado al otro lado del
lugar hasta romperle todas sus costillas, brotando de inmediato sangre por su
boca.
Alexander,
estuvo un tiempo intentando ponerse en pie y es que las heridas en su cuerpo no
se lo permitían y las convulsiones que era preso producto de la hemorragia
interna, lo hacía mucho más difícil.
─ Has
vuelto a profanar nuestras leyes al osar lastimar ahora a nuestra soberana ─ enfatizó
Ananías y con su compañero, levantaron al padre de Cristina y lo llevaron ante
la futura reina de su clan. ─ Hasta aquí han llegado tus fechorías humano. Es
hora de recibir tu castigo.
El hombre
fue puesto delante de Jamiel y cayó de rodillas al no poder sostenerse en pie y
desde ese lugar; se escuchó…
« Remino anss dinkairis
estreusm Alexander dulzsues oneme
duex fues cainem el inselsur kamir olg
dasfium al cate die somptaus indelzus
vigriem dusteuf cusquent corsadem
al tárteus da cruz le duermus aska
menthor» recitó Jamiel.
« Como
regente del clan Dinkaire, te condeno a ti Alexander a ser desterrado del mundo
de los hombres y morar infinitamente en el abismo del tártaro del Tuermo, en
castigo por haber atentado contra la vida de mi khamir y quedar privado de tus
sentidos por siempre»
Cuya palma
de la mano estaba extendida sobre la cabeza de Alexander y sus sirvientes
sostenían el libro de la ley a la vez que dictaba sentencia y ahí, el báculo
comenzó a desprender un fuego violeta que envolvió rápidamente el cuerpo del
hombre y un fuerte alarido fue arrancado de su garganta y sus manos abrazaron
inconscientemente su vientre, ya que un fuego ardía ferozmente desde su
interior. Y fue así, que el padre de una de las gemelas de la luna fue
desprovisto uno a uno de sus sentidos: El primero en ser quitado fue el oído,
ya que sólo sintió un pitido agudo y de pronto solo hubo silencio.
Luego,
prosiguió la vista y sus ojos sintieron como la luz le quemaba sus retinas y de
sus ojos brotaron gotas de sangre hasta que el iris se volvió totalmente opaco
y una tela blanquecina los cubrió.
El tercero
en venir fue el olfato y de las fosas nasales surgieron llagas que quemaron sus
cavidades y enseguida ya nada pudo percibir en cuanto a olores se trata.
El cuarto
en ser arrebatado fue el tacto y de las palmas de sus manos en la parte
interna, surgieron dos protuberancias
que recogieron los tejidos de la piel hasta el grado de tullirlas
grotescamente.
Y por
último, el sentido más importante y el más bello de todos…La voz y desde el
interior de su garganta fue subiendo un fuego abrasador que destruyó por
completo sus cuerdas vocales y solo débiles intentos de sonido podía apenas ser
audibles.
─ Sellado
es tu castigo en este Tuermo, los abismos eternos y de la muerte ─ sentenció finalmente
Jamiel.
El fuego
violeta se extinguió por completo del cuerpo de Alexander y el báculo fue
retirado por Ananías y sellado el libro de la ley.
─ Es hora
de retornar a nuestro hogar, mi señora y velar por la vida de su khamir ─
indicó Ananías ─ Y para eso debe preparar a su gemela para la trasposición.
─ Deberé
hablar con mi hermana y solicitar su permiso ─ convino Jamiel ─ vayamos a casa
enseguida.
─ El
destino de este hombre ya no corre por el libro de la vida ─ expuso Ananías ─
Por lo tanto, ya nada nos queda por hacer en este lugar.
─ Así es
Ananías. Alexander ya tiene lo que tanto buscó…Riquezas ─ manifestó tristemente
Jamiel ─ Las riquezas del pecado de la avaricia.
─ No sienta
lastima de él ─ instó éste ─ ese hombre quiso acabar con la vida de su propia
hija, no merece nada más que lo que tanto ambicionó.
Jamiel,
fijó su vista en el esperpento de hombre que yacía curvado en el suelo y más
tenía el aspecto de un zombi que el otrora poderoso…Alexander Loren.
─ Es hora
de irnos ─ ordenó Jamiel, que invocó a un portal de luz y salieron raudos de la
boca del averno eterno.
Cuando los
tres desaparecieron del Tuermo. El cuerpo de Loren, se arrastró unos metros más
no pudo avanzar más porque estaba totalmente agotado y además, porque rocas en
el lugar le impedían seguir haciéndolo.
A pesar de
la oscuridad y del dolor presente, Alexander, sintió consumarse dentro de su
corazón el odio más intenso que hubiese sentido y lágrimas rodaban en sus
mejillas, cargadas de ira y en su mente se inundo de un solo pensamiento…
« Que sea
la muerte que te llegué primeramente… ¡Maldita, Cristina! Nos veremos en el
infierno» Bramaba su ego, soberbia y ambición, jamás el amor de padre que debió
esperarse.
Abandonado
en aquella caverna, yacería por siempre el hombre que fue corrompido por la
avaricia y fue cruel hasta el último segundo de su vida.
Mientras
aquello sucedía en el desfiladero de las sombras. En otro sector de Glasgow…
Una mujer
estaba sentada sobre una banqueta al costado de una cama de cristales en la que
descansaba el cuerpo de su esposa. Sus manos acariciaban las de la joven, que
yacía profundamente dormida y recuperándose de las secuelas de haber usado el
poder oculto de su anillo, el temido legado carmesí y cuyo responsable había
provocado un terrible dolor y karma en la familia de la luna y su ancestral
pasado.
Elizabeth,
no dejaba de contemplar a Kiara, verla ahí inconsciente, era más de lo que
podía soportar.
Incluso más que esos largos cuatrocientos año de vagar por la
tierra causa de esa maldición y era por
esa misma razón que le resultaba inconcebible que la madre de las gemelas fuese
la responsable de tanto dolor, desdichas y penurias que han debido soportar
ambas hermanas, en especial con lo sucedido con Cristina, que por causa de su
progenitor, pendía de un hilo su vida y que podría quedarse atrapada en un
sueño eterno.
El sólo
recordar las palabras de su hermana Jamiel, volvieron a contraer su corazón,
jamás imaginó sentir tales sentimientos por aquella mujer que hasta hace no
mucho consideraba su rival y que por ironías del destino resultó ser la hermana
de la mujer que tanto amaba.
Sin duda
que la poderosa Marquesa de Cronwell, se sentía la mujer más impotente del
mundo al no estar a su alcance o poder, para destruir ese maleficio que acosaba
a Kiara como a toda la familia de las Silver Moon Light.
Flash Back
─ ¡Se
acabó! ─ señaló Elizabeth ─ esta locura
debe acabar ahora mismo.
─ ¿Qué es
lo que piensas hacer? ─ preguntó Jamiel, que había entrado justo a la
habitación en que se encontraba su hermana.
─ Enfrentar
a la responsable de toda esta estupidez ─ Aclaró Elizabeth, que volteó a verla ─
La madre de Kiara y Cristina.
─ Nada
conseguirás con ello ─ refutó Jamiel, sosteniéndola del brazo ─ La única capaz
de llegar a la soberana de la Luna son sus hijas y cómo ves, ambas están
inconscientes. Además, aún no están listas para enfrentar a su madre. Aún no
llega su momento.
─ ¿Qué
quieres decir con que no llega su momento? ─ inquirió perpleja, Elizabeth.
─ Presta
atención a lo que te voy a explicar ─ refirió Jamiel, que sentó a su hermana en
una banqueta y procedió a contarle ciertos pormenores. ─ Elizabeth, es hora de
que conozcas toda la verdad sobre Kiara y tuya.
─ ¡Habla! ─
demandó una impaciente Elizabeth.
─ El
maleficio que te lanzará mi madre hace cuatro siglos atrás, fue sólo un ardid
para encubrir la verdadera maldición que recayó sobre ti o mejor dicho sobre tu
esposa. ─ comenzó explicando Jamiel ─ Todo comenzó cuando en un viaje que debieron realizar las gemelas de la
luna en representación de su madre. Conocieron a dos princesas de reinos
lejanos y de las cuales se enamoraron perdidamente.
Lo que debió ser una visita de seis lunas, se
transformó en una larga estadía de dos estaciones, lo que derivó en que fuesen
mandadas a buscar por Ankerius. La reina de la luna, no estuvo de acuerdo con
los sentimientos de sus hijas menores y se opuso fieramente a ello. Encerrando
a sus hijas en sus aposentos sin recibir visita alguna, más que las doncellas
con alimentos.
El motivo de tal resolución, era evitar a toda
costa que una de sus hijas fue la princesa legendaria que venía destinada a
recibir el castigo impuesto por un antiguo hechicero que maldijo por despecho y
traición. Por ello, castigó a la familia de la luna y su estirpe.
Se dice que cada dos mil años, nace una
princesa con un poder terrible y que además, es la heredera de aquella muchacha
causante de la desgracia de esa familia.
Ankerius, trató por todos los medios de
disuadirla a terminar con esa locura. Sin embargo, todo fue infructuoso. Ante
la negativa de sus hijas y de una tercera hermana, no tuvo más alternativa que
someterlas a la dura prueba que deberían enfrentar a futuro y para ello,
convocó el conjuro de la muerte de la conciencia y de este modo permitirles que
ese amor que profesaban pudiese resistir el paso del tiempo. Y con ello,
demostrar que dicho sentimiento pudiese librarlas de la verdadera maldición de
la Luna.
Esta anatema consta de tres pruebas y una de
ellas la tuvieron que vivir el mismo día
en que aceptaron las condiciones de su madre:
La Primera
de ella, se llama la puerta del silencio, donde fueron despojadas de sus
recuerdos. La segunda es la puerta del olvido y la tercera es la corona
púrpura.
De estas
tres pruebas que deben enfrentar. Las gemelas han afrontado con éxito las puertas del Silencio. Y ahora han
comenzado los desafíos de la puerta del olvido y al parecer están siendo
desfavorables para nuestras esposas. Al menos para Cristina, que está en serio
peligro ─ finalizó Jamiel, que suspiró profundamente antes añadir lo último. ─
Y pronto comenzará las pruebas de Kiara.
Después que
la princesa de los Dinkaire terminase de explicar los hechos. El rostro de
Elizabeth, lo decía todo: su entrecejo estaba contraído, sus ojos verdes
estaban oscurecidos y su mandíbula estaba muy tensa.
─ Jamiel. ¿Estás
diciéndome que todo lo que vivió tu esposa Cristina, no fue otra cosa que un
simple desafío que se le ocurrió a la demente de su madre? ─ indagó Elizabeth,
molesta y al mismo tiempo comenzó a pasearse como animal enjaulado, producto de
la ansiedad.
Tras una
pausa de unos breves segundos, continuó la Marquesa con su interrogatorio.
─ Dime una
cosa ─ prosiguió Elizabeth ─ ¿Tú sabías lo que iba enfrentar Cristina?
─ Desde el
momento en que se me envió para ser su guardiana. Estaba consciente de que ella
debía enfrentar una prueba compleja ─ respondió Jamiel ─ Sabía que su desafío
estaba relacionado con el mayor temor de su vida. Más desconocía que su padre
pudiese ser su temor.
─ Jamiel,
como descendiente de Durían, No posees en don de la visión futura o ¿Me
equivoco? ─ inquirió Elizabeth.
─ Así es ─
aclaró Jamiel ─ Más mi madre selló una parte de ese poder para no interferir en
el reto de mi esposa.
─ ¡Ya veo! ─
señaló con disgusto la Marquesa ─ Todo ha sido planeado sin dejar cabos
sueltos. No podía esperar menos de Durían. En verdad te lo digo Jamiel, todo
esto comienza a cabrearme.
─ Comprendo
tu sentir, hermana ─ Concordó ésta ─ No obstante. Ambas sabemos que nuestras
esposas no son mujeres ordinarias como tampoco nosotras y como tal debemos
asumir esta verdad con total seriedad y responsabilidad.
─ ¿Entonces
qué propones? ─ preguntó Elizabeth ─ ¡Qué aplaudamos a Ankerius! Y dejemos que
destruya a las mujeres que amamos por el solo hecho de que deben librar a su
familia de un maleficio que les arrojó un lunático.
─
¡Elizabeth! ─ amonestó Jamiel ─ Quieres aplacar tu temperamento de una buena
vez, pues yo no soy tu enemiga y con
enfurecerte no conseguirás nada más que darle la razón a la reina de la luna.
─
¡Discúlpame Jamiel! ─ repuso avergonzada ésta ─ Con todo esto que ha sucedido,
mi carácter ha vuelto a relucir y lo que había ganado se esfumó en un dos por
tres.
Jamiel,
siguiendo los dictados de su corazón, abrazó a su hermana y le trasmitió su paz
y al mismo tiempo que confortaba su alma.
─ ¡Tranquila!
─ susurró la princesa Dinkaire ─ Ya te he dicho que mejor que nadie, puedo
comprender tu sentir y por eso mismo, es que necesito de tu ayuda y brindarle
una oportunidad a Cristina y Kiara de vencer a su madre. No creas que todo esto
me haga gracia y que esté feliz con todo lo que sucedió a mi esposa. Si yo
fuese como los seres humanos, hubiese aniquilado de un santiamén a Alexander,
nublada por la ira que me embargaba. No
obstante, la justicia no se aplica según mi conveniencia sino con total equidad
y sabiduría.
─ Jamiel,
ahora puedo comprender porque Durían, te escogió como su sucesora ─ acotó
Elizabeth, que separó
un poco a su hermana y viéndola a los ojos, añadió
─ Dime ¿En qué puedo
ayudarte? O mejor dicho a mi cuñada.
─ Necesito
que dejes que despierte a Kiara y con su ayuda poder ingresar a la mente de
Cristina y traerla de regreso a la vida ─ Explicó Jamiel ─ no ha sido
suficiente con sanar sus heridas, ya que producto de lo que vivió con su padre;
cayó en un sueño profundo que la dejó atrapada en lo recóndito de su mente y si
no consigo hacerla regresar quedará prisionera eternamente.
─ Has
hermana lo que debas hacer ─ señaló Elizabeth, que en ese instante volteó a ver
dónde yacía inconsciente su esposa. ─ Estoy segura que ella lo querría de ese
modo.
─ Antes de
llevarlo a cabo. Debo resolver un asunto pendiente y así poder concentrarme en
el conjuro que libere a mi esposa de su pesadilla ─ Mencionó Jamiel.
─ ¿Qué
puede ser más importante que atender a tu esposa? ─ preguntó pasmada Elizabeth
de oír decir eso a su hermana.
─ Alexander
Loren ─ sentenció sin rodeos Jamiel.
Fin del
Flashback
La
Marquesa, seguía sumida en sus pensamientos y reflexiones que tenían relación
al nuevo reto que debía enfrentar muy pronto Kiara. Y recordó lo que le dijese
hace un tiempo Durían en los bosques de Osexx y que tenían relación a un
enfrentamiento que debía pasar la joven y que se relacionaban directamente con
su pasado y que sólo ella podría enfrentar.
─ ¿Qué es
lo que más temes en tu vida? ─ Se preguntó Elizabeth, mientras sostenía la mano
de su esposa ─ ¿Qué cosa del pasado puede provocarte ese temor en este
presente?
Durante
unos segundos más ahondó en esa pregunta hasta que de pronto una idea rondó sus
pensamientos…
─ ¿Podrá
ser? ─ Se cuestionó la Marquesa ─ Su viejo amor.
Justo
cuando se preparaba para analizar ese cuestionamiento, entró a la habitación,
Jamiel e interrumpió sus cavilaciones.
─ Siento la
demora, Elizabeth ─ se excusó Jamiel, que también percibió los pensamientos de su
hermana y a modo de apoyo, añadió ─ Cuando llegue ese momento solo confía en
ella.
La
Marquesa, abrió sus ojos ante lo expresado por su hermana y comprendió que sus
pensamientos no estaban prohibidos para la hija del clan del sol y las
estrellas.
─ Si fuese
esa mujer; el mayor temor de mi esposa,
yo estaré ahí para protegerla y de demostrar que Kiara, es una mujer invaluable
y extraordinaria ─ concluyó una Elizabeth, con claros signos de un amor genuino
y verdadero. Dispuesto a dar su vida por el ser más querido y valioso para
ella.
─ Así debe
ser Elizabeth ─ señaló Jamiel ─ Nunca debes rendirte ni entregar a nadie a la
persona que más amas en este mundo.
─ Aunque mi
esposa aún no me ame como yo deseo, jamás renunciaré a ella ─ expresó con
determinación Elizabeth.
Jamiel,
asintió ante lo dicho por su hermana y contempló por unos breves segundos el
semblante de su cuñada y supo que debía darse prisa.
─ ¡Ya es
hora! ─ exclamó Jamiel y se acercó hasta dónde se encontraba Kiara ─ Debo
despertarla.
─ Hazlo ─
instó Elizabeth.
Jamiel,
puso su mano sobre la frente de Kiara y recitó unos versos en su lengua natal,
consiguiendo que la joven Milovic, comience abrir lentamente sus parpados y sus
ojos miel, se clavaron en la princesa de los Dinkaire.
─ Jamiel ─
murmuró Kiara ─ ¿En dónde estoy?
─ Estás en
la recámara de la renovación ─ señaló ésta.
─ ¿Por qué?
─ preguntó confundida Kiara, que no se percató de la presencia de Elizabeth,
que la veía con preocupación.
─ Has
tenido un desgaste de energía ─ mencionó Jamiel ─ y debimos traerte hasta mi
aldea para que pudieses recuperarte.
─ ¿Tu
aldea? ─ indagó más turbada aún Kiara ─ ¿Qué lugar es ese?
─ Kiara, mi
pueblo queda en el norte de Escocia ─ señaló Jamiel ─ Soy de un pueblo
ancestral que ha vivido aquí por cientos de años y velamos por el bienestar de
los hombres.
─ ¡Escocia!
─ exclamó espantada Kiara, que de un saltó se incorporó y se percató sobre qué
estaba recostada ─ ¿Cómo llegue aquí? ¿Y qué es todo esto?
─
¡Tranquila amor! ─ murmuró Elizabeth, que alcanzó a retenerla y calmarla un
poco ya que sabía que la hora de la verdad había llegado para Kiara.
─ Elizabeth
─ exclamó Kiara, que se abrazó a ella ─ ¿qué está sucediendo?
─ Debes
calmarte primero para que Jamiel, pueda explicarte como han sucedido los hechos
─ expuso una amorosa Elizabeth ─ confía en mí, cielo.
Kiara, por
primera vez en su vida, dejo que Elizabeth; la convenciera e hizo lo que le
solicitó. Tras aspirar profundamente por un buen rato, acotó…
─ Ahora,
dime Jamiel ¿Qué está sucediendo? ─ apremió Kiara, que se sentó en el borde la
cama y espero la respuesta de la joven.
─ Me
gustaría entrar en detalles contigo, Kiara, más el tiempo apremia y la vida de
mi esposa está en peligro por lo que deberé resumirte las cosas y más tarde,
prometo contarte con lujos y detalles sobre tu vida ─ señaló Jamiel, con algo
de temor pero que no podía mentir al respecto.
─ ¿Qué
sucede con Cristina? ─ inquirió con pavor Kiara y cierta impaciencia ─ Habla,
Jamiel, ¿Qué ocurre con ella?
─ Cristina,
está inconsciente producto del encuentro con su padre ─ explicó Jamiel,
tratando de bajar un poco el perfil y no despertar nuevamente la ira de la
gemela. ─ Ella, necesita de tu ayuda ahora.
Kiara,
sintió un escalofrío al oír aquello y una puntada atravesó su corazón al
recordar ciertos hechos y que en una fracción de segundos, su mente trajo todo
lo que vivió en el departamento de su amiga y sus ojos miel, se inundaron de
lágrimas al rememorar el rostro de la joven Loren, todo amoratado y quién fue
el gestor de aquellas marcas.
─
¡Alexander! ─ exclamó Kiara y de golpe se puso en pie y sin rodeos preguntó ─
¿Dónde está ese mal nacido? Voy a
terminar con lo que deje inconcluso.
Elizabeth,
alcanzó a sujetarla del brazo y la atrajo a su cuerpo y la abrazó con mucha
fuerza para impedir que la furia carmesí volviese aflorar.
─ Ese
hombre ya recibió su castigo, amor ─ mencionó la Marquesa ─ Lo que importa
ahora es Cristina. No dejes que el odio te vuelva a dominar. Mi cuñada te
necesita en este momento.
Cómo un
relámpago, las palabras de Elizabeth, calaron hondo en el corazón de Kiara, que
hizo un esfuerzo sobre humano y se repuso a su ira y concentró su mente en
buscar la forma de ayudar a Cristina.
─ Por esta
vez, tú ganas ─ convino Kiara ─ Más tarde hablaremos las tres y ambas me
explicaran de cómo es que Cristina es mi
hermana gemela y quiero toda la verdad y más te vale, Elizabeth, que no haya
más engaños de tu parte.
Tanto
Elizabeth como Jamiel, cruzaron miradas de asombro, pues se suponía que pasado
el efecto del poder del anillo, ninguna de las princesas de la luna podría
recordad nada de lo ocurrido bajo tal poder.
Ambas hijas
de Durían quedaron algo inquietas al respecto y es que no era para menos, ya
que esto último resultaba muy sorpresivo o muy conveniente para la soberana de
la luna y sus oscuras intenciones.
─ ¿Qué es
lo que recuerdas? ─ fue la pregunta que brotó simultáneamente de ambas mujeres.
─ Lo
suficiente como para darme cuenta que nos han ocultado cosas ─ reprochó Kiara
en cuyos ojos miel denotaban cierta decepción. ─ Como dije ya habrá tiempo para
las explicaciones. Ahora debemos ocuparnos de Cristina. Quisiera verla cuanto
antes.
─ Por
favor, acompáñame ─ suplicó Jamiel.
Kiara,
antes de abandonar la habitación. Reparó en el rostro de su esposa y pudo
percibir nítidamente su angustia, en especial en aquellos ojos verdes. Se
notaba que lejos había quedado la mujer arrogante y todo poderosa, Marquesa de
Cronwell.
─ ¿Nos
acompañas Elizabeth? ─ instó Kiara a modo de invitación.
─ ¡Por
supuesto! ─ respondió la Marquesa.
Inconscientemente
la joven Milovic, sonrió complacida; pues le era grato sentirse respaldada por
quién es ahora su pareja y ese simple detalle significa mucho para ella.
Después de
avanzar por el corredor del templo. Las tres mujeres llegaron hasta la recámara
de suspensión, en la que se encontraba Cristina. La joven Loren, yacía sobre un
lecho de hielo de color turquesa y en cuyo centro se mantenía ardiendo una
flama multicolor. Su cuerpo estaba envuelto en túnicas verdes y sobre su
vientre y envuelto en un cinto, se hallaba un diminuto saquito; cuyo contenido
era ungüento de yerbas y minerales propios de la medicina milenaria de los
Dinkaire, que servía de cataplasma y daba alivio a la criatura que allí se
estaba gestando.
Al momento
de ingresar a la habitación, los ojos miel enseguida buscaron a su querida
amiga y al hallarla de inmediato se separó del resto y acortó la distancia que
las separaba. Su mirada era un cúmulo de emociones que la embargaban.
─ Cristina ─
murmuró una acongojada Kiara, cuyos ojos miel se inundaron tras contemplar los rastros de magulladuras aún visibles en
el semblante de la muchacha. ─ ¿Por qué?... Nuevamente debo ver el estado en
que te dejo esa bestia.
Al instante
se produjo un silencio abismal al no haber respuesta a su pregunta y a decir
verdad; nadie pudo impedir que ese hombre volviese hacer de las suyas.
El ánimo en
aquel lugar no era de los mejores, dadas
las circunstancias. No obstante, había que sobreponerse y no recriminarse más
sino buscar torcer la mano a la adversidad.
─ Jamiel,
¿qué tengo que hacer para traerla de regreso? ─ preguntó Kiara, mientras
sostenía la mano de Cristina y cuyo pulso era muy débil.
─ Debes
ingresar a su mente mediante un conjuro ─ fue la respuesta de ésta ─ De este
modo podrás viajar a lo más recóndito de su mente y ayudarla a liberarse de sus
miedos. Una vez ahí, deberás cuidarte porque de seguro Cristina, intentará
atacarte al considerarte una enemiga.
─ ¡Ya veo! ─
exclamó Kiara, que de pronto se volteó a verla ─ Dime una cosa más. ¿Por qué yo
y no tú, que eres su esposa?
Jamiel,
comprendió que a esas alturas y viendo la gravedad de los hechos, decidió
hablar sin rodeos y sinceramente.
─ Porque tú
eres su hermana gemela ─ respondió Jamiel, sin perder de vista esos ojos miel y
añadió. ─ Y solo aquellos que poseen un vínculo sanguíneo pueden usar el
conjuro del espíritu y adentrarse en su interior sin dañar el recipiente
(cuerpo) en que se halla la esencia de
la vida…Alma.
─ ¡Así que
sí somos hermanas después de todo! ─ señaló Kiara, conmovida al saber que
aquella muchacha era parte de su familia y volvió a ella su mirada y con
delicadeza acarició su rostro. ─ Ahora puedo hacerme a la idea de porqué aquel
día en su departamento, no pude amarla como era mi deseo. Y ese cariño tan
grande que por ella profeso, no es otra
cosa que el lazo de hermanas que nos une.
─ Así es ─
convino Elizabeth, que estaba a su lado y que permaneció en silencio observando
todo. ─ Cuando Jamiel y yo, conocimos la verdad de su nexo sanguíneo, pudimos
comprender que luchar contra ese vínculo que las unía era simplemente una
locura y por ello, dejamos que fuesen ustedes mismas que descubrieran esa
verdad. Ese amor fraternal entre dos hermanas que desconocían y que debían
enfrentar.
Kiara, al
oír de los labios de su esposa confesar aquella realidad, le supo mal. Y sus
ojos se clavaron fieramente en Elizabeth.
─ ¿Acaso
pueden dimensionar siquiera lo que siento al descubrir que la mujer que por
años sentí como mi mejor amiga, resultó ser nada menos que mi hermana? ─
reprochó con total encono y se levantó de golpe y señalando con el dedo a su pareja. ─ Y que verla en este estado, me resulta
doblemente doloroso porque nada pude hacer para impedirlo ¿Puedes imaginarte mi
dolor? No tenían ningún derecho acallar una verdad como esta. ¡Maldita sea!
¿Cómo pudieron hacerlo?
─ ¡Kiara! ─
replicó Elizabeth, en un tono suave y sujetó la mano de su esposa para impedir
que el enojo se volviese en agresión y la furia carmesí volviese aflorar. ─
Trata de comprender que no podíamos hacerlo. Acaso me hubieses creído si te le
confesaba o hubieses pensado de inmediato que era un ardid para separarte del
lado de Cristina. ¡Piénsalo un poco! Me hubieses tildado de mentirosa con
letras mayúsculas o ¿Me equivoco?
Solo la
suavidad de aquellas palabras, redujo en gran medida la rabia que sintió Kiara,
al saber que esas dos mujeres sabían de su parentesco con la joven Loren. Tal
como dijese un tiempo atrás, Durían, después del enlace; Elizabeth; tendría
control sobre su pareja y así, se estaba cumpliendo.
─ Sin duda,
te hubiese llamado mentirosa sin pensarlo mucho ─ concordó Kiara, un poco más
calmada. ─ Más no les daba derecho a
ninguna de las dos a ocultarnos un hecho tan importante como ese. Además, que
ninguna de ustedes fue capaz de cumplir su palabra y protegerla de su padre y
hoy la vida de mi hermana pende de un hilo. No me pidan entonces, que pueda
comprender su forma de actuar, porque resultó un fiasco.
Aquellas
palabras fueron una dura bofetada a las dos hijas de Durían, que se habían prometido
librarla de una presunta desgracia. Tanto Jamiel como Elizabeth, desviaron sus
ojos a un costado en señal de vergüenza y absoluta derrota, pues Kiara, les
refregó en sus caras, su incompetencia y falta de palabra.
─ Cuando
consiga devolver a la vida a mi hermana. Ustedes dos van a explicarle todo y
por favor, dejen de ocultarnos las cosas porque lo único que han conseguido
hasta ahora, es poner una distancia entre ustedes y nosotras ─ expuso de pronto
Kiara ─ Se supone que el matrimonio es un vinculo de absoluta confianza entre
la pareja o ¿estoy equivocada al respecto?
─ ¡Por
supuesto que lo es! ─ respondieron ambas.
─ Entonces.
Demuéstrenlo de una buena vez ─ Advirtió Kiara ─ De lo contrario no se quejen
después de las consecuencias.
─ ¡Kiara! ─
replicó nuevamente Elizabeth.
─ ¡Nada de
Kiara! ─ refutó ésta ─ Solo les recuerdo a ambas lo que significa estar casadas
y lo importante que es la comunicación y la sinceridad entre ambas partes.
─ Descuida ─
mencionó Jamiel ─ Ya no habrá más secretos para con mi esposa, pues el precio
que estoy pagando es muy alto y no volveré a exponer de este modo su vida y
menos la de mi hija.
─ Celebro
oírtelo decir ─ acotó Kiara y sin más, giro sus talones en dirección donde se
encontraba su hermana. ─ Ahora, procede a realizar ese conjuro que estoy
dispuesta hacer lo que sea necesario, con tal de verla sonreír una vez más.
─ Haré los
arreglos ─ convino Jamiel y por medio de sus pensamientos llamó a Ananías y a
otros dos médicos y luego, agregó. ─ Kiara, debes estar consciente de que una
vez que entres en su mente, debes hallar la forma de ayudarle a superar ese
miedo que la tiene cautiva.
─ Descuida ─
expresó la joven Milovic y volteó a verlas ─ Yo haré lo que ustedes no pudieron
y si tengo que enfrentarme con sus peores pesadillas, pues no descansaré hasta
traerla conmigo.
Nuevamente,
Kiara, volvía a poner en el tapete su ineficiencia y las hijas de Durían,
sentían morir, ya que no podían refutarle absolutamente nada al respecto. Sin
embargo, Elizabeth, ya no deseaba seguir siendo el blanco de la rabia de su
esposa y decidió ponerle un alto.
─ Por lo
visto, no estás dispuesta a olvidar y nos culparás cuanto se te antoje ¿No es
así? ─ reprendió Elizabeth y sin inmutarse ante la mirada de su esposa, acotó. ─
Pues déjame decirte, que no estás en condiciones para salvar a tu hermana con
ese nivel de rencor, pues en el estado que te encuentras, podrías poner en
riesgo a Cristina. Y ella, te necesita al cien por ciento concretada y yo, te
aconsejo que lo medites un poco; antes de exponerla a otra situación de
gravedad. ¿Acaso serías capaz de someterla a otro peligro?
─ ¡Por
supuesto que no! ─ chilló el acto Kiara.
Y tan solo
la mirada inquisitiva de la Marquesa, hizo que fuese más prudente y callará por
un momento y dedicándose a reflexionar sobre lo que se sugirió. Al cabo de unos
minutos y con un resoplido de aire comprimido, expuso…
─ Tienes
toda la razón ─ concordó Kiara ─ No le haría ningún bien a Cristina. Me
disculpo por descargar mi enojo en ustedes. También, asumo mi cuota de
responsabilidad para con mi hermana. Ninguna de nosotras teníamos como prever
que detrás de este ataque había otras personas involucradas. Lo lamento mucho.
─ ¡Amor! ─
murmuró con ternura Elizabeth, que veía más complacida el cambio de actitud de
su esposa y tomó entre sus manos las de su consorte. ─ Cuando llegue el momento
propicio, te ayudaré a buscar al verdadero culpable de toda esta desgracia.
Ahora, concéntrate en la vida de tu hermana.
─ Más tarde
hablaremos de ello ─ señaló Kiara, al mismo tiempo que depositaba un beso en la
mejilla de Elizabeth y separándose de su lado, añadió. ─ Jamiel ¡Comencemos ya!
La joven
asintió e indicó a sus hombres que levantaran el cuerpo de su esposa y las instó para que la siguieran a otra
habitación.
Las condujo abajo del templo, por un pasadizo
de escaleras de mármol angosto y que era iluminado por antorchas que estaban
apostadas a ambos costados del corredor y que a su vez dejaban ver, la cantidad
de minerales que brillaban desde sus paredes. Al llegar al final de las escalinatas,
entraron a una especie de caverna que resplandecía completamente por el brillo
intenso de los millones de cristales y piedras preciosas que se hallaban tanto
en su techo como en sus paredes. Era tal, el resplandor de ese lugar que
formaba una nube sinuosa que asemejaba a la aurora boreal.
En su
centro, se hallaba una laguna de burbujeantes aguas turquesas que estaban
resguardadas; pero que cada cierto tiempo esas flamas estallaban en olas de
fuego de más de un metro de altura, producto de la actividad intensa del mismo
centro de la tierra.
Aquel
espectáculo, sin duda; podría sobrecoger el corazón de cualquier ser vivo que
se expusiese a contemplarlo, ya que era tan bello como impresionante por la paz
que provocaba con tan solo pisar un santuario como ese. Y sin duda, que no fue
la excepción para Kiara como tampoco para Elizabeth; que por cierto; había
recorrido muchos lugares y países del mundo entero.
─ ¡Cielos! ─
exclamó una Elizabeth, más que sorprendida ─ Y yo que pensé que lo había visto
todo en cuatro siglos.
─ ¿Cuatro
siglos? ─ preguntó al instante Kiara, que iba al lado de su esposa ─ ¿A qué te
refieres con eso, Elizabeth?
A la Marquesa de Cronwell, no le quedo más
remedio que comenzar a develar ciertos hechos sino quería que su matrimonio
concluyese abruptamente. Y es que la joven Milovic, era de armas tomar y no
había exagerado en lo concerniente a que aborrecía las mentiras por sobre todas
las demás cosas y a esas alturas, era
algo que lo tenía muy presente Elizabeth.
─ Has de
saber, que yo no soy una mujer ordinaria, Kiara ─ confesó Elizabeth, sin dejar
de avanzar hacia el centro del lugar. ─ Aunque sea difícil de ser creído, lo
que dije hace un rato es verdad. Yo llevo más de cuatrocientos años vagando por
esta tierra.
En el acto,
los pies de Kiara, detuvieron su caminar y en cuyo rostro, no había cabida para
otra cosa que no fuese el desconcierto y la perplejidad más absoluta, ya que la
confesión simplemente le propinó un golpe mayúsculo para su entendimiento ¿cómo
era posible que una simple mujer llevase viviendo cuatro
siglos?...Definitivamente eso, era ridículo.
─ ¿Estás
mintiendo? ─ inquirió una consternada Kiara, cuyos ojos miel, parecían
atravesar el verde petróleo de su esposa, buscando el engaño. ─ Porqué lo que
acabas de esgrimir está fuera de toda
lógica. Absolutamente nadie, vive tanto tiempo. Así, te sugiero que dejes de
lado tus mentiras.
─ Yo no estoy mintiendo, Kiara ─ refuto seria
Elizabeth, que no estaba dispuesta a dejar que la acusasen tan livianamente sin
defenderse. ─ Hace unos momentos atrás pudiste recordar los hechos que
sucedieron en el departamento de Cristina y darlo por fidedignos y ahora, pones
en duda lo que yo te estoy confesando. Me parece injusto de tu parte, que creas
lo que ves y no lo que se te dice.
─
Elizabeth. ─ expuso Kiara, dándole vuelta la espalda y caminando unos cuantos
más en dirección a la laguna y desde ahí, prosiguió. ─ No puedes culparme de
que dude de ti en cierta forma, ya que desde que nos conocimos todo lo tuyo
está envuelto en un absoluto misterio. Comenzando desde mi contratación como tu
empleada y el enigma de nuestro matrimonio entre otras cosas. Por lo tanto, no
me pidas que no tenga mis reservas con respecto a ti.
Sospecho
que aún no me has dicho toda la verdad y me temo que estás dejando pasar el
tiempo a propósito, Y lo único que llegaría a lamentar es saber que mi esposa
me ha mentido deliberadamente. Es algo
que no te perdonaría jamás y sólo espero que recapacites y hables con el
corazón cuando llegue el momento antes que sea demasiado tarde para nosotras.
─ Escúchame
bien, amor ─ replicó Elizabeth, que en dos pasos ya se encontraba a su lado y
tomándolas de los hombros la obligó a verla directamente a los ojos. ─ Tus
sospechas no están infundadas del todo. Yo debo confesarte que hay un asunto
que es muy importante para mí y que tiene está directamente relacionado a cómo
es que he vivido cuatro siglos y una marca que llevo de por vida. No obstante,
debemos posponer esa conversación hasta que Cristina, esté completamente a
salvo. Tienes mi palabra que acabado aquello, tendrás toda la verdad sobre mi
vida y una maldición que llevo a cuesta. Sólo te pido que esperes un poco más
por favor, ¿puedes darme ese tiempo?
Kiara,
contempló el rostro de Elizabeth y por primera vez sintió que podía confiar en
ella. Algo en su mirada le daba esa seguridad que no hubo antes. Se podía decir
en resumidas palabras, que la antigua Marquesa y empresaria, había desaparecido
desde el momento en que se convirtieron en pareja, dando paso a una mujer
sencilla, cariñosa, más tolerante. No había rastro de soberbia, postura
altanera y mucho menos de la excesiva posesividad de la dama más poderosa de
todo Londres.
─ De
acuerdo ─ convino Kiara ─ yo sabré esperar un poco mas y creeré en ti como
nunca lo hecho antes.
─ ¡Gracias
amor! ─ mencionó una emocionada Elizabeth, besando la mano de su esposa ─
Ahora, vamos con Jamiel y traigamos pronto a Cristina con nosotras.
Kiara,
asintió y juntas alcanzaron a la joven Atkinson, que les brindara unos momentos
a solas y que pudiesen de ese modo arreglar esa desavenencia como pareja.
Jamiel,
ordenó a sus hombres depositar el cuerpo de su esposa en la orilla de la
laguna. Del mismo modo, le dio indicaciones a Kiara, para que se ubicase al
costado derecho de su hermana detrás del cinturón de fuego azul.
El cuerpo
de ambas chicas fue cubierto en casi su totalidad por las aguas tibias de
aquella laguna y solo su cabeza estaba sobre la superficie, sostenidas por los
hombres.
La princesa
de los Dinkaire, se ubicó entre ambas y posesionó ambas manos sobre las jóvenes
y por encima de ellas. Comenzó a recitar en su lengua un antiguo conjuro
astral…
« Ferdemu
daske eni daske presis catarseum negul orxcis provieden akilios selem elli
catehm dem cathem. Serudm alcesis sostepedrun elevitros calses sosganuem olses
darses cortplus seknem olfeuos radikuem darke caterseumo, Emegul, ilso sebtehm
deolze sukurum letiums enifueris soltem kursesm»
« Por la
fuerza que viene de las estrellas de la luna azul y los torrentes que envuelven
la vida en su creación, invoco desde la profundidad del centro creador de la
vida y muerte, que se nos permita entrar como espectro a la profundidad de los
abismos de la mente. Que la energía del gran cosmo nos otorgue gracia y nos
permita cruzar las fronteras del alma, Te invocamos a ti Espíritu de la vida,
ábrenos paso y permítenos cumplir nuestra misión»
Desde el
mismo instante en que Jamiel, comenzara a recitar el conjuro del espíritu, las
aguas de la laguna se agitaron descontroladamente hasta que una especie de ola,
envolvió completamente ambos cuerpos hasta volverse dos esferas de aguas
doradas y en dónde no se podía distinguirse a ninguna de las dos muchachas. Y
muy despacio comenzó a desprenderse de la superficie y elevarse hasta un metro
de altura.
Una vez
posesionadas al nivel deseado. Ambas esferas se unieron por medio de un brazo
del mismo liquido que les permitía estar conectadas entre sí y al cabo de unos
segundos, el color de las aguas retornaron a su tonalidad habitual con la
salvedad que en su centro se podía distinguirse un fuego rojo (Kiara) y uno
azul (Cristina) manteniéndolas en un
sueño profundo, en un estado de letargo absoluto… Catarsis final.
─ ¿Podrán
lograrlo? ─ inquirió Elizabeth, visiblemente preocupada por su esposa, pues es
sabido que las cosas inciertas no son de su agrado.
─ Todo
dependerá de ellas ─ respondió Jamiel, alzando sus ojos en dirección donde
yacía su amada esposa ─ En especial de la fuerza de voluntad y determinación de
Kiara para enfrentar a su hermana.
─ ¿Eso
quiere decir que deben luchar entre ellas? ─ indagó Elizabeth.
─ Hermana ─
explicó Jamiel ─ Recuerda que tu esposa estará en los dominios de Cristina y
por ningún motivo permitirá que la intenten lastimar en el sitio que decidió
refugiarse.
─ ¡Ya veo! ─
se limitó en responder a la Marquesa ─ No la culpo.
Mientras
ambas mujeres, no dejaban de contemplar aquellas esferas que contenían a sus
esposas. En otro sitio, pero totalmente relacionado…
Como si de
pronto hubiese sido abducida por un tobogán de agua, el cuerpo de Kiara,
recobró el control y con una explosiva bocana de aire que brotó de sus
pulmones. La muchacha, pudo recuperar el aliento y despacio consiguió reponerse
del todo.
─ Por poco
y creí que moriría ─ murmuró Kiara entre
dientes ─ Ni loca vuelvo a hacerlo. Simplemente, tu deuda será muy grande;
Cristina Loren.
Tras acabar
de hablar, se puso en pie y reparó en el lugar en que se hallaba. Los ojos
miel, se abrieron de par en par al contemplar el paraje que tenía enfrente.
Había un
angosto sendero lleno de espinas gigantes con unas amenazantes púas, que daban
un aspecto aterrador y poco invitador para el forastero como para introducirse
por su camino.
─ ¡En
verdad nunca imaginé que tu vida fuese como este camino! ─ susurró Kiara
conmovida de ver las marcas en el corazón de su amiga ─ Tus espinas son
profusas y eso que nunca dejaste entrever que tenías un dolor tan grande.
La joven
Milovic, tragó en seco y aspirando profundamente. Decidió comenzar su odisea
que le permitiese liberar a su hermana.
Al momento
de entrar, la senda, cobró vida y sin previo aviso, atacó despiadadamente a
Kiara, con cada paso que daba, un fuerte latigazo de espinas se dejaba sentir
en su piel: primero fueron sus brazos, luego sus piernas y por último, su
espalda. Sus ropas comenzaron a teñirse de sangre como a rasgarse con cada
azote.
─ ¡Mi Dios!
─ exclamó Kiara, al momento en que cayó de rodillas al piso, tras debilitarse
con tanto ataque ─ ¿Cuánto dolor hubo en tu vida?
Impulsada
por la imagen de su amiga y hermana, se puso una vez más en pie y soportó golpe
tras golpe hasta que pudo vislumbrar una salida al final de tan largo y
tortuoso camino.
Cuando
estuvo libre de aquella pesadilla, consiguió un pequeño respiro y ubicó algo
semejante a una poza de agua, se acercó hasta el lugar para lavar sus heridas y
reponer fuerzas para continuar con su objetivo. No obstante, cuando llevo la
supuesta agua a sus piernas, sintió como le quemaban las heridas como acido. Y
un fuerte alarido fue arrancado de lo profundo de su garganta.
Como por
instinto, arrancó parte de su ropa y trató de limpiar aquel líquido de su piel
hasta que consiguió apaciguar en parte ese ardor.
─ Jamiel,
no mentía cuando dijo que debía defenderme de ti ─ murmuró una agotada Kiara ─
Por lo visto no será nada fácil hallarte, hermana.
Después de
tomarse unos minutos para reponer fuerzas, Kiara, prosiguió su camino y se fue
bordeando el camino que estaba lleno de esos pequeños charcos de agua que
resultó ser pequeños geiseres que se convertían en espejismos de agua. Sin
embargo, eso significaba que el dolor acallado por años se había vuelto como
esos charcos de agua hirviente, siempre presentes.
Luego de
caminar por mucho tiempo, se halló al pie de lo que parecía ser las faldas de
una montaña, que tenía tan mal aspecto como los otros dos paisajes anteriores.
Puesto que no se alcanzaba a ver la cima, ya que estaba rodeada de una nube
negra, dónde relámpagos y truenos coronaban su trono.
La escena,
estremecería al más de los valientes guerreros. Más ni esto pudo conseguir
amilanar el espíritu de Kiara, pues estaba decidida a salvarla, si antes
hubiese dado la vida por ella, ahora con mayor razón que el destino la
convirtió en su hermana. Motivo más que suficiente para arriesgarlo todo.
Sin más,
reinició su marcha y dispuso sus pasos en dirección del sendero que se mostraba
delante de sus ojos. Sin embargo, a medida que se adentraba por el senderó.
Enseguida tomó conciencia de los obstáculos que se presentaron.
El antiguo
camino se convirtió en un ascenso de un desfiladero, rocoso y sinuoso. Lleno de
peligros como rocas sueltas, que cedían con cada pisada que daba y para colmo
de males, un viento helado se dejo sentir al instante, consiguiendo
estremecerla por completo y al poco rato, unos pequeños copos de nieve que
cayeron sobre su nariz, eran el anuncio de que una ventisca de nieve sería
quién predominaría de ahora en adelante. Un mal presagio para la joven.
Apretando
una y otra vez sus puños como asegurándose que sus manos no estaban
entumecidas. Continuó avanzando por aquel barranco, muchas veces tuvo que verse
en la obligación de escalar algunos tramos y muchos de ellos, provocaron
constantes caídas de la muchacha y sus manos estaban amoratadas y
ensangrentadas con los cortes filosos de las rocas.
Hasta el
aire que respiraba se estaba volviendo letal, ya que por cada bocanada que
tomaba, sentía como pequeños alfileres atravesarle la garganta. Trayendo
consigo un malestar constante e insoportable por momentos.
─ ¡Diantres!
─ murmuró apenas Kiara, tratando de tragar saliva y así, aliviar el ardor.
Cuando ya
no podía más con aquello, se detuvo y cogió unos cuantos copos de nieve y de
prisa los llevó hasta su boca para mitigar esa desagradable sensación. No
obstante, lo que creyó podría ser un aliciente a su dolor, terminó por volverse
en su contra, debido a que la supuesta nieve tenía un sabor muy salino.
Provocando más sufrimiento a su garganta.
─ ¡Mierda! ─
balbuceó Kiara, tratando de escupir lo que había ingerido. ─ Aquí nada es lo
que parece.
Tras
tomarse unos segundos para auto provocar que su cuerpo fuese capaz de generar
más saliva y así, darse un cierto respiro a tanto castigo.
Cuando pudo
recobrarse. Alzó sus ojos miel en dirección a la cima y lo que vio la
estremeció un resto, ya que dentro de lo que dejaba ver la ventisca, pudo
percibir un débil y tenue rayo de luz, que sin duda le devolvió las esperanzas,
ya que tuvo el presentimiento que se trataba del lugar en que se refugió su
hermana.
─ ¡Voy por
ti! ─ exclamó Kiara y se puso nuevamente en marcha ─ Y nada me detendrá hasta
traerte conmigo, cueste lo que cueste.
Al retomar
la senda, todo se volvió incierto e inseguro, ya que el antiguo sendero, se
partió en dos y la joven Milovic, tuvo que tomar una decisión sobre cuál optar
y colocando su mano sobre su corazón, dejo que el instinto la guiará y escogió
la ruta de la mano derecha. Luego de un largo trecho de camino y ascenso, la
ventisca de improviso cesó y puso en alerta a Kiara.
─ Algo me
dice que esto no es nada bueno ─ murmuró la joven y en el acto sus sentidos se
pusieron en alerta como presintiendo peligro.
Dicho y
hecho, de la nada y como arte de magia, comenzaron a caer rocas desde lo alto y
la muchacha tuvo que esquivarla una tras otra, por medio de salto de un lado a
otro, puesto que parecían ir directo hacia su persona, ya que al momento de no
alcanzarle, desaparecían sin siquiera estrellarse en el suelo. Fueron momentos muy duros para Kiara, ya que estaba
bastante agotada por el sobre esfuerzo que hacia al saltar y avanzar hacia
delante.
Cuando ya
parecía que todo había acabado y llevada por el cansancio, se descuidó por unos
segundos que le costaron que una enorme roca le diera de lleno en su espalda y
la arrastraran varios metros abajo. Estrellándola contra el piso y dejándola
casi al borde del precipicio con medio cuerpo colgando de éste.
Asida con
una mano a lo que parecía una rama de un arbusto, volcó toda su fuerza en ese
brazo y trató de balancearse para poder arrimarse al camino. Después de varios
intentos, consiguió su objetivo. Más, al instante de recargar sus tobillos en
el suelo, sintió como uno le falló e hizo que se desplomará bruscamente, puesto
que su rodilla derecha estaba rota y sangrando; producto de ser aplastada por
la roca.
─
¡Maldición! ─ aulló de dolor Kiara, abrazándose a su rodilla y entre lágrimas,
arrancó parte de su pantalón para usarlo de torniquete y poder seguir avanzando.
Aunque la tarea, le resultase más dura aún, dado que sus manos estaban
entumidas por el frío.
Fue
bastante tiempo el que le llevó terminar con ese improvisado torniquete y
sacando más voluntad que fuerzas, volvió a ponerse en pie y aunque ahora
cojeaba, prosiguió con su recorrido. Claro está, que volvería a retomar lo que
antes ya había avanzado. Siendo un retroceso en sus planes.
Sin
embargo, lejos estaba de haber una tregua para con ella, ya que bastó con dar
unos cuantos pasos, cuando la ventisca volvió a dejarse sentir, pero esta vez,
venía con mayor fuerza, casi en tormenta.
El viento
que azotaba su cuerpo, no conseguía mermar en absoluto su espíritu y estaba
decidida a triunfar.
─ No me
detendrás ─ murmuraba Kiara, entre dientes que castañeaban entre sí, producto
del frío.
Un ser
humano ordinario con semejante maltrato, hace mucho rato hubiese claudicado o
se hubiese dejado morir al saberse perdido ante las inclemencias de la
naturaleza; ya que hay que tener un deseo o propósito muy grande para sobrellevar
semejante obstáculo. Lo que venía a demostrar que la joven, era la descendiente
legítima de la Luna y quién sabe si sea ella, la princesa legendaria del
hechicero Erguz… Dentro de poco quedaría develado cuál de las hijas de
Ankerius, es la nueva soberana y heredera de la maldición de Cristalledien.
A duras
penas y a pesar de su cojera, consiguió llegar al mismo punto en que fue
derribada por la roca, con la salvedad que esta vez no hubo más de ellas en su
trayecto. Más el temible viento, era su karma, pues le impedía avanzar más, y
en ocasiones, tuvo que asirse a rocas sobresalientes para mantenerse en pie y
no ser lanzada nuevamente al precipicio.
Por cada
paso que daba, su energía disminuía mucho y su respiración se había vuelto muy
pesada; y es que al ir subiendo a una determinada altura, falta el aire y
entras a una especie de puna y estaba más que claro, que Kiara, jamás en su
vida había escalado ni estado a semejante nivel del mar. Ahora, comenzaba a
sentir los efectos de su odisea, puesto que al instante, sus oídos reventaron
en sangre y cada bocanada de aire, le resultaba más que doloroso, complicando
más su situación.
Con la
visión algo borrosa; consecuencia de su deterioro; intentó sujetarse de una roca y al momento de
rozarla, se fue de bruces al piso y azotó su pierna herida, arrancando un
fuerte alarido.
─ Cris…ti…
na ─ murmuró entre lágrimas Kiara, cerrando sus ojos por un leve momento.
En ese
instante a su mente, acudió la imagen de la joven Loren, que la veía sonriente
desde un lugar rodeado de mucha luz y de mucha paz a la vez.
─ ¿Acaso te
darás por vencida, Milovic? ─ desafió sonriente Cristina y extendía su mano
hacia ella.
─ ¡Ya no
puedo más! ─ respondió entre balbuceos Kiara. ─ Perdóname.
─ Recuerda
que tú no estás sola en esto ─ señaló Cristina, asiendo fuertemente la mano de
la joven ─ Me tienes a mí, que soy tu hermana y mi fuerza; es tu fuerza.
Dicho esto,
una corriente de energía inundó por completo el cuerpo de Kiara, renovándola
por completo, al mismo tiempo en que la figura de Cristina, se desvanecía ante
sus ojos.
─ No lo
olvides, bruja ─ susurró Cristina ─ somos una sola desde que nacimos y nada lo
podrá cambiar.
Kiara, lentamente
abrió sus parpados, volviendo a su fría realidad. Aspiró dolorosamente un poco
de aire. No obstante, la visión no había sido solo una ilusión, puesto que se
sentía renovada de fuerzas, aunque su cuerpo estuviese destruido por los constantes ataques que ha
sido víctima. Inconscientemente elevó su brazo derecho frente a sus ojos y pudo
comprobar que sentía fluir energía en todo su ser.
─ ¡Así que
a esto te referías! ─ murmuró entre dientes Kiara, al mismo tiempo que se ponía
nuevamente en pie; aunque seguía cojeando; enfiló sus pasos por el sendero en
busca de esa luz que vio momentos atrás.
La tormenta
al igual que ella; recobró más fuerzas. Sin embargo, no consiguió vencerla, ya
que logró llegar hasta una especie de caverna en lo alto de la montaña. Lugar
en que provenía aquella luz y cuando ya
se disponía a entrar, un rayo tan veloz como imprevisto, cruzó raudo
aquella gruta. Destruyendo un gran trecho del camino e impactando con algo
sólido en el centro del socavón y que terminó por envolver en un manto de
oscuridad todo el lugar.
─ ¡Lo que
me estaba faltando! ─ rezongo de mala manera Kiara ─ Que un rayo terminará
cayéndome encima justo cuando ya había llegado al final del camino.
Con un
fuerte resoplido de molestia y a tientas comenzó a avanzar. La visión era casi
nula y debido a ello, varias veces tropezó con rocas en el camino y tuvo que
quitarlas del camino a fuerza bruta.
─ Dejaré de
llamarme Kiara, sino consigo arrancarte de este lugar infernal ─ masculló
Kiara, tosiendo producto del polvo y del hedor azufre que se percibía después
del paso del rayo. ─ Definitivamente esto apesta. ¡Dios que mal huele!
Con más
corazón que estómago, ya que sentía nauseas de tanto mal olor presente en el
sitio; consiguió avanzar hasta lo que parecía ser el centro mismo de la caverna
y fue ahí mismo, que se topo con el mayor de los obstáculos, puesto que algo se
interponía a su marcha y por más que tanteaba con sus manos, no conseguí hallar
un pasadizo o algo que se le asemejase.
─ ¡Por la
gran madre! ─ profirió con encono Kiara ─ No se puede ver ni un carajo y esto
comienza a desesperarme. ¿A dónde rayos se fue esa luz?, ¿Porqué no puede
aparecer en este momento?
Kiara, del
puro coraje que la embargaba, golpeó su mano contra la pared que le impedía
avanzar, sin importarle si le dolía o no.
─
¡Maldición! ─ vociferó a todo pulmón la joven y acto seguido, cayó de rodillas
al suelo; pues su molestia era tal, que no podía sostenerse en pie.
Lo que la
joven princesa olvido por completo, era su temperamento y las consecuencias que
acarreaba, una vez que la ira, la embargaba…El legado carmesí.
No se
percató que al golpear su mano contra la pared. Indirectamente provocó que su
anillo, una vez más se abriera de golpe y en el acto, un intenso resplandor
comenzó asomar desde el centro de su pecho, haciendo que resonaran sus
brazaletes como su dije. Convirtiéndose en una bola de luz que se exteriorizo
por todo lugar. Dejando ver lo que le impedía proseguir con su propósito.
Al momento
de alzar sus ojos frente a ese muro, se percató que una gran puerta de roca con
grabados en lengua gaélica, era la
responsable de truncar su empresa.
En un
santiamén, ya estaba en pie frente a ese dantesco portón y su mirada estaba
llena de odio y es que una vez más la princesa de la Luna Roja, estaba en
problemas, ya que sus ojos se habían tornado de un rojo intenso y peligroso…El
maldito Carmesí de las Silver Moon Light.
Decidida a
quitar el escolló que se interponía entre ella y su hermana, invocó a su cetro
y éste asomó en su mano derecha, cargado de todo su poder. Envolviendo todo su
cuerpo con una energía descomunal, que la hacía resplandecer como nunca antes
se había visto a tal punto que siento de
pequeños rayos chocaban entre sí. Y esto
no era lo único que resaltaba en ella, sino que sus cabellos ya no eran
azulinos como en un principio sino que ahora lucían plateados y más largos que
antes. Sin duda, que su aspecto había alcanzado su transformación completa; ya
que nada pudo impedir que aquello ocurriese y
se cumpliese lo inevitable.
─ Es hora
de acabar con todo esto ─ murmuró con desprecio Kiara y apuntó con su cetro
directo al centro de las puertas. ─ Ya no te interpondrás más en mi camino.
Cuando un
potente rayo de luz púrpura, estaba a punto de golpear de lleno las puertas. Se
escuchó…
─ ¡Detente
Kiara! ─ se escuchó la voz de una mujer resonar en todo el lugar. ─ ¡Matarás a
Cristina!
Los ojos
carmesí de Kiara, se abrieron de golpe y como una catapulta, fue el propio
cuerpo de la joven que recibió de lleno el impacto de su propio poder.
Dejándola casi doblada sobre su vientre.
─ Estuve a
punto de herir a mi propia hermana ─ balbuceó apenas, Kiara, levantando su
tembloroso rostro, puesto era el reflejo que estaba seriamente herida ─ Soy una
estúpida.
─ No lo
eres. Sólo recuerda que debes aplacar tu ira para que el poder carmesí no te
controle por completo ─ señaló una debilitada voz ─ No lo vayas a olvidar que
la vida de mi esposa está en tus manos.
─ Jamiel ─
murmuró a duras penas Kiara ─ ¿Cómo podré ayudarla en este estado?
─ Vas a
estar bien ─ mencionó una cansada Jamiel ─ Yo absorbí el golpe directamente y
trasferí mi poder a tu persona y ya comienzan a sanar tus heridas en este
momento.
Kiara,
instintivamente clavó sus ojos en su vientre y comprobó que sus heridas comenzaban
a cerrarse, sin dejar rastro alguno.
─ ¿Por qué
lo hiciste? ─ espetó dolida Kiara ─ ¡Eres una idiota! Que no te das cuenta que
puedes morir y que era yo, quién debía sufrir las consecuencias de mis actos.
─ Tranquila.
Estaré bien ─ refutó Jamiel ─ No podía dejar que expusieras así tu vida como la
de tu hija. Además, es una forma de saldar una deuda contigo por no proteger a
Cristina de su padre.
─ Jamiel ─
susurró Kiara entre lágrimas, pues las palabras de su cuñada la estremecieron. ─
No olvidaré esto y te prometo que la traeré a casa.
─ Las
estaré esperando ─ convino ésta, antes de desaparecer su voz por completo.
Kiara, cuyo
aspecto había vuelto a ser el de antes, enderezó su cuerpo y se dispuso en
buscar una solución para abrir aquellas puertas sin recurrir a la violencia.
Tras buscar
otras alternativas, todas infructuosas. Reparó en los grabados y les puso
atención y fue leyendo detenidamente cada palabra. Más, no conseguía comprender
a que se refería.
─ ¿Qué
querrá decir? ─ se preguntó a sí misma.
En eso…
─ ¿Qué te
une a Cristina? ─ se escuchó decir de
pronto a Elizabeth.
─ ¿Qué nos
une? ─ inquirió Kiara, llevando su mano bajo su mentón y reflexionando en las
palabras de la Marquesa.
─ Piensa
cuál es el nexo que puede unir a los hermanos ─ instó una vez más Elizabeth ─ ¿Qué
los hace verdaderamente hermanos que no sea el apellido?
─ Lo que
nos hace hermanas… ─ murmuró Kiara y en eso, una idea cruzó en su cabeza y
concluyó. ─ Es el lazo Sanguíneo…Nuestra sangre.
─ Así es
amor ─ confirmó Elizabeth y al mismo
tiempo le indicó qué hacer por ordenes de Jamiel. ─ Debes dejar que tu sangre
entre en el grabado al mismo tiempo que lo vuelves a recitar y sólo así, se abrirán las puertas para hallar
a Cristina.
─ Comprendo
─ señaló Kiara, que sin dudarlo, hizo dos incisiones en sus manos y las colocó
sobre ambos costados y comenzó a recitar una vez más el mensaje gaélico.
Cuando la
sangre comenzó a escurrirse sobre las letras. El sello se rompió por completo y
al instante, un brillo intenso salió del mensaje y se descorrieron las puertas
dando paso a una cegadora luz que la envolvió por completo y la jaló hacia su
interior.
Como en una
especie de torbellino fue envuelta y en la medida que giraba, ciento de
imágenes fueron apareciendo ante sus ojos. Recuerdos de todas las vivencias de
la joven Loren como así mismo, cada golpe, agresión, humillación y lágrimas que
derramó a lo largo de su vida. Uno a uno fue recibiendo estos ataques en su
propia persona. Eran como dagas rasgando su corazón, llevándola al punto de no
soportarlo más y con todas sus fuerzas, exclamó su dolor…
─ ¡Ya
basta, Cristina! ─ gritó Kiara, abrazando su propio cuerpo. ─ Todo ha
terminado. Ya no volverá a lastimarte. Deja tu pasado y vuelve a mí, por favor.
Yo te amo, hermana.
Al instante
todo se detuvo y cuando su cuerpo, pudo recuperarse de tanto giro, se escuchó
decir…
─ Muchas
gracias ─ murmuró débilmente Cristina. Dejando caer su cuerpo desnudo en brazos
de Kiara, quién la recibió y la estrechó con todas sus fuerzas como si fuese un
bebé.
─
¡Cristina! ─ balbuceó entre sollozos Kiara, cuyas lágrimas eran de felicidad. ─ Tontona. No vuelvas a
dejarme sola otra vez.
Los ojos
azules de Cristina, la vieron con cariño y se inundaron de igual modo, al
sentir el inmenso cariño de quién por años ha sido su gran amiga.
─ No lo
haré nunca más ─ susurró Cris, a la vez que llevó su mano hasta el rostro de
Kiara y lo acarició muy despacio ─ Te debo la vida.
─ No me
debes nada ─ refutó entre llantos Kiara ─ Porque daría mi vida las veces que
fuese necesario por ti y que jamás estarás en deuda porque yo te quiero como
una hermana y los hermanos se cuidan siempre y para siempre.
─
¡Hermanas! ─ murmuró Cristina, viéndola fijamente ─ ¿Dime qué en realidad lo
somos?
─ Así es.
Tú y yo hemos sido hermanas desde hace mucho ─ confirmó Kiara, sin rodeo alguno
y añadió. ─ Más es una larga historia que deben explicarnos nuestras esposas en
su momento y por ahora, es momento de regresar junto a ellas. ¿Te parece?
Cristina,
asintió solamente; pues aún estaba débil y acomodó su cabeza en el hombro de la
joven Milovic y se cerró sus ojos.
─ Ya lo has
oído, Jamiel ─ demandó una sonriente Kiara ─ Es hora de que te vuelvas a
reencontrar con tu esposa y me saques a mi también de este lugar apestoso.
─ Encantada
de hacerlo ─ se escuchó decir a la propia princesa Dinkaire.
Mientras que
en la otra caverna…
A los pocos
minutos, se comenzó a recitar nuevamente el conjuro del espíritu y la
invocación surtió efecto enseguida, ya que la burbuja que mantenía unidos los
cuerpos de ambas chicas, se convirtió en una sola esfera de color nácar. Y
descendió despacio hasta situarse en la orilla y descorriendo el manto de agua.
Dejando ver el cuerpo de ambas muchachas;
envuelto en un abrazo como si fuesen siameses.
Al momento
en que se abrieron sus ojos, se escuchó…
─
¡Bienvenida a casa, mí amada Krastian! ─ susurró Jamiel.
En ese
preciso momento, la luna comenzaba a teñirse de un color cobrizo y muy lejos de
ahí…
─ La hora
de la verdad ha llegado para ti, mi heredera ─ murmuró una mujer de cabellos
plateados con destellos rubí y de cuyo
rostro se desprendió una sonrisa torcida.
2 comentarios:
o.o sin palabras
tanto tiempo esperando actualizacion de este maravilloso fin q para mi es uno de mis favoritos aunq todo lo q escribes me gusta este es unico el 1 por cual te conoci y la verdad me enamore mucho que valio la espera, gracias por no abandonarla Arnrhia, esperare con mucha ilusion la siguiente actualizacion.
Que delicia es leer todos tus escrito.
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