mujer y ave

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martes, 2 de septiembre de 2014

La fuerza del amor.


La Maldición de la Luna, capítulo 21

En los Jardines de palacio, tres mujeres se encuentran reunidas desde hace un buen tiempo. El silencio, es la antesala que precede a la tempestad que está por desatarse en medio de este páramo de serenidad.
-¡Madre! –Murmuró Balderius-  -aterrada por lo que leía en los ojos carmesí de su madre-. -¿desde cuándo estás en este lugar?
-lo suficiente –dijo ella- déjanos solas Balderius.
-como tú digas –expresó la joven.                    

                                                     
Balderius jamás ha contra decido a su madre. Sin embargo, no puede evitar sentirse abrumada por lo que le depara a su hermana.
Poco después de irse su hija mayor, Ankerius, intensifica su mirada en la joven que ha osado desafiarla una vez más. Por el rostro de la muchacha, una gota de sudor frío la recorre, pues comienza a sentir el peso de esa mirada en todo su cuerpo y en cosa de segundos se desploma en el suelo.

-es hora de terminar con todo esto –murmuró Ankerius-  -tomó en brazos a su hija y se fue a un sector apartado del castillo-. –es el único medio que va quedando para ti.

En la tierra...

Glasgow…bosques del bajo Escocia…

La reina de los Dinkaire, lleva mucho tiempo preparando los detalles para dos desafíos muy importantes y relevantes para las jóvenes princesas. De la nada siente un dolor atravesar su corazón y toma conciencia que la menor de sus hijas está sufriendo. Durían, abandona lo que estaba haciendo y trata de buscar un lugar apartado lejos de su gente y así, poder concentrarse.

La chamán se interna bosque adentro y en las orillas del río, encuentra el sitio perfecto para la meditación. Sentada sobre una roca, toma una postura de yoga para poder entrar en trance. Después de sosegar y dejar en blanco su mente, se sumerge en sentir el nexo con su hija.

-¿qué sucede Jamiel? –Inquirió Durían- ¿Por qué de tu congoja?
-Cristina –murmuró ella- quiere lanzarme al viento.
-¿has hablado con ella como es debido? –preguntó su madre.
-no quiere escucharme –mencionó Jamiel- ha cerrado su corazón a mis palabras.
-Jamiel –señaló Durían- no desesperes, déjate llevar por tu corazón, él te dirá que hacer para que puedas hacerle comprender a tu esposa la verdad de las cosas.
-no quiero perderla madre –expresó la joven- su mirada está llena de rabia y frialdad para conmigo.
-hija mía, no olvides que tú eres, la princesa del clan dinkaire –mencionó su madre- aunque su mirada sea hostil contigo en estos momentos, no debes darte por vencida o estarás entregando tu amor al presagio de la madre de Krastian.
-nunca permitiré una cosa de esa naturaleza –sentenció Jamiel-  Cristina es mi vida y jamás entregaré a su madre u otra persona, a la mujer que amo.
-entonces, demuéstrale que eres capaz de pelear por ella y no dejes que un mal momento, te arrebate tu felicidad –señaló Durían- ten confianza en ti y no permitas que la furia que  domina a tu esposa, venza al amor que hay entre ustedes.
-tienes razón madre –afirmó ella- llegó la hora de demostrarle a mi esposa, de lo que soy capaz de hacer por ella.
-Jamiel –explicó su madre- no debes olvidar que no sólo estás luchando por ella, sino que también lo haces por tu hija que viene en camino  y es tu deber permanecer al lado de ambas.
-madre, ¿ya sabes? –inquirió Jamiel.
-así es hija mía –confirmó Durían- esa bebé será la alegría de ambas. Motivo suficiente para no permitirle  a tu esposa que te aleje de su lado.
-estás en lo cierto madre –mencionó ella- no voy a consentirle a Cristina que me aleje de mi hija. Ella hizo una promesa conmigo  en el enlace y tendrá que cumplirla. No romperá las cadenas que la atan a mí.
-así me gusta oírte hija mía –señalo Durían- lucha por el amor de tu esposa y por tu hija.
-así lo haré –respondió Jamiel- gracias madre por escucharme y brindarme tu consejo.
-un miembro de nuestro clan, siempre permanece firme ante la tempestad, no lo  olvides nunca  –expuso Durían- ahora vete y demuéstrale, cuánto la amas.
-nos veremos pronto madre – se despidió Jamiel.

Al terminar la conversación con su hija. Durían retoma el camino entre los árboles, cuando de repente siente sobre sí, una inmensa energía negativa chocar con su aura. Detiene sus pasos y observa a su alrededor detenidamente y de entre el follaje y  algunos troncos caídos, asoma una sombra siniestra…

-¡Tú! –exclamó Durían.

 Londres, Hyde Park, Departamento de Cristina…

La Marquesa de Cronwell, tras dejar en su sitio a su esposa, retornó al lado de su hermana jamiel y desde su lugar les habló. Claramente se podía percibir, molestia en el timbre de su voz.

-ustedes ya han hablado suficiente –sentenció Elizabeth- es nuestro turno ahora y cuando finalicemos de hablar, les puedo asegurar que ninguna de las dos podrá romper nuestro vínculo con ustedes.
-¿en qué te basas para afirmar aquello? –Inquirió Cristina- que yo sepa, no somos nosotras, las que hemos mentido.
-aquí nadie les mintió –expuso Jamiel-  -con cierta molestia por la incredulidad de las gemelas-.  –ustedes mismas han querido creer eso, y no, nos han dejado explicarles cómo realmente sucedieron las cosas.
-¿habría alguna deferencia en ello? –Desafió Kiara- discúlpame que te lo diga Jamiel, pero los hechos hablan por sí solos.
-claro que existen una gran diferencia –expuso Elizabeth- piensas acaso que íbamos a mentirles  de gusto, y así,  exponernos a que nos rechazaran, una vez que se supiera la verdad.
-no sé –acotó kiara- dímelo tú.
-¡por favor!, no me hagas reír, Kiara –dijo enojada ésta- ¿tan estúpida me crees?
-no he dicho eso –refutó ella- así que no pongas palabras en mi boca que yo no he insinuado.
-poco te falta querida –criticó Elizabeth.
-sí, vamos a seguir discutiendo de este modo –señaló Cristina- no veo el caso de continuar una conversación, que no nos va a llevar a ningún lado. Por mi parte, prefiero retirarme a descansar, ya he tenido suficiente de malos ratos.

La joven Loren se levanta del sillón con claro ademán de retirarse a su habitación, pero antes que pueda siquiera dar un paso hacia éste, es detenida en el acto por una mano que la tiene asida fuertemente, sometiéndola y anulándola en un abrir y cerrar de ojos, pues el anillo, otorga un poder especial al consorte de la princesa de la luna.
-no irás a ningún a lado Cristina –ordenó Jamiel- es tu deber escuchar mis descargos, así como yo también fui paciente en oír tus quejas con respecto a mí y a Elizabeth. Por educación,  volverás a tu asiento y dejarás que terminemos de hablar como corresponde.

Cristina, guardó silencio y retorno a su lugar, desde allí le contemplo fijamente antes de hablar.

-ustedes dirán entonces –dijo Cristina- que tienen que decir de todo lo que expusimos anteriormente.
Fue la marquesa, quién tomó la palabra…
-primero que nada –señaló Elizabeth- sepan que nunca ha sido nuestra intención engañarlas o mentirles, simplemente debimos guardar silencio por un tiempo, para poderles explicar ciertas cosas, que son un tanto difícil de asumir de la noche a la mañana.
-podrías ser un poco más específica –demandó Kiara- y no tan ambigua en tu explicación.
-de acuerdo –dijo ésta- con respecto a lo de los anillos, era desconocido tanto para jamiel como para mí, la similitud de estos.
-¿segura? –Inquirió Kiara- resulta poco creíble tu argumento, ya que ustedes resultaron ser  hermanas y coincidentemente esas sortijas son gemelas. Son legítimas nuestras dudas  ¿no te parece?
-sus dudas son comprensibles, kiara –señaló Jamiel- sin embargo, debes creernos, cuando te decimos que no sabíamos nada al respecto. Nuestra madre nos dio esas sortijas por separado y a ti te consta mis palabras Cristina, pues estabas  ahí conmigo.
-eso no te lo voy a discutir  -mencionó ésta- pero no tiene nada que ver, con el hecho de que ustedes ya se conocían y haber planeado todo esto de ante mano.
-he de ser honesta contigo –señaló Elizabeth- siempre he tenido la intención de hacer a Kiara mi esposa, mucho antes de conocer a Jamiel.
-En mi caso –expuso Jamiel- sucedió lo contrario, pues me enamoré de ti, mucho después de haber conocido a mi hermana.
-Hay algo que no me calza en todo esto –comentó Kiara-  y tiene relación con el aviso que publicaste para buscar personal para tus empresas, ¿fue uno más de tus engaños?, ¿cuál fue el motivo verdadero de ello?, ¿estaban relacionadas ustedes dos en ese tiempo?

La marquesa se quedó viendo fijamente a su esposa. Sus preguntas no fueron formuladas porque sí, podía comprender las dudas de ambas gemelas y el hecho que se sintieran utilizadas por ellas. La ocasión no podía ser más ideal, al fin podría decir la verdad sin andar con rodeos.

-El motivo de esos  anuncios, tenían la finalidad de encontrarte sólo a ti, Kiara –explicó Elizabeth-  -antes de proseguir miró con detenimiento a Cristina-. –y para tu conocimiento, no conocía aún Jamiel para ese entonces.
-Con Elizabeth nos conocimos, después que kiara llevaba más de un mes  trabajando en la compañía –mencionó Jamiel- y para ser más exactas, el mismo día que desapareció y estuvo en compañía de mi hermana en Ossex.
-Entiendo  -exclamó Cristina- coincidentemente con tu llegada a la empresa como mi  asistente. Dime, Jamiel, ¿cuál fue tu motivo para entrar a Global?
-Ser tu guardiana –señaló Jamiel- ¿crees en el destino?
-No –fue la tajante respuesta de Cristina.

La respuesta de Cristina, caló como un puñal en el corazón de la joven Atkinson, no podía creer que su esposa, no recordará la promesa que hicieron hace muchísimo tiempo atrás.  En dónde manifestaron que volverían a  reencontrarse en un futuro lejano y así, poder disfrutar de lo que se les negó en el pasado, su amor.

-y tú,  Kiara –inquirió Elizabeth- ¿crees en el destino?
-por supuesto que no –aclaró Kiara- no creo en cosas absurdas.
-ya veo –acotó Elizabeth-   -visiblemente decepcionada después de escuchar sus palabras  –por lo visto ustedes dos,  no nos van a creer tan fácilmente y podríamos estar así todo un día sin conseguir absolutamente nada.
-¿a dónde quieres llegar?  -preguntó Cristina- noto que en tus palabras quieres decirnos algo más.
-por supuesto que sí –aseveró Elizabeth- quiero que se den cuenta de una vez por todas, que nosotras hemos estado esperando por ustedes dos, desde hace mucho tiempo y jamás ha sido nuestra intención hacerles daño.
-hablan del destino –indagó Cristina- dime, ¿cuál?
-ustedes dos  han sido destinadas para nosotras –mencionó Jamiel- por eso, hemos estado luchando contra todo y permanecer junto a las mujeres que amamos. El día en que nos desposamos, tú misma, mencionaste que tenías la certeza de ser yo, la mujer que estabas buscando.
-todos en la vida buscamos el amor  -acotó Cristina- es lógico pensar de ese modo, pero muy distinto es afirmarte que seas la mujer que estuviera destinada para mí y que lo hubiese sabido con anticipación.

Otra vez el corazón de Jamiel, volvía a sufrir otro revés con las palabras de su esposa…

-son demasiado crueles tus palabras para con mi hermana –expuso Elizabeth- ¿porqué endurecen su corazón de ese modo?, ¿acaso les ofende que podamos amarlas desde antes?
- a decir verdad, no –respondió Cristina- pero es difícil de asumir, eso es todo.
-comprenderás –agregó Kiara- que después de todo lo que ha sucedido con ustedes, podamos creer en el destino y justificar todo lo que han hecho en su nombre. Discúlpame, Elizabeth, pero no puedo.
-se puede saber, ¿cuál  es lo malo para ti? –Inquirió Elizabeth- para que no puedas creerme.
-explícame –demandó Kiara- ¿cómo  es estoy que estoy casada contigo?
-Kiara, desde conocimos que te planteé el hecho de que fueras mi esposa –mencionó Elizabeth- pero cometí el error de hacerlo en la forma equivocada, al presionarte con lo de Cristina. Ahora ello me juega en contra y no pude decirte en ese momento, que le anillo que recibías de mi parte, era de matrimonio y tuve que hacerme a la idea que tendría que ser más adelante cuando pudiera decirte la verdad.
-sabías muy bien que no deseaba casarme contigo –mencionó Kiara- aún así, persististe en ello y poco te importo mi opinión, ¿cómo pretendes que acepte un hecho así?
-te lo vuelvo a repetir una vez más –señaló Elizabeth- siempre mis sentimientos hacia ti han sido sinceros, me equivoqué en la forma de plantearlos y ponerte en una situación incómoda. Todos nos equivocamos en la vida, pero aprendemos de nuestros errores. Sin embargo y a pesar de todo lo malo,  te pido que no desconozcas que hace unos días estabas de acuerdo en que  el matrimonio formaría parte de nuestras vidas y la idea no te desagrado en lo absoluto.
-lo último que acabas de decir, no te lo voy a negar –afirmó Kiara- pero me disgusta el hecho que me hayas ocultado que estábamos casadas. Por lo demás, no recuerdo haber consentido un hecho así y a diferencia de Cristina, no estuve en ninguna ceremonia para que ello tenga validez como tú afirmas.
-sí tiene validez –aseveró Elizabeth- es un voto que hice ante mi madre y sus leyes.
-¿leyes? –Inquirió Kiara- disculpa que ponga en dudas tus palabras, pero que yo recuerde esa noche no vi a persona alguna y no tengo la menor idea en qué leyes te basas.
-yo te puedo explicarte eso Kiara –expresó Jamiel- como Cristina bien sabe, pertenezco una familia muy antigua que se encuentra en Escocia y nos regimos por ciertas normas ancestrales, que nos obligan a cumplir con ciertos compromiso como en cualquier otra sociedad. Por tanto, nuestras leyes son tan  validas como las  de este país y ello hace, que tu unión con Elizabeth sea legítima.
-¿es una broma? –preguntó espantada Kiara.
-no lo es, Kiara –confirmó Cristina- ella está diciendo la verdad.  Sí, la madre de Jamiel, está detrás de todo esto. Tú compromiso es tan legal como el mío.
-¿es así Elizabeth?- inquirió Kiara- ¿está relacionada Durían, con este matrimonio?
-sí  –afirmó ésta- esa noche, mi madre recito los votos de unión y al momento de poner el anillo en tu mano, sellamos esa promesa.

Kiara se desplomó sobre el asiento junto a Cristina y quedó sumida en sus pensamientos. En su corazón sentía una gran turbación con todo lo que estaba sucediendo.

Por su parte, Elizabeth, al contemplarla con ese semblante sombrío, dedujo que tendría que buscar la forma para que acepte su unión y no sólo eso, ya que faltaban más cosas por esclarecer y esa conversación iba para rato.

Mientras en la Luna...

En una fría habitación cercana a palacio…

Lejos y ajenos a todo lo que sucedía con sus otras hijas…

Una joven tendida sobre un diván, comienza abrir los ojos lentamente y tarda unos minutos en reconocer el lugar en el que se encuentra y al instante escucha una voz familiar.

-¡al fin despiertas Adamarys! –mencionó su madre.
-¿en dónde estoy? -fue la pregunta de la joven.
-pronto lo descubrirás –indicó Ankerius- ahora ponte de pie.

La joven se dispuso en obedecerla y fue ahí que tomó conciencia del lugar que se encontraba.

-¿qué pretendes madre?- inquirió Adamarys.
-es muy obvio hija mía- puntualizó su madre- no me has dejado más alternativa que ésta. Por tanto, haz lo que te indiqué y prepárate, ya que vas a vivir lo que pocas hijas de luna han experimentado en su vida.
-¡estás loca madre! –Replicó la joven- no voy hacer tal cosa, puede que nosotras estemos distanciadas, pero jamás pretendería enfrentarme a ti.
-haz lo que se te ordena Adamarys –demandó molesta ella- no lo volveré a repetir.

La joven, al instante sintió sobre su cuerpo una descarga de energía que la dejó casi sin aliento y con disgusto se vio obligada a tomar su lugar frente a su madre, preparándose mentalmente para lo que se venía encima.

Ankerius, permaneció impávida contemplándola por unos instantes, ya que estaba decidida a enseñarle una lección a su hija, aunque esto le hiciera doler su corazón una vez más. Debía detenerla, antes que las cosas tomasen otros ribetes que podrían en riesgo la vida de ésta y que los lazos sanguíneos pudiesen verse afectados, destruyendo a su familia.

-Adamarys –mencionó su madre- puede que seas una de mis hijas menores, junto a las gemelas, pero desde un principio haz osado desafiarme, sin darte el tiempo de analizar en profundidad lo que deseaba realmente con cada una de mis decisiones. Por tanto, llegó la hora de hacerte comprender que no habrá más impertinencias de tu parte con respecto a mis órdenes.
-Haz lo que debas hacer madre –indicó la joven- de mi parte no voy a responder y sí te molestó que ayudase a Kiara, déjame decirte que no lamento en absoluto mis actos y tampoco pediré perdón por ello.
-ya veo –contestó su madre- sacando su  báculo y con una ráfaga de viento cerró ventanas y puertas de un golpe y sus ojos se posaron en su hija con un intenso brillo-. –entonces, despertaré el legado carmesí que duerme dentro de ti.

Tras sus palabras, los ojos negros de la luna negra se cambiaron de súbito a ojos carmesí y un fuerte grito resonó en el salón y su cuerpo se dobló ante el escozor que sintió en ellos…

-detente madre –murmuró Adamarys.
-debes luchar –demandó su madre- no tienes alternativa.
-no haré tal cosa –respondió ella.
-en ese caso –señaló Ankerius-   -cerró sus ojos para concentrar toda su energía en dirección de su hija-.  –te verás forzada hacerlo.
-¿qué buscas demostrar con ello? –Inquirió Adamarys- -que en ese momento se vio de lleno con una fuerza avasalladora sobre todo su cuerpo-.
-cuando todo esto acabe, podrás comprenderlo –señaló su madre- nada es casualidad en esta vida, Adamarys. Ahora, deja de hablar y concéntrate.
-pierdes tu tiempo  -dijo casi sin voz la joven.
-tú así lo has querido –sentenció Ankerius- -antes de siquiera terminar de hablar, una fuerte ráfaga golpea a la luna negra, estrellándola contra la pared de la habitación y el golpe, consiguió el efecto deseado, ya que los ojos de la muchacha irradiaban odio puro.

-“puedo sentirlo, esa energía la está consumiendo viva, llegó la hora de terminar con todo esto hija mía” se dijo mentalmente la soberana y en segundos, recibió la respuesta de la joven.

De pronto toda la habitación resplandecía al choque de las energías que se estaban liberando en su interior. Mientras que en el exterior muy cerca del lugar, dos jóvenes, eran testigos de cómo esas descargas de luz dorada y negra se estrellaban una y otra vez…

-¿qué saldrá de todo esto Balderius? –señaló una de las jóvenes.
-no lo sé Edrin (luna llena) –comentó Balderius- sólo de una cosa estoy segura y es que ella, jamás perderá a ninguna de sus hijas.
-nuestra hermana, es la cuarta hija de la luna de toda la familia que recibe una marca de la rosa negra y además, debe enfrentarse con la reina –acotó la joven de cabellos plateados y ojos verdes.
-está escrito en el destino de nuestra familia –agregó Balderius- que tanto luna negra y luna nueva, deben recibir los sellos de la vida, ya que con ellas comienza el ciclo de las nueve faces de la luna.
-entonces, nuestras hermanas, están obligadas a enfrentarse en un futuro cercano ¿o me equivoco? –inquirió Edrin.
-eso, sólo lo sabe nuestra madre –respondió Balderius- ahora, debemos esperar que todo ello acabe. Edrín, debes prepararte, ya que tú tendrás un papel importante en el desafío de una de las gemelas contra el Blodghgarm de Adamarys, llamado Mantrus.
-nuestra madre, ya me advirtió sobre ello  –señaló Edrin-  parece mentira, que dos sigran (guardianes) de la  luna, deben enfrentarse por nuestra hermana.
-nada es casualidad Edrin –expresó Balderius- los portadores de los espíritus de los sigran, son lo que cambian continuamente en el juego de la vida y será un constante cambio.
-comprendo –indicó Edrin- sólo nos queda esperar que todo salga bien.
-así es hermana –mencionó ésta- tendremos que resignarnos a ser espectadoras nada más y confiar en que todo saldrá favorable para nuestras tres hermanas. Tal como nuestra madre confía en ellas.

Acabadas aquellas palabras, ambas jóvenes, siguen observando los destellos de luz que se desplazan dentro de toda la habitación y cada vez se incrementan sus ataques al punto de sobrecoger el corazón de ambas muchachas.

A su vez, en otro sitio…

En el departamento del Hyde Park. La conversación entre las cuatro mujeres, prosigue su curso y hay muy pocos signos de ser favorables para las hijas de Durían, ya que la molestia aún persiste en el rostro de sus esposas. A pesar de ello, no desistirán hasta conseguir volver a su favor  toda esa situación y de paso asegurarse de que sus consortes no las abandonaran.

-quiero anular ese matrimonio Elizabeth –murmuró de súbito Kiara.
-no haré tal cosa –respondió Elizabeth-  -cuyo rostro denotaba enfado tras oír aquellas palabras-. –te lo he dicho mil veces y en todos los tonos, no voy a renunciar a ti, aunque ello me conlleve soportar todo tu desprecio y la rabia que sientes ahora por mí.
-no te desprecio y tampoco siento rabia hacia ti, Elizabeth –sentenció Kiara- simplemente estoy decepcionada,  eso es todo.
-¿se puede saber de qué estás decepcionada? –inquirió la marquesa.
-de ver lo estúpida que fui al creerte –comentó Kiara- nunca tuviste intenciones de proteger a Cristina, ya que compraste las empresas de sus familia y no basto con ello, sino que  te saliste con la tuya de hacerme tu esposa con engaños.
-ya veo, con qué es eso- señaló Elizabeth- pues bien, seré muy honesta con ambas.
La razón de porque compré esas empresas, tuvieron como finalidad de forzar a Kiara para que aceptara casarse conmigo. Sin embargo, eso no fue necesario, ya que una vez que mis abogados tuvieron contacto con los antiguos dueños,  descubrí un hecho que llamó mucho mi atención y fue comprobar el desfalco o malversación de fondos en el que ha incurrido siempre tu padre y el modo de recuperar su fortuna,  es lo que más me impacto.
Este hecho lo comenté con Jamiel  en su momento y le prometí a ella, que no lo usaría en tu contra, pero que las conversaciones ya estaban avanzadas para detener dicha adquisición. Claro está, que ha sido otro de mis errores, ya que jamás tuve necesidad de usarlo para llegar a separarlas como era mi intención en un principio. Ahora debo asumir ante ustedes que me equivoque y les pido disculpas a las dos. Sin embargo, he de ser sincera, no me arrepiento de haber comprado esas empresas.
-¿a qué te refieres con ello, Elizabeth? –preguntó Cristina, un tanto curiosa.
-no tenía la necesidad de comprar las empresas de tu familia –comentó Elizabeth- pero, al hacerlo puedo evitar que tu padre, intente utilizarte para sus propósitos egoístas.
-¿estás al tanto de las acciones de mi padre?- inquirió Cristina, perpleja.
-así es –respondió ésta- y me resultó chocante el modo de actuar de ese hombre al que llamas padre. En cierta forma, me hizo recordar al mío y su forma déspota y despiadada que solía tener para con las demás personas. Por ello, no tengo arrepentimiento alguno de haber hecho ese negocio, porque así puedo devolverle a los legítimos dueños, lo que le corresponde.
-¿qué intentas decirme Elizabeth? –indagó Cristina.
-muy simple Cristina –comentó ésta- voy devolver las empresas a  nombre tuyo y del tus hermanos, para que Alexander Loren, no tenga ninguna chance de volverlos a lastimar.
-¿estás hablando en serio? –preguntó de lleno Kiara.
-habló muy en serio, Kiara –mencionó Elizabeth- te prometí hace unos días que iba a protegerla y pienso cumplirlo. Es más, la oferta que tengo para Cristina sigue en pie, esposa mía, lástima que no me hayas creído.
-¿de qué oferta están hablando? –inquirió Cristina.
-verás Cristina –señaló Kiara- hace unos días, Elizabeth, me comentó su intención de que tú trabajarás para ella, mejor dicho, que ambas trabajemos en su empresa y que llegado el momento te lo haría saber y me comprometí en ayudarla a convencerte.
-¿es eso cierto Elizabeth? –Preguntó Cristina- ¿por qué?
-lo que ha dicho Kiara es verdad –agrego ésta- y la razón para ello, es que siempre he considerado que eres una gran profesional; independiente a nuestras diferencias en el pasado; y quiero tener en mi empresa lo mejor. Además, que le prometí  a mi esposa, que te protegería de tu padre.
-en verdad no sé qué decirte Elizabeth –dijo Cristina- -cuyo rostro se mostraba conmocionado ante todo lo expuesto, por la que antes creía su peor enemiga y la mujer más engreída de todas-.  –aprecio tus intenciones, pero no puedo responderte ahora.
-comprendo –acotó Elizabeth- pero te rogaría que me escuches antes de tomar una decisión.
-tú dirás entonces –mencionó Cristina- ¿quisiera saber qué propones y cuál es tu intención en devolvernos las empresas?
-Cristina –explicó Elizabeth- las empresas de tu familia, serán devueltas en partes iguales para cada uno de tus hermanos en su debido momento, pero mientras tanto tú las administraras.
 Con respecto a ti, me gustaría que formaras parte de un nuevo equipo de trabajo, que sería conformado por Kiara, Jamiel y Jules y estarían a cargo de todas mis empresas y de futuros proyectos. Dentro de dos días, me gustaría citar a una reunión con todos ustedes para ponerlos al tanto de mis planes, ¿quiero saber tu opinión al respecto?

Cristina se tomó unos minutos antes de responder a la propuesta de Elizabeth.

-Elizabeth –comentó Cristina- agradezco que desees ayudar a mi familia, pero no considero justo que debas deshacerte de algo que adquiriste legalmente. Por tanto, aceptaré tu ofrecimiento de trabajo con tal de que me dejes pagar de alguna forma todo lo que haces por mis hermanos y no sienta que estás haciéndonos un favor, pues me gusta luchar por mis cosas.
-estaba muy consciente que ibas a plantearme una cosa así –manifestó Elizabeth -  y eso me lleva a la conclusión de que no me equivoque en mi primera impresión contigo, de que eres una mujer muy luchadora y capaz de salir adelante por tus propios medios. Sin embargo, hay muchas cosas en juego en estos momentos y una de ellas, es tu relación con mi hermana y el hecho de que formarán una familia. Por lo tanto, te ruego que lo veamos con calma y llegar a un acuerdo beneficioso para ti y tu esposa.
-¿familia has dicho? –preguntó asombrada Cristina.
-así es –respondió ésta- mi hermana y yo debemos explicarles algo con respecto a ello, pero lo haremos una vez que todo lo anterior sea aclarado.
-de acuerdo –comentó Cristina- Kiara y yo, las escuchamos.

Por unos breves segundos el silencio se hizo presente en el lugar hasta que Elizabeth viendo fijamente a su hermana Jamiel, decidió proseguir con aquella plática y poner fin a todos esos malos entendidos que habían generado un impasse con sus respectivas parejas.

-nosotras lamentamos todo el mal rato que han tenido que vivir –expuso Elizabeth- sepan que no fue nuestra intención esconderles las cosas, como mencioné anteriormente, debimos dejar pasar un tiempo prudente, antes de comentarles nuestra verdad.
-no ha sido fácil para ninguna de las dos tener que callar los hechos –aclaró Jamiel- pues estábamos conscientes de que ustedes se querían mucho y en cierta forma, temíamos su reacción al saber que nosotras  somos hermanas y los malos entendidos que ello pudiera ocasionar.
-el callar tampoco les ayudo en este caso –refutó Kiara- mil veces hubiese preferido la verdad y creo que Cristina piensa del mismo modo.
-desde un principio Jamiel, te pide que fueras honesta conmigo –comentó Cristina- y el hecho de que estuvieras relacionada con Elizabeth, muy poco me importa, ya que desde hace un buen rato, estoy conscientes de los sentimientos de ella por Kiara.
-¿estás diciendo que no importa el hecho que seamos hermanas? – Inquirió curiosa Elizabeth-  Cristina, explícame, ¿cómo es qué no te importa? Cuando hace unos momentos atrás fue lo primero que nos reprochaste.
-tienes razón en ese punto –acotó Cristina- lo que dije anteriormente, tiene relación en que podrían haberse confabulado para interponerse entre nosotras dos, pero veo que juzgue mal en ese sentido.
-¿qué te hace pensar que estabas errada? –preguntó la marquesa.
-el hecho de que tú siempre has tenido la intención de estar con Kiara –explicó Cristina- y me quedó de manifiesto, el día que coincidimos las tres en ese restaurant.
-¿sabías que Elizabeth estaba ahí? –inquirió Kiara.
-así es, mi querida Kiara –mencionó Cristina- me percaté de ello, cuando fuiste al tocador y la vi ir detrás de ti. Luego, cuando regresaste y observé tu rostro, supe que Elizabeth, era la única mujer capaz de despertar sentimientos en ti, después de Mariana.
-Cristina, lo siento mucho –expuso apenada Kiara- no quise mencionarte nada, ya que tú me habías confesado tus sentimientos y no quería lastimarte.
-el que tú ames a otra mujer –puntualizó Cristina- nunca podría lastimarme, pues soy feliz con el simple hecho de que te hayas dado la oportunidad de volver a amar y eso, lo consiguió Elizabeth. Por tanto, tu felicidad es la mía, mi querida Kiara.
-tonta, siempre voy a quererte más que a mi vida –acotó Kiara- -visiblemente emocionada con las palabras de su amiga y hermana, que la estrechó fuertemente para transmitirle todo su cariño-.  –pero tú, también tienes derecho hacer feliz junto a una mujer que te ame y creo que tu esposa, merece que le des esa oportunidad, amiga mía.
-ya veremos –respondió seca Cristina-  -tras mirar el rostro de su esposa Jamiel y ver cómo brillaban sus ojos grises-. –aún faltan cosas por resolver, ¿no es así Jamiel?
-tienes razón Cristina –señaló Jamiel- todavía percibo en ti muchas preguntas, por lo tanto, te ruego que las formules y así responderte como es debido.
-me parece bien –comentó ésta- te vuelvo a preguntar, ¿cuál fue tu propósito de acercarte a mí?
-ya lo dije, ser tu guardiana –indicó Jamiel- debía estar pendiente de ti , protegerte y a la vez, informarle a Elizabeth todo lo relacionado con Kiara.
-ya veo –mencionó Cristina- eso quiere decir que vigilabas sus pasos y también los míos, ¿no es así?
-sí –respondió ella- esa era mi misión en un comienzo. Sin embargo todo cambió.
-¿en qué cambió Jamiel? –preguntó Cristina.
-desde que te conocí, tuve sentimientos extraños con respecto a ti –relató la joven Atkinson- quise creer, que eran productos del pesar que me invadía al verte triste con la desaparición de Kiara. Después me di cuenta que no era así, ya que deseaba protegerte, no quería verte sufrir por un amor que no podía ser correspondido en la forma en que tú lo deseabas.
-¿sabías  desde entonces lo que sentía por kiara? –inquirió Cristina.
-siempre lo supe –aseveró Jamiel- y cuando descubrí mis sentimientos hacia ti. Decidí cambiar eso y curar tu corazón herido con mi amor y me prometí dar todo de mí para hacerte feliz. El resto, ya lo sabes.

Los ojos azules de Cristina, contemplaron mucho tiempo a su esposa y reconoció que había sido muy injusta con ella, al acusarla de mentirle, ya que comprendió que no debió ser fácil guardar todo eso en su corazón y aún así, se esforzó al máximo para cumplir con su objetivo de hacerla feliz, ya que en esos días en que estuvieron juntas, realmente disfruto su compañía y toco un pedacito de cielo con su amor.

Por su parte, Jamiel, que había escuchado los pensamientos de su esposa, no podía sentirse más que feliz  y aliviada, al ver que Cristina, deponía su actitud de enojo para con ella. Respiró profundamente y buscó su mirada una vez más y lo que halló en ellos, hizo que su corazón brincará de súbito ante los sentimientos que reflejaban el alma de su esposa. Aquellos ojos azules de su pareja, centelleaban de una manera que la hacían estremecer de pies a cabeza. Ahora sí, volvía la paz a su interior y quedaba un asunto más por resolver y luego de ello, se la llevaría a su hogar y no la dejaría sola por nada del mundo, pues desde esta mañana presintió una amenaza rondar a su esposa.

-ven acá –demandó Cristina- -sacando de sus meditaciones a su esposa-. –siéntate a mi lado y déjame pedirte perdón por haber dudado de ti.

Tras sus palabras Jamiel se levantó de su lugar y fue hasta dónde se encontraba su esposa y la abrazó con todas sus fuerzas.

-¡amor! –Murmuró Jamiel- pensé que no querías saber nada más de mí.
-estuve a punto de hacerlo –afirmó Cristina- gracias a Dios no lo hice, ya que hubiera cometido la peor estupidez de todas. En verdad, discúlpame vida mía, no debí ser tan drástica contigo sin antes escuchar tu versión de la cosas.
-ustedes dos tenían sus razones para estar molestas –expresó Jamiel- con Elizabeth, sabíamos de ante mano, que un hecho así podría suceder y siempre estuvimos dispuestas a contarles la verdad, pero en el momento propicio.
-Cristina, mi hermana es la mujer que más te adora en este mundo –comentó Elizabeth- nunca dudes de su amor, pues ella es la mujer que estaba destinada para ti y a su lado podrás ser muy feliz.
-siguen con eso del destino –expuso Cristina- al final terminaré creyéndoles, pues de una cosa sí estoy segura, nada es casualidad en este mundo, ¿no es así mi querida Kiara?
-exacto –respondió ella- el destino puede ser escrito desde hace mucho, pero también el hombre puede cambiar las circunstancias alterando el curso mismo de la vida y eso te demuestra que se puede mejorar lo que ya estaba escrito.
-sabias palabras vida mía –acotó sonriente Elizabeth.
-no es que sea sabia –refutó kiara- si no las lecciones que la vida te enseña y de las cuales tú debes aprender para alcanzar tu mayor nivel de perfeccionamiento.
-que interesante punto de vista –mencionó Jamiel- sin duda ustedes dos tienen pensamientos muy similares.
-por eso adoro esta mujer –señaló risueña Cristina- -que mantenía abrazada a su esposa-.          –siempre ha sido lo que más se destaca en Kiara, su forma de pensar, al igual que sus sentimientos.
-eso me consta –mencionó Elizabeth- desde un principio,  me sedujo esas cualidades que ella posee y que la hacen una mujer muy valiosa para mí. Sin mencionar que la amo más que a mi vida.
-pueden dejar de adularme tanto –demandó Kiara – y continuemos en lo que estábamos.
-no es seas tan grave amiga mía –dijo burlona Cristina.
-¡vaya! –Replicó Kiara- te ha vuelto el alma al cuerpo, mi querida Cristina, ha retornado tu acostumbrado humor.
-jajaja –bromeó ésta- tengo motivos más que suficientes para estar contenta y agradecida de la vida con la mujer que puso en mi camino.
-en eso caso –señaló Kiara-  -que no dejó de contemplar a la pareja y lo feliz que le hacía ver un rostro más sonriente en su amiga del alma y no pudo evitar contagiarse con ella y una sonrisa se dibujo en su rostro-. –me alegro por ambas, ya que también tu dicha es la mía, Cristina.
-gracias –exclamó Cristina- ahora es tu turno, de escuchar a tu esposa mi dulce Kiara.

Kiara no estaba tan segura como Cristina, de poder solucionar sus diferencias y sentía sobre sí, la mirada intensa de esos ojos verdes de Elizabeth, que le escudriñaban el alma…

-¿por qué dudas tanto Kiara? –preguntó Elizabeth.
-¿acaso lees la mente? –Exclamó Ella- -muy sorprendida con su pregunta-. –en todo los casos, tienes razón, no puedo fiarme del todo de ti.
-¿se puede saber por qué? –Inquirió la marquesa- has podido comprobar que mantuve mi promesa con respecto a Cristina y en referente a lo del anillo, es algo que no pude evitar, pero que tampoco me arrepiento, ya que he cumplido mi sueño de hacerte mi esposa.
-ese es el problema contigo, Elizabeth –enfatizó Kiara- siempre decides por ti misma, sin tomar en cuenta los sentimientos de los demás y su opinión al respecto.
-comprendo –dijo ésta- eres muy quisquillosa amor mío y tu desconfianza no hace más que dificultar las cosas entre nostras.
-¿quisquillosa yo? –Preguntó irónica ésta- no será que me dan motivos para ello.
-ahí está, la vieja kiara –acotó burlona Cristina- no seas tan intransigente amiga mía. ¡Cede un poco en tu postura! Y dale el derecho a defenderse y que puedan así solucionar sus diferencias.
-no me ayudes tanto Cristina –refutó seca Kiara- para mí la sinceridad es primordial y me desagrada que no respeten mis derechos y tú, mejor que nadie sabe eso.
-eso no está en entredicho mi querida Kiara –comentó Cristina- opino igual en ese aspecto, pero no puedes dejar de reconocer, que Elizabeth te ama y ha hecho de todo para demostrártelo y qué lejos es muy distinta a esa imbécil que te lastimó e hizo que cerrarás tu corazón.

Elizabeth, abrió muchísimo sus ojos al escuchar el comentario de Cristina, ni remotamente pensó que oiría  a la que hace no mucho consideraba su rival, hablar de ese modo a su favor y que la defendiera con firmeza ante la que siempre fue motivo de discordia entre ambas. Sin duda, la vida no dejaba de darle sorpresas y tomó conciencia de que sus palabras eran sinceras y para nada eran producto de la gratitud por ayudar a su familia.
La marquesa, posó su mirada en su hermana Jamiel, que le sonría dulcemente en afirmación por lo que estaba leyendo en sus pensamientos y correspondió ese gesto con la misma muestra de cariño, reflejada en una sonrisa.

-Cristina Loren –replicó seria Kiara- te rogaría que me dejarás decidir por mí misma, pues estoy bastante grandecita como para tomar mis propias decisiones y juzgar los hechos con prudencia.
-¡uffffff! –resopló resignada Cristina- ni modo, pero no seas necia ¡quieres!
-no soy necia –reprochó ésta.
-no claro que no –se burló Cristina- eres obtusa, que es distinto.
-¡CRISTINA! –chilló Kiara,  sin dar crédito a las palabras de su amiga, que lejos de hacerla enojar, ya comenzaba a sacarle una sonrisa por su ironía que siempre la dejaba en jaque.
-ya entendí –dijo risueña Cristina- me mantendré  al margen, pero no seas una bruja con tu esposa y deja de hacerte la difícil y ve a su lado para que puedas besarla, será mejor, ya que se nota que deseas hacerlo.
-eres una completa idiota –bufó Kiara-  -que no se pudo aguantar y le pego un palmazo en el hombro tras escuchar la sarta de estupideces que dijera y que sólo consiguió avergonzarla-.     –uno de estos días te juro que te mato.
-cómo te gustaría –desafió burlona Cristina- pero lamento decirte que ahora ya no puedes, porque mi linda esposa no dejará que la dejes viuda.
-eres el colmo –mencionó cansada Kiara- de verdad te compadezco Jamiel, de tener semejante animal por esposa.
-¡oye tú! –Se quejó Cristina entre risas- tenme un poco de respeto y agradece que están las demás presente, porque de lo contrario hago que te comas tus palabras.
-no me hagas reír –desafió Kiara.

Por su parte, Elizabeth y Jamiel, no dejaban de verse y sorprenderse del cariño que sus esposas se tenían al punto de fastidiarse cariñosamente y de olvidarse por completo que estaban disgustadas con ellas. Era increíble verlas comportarse de ese modo y ambas hijas de Durían, pudieron apreciar los lazos de sangre que unían a las gemelas de la luna. Todo ello, era una señal de que las cosas serían favorables para ellas de ahora en adelante.

Sin previo aviso, Kiara se levantó del asiento y se acomodó al lado de Elizabeth y clavó sus ojos miel en ella, para buscar una señal que le indicase que no había engaños y que podía confiarle su corazón…

-¿hay algo más qué yo deba saber? –preguntó Kiara.
 -déjame pensar –comentó risueña Elizabeth-  -tomando entre sus manos las de su esposa y depositando en ellas, pequeños besos, sin apartar sus ojos verdes de ella-. –ya te he dicho todo lo que debía decirte y no me queda más que agregar, que eres la única mujer que he amado y amare hasta el fin de mis días.
-¿estás segura? –Insistió Kiara- no deseo más sorpresas Elizabeth, no podría soportarlo.
-bueno –acotó Elizabeth- aún hay un tema pendiente y se lo comentamos en un  principio que lo dejaríamos para el final, ¿no es así Jamiel?
-efectivamente –afirmó Jamiel- nos queda decirles el tema de la familia.
-¿familia?- preguntaron las otras dos.
-sí, familia –respondió Jamiel- nosotras, aparte de desposarlas en noche de luna creciente, también recibimos un regalo de concebir junto a ustedes a nuestra familia.

Kiara  y Cristina, de golpe palidecieron al escuchar aquellas palabras pronunciadas por Jamiel, pues recordaron un hecho al que le habían restado importancia hasta ahora….

-¡Elizabeth Erlington! –Exclamó Kiara, cuyo rostro lo decía todo – ¿no me digas que ese día tú?
-así es amor –respondió feliz Elizabeth- ese día concebimos a nuestro hijo.
-¿Qué? –aulló  Kiara conmocionada- ¡un hijo!, por todos los cielos… (No pudo continuar porque se desmayó al instante)

Elizabeth, con un ágil movimiento, logro sujetarla antes de que se fuese de espalda contra el suelo.

-un  hi…jo –tartamudeó Cristina, visiblemente conmocionada por la noticia- tam…bién  ese día…
-una hija –corrigió Jamiel, que de inmediato abrazo a su esposa y trató de relajarla al máximo  con suaves caricias –nosotras seremos madres amor mío.

De repente apareció desde la habitación, Pilar, tras escuchar un grito proveniente de la sala de estar.

-¿sucede algo? –inquirió Pilar preocupada y en eso reparó  de que Kiara estaba desmayada en brazos de Elizabeth y que su hermana, estaba en shock.
-Pilar, ¿no es así? –mencionó Elizabeth.
-sí  -respondió ésta.
-puedes traerme un poco de alcohol u perfume –indicó la marquesa.
-iré a buscarlo – contestó Pilar.

En cosa de segundos, regreso con lo que le habían solicitado y se lo entregó a Elizabeth, que procedió a pasarlo con cuidado por la nariz de su esposa y hacerle recobrar el sentido. Al rato, su joven esposa volvía en sí.

-tranquila amor, ya todo pasó –murmuró Elizabeth, mientras que acariciaba su mejilla y lograba transmitirle todo su amor con aquel gesto, por el susto que le hizo pasar –vida mía, todo saldrá bien, te lo prometo.
- Eres una… -murmuró Kiara, pero no terminó de hablar porque se quebró y las lágrimas salieron a raudales, deslizándose por todo su rostro.
Este hecho conmovió mucho a Elizabeth, que la estrechó entre sus brazos, confortando su corazón, no soportaba verla llorar y esta era la segunda vez que le tocaba hacerlo y ya comenzaba a sentirse mal por ser la causante en esta ocasión.
-¿pueden decirme qué está pasando? –Preguntó Pilar- ¿para qué Kiara y mi hermana estén ese estado?
-verás Pilar –explicó Jamiel- acabamos de mencionarles que están esperando un hijo nuestro.
-¡un hijo! –exclamó perpleja Pilar.
-así es –afirmó Elizabeth- pero la noticia les sentó fatal por lo visto.
-con razón –mencionó Pilar- ustedes me perdonarán, pero una noticia de esa magnitud no se da de golpe y porrazo. Y con todo el  respeto que me merecen ambas, debieron esperar un poco más antes de decirlo, ya que acaban de solucionar sus inconvenientes con ellas para darle semejante notición y exponerlas a un estrés mayor.
-lo sentimos –dijeron al unísono ambas hermanas.
-ahora si me disculpan –señaló Pilar- iré por un poco de agua con azúcar.
-gracias –dijo Elizabeth.

Mientras la joven Loren fue a la cocina en busca de agua. Elizabeth quiso  acomodar en el sofá a su esposa para que pudiera descansar. Sin embargo, ésta no quiso moverse de entre sus brazos y escondió su rostro en su pecho hasta que logró serenarse, por medio de las caricias que su esposa le prodigaba.

Por su lado, Jamiel, también batallaba para conseguir hacer reaccionar a su esposa y a diferencia de la joven Milovic, no lloró, pero quedó completamente muda y su mirada perdida. Por lo que la joven Atkinson debió darle masajes en la parte superior de su cabeza y así tratar de volverla en sí.

En eso, regresó Pilar con una bandeja con los vasos para ambas muchachas.

-tomen –dijo Pilar, extendiendo a cada una, su respectivo vaso - traten de hacer que lo beban lentamente.
-de acuerdo –respondieron éstas.
-se nota que ambas son primerizas –mencionó Pilar- les sugiero, que de ahora en adelante tengan más cuidado con ellas, en especial en su estado, ya que no deben ser sometidas a estrés o de lo contrario se exponen a que puedan perder  a sus hijos, porque me supongo que tienen muy poco de estar embarazadas.
-así es –respondió Jamiel.
-entonces, cuídenlas como es debido –señaló Pilar.
-lo haremos –respondieron ambas.
-por cierto –acotó Pilar- felicitaciones por este milagro.
-gracias –dijeron las dos.
-no agradezcan tanto –mencionó la joven Loren- que a mí también me emociona el hecho de saber que tendré a mi primer sobrino y más que de seguro, que esta noticia será muy bien recibida por mis hermanos después de tantas desgracias.

Elizabeth, por primera vez recapacitó en la joven que tenía enfrente y sus palabras, causaron un hondo pesar de saber todo lo que han tenido que padecer a manos de sus progenitores y quiso saber los motivos de que ella estuviera en Inglaterra.

-Pilar –inquirió Elizabeth- ¿qué motivos te traen a Inglaterra?
La joven Loren levanto la vista que tenía en su hermana para volverse hacia aquellos ojos verdes de Elizabeth.
-eres muy directa –exclamó Pilar- te lo diré,  ya que tú eres la persona que compró las empresas de mi familia has de suponer porque estoy aquí.
-Cristina –mencionó Elizabeth tras meditar uno segundos en sus palabras, añadió- no me digas ¿Qué tu padre también está aquí?
-estás en lo correcto –respondió Pilar- antes de venir hasta acá, ese hombre desapareció y mis hermanos y yo suponemos que está en busca de Cristina, para obligarla a recuperar las empresas.

Jamiel, pudo comprender la tristeza que ha embargado desde hace unos días a su esposa y porque también de su molestia. No se había equivocado en sus deducciones y esa era la sombra que se ciñe sobre su consorte.

-no te preocupes Jamiel –señaló Elizabeth, tras escuchar sus pensamientos–no permitiré que le haga daño, entre todos vamos a cuidar de Cristina.

-deben de saber, que ese hombre no se detendrá ante nada, por conseguir sus propósitos         –explicó Pilar- por eso es fundamental detenerlo antes de que encuentre a mi hermana.

En eso Kiara, reacciona tras oír las palabras de Pilar, ya había visto de lo que era capaz de hacer Alexander Loren a sus hijos y no estaba dispuesta que volviera tocar a Cristina otra vez.

-no dejaré que la lastime otra vez –murmuró Kiara- primero lo mato.
-cálmate amor –demandó Elizabeth- nadie tocará a Cristina, te lo prometo.
-¿otra vez? –preguntó Jamiel, que no lograba comprender las palabras de Kiara.
-ese hombre golpeó a mi hermana hasta el punto de casi matarla –expuso Pilar- si no hubiese intervenido Kiara esa vez.
-por todos los cielos –exclamo aterrada Jamiel- ¿qué clase de padre, es ese?
-ese hombre no merece que lo llamen así –refutó Pilar- para nosotros, ese señor, se llama Alexander y nada más.
-comprendo –dijo Elizabeth- te prometo que cuidaremos de ella, pero ahora, cambiemos de tema, no es bueno para cristina, estar recordándole el pasado.
-tienes razón –concordó Pilar-  -guiñando un ojo a Jamiel y Elizabeth-. -¿qué les parece si hacemos un brindis por los nuevos integrantes que vienen en camino?
-espera Pilar –llamó su hermana- no podemos beber, ahora que sabemos la verdad.
-descuida, Cristina –acotó Pilar- estoy muy consciente de ello, pero podremos hacerlo con otra cosa. Debe haber algo en tu nevera con lo cual podamos hacerlo.
-vale –respondió Cristina.
-¿te sientes mejor amor? –Preguntó Jamiel- perdóname por ser la causante de tu conmoción.
-tranquila Jamiel –señaló ella- no están delicado el tema, cómo para enojarme contigo, sólo fue la impresión nada más. Además, mi querida esposa, comienzas a concretar tu sueño de tener cinco hijos, ¿no es así?
-claro que sí mi vida –respondió con ternura ésta- ella, será la primera integrante de nuestra familia.
-¿cómo sabes qué es una nena? –preguntó Kiara, qué no dejaba de verlas con admiración por el cariño mutuo que se prodigaban.
-mi madre, me lo dijo –comentó Jamiel- aunque yo, ya estaba al tanto de que venía un bebé en camino.
-con que Durían otra vez –expuso Kiara- por lo visto, ella está involucrada en todo lo que tenga relación con ustedes dos.  Dime, Elizabeth, ¿también te comentó que estaba embarazada?
-no, amor –respondió Elizabeth, mientras su mano acariciaba el rostro de esposa y colocaba un mechón de su cabello detrás de su oreja-. –eso lo descubrí por mí misma y fue muy emocionante para mí saberlo.
-me resulta tan extraño todo esto –mencionó Kiara- jamás pensé estar hablando de un hijo contigo y mucho menos que yo fuera a tenerlo. Sin embargo, ya todo está hecho y habrá que darle mucho amor a ese niño.
-claro que lo haremos mi vida –agregó Elizabeth- juntas, vamos a criar a nuestro hijo y le daremos todo el amor que tenemos en nuestro corazón, porque supongo, que no me vas a apartar de tu lado ahora.
-¡cómo se te ocurre decir una cosa así! –Reprochó ésta- sé lo que significa criarse sin padres y jamás te negaría tus derechos madre y menos privaría a mi hijo de crecer junto a ti, por mucho que tengamos desavenencias entre nosotras.
-mi vida –susurró la marquesa, mientras su mano se deslizaba por el vientre de su esposa, sintiendo a la pequeña criatura que se estaba formando en ese lugar-. –te prometo que cuidaré de ambas y no dejaré que nada malo les pase.
-¿ambas? –preguntó confundida Kiara.
-escúchame amor –señaló Elizabeth- ese bebé que se está formando en tu vientre, es una niña.
-¿cómo lo sabes? –inquirió estupefacta Kiara.
-Kiara –explicó Elizabeth- sé que será una niña, porque mis instintos así me lo dicen y con respecto a eso, nosotras dentro de muy poco tendremos que hacer un viaje, dónde te podré explicar con mayor claridad lo que te estoy mencionando, por lo que te ruego, que tengas un poco de paciencia hasta que llegue ese día.

Kiara levantó su rostro del pecho de Elizabeth, para poder verla directo a los ojos…

-de acuerdo –respondió ésta- pero más te vale, Elizabeth Erlington, que no haya más sorpresas desagradables de tu parte, porque de lo contrario no habrá nadie que te salve esta vez.
-por favor confía en mí –mencionó Elizabeth- ésta será la última vez que deba hacerte esperar para saber una verdad que está relacionada con mi pasado.

En ese preciso momento, volvía Pilar con una bandeja con refrescos para todas y Cristina se puso de pie para ayudar a su hermana a servirles a las demás. Luego de ello, cada una con su respectivo vaso, se dispusieron a celebrar.

-bueno chicas –señaló Pilar- propongo un brindis, por esas dos hermosas niñas que están por nacer, que traigan mucha dicha a todas ustedes y las unan cada vez más en esta etapa de casadas que recién comienzan a vivir.
-también quiero unirme a ese brindis –agregó Cristina- para agradecer que la vida me permite reencontrarme con mi familia y en especial contigo Pilar.
-Para que también, te puedas reunir con todos tus hermanos, Cristina –acotó kiara- y en un tiempo cercano, tengas a tu lado a Ignacio viviendo contigo, como siempre ha sido tu sueño, mi querida hermana y amiga.
-agreguemos a todos esos deseos –expuso Elizabeth- el amor, ya que tenemos la dicha de estar junto a una mujeres maravillosas y por las cuales hemos estado esperando hace muchísimo tiempo y con las cuales hemos experimentado el sentimiento más hermoso que se puede vivir.
-por que el amor –agregó Jamiel- es la fuerza de un corazón y que le da sentido a nuestras vidas.
-por todo ello –demandó Pilar-  -levantado su vaso hacia las demás-. - y porque la vida nos siga obsequiando tan hermosos presentes como ahora. Hagamos un ¡SALUD!
-¡Salud! –dijeron todas.

Los vasos de todas chocaron entre sí y luego bebieron su contenido. Después, permanecieron platicando animadamente. Mientras que Cristina sostenía sobre sus piernas a su esposa Jamiel y Elizabeth abrazaba a Kiara y se perdían en un beso.

Pilar aprovecho lo distraídas que estaban para llamar a sus hermanos y ponerlos al corriente del nuevo integrante de la familia Loren y la noticia fue recibida con gritos de jubilo por parte de todas las hermanas y un poco de llanto del joven Ignacio, que era muy sentimental con todo lo relacionado con su adorada hermana Cristina. La mencionada no pudo evitar escuchar a su hermana y solicitó hablar con ellos y en poco tiempo, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, emocionada de poder escucharlos y saber que este era el inicio de una nueva etapa para todos ellos como hermanos y familia.

Elizabeth, no pudo restarse a la dicha que estaba sintiendo las hermanas Loren y en una pequeña consulta con su esposa, les propuso a todos los hermanos que estaban en Santiago viajar a Inglaterra lo antes posible y que ella se ocuparía personalmente de su transporte, ya que enviaría su jet privado.

Cristina, quiso oponerse a ello desde un principio, ya que no deseaba molestar y además de ser ella, la que se ocupase de su familia, pero Kiara y Jamiel, terminaron convenciéndola y fue así que quedaron de reunirse en dos semanas más, ya  que debían ver el asunto de Ignacio por ser menor de edad y sería Graciela, la que se encargaría de todo ello.

Entre lágrimas de parte de Cristina, Kiara y Pilar y una sonrisa en los labios de Elizabeth y Jamiel, un lazo muy fuerte se comenzó a formar entre esas cinco mujeres, las que estaban deseosas de experimentar un poco de dicha en sus vidas, tras años de tristezas y soledad, al fin la maldición comenzaba a revertirse.

Muy lejos de lo que sucedía en la tierra…

Los ataques continuaban cada vez con más intensidad hasta que un fuerte y final choque, sacudió todo a su alrededor y un resplandor intenso cegó por minutos a las dos jóvenes que estaban cercanas a la habitación de entrenamientos, que se usaba para preparar a las hijas de la luna para futuras batallas.

Por su parte, dentro de la habitación…

La joven de cabellos azabaches, se sostenía en pie a duras penas, ya que una de sus piernas estaba apoyada en el suelo, ya que no la sentía del dolor y la herida que le impedía moverla.  Sobre su rostro y de sus labios, un hilo de sangre fluía sin control y una de sus manos, se recargaba sobre su espada, mientras que sus ojos estaban totalmente opacos y sin color alguno. A pesar de su deplorable estado, se las arregló para pronunciar unas cuantas palabras…

-tenías razón –murmuró Adamarys- perdóname madre (no terminó de hablar cuando se desvaneció por completo, desplomándose sobre los brazos de Ankerius, que alcanzó a evitar que se golpeará contra el suelo)

En ese preciso momento, se abrió de golpe la puerta de aquella sala, dejando ver a Edrin y Balderius, que veían con horror toda la escena.
-¡madre!- fue el grito de ambas al ver a su hermana toda ensangrentada en sus brazos.

La reina con su hija en brazos, se giró a verlas y de su rostro apenas se podía ver un hilo de sangre sobre un costado de su ojo izquierdo. Toda aquella batalla no logró ningún daño significativo para ella a diferencia de su hija.

-tranquilas –señaló Ankerius- se repondrá dentro de muy poco.
-¿eso quiere decir? –preguntó Balderius.
-que ella a regresado a nosotras –respondió su madre- tu hermana ya está libre.
-al fin –mencionó Balderius.
-Balderius –ordenó su madre- llévenla a su alcoba y encárguense de bañarla, yo iré en busca de unos ungüentos para sellar la herida.
-como tú digas, madre –contestó la joven.
Edrin, recibió el cuerpo de su hermana menor y junto a Balderius se fueron con rumbo al palacio.

Mientras que la soberana permaneció unos momentos más en el lugar.

-has pasado la prueba hija mía –señalo una voz.
-a un costo muy alto –expresó Ankerius, cuyas lágrimas se deslizaban por su mejilla por la angustia que contuvo por mucho tiempo –me consuela saber que pude evitar que su vida se volviese un infierno y se repitiera aquella tragedia de hace dos mil años.
-todo ha valido la pena –mencionó la voz- has sido capaz de sobreponerte a tu dolor de madre y mantener a tu familia unida y más fuerte que nunca.
-ya te dije –señaló Ankerius- no permitiré que ninguna de mis hijas sufra el calvario de esta familia, yo las protegeré contra quien sea  y eso te incluye madre. Por tanto, te sugiero que desistas de ponerme más pruebas, ya que mis hijas son lo más valioso que tengo y mi amor por ellas velara por su felicidad.
-el tiempo lo dirá, hija mía –mencionó la voz- si tus hijas son dignas de ser las próximas herederas del reino.
-ten presente una sola cosa madre –amenazó Ankerius- en este mundo,  yo soy la soberana y quién escogerá a  mi próxima sucesora y no tú o el consejo de ancianos, quedas advertida.

Antes de abandonar la habitación, Ankerius, giró a ver aquella figura y sus ojos carmesí brillaron peligrosamente. Trasmitiéndole una clara señal de que no estaba jugando y que iba muy enserio. Después de ello, dispuso sus pasos en dirección del castillo.

Momentos más tarde…

Una mujer de cabellos plateados, cubría con ungüentos el cuerpo de una de las princesas y se encargaba de cerrar todas sus heridas. Estuvo muchas horas en esa labor hasta que pudo finalizar y dejó caer su cuerpo sobre un sillón al costado del lecho de la muchacha.

Así transcurrió el tiempo y la mujer sólo se dedicó a contemplar el semblante de la joven, velando su sueño y de vez en cuando se levantaba de su lugar para revisar su estado.

El tiempo continuó con su paso acelerado en esa habitación, cuando de pronto los parpados de la muchacha se abren pesadamente y buscó con su mirada la presencia que sintió hace unos segundos antes de despertar, ladeó su cabeza y pudo verla sentada en un sillón en un costado de su habitación.

-madre –susurró Adamarys, tratando de incorporarse de la cama -¿llevas mucho tiempo aquí?
-hija mía, no intentes moverte –demandó su madre, recostándola nuevamente –debes saber  que jamás te dejaría sola y que permaneceré a tu lado todo el tiempo que haga falta.
-gracias –dijo la joven- pero tú también debes descansar, ya que esa lucha, debe haberte debilitado mucho.
-no te preocupes por ello –mencionó su madre- lo que único que me importa en este momento, eres tú y que puedas recuperarte.
-lamento madre, haberte desafiado –expresó Adamarys- me dejé llevar por la rabia y esta terminó por consumirme al punto de sentir odio por ti.
-todo esto sucedió, porque no pudiste soportar el legado carmesí, que te fue impuesto con la marca de la rosa negra –explicó Ankerius- se necesita de un año lunar de entrenamiento para dominar esa técnica y tú, escogiste llevarla contigo a pesar de los riesgos que implicaban.
-debía asumirlo de ese modo –mencionó Adamrys- no iba a permitir que mis hermanas siguieran sufriendo y mucho menos que nuestra abuela, les impusiera a ellas esa marca como castigo por haberse enamorado de unas humanas.
-lo sé muy bien, hija mía –comentó Ankerius- te prometo que nunca más dejaré que ella, vuelva a interferir en nuestras vidas. Ya he dado órdenes de que no se permita que ningún miembro del consejo de ancianos, acercarse a palacio como tampoco tengan injerencias en ninguna decisión del reino.
-madre, eso no te acarrearía problemas –preguntó Adamrys- ella, no te consentirá un hecho así.
-tendrá que acatar mis deseos, ya que yo soy la reina y mis órdenes las debe respetar como cualquier habitante de la luna –sentenció seria Ankerius- de lo contrario se expone a que la declare enemiga de nuestro mundo y sea exiliada y no me temblará la mano en hacerlo.
-por favor, no lo hagas –suplicó la joven- es tu madre y sé lo mucho que la amas, a pesar de todo lo que te hizo en el pasado.
-aunque sea mi madre –sentenció ella- jamás le consentiré que se meta con mi familia. Ahora, olvidémonos de todo ello y sólo trata de descansar.
-madre, recuéstate a mi lado esta noche –suplicó Adamarys- hace mucho tiempo, que no he podido compartir contigo y en el fondo de mi corazón sufría por tener que vivir con ese sentimiento tan desagradable dentro de mí, que me impedía estar cerca de tuyo.

Ankerius, acarició el rostro de su hija menor  y se dispuso a complacerla, descansando a su lado y con sumo cuidado, la envolvió en sus brazos para que pudiese descansar y de paso, trasmitirle su amor por ella.

-dime una cosa madre –preguntó Adamarys- ¿porqué me impusiste los ojos carmesí?
-para poder  tener control sobre ti –explicó su madre- y evitar que la ira te dominara del todo, pero eso fue imposible, ya que el odio se profundizo muchísimo en ti.
-¿entonces ese fue el motivo de llevarme a la sala de entrenamientos? –preguntó la joven.
-debía expulsar ese sentimiento que te estaba consumiendo –aclaró Ankerius- y la única forma de hacerlo, era provocando que me atacarás con todo tu enojo y así poder sellar el legado dentro de tu corazón y éste actuase de forma correcta en ti.
-madre, pusiste tu vida en riesgo –agregó Adamarys- acaso no sabías que a la luna negra, la rodea una maldición que cada cierto tiempo aparece en nuestra familia.
-estoy muy consciente de ello –replicó ella- con mayor razón, no podía dejarte que sufrieras de ese modo y menos iba a permitir que un hecho como ese se volviera a repetir con una de mis hijas.
-¿porqué madre? –inquirió preocupada Adamrys.
-porque sólo LA FUERZA DEL AMOR ES CAPAZ DE SANAR UN CORAZON HERIDO, hija mía            –expresó Ankerius- y transformar al ser amado, en una persona dulce y amorosa, tal como tú siempre lo has sido, Adamrys.
-¡madre! –se lamentó entre llanto la joven princesa.
-ya todo acabó hija mía –señaló su madre, con voz entrecortada por el nudo en su garganta –has de saber que te amo demasiado y jamás dejaré que nada malo te suceda.

La joven princesa, se estrechó al torso de su madre y ocultó su rostro en él, mientras ahogaba su llanto y su madre le prodigaba caricias para calmar y serenar su espíritu.

Había acabado un desafió para la familia de las Silver Moon Ligth, dónde una antigua soberana no dudó en poner  a prueba  a su hija y sus nietas al extremo de hacerlas pasar por un ingrato momento, pero que sin duda, consiguió fortalecer y estrechar más que nunca los lazos sanguíneos entre ellas. Nada es casualidad en la vida y todo tiene un propósito.

En un sitió apartado en la tierra…

En medio de los bosques de Glasgow y entre unos helechos y demás follaje. Una figura siniestra emerge de ella, dejando helada a la reina de los Dinkaire.

-nos volvemos a encontrar Durían –señaló aquella figura, mientras avanzaba hacia la mujer.
-¡Mantrus! –exclamó inquieta Durían


Un brillo intenso se desprendió de esos ojos rojos y de su quijada asomaron sus colmillos llenos de sangre y su aspecto demostró una ferocidad abismal.  De súbito el aire se tornó pesado y la atmósfera se volvió pesada y el futuro se volvió incierto para la chamán, una tempestad estaba a punto desatarse….

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